Quilapayún: “Fuimos las canciones del Chile de Allende”

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Cuando en 1977 Quilapayún dio su primer concierto en Madrid, después de haber sido vetado por el franquismo, cantaron su mítico “el pueblo, unido, jamás será vencido” frente a un mar de banderas, octavillas y un ambiente extrañamente cargado entre la emoción del público y las enormes medidas de seguridad dispuestas alrededor del pabellón del Real Madrid. Aquello no sentó nada bien a los supervisores del Gobierno, que esperaban a un “grupo folclórico andino” sin más calificativos. Antes de que empezase la actuación, se presentó en el backstage un delegado gubernativo amenazando con sancionar a los promotores (Los Pelayos) con un millón de pesetas por cada bandera o desorden: “Nos la habéis metido entera, pero a mí no me engañáis. ¡Estos son comunistas!”. Según contó Javier García-Pelayo, uno de los artífices de la treta para llevar al grupo a la capital, el entuerto se saldó con el delegado borracho y bien atiborrado de tapas en el bar de la esquina y sólo un millón de pesetas de multa por el lío general.

“Recordamos con mucha fuerza y gran cariño aquellos años en los que España recobraba, semana a semana, lo que había sido la democracia”, recuerda ahora Hugo Lagos, parte de los 11 miembros actuales de una de las bandas más icónicas de Chile y de la resistencia contra la dictadura pinochetista. Sus melodías andinas marcaron también la banda sonora de la Transición española, al igual que sus reconocibles ponchos negros. Su primer concierto en España fue en Barcelona en 1974 y, desde la muerte de Franco hasta finales de los ochenta, visitaron con muchísima frecuencia los escenarios españoles. Ahora, regresan con 50 años, 50 sueños, para conmemorar medio siglo de música: la gira más larga organizada en nuestro país desde entonces. Además de por Málaga, Madrid y Barcelona, donde ya han actuado; los chilenos también ofrecerán conciertos en Valencia, Zaragoza, Bilbao, Córdoba o Vigo.

“El lazo con España es muy fuerte”, certifican los chilenos. Entre su repertorio no faltan canciones sobre la Guerra Civil como Dicen que la patria es o Que la tortilla vuelva, que “están en la memoria colectiva de todos los chilenos”. La primera, la tomaron de Chicho Sánchez Ferlosio, cuya música circuló por Chile de manera anónima gracias a los militantes antifranquistas. Años después, los españoles pagarían esa deuda apoyando al pueblo chileno que vivía en el exilio o bajo la cruenta dictadura de Pinochet. “Lo bello es que había una solidaridad muy fuerte con Chile”, recuerda Lagos sobre la época, “España, saliendo de la dictadura, se volcó con nosotros”.

El impulso de Víctor Jara

Quilapayún (tres barbas, en lengua mapuche) apareció en la escena musical chilena en 1965 y empezó a paladear el éxito cuando Víctor Jara se hizo cargo de la dirección artística de la banda, sustituyendo a Ángel Parra (hijo de la también cantautora Violeta Parra). Durante los tres años que Jara estuvo al frente de la formación, grabaron cinco discos y canciones clásicas en su repertorio como La muralla. Por ello, la primera pregunta es obligatoria: ¿Cómo ha recibido Quilapayún la condena del exmilitar chileno Pedro Barrientos por la muerte del cantante? “Tenemos tanta deuda con Víctor que estamos llenos de gozo de que finalmente se esté arrojando luz sobre un hecho tan triste para Chile”, responden rotundos.

El fatídico 11 de septiembre de 1973, cuando el golpe de Estado de Pinochet derribó el gobierno de Salvador Allende, Quilapayún estaba en el extranjero, ejerciendo como embajadores culturales del país. Tuvieron que exiliarse en Francia hasta el plebiscito de 1988, que apartó finalmente al dictador del poder, cuando regresaron para apoyar la campaña del “no”. El exilio francés marcó la historia de la banda, que quedó dividida en dos facciones (la chilena y la francesa), lo que debilitó la actividad del grupo durante la década de los noventa y acabó en los tribunales por los derechos de uso de la marca Quilapayún. Actualmente, es la rama chilena, liderada por Eduardo Carrasco, el único de los fundadores originales de la banda, la única que puede llamarse así. Durante la larga historia del grupo de la Nueva Canción Chilena han desfilado 25 músicos hasta llegar a los 11 actuales.

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Quilapayún se convirtió en un símbolo con sus composiciones de apoyo a la Unidad Popular de Salvador Allende. Con sus quenas y guitarras, promovieron la llamada canción contingente, que versaba sobre el momento político del momento y servía para criticar o anunciar alguna novedad. “Nosotros estábamos comprometidos con el proceso de Allende y sus medidas de justicia social que, a veces, se transformaban en canciones contingentes”, explican, “el programa de gobierno de la Unidad Popular se transformó en canción: el vaso de leche para los niños, la salud y la educación gratuita. Como lo había hecho Pablo Neruda con Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena para denunciar la trama de los Estados Unidos que pretendía echar al gobierno a Allende”.

“En la memoria de la gente estamos muy presentes. No somos un grupo de moda, es una historia diferente la nuestra: es la música popular e ideológica”, reflexiona Guillermo García, guitarra y voz. Sin embargo, en el ADN de Quilapayún no estaba el de un compromiso político tan explícito, sino que querían “construir una cultura musical nuestra a través de la creación y la herencia artística”; a la par que en el resto de América Latina se daban otros movimientos identitarios como el boom, en la literatura, o el Cinema Novo brasileño, en el audiovisual.

Reconocen que su público acude a sus conciertos movidos por la nostalgia, aunque también ven a muchos jóvenes que crecieron escuchando su música en casa. Después de tantos años, en los que han llevado por todo el mundo la tradición musical chilena, el compromiso sigue intacto: “Ahora hay que resistir contra la deshumanización”, defiende Hugo Lagos.

Cuando en 1977 Quilapayún dio su primer concierto en Madrid, después de haber sido vetado por el franquismo, cantaron su mítico “el pueblo, unido, jamás será vencido” frente a un mar de banderas, octavillas y un ambiente extrañamente cargado entre la emoción del público y las enormes medidas de seguridad dispuestas alrededor del pabellón del Real Madrid. Aquello no sentó nada bien a los supervisores del Gobierno, que esperaban a un “grupo folclórico andino” sin más calificativos. Antes de que empezase la actuación, se presentó en el backstage un delegado gubernativo amenazando con sancionar a los promotores (Los Pelayos) con un millón de pesetas por cada bandera o desorden: “Nos la habéis metido entera, pero a mí no me engañáis. ¡Estos son comunistas!”. Según contó Javier García-Pelayo, uno de los artífices de la treta para llevar al grupo a la capital, el entuerto se saldó con el delegado borracho y bien atiborrado de tapas en el bar de la esquina y sólo un millón de pesetas de multa por el lío general.

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