Al inicio de la crisis sanitaria por el coronavirus —hace dos semanas, aunque parezcan siglos—, el sector cultural fue como el canario en la mina: salas de conciertos, cines y teatros fueron los primeros en cerrar en las zonas más afectadas por la enfermedad. Luego se unieron las librerías, como el resto de comercios, cortando los ingresos de la cadena del libro. En sus casas, los ciudadanos pasan el confinamiento leyendo, viendo series, poniéndose al día con los estrenos o escuchando música, pero la industria y sus creadores miran nerviosamente el calendario. ¿Cómo puede traducirse el apoyo virtual desde los hogares en un apoyo material a un sector maltrecho? ¿Y qué pueden hacer por la cultura aquellos que teman por su futuro?
La librería barcelonesa Nollegiu —en realidad son dos locales— decidió, desde el cierre, cancelar también el envío de pedidos online para "no poner a nadie en riesgo". Y aun así su responsable, Xavier Vidal, lo tiene claro: "La única manera de ayudar a las librerías es la de siempre: comprar". ¿Cómo? Por adelantado: se adquiere el libro, y se pasa a recogerlo cuando termine la cuarentena. "Imagina que cada familia comprara solo un libro cada semana durante el confinamiento", plantea en su web. Así formulado, puede no parecer tan poca cosa, pero se trata de una "operación de micromecenazgo" o una "compra avanzada", explica el librero a este periódico. Si el lector iba a comprar igualmente un ejemplar, ¿por qué no hacerlo cuando más se le necesita? Por lo mismo han optado también otras librerías, como La Sombra, en Madrid, mientras otras continúan con la venta a través de Internet.
Nollegiu continúa con sus talleres —trasladados a formato online—, igual que lo hace Casa Tomada en Sevilla, por ejemplo. Estas actividades que sí cobran inscripción permiten, explica Vidal, "mantener algún ingreso", un parche a la pérdida del grueso de sus beneficios, que vienen de la compra y los eventos presenciales. ¿Y las presentaciones y los clubes de lectura que se están organizando por redes? ¿Acciones como las que el propio Vidal lleva a cabo, comentando cada día a través de Instagram un cuento de Gianni Rodari, por ejemplo? "La sobreoferta cultural en redes es brutal...", admite el librero, "pero esto no está encaminado a vender libros, sino a que la gente no se olvide de la existencia de la librería cuando pase todo".
E-books y responsabilidadE-books
Esa idea, la de que los lectores puedan no estar ahí al final de la crisis, es una que Capitán Swing, sello independiente especializado en ensayo, prefiere evitar. "¿Qué les voy a pedir yo a los lectores en estos momentos?", se pregunta la editora Blanca Cambronero. "Pues nada, que sigan leyendo y que cuando esto acabe sigan yendo a las librerías". A diferencia de otras editoriales, Capitán Swing no cuenta con su propia tienda online, para no competir con los propios libreros, algo que no ha cambiado durante la crisis del coronavirus. Tampoco han querido ofrecer gratuitamente ninguno de sus títulos, una iniciativa que se ha popularizado en estos días, por respeto al trabajo de los autores y del propio sello. Lo que sí están haciendo es darle un empujón a la digitalización del fondo para poder ofrecer la mayor cantidad posible de sus títulos en formato e-book. Pero tampoco será eso El Dorado: en 2018, el libro electrónico aportó solo el 5% de los ingresos del sector en el mercado interior.
"Me temo que nuestro futuro no está en manos de los lectores", reflexiona Blanca Cambronero, "y apenas está en las nuestras. Hay una parte importante de incertidumbre en todo esto, y hay que aceptarlo. Nosotros vamos a seguir con nuestro trabajo, lo mejor posible, como siempre". La editorial tampoco ha querido incidir en la promoción en redes durante estos días, entendiendo que "también es un momento delicado" para los autores, que "viven en un equilibrio inestable" y que han perdido parte de sus ingresos. "No tenemos una preocupación en ser más o menos visibles", dice la editora, "ni hemos planteado generar contenido específico para estos días. No queremos presionar a los autores, no es el momento". La única preocupación realmente importante: "Apelar a la responsabilidad de todo el mundo".
Volver a llenar las salas
Un sector particularmente activo es el de la música: ante el cierre de las salas, sellos, promotoras y artistas han comenzado a organizar conciertos desde el sofá e incluso festivales. Es el caso de Cuarentenafest, un evento a través de Instagram organizado por discográficas y músicos independientes, que a lo largo de todo marzo ha agendado un mínimo de cuatro actuaciones diarias desde las 19h hasta las 22h, en su mayoría de creadores emergentes. "El festival, para los artistas, es una forma de no parar", dice Meri Lane, del sello Luup Records, "no solo para tener la sensación de que están activos, sino para no desaparecer y seguir teniendo visibilidad". La inmensa mayoría de los artistas reciben porcentajes bajísimos de las plataformas de streaming como Spotify o Youtube y las ventas de discos, y viven de las entradas a sus directos. Sin ellos, sus ingresos han bajado prácticamente a cero.
Los organizadores tienen la esperanza de que quienes hayan conocido a una nueva banda a través de estas actuaciones, acudan a sus conciertos tras el fin del confinamiento, pero también señalan que "es un buen momento para comprar sus discos o su merchandisingmerchandising", dice Meri Lane. Ellos han abierto, incluso, una cuenta de donaciones que se repartirán equitativamente al final del festival entre los artistas —los organizadores no recibirán ningún beneficio—. "Es un momento también para reivindicar el papel de la música en vivo en nuestras vidas, y para ser conscientes de que, a los artistas, si les quitan los conciertos se quedan sin nada", señala la cofundadora de Luup Records.
El sindicato catalán de músicos Smac! lleva la petición de apoyo más allá de lo económico: "Lo único que puede hacer la gente es reclamar medidas al Gobierno", dice Albert Costa, uno de sus miembros. Acaban de poner en marcha una campaña en la que, con otros sindicatos del país, solicitan ocho medidas para el sector musical que pueden ser extensibles a otras industrias culturales, o incluso a trabajadores de otros ámbitos. Entre ellas se encuentran declarar la cultura como bien de primera necesidad —y por lo tanto rebajar el IVA y ofrecerle una protección especial—, revisar las cotizaciones de autónomos, ampliar la prestación de estos últimos por cese de actividad o reclamar el pago de las actuaciones contratadas por la administración pública y canceladas por el coronavirus. Costa señala también que sería conveniente que el público se interesara por las condiciones laborales de los músicos, que deberían ser contratados por las salas en sus actuaciones pero que muy a menudo se ven obligados a ejercer como falsos autónomos.
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Con los cines cerrados, quienes se quedan muy lejos del público son los productores cinematográficos. Al menos, aparentemente: en las últimas semanas, se ha producido un boom del consumo audiovisual a través de las plataformas. Pero Jose Nevado, director general de la Asociación Estatal de Cine, advierte que los únicos ingresos variables que reciben las productoras son por el visionado en formato alquiler. Las plataformas de streaming compran los derechos de una película una única vez, y no remuneran por visionado, cosa que sí sucede cuando se paga por disfrutar de una película durante dos o tres días. Y señala otra salvedad: "Al productor, una vez le hayan comprado los derechos, puede darle igual que lo haya hecho una multinacional o una empresa española, pero para la industria, si la plataforma es española [como Filmin o Flixolé], mejor que mejor".
¿Y en lo intangible? "Que se vea mucho cine español", dice el productor. Y que se apoyen, dice, iniciativas como la de la Academia de cine, que con el hashtag #NuestroCineNosUne realiza una especie de cineclub virtual: para cada sesión, se propone una película disponible en estas plataformas españolas o en la web de RTVE, y luego se comenta con la directora o el director a través de Twitter e Instagram. Por el foro virtual digital pasado ya Icíar Bollaín para hablar sobre Te doy mis ojos, o Isabel Coixet con Cosas que nunca te dije, y el próximo es Paco León con Carmina o revienta. "Es una manera", dice Jose Nevado, "de crear interés y recordarle a la gente que, cuando todo esto pase, seguiremos ahí".
Las artes escénicas lo tienen algo más complicado. La principal iniciativa puesta en marcha para seguir en la vida de sus espectadores ha consistido en colgar grabaciones completas de representaciones —lo ha hecho, por ejemplo, La Joven Compañía—, pero esto difícilmente sustituye a un arte que por definición se produce en vivo. Y tampoco resuelve el problema económico de uno de los sectores más tocados por la crisis, que diez años después de su estallido aún no había recuperado a un tercio de su público. El actor y director Israel Elejalde, uno de los responsables de El Pavón Teatro Kamikaze, pedía al principio de la crisis varias medidas al Gobierno —como el aplazamiento del pago de impuestos o una moratoria en el pago del aquiler—, pero solo una cosa a los espectadores: paciencia. "Hay gente dramando por que se le devuelvan sus entradas", decía, "y claro que se le van a devolver, pero me produce una tristeza inmensa ver cómo hay gente indignada por esto cuando yo no sé cómo voy a pagar a mis trabajadores".
Al inicio de la crisis sanitaria por el coronavirus —hace dos semanas, aunque parezcan siglos—, el sector cultural fue como el canario en la mina: salas de conciertos, cines y teatros fueron los primeros en cerrar en las zonas más afectadas por la enfermedad. Luego se unieron las librerías, como el resto de comercios, cortando los ingresos de la cadena del libro. En sus casas, los ciudadanos pasan el confinamiento leyendo, viendo series, poniéndose al día con los estrenos o escuchando música, pero la industria y sus creadores miran nerviosamente el calendario. ¿Cómo puede traducirse el apoyo virtual desde los hogares en un apoyo material a un sector maltrecho? ¿Y qué pueden hacer por la cultura aquellos que teman por su futuro?