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Lo que queda tras 'Charlie'

Lise Wajeman (Mediapart)

Cuando debe bajar al quirófano para una intervención, Philippe Lançon ha tomado por costumbre "llegar con un libro escondido bajo las sábanas": lleva a bordo de la camilla las Cartas a Milena, donde Kafka da a su maravillosa amante las noticias de su miserable estado de salud. También le sucede el prepararse para una de las innumerables operaciones que debe sufrir releyendo, una vez más, el episodio de la muerte de la abuela del narrador en En busca del tiempo perdido: "Su descenso hacia la muerte hacía de ella prácticamente una compañera de habitación, estaba con ella en su cama, con su mirada ausente o en renuncia, cerca de la ventana que ella trataba de abrir para saltar. (...) Tenía la sensación de que la familiaridad no podría venir más que del silencio de los libros". Philippe Laçon es periodista y escritor, es una de las víctimas del atentado contra Charlie HebdoCharlie Hebdo. Su libro El colgajo (Le lambeau)Le lambeau, editado en Francia por el sello Gallimard, regresa a la jornada del 7 de enero de 2015 y los largos meses de hospitalización que le siguieron. 

El "colgajo" designa una herida en la carne, pero los libros son en este título el material de la vida. No hay nada metafórico aquí. Fue porque quería enseñar un libro de jazz a su compañero, el dibujante Cabu, que Lançon se demora algunos minutos de más en Charlie Hebdo: "Si no me hubiera parado para mostrárselo, habría salido dos minutos más temprano y me habría topado en la entrada o en la escalera, he hecho el cálculo cien veces, con los dos asesinos". Después del atentado, fue pensando en la neolengua de 1984, de George Orwell, como llega a nombrar el estado incierto en el que se encuentra durante sus primeros días en el hospital; encontrándose de nuevo con algunos versos de Raymond Queneau, es capaz de reírse suavemente. Gracias a la Atalía de Racine, logra dar forma al "steak" que ocupa la parte inferior de su rostro [Lançon recibió un disparo que le desgarró la mandíbula]. 

 

Los libros son también para Lançon el medio para retomar el poder sobre su propia vida, una manera de escapar a su condición exclusiva de paciente. Permiten presumir ante las enfermeras que se atascan en los crucigramas con un "Madame Bovary en cuatro letras", o de hablar en pie de igualdad con la cirujana que le repara: "Me gustaba llevarla al terreno literario, el único en el que podía no sentirme dependiente y dominado. Cuando uno está tumbado y cubierto de cicatrices supurantes, siempre está bien hablar a los que te examinan de un escritor que te gusta". Esta supervivencia a través de los libros no es en ningún caso una actuación para la posteridad, y tampoco una demostración de fe. Es un impulso vital, para un hombre cuya valentía consiste en volver a escribir solo una semana después del atentado: "Aquel con el que fallaron los asesinos trabajaba, como aquellos que habían liquidado, en los periódicos. Era en los periódicos donde debía reaparecer". 

Sin embargo, Philippe Lançon no cuenta una historia de salvación, ni siquiera a través de la literatura. Se sorprende al descubrir que se le imagina reparado de inmediato, retomando su vida de antes del atentado. Pero la vuelta atrás es inimaginable, los encuentros proustianos con el tiempo perdido son imposibles. El colgajo es el libro del "tiempo interrumpido": "El tiempo del acontecimiento brutal es oscuro e infinito. No tiene límites". Esta vida violentada ya no tiene pasado, tampoco tiene horizonte: no habrá un final reconciliador, ninguna de las redenciones sospechosas que ofrecían algunos de los relatos sobre el atentado en la sala Bataclan. Aquí, los libros, la música o la pintura no prometen nada, ofrecen simplemente un mundo habitable a un hombre que vaga por el limbo, dudando aún entre los vivos y los muertos. Se tratará, para Lançon, con la asistencia del arte y de la amistad, de volver a entrar en el tiempo. 

El colgajo es la historia de ese trayecto, contada con toda la simplicidad del mundo, con la humildad cáustica del escritor profesional al que su herida ha vuelto temporalmente mudo: "A partir de ahora, cada palabra, cada frase me hace sentir su peso. Mi mandíbula destruida tenía pinta de metáfora y no había nada malo en eso". Los 20 capítulos del libro forman el relato cronológico de esos meses durante los cuales pasó de un lado al otro del "puente que el atentado hizo saltar por los aires". Hay un muerto y un superviviente en él: "No sé cuál de los dos escribe este libro". 

Sus recuerdos pertenecen "a ese hombre que, bruscamente, se había desgajado de mí. Me convertí en el producto de una sustracción". La escritura no es una operación de reparación, o de metamorfosis, sino una manera de redoblar el desdoblamiento que el peligro mortal provocó. Cuando es tocado por varios disparos, Lançon da cuenta de esa sensación que evocan las víctimas de violencia, la de verse desde el exterior: "La voz de aquel que yo era todavía me dijo: 'Anda, nos han dado en la mano. Sin embargo, no sentimos nada'. Éramos dos, él y yo, él bajo mí más exactamente, yo levitando por encima, él dirigiéndose a mí desde abajo diciendo 'nosotros". 

A este desdoblamiento responde el del escritor que cuenta su propia historia, que se hace narrador de su propia experiencia para lograr desatarse de ella, para no identificarse con ella. "Nunca había experimentado de esa manera la sentencia proustiana: la escritura era el producto de otro yo, un producto precisamente destinado a hacerme salir del estado en el que me encontraba, incluso cuando consistía en contar este estado". 

Frente a la violencia: el discurso y la experiencia

El objeto de El colgajo es, por tanto, exclusivamente esta experiencia. De hecho, los otros supervivientes de Charlie apenas aparecen en el relato, que nos cuenta el afecto de padres y amigos, la inteligencia de los cuidadores, fragmentos de la vida de otros cuerpos destrozados recluidos en ese otro mundo que es el hospital. Es con ellos con quienes el escritor comparte una experiencia común, solo quiere dar cuenta de ella. Hay ahí, para el autor, una forma de no convertirse en el símbolo que el atentado ha hecho de él: la única comunidad en la que se reconoce es la del dolor

No se tratará aquí a los hermanos Kouachi, autores del atentado, los análisis del ataque terrorista no serán evocados más que de forma fugaz y sobre un tono de incomodidad. Se concibe sin esfuerzo que un superviviente no tenga ninguna gana de detenerse en el acontecimiento del que fue víctima. "No siento ninguna cólera contra los hermanos K, sé que son producto de este mundo, pero simplemente no puedo explicarlos. Todo hombre que mata se resume en su acto y por los muertos que quedan tendidos en torno a mí. Mi experiencia, en este punto, desborda mi pensamiento". 

Pero el libro proclama más ampliamente su desconfianza, hasta el punto de que no duda en meter todos los discursos en el mismo saco: "No soporto más los discursos antimusulmanes que los discursos promusulmanes. El problema no son los musulmanes, son los discursos: ¡que dejen en paz a los musulmanes!". Hay que decir que, a este respecto, la suerte de los hombres y mujeres presentes el 7 de enero de 2015 en Charlie Hebdo deja ver cierta ironía trágica: Lançon cuenta que cuando los hermanos Kouachi entran en el local del periódico para cometer una masacre en nombre del islam, interrumpen al caricaturista Tignous en plena diatriba sobre el abandono del que son víctimas los habitantes de las banlieues, "condenados a convertirse en lo que se hace de ellos, unos islamistas, unos locos". 

No obstante, hay algo devastador en esta decisión obstinada de atenerse al relato del sufrimiento, a esta reducción a la herida. En las últimas páginas del libro, Lançon cuenta cómo fue invitado a dialogar con el escritor peruano Mario Vargas Llosa. "El atentado hacía de mí, en una conferencia, uno de sus interlocutores. No tenía ninguna idea ni información sobre la democracia y el terrorismo. Imagino que mi colgajo hablaba por mí". ¿El colgajo habla de ahora en adelante en nombre de Philippe Lançon? ¿Ha vencido la violencia? 

Si desconfía de todo discurso de análisis, Lançon no deja, sin embargo, de fiarse de la literatura, de hacerla hablar. Hace de Sumisión, de Michel Houellebecq,Sumisión el tope y el running gag trágico del libro: el atentado contra Charlie Hebdo tuvo lugar en la semana en la que salía la novela, que imagina una Francia sometida a un integrismo islamista tranquilo. A lo largo de El colgajo, la novela de Houellebecq surge a partir de algunas coincidencias, de conversaciones, y el autor mismo acabará por aparecer. Y Sumisión es objeto, en las primera páginas del libro, de una lectura. 

En la fatal reunión de redacción del 7 de enero, Lançon emprende la defensa de la novela de Houellebecq. Está de mal humor porque los demás la atacan sin haberla leído. Se lanza entonces a hacer un "comentario de texto", una explicación que no implica su adhesión, pero que desarrolla las contradicciones de nuestro mundo: "Lo que Houellebecq atacaba casi sistemáticamente, esta todo por lo que Charlie había luchado en los años setenta. La sociedad libertaria, permisiva, igualitaria, feminista, antirracista. Su novela, ahí, estaba clara: el islamismo sin violencia, en el fondo, no estaba tan mal (...), nos deshacíamos al menos de la angustia de ser libres". Houellebecq, con su "ambigüedad eficaz", es quien "ha sabido dar forma al pánico contemporáneo", concluye Lançon. El colgajo, con su emotiva claridad, es el relato que sabe dar forma al dolor contemporáneo. 

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  Traducción: Clara Morales

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