No bastó con una obra. Tras pasar casi toda su vida adulta en Nueva York, lejos de su casa en Algorta, el dramaturgo Borja Ortiz de Gondra (Bilbao, 1956) regresó a sus raíces con Los Gondra (una historia vasca), una pieza en la que recorría, trepando por el árbol familiar, cien años de historia de Euskadi. La obra se estrenó en enero de 2017 en el Centro Dramático Nacional y le granjeó un Premio Max a la mejor autoría teatral. Pero ahí seguían lo que el autor llama "las voces", pidiéndole que volviera. Y se estrena ahora, en el Teatro Español de Madrid, Los otros Gondra (relato vasco), una rama más de aquel universo que es también, o pretende ser, parte de la memoria de un pueblo.
El escritor vuelve a confiar en Josep Maria Mestres para la dirección, en buena parte del equipo técnico y en dos de las actrices (Sonsoles Benedicto y Cecilia Solaguren) de aquella primera pieza. Vuelve a decantarse por la autoficción, que define como una mezcla de "relatos reales que parten de la vida del autor" con "relatos ficticios que no ocurrieron pero podrían haber ocurrido". Y vuelve a ponerse a sí mismo en escena, representando el personaje del autor —hay otro Borja, el Borja de (auto)ficción que interactúa con otros personajes, encarnado por Jesús Noguero—, igual que aparecen quienes vendrían a ser su madre, su hermano, su prima y su sobrina. Pero los susurros de esas voces tienen que ver con el subtítulo elegido por Gondra: "relato vasco". En esta nueva pieza (él insiste en que no es una "segunda parte") hay una renovada preocupación por cómo se cuenta el conflicto y en el papel de la ficción en la memoria.
Esta preocupación viene justamente de su experiencia con Los Gondra. Así lo explica el autor, hablando de su personaje en la ficción: "Él vuelve con una voluntad sanadora y se encuentra con un pueblo que le dice 'tú has venido aquí a qué". ¿Es legítimo que aborde el conflicto quien ha estado lejos, en una especie de exilio voluntario? ¿Qué derecho tiene un escritor para crear a partir del dolor de los otros? "Eso que hacéis los escritores solo sirve para complicar las cosas. Mira lo de la novela esa que ha sido un exitazo", responde a estas cuestiones, en el texto, su pretendida prima Ainhoa. "Por lo menos ha hecho que se hablara del tema", replica el Borja de la (auto)ficción. "Es que no necesitamos que habléis del tema y os inventéis esas historias llenas de rencor. Porque luego la gente se hace preguntas. (...) Si te hubieras estado callado… Las cosas estaban bien como estaban", insiste ella.
Borja Ortiz de Gondra, dramaturgo, y su alter ego en la ficción, Jesús Noguero, en Los otros Gondra. / SERGIO PARRA (TEATRO ESPAÑOL)
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"Esto no sucedió en mi familia", zanja Ortiz de Gondra, arrojando un "pero podría haber pasado". La historia de Los otros Gondra es la de dos primos enfrentados: una, Ainhoa, forma parte del entorno abertzale, pide al otro, José Manuel, el impuesto revolucionario allá por 1985. (O quizás no fuer exactamente así). Él no accede, pero tampoco quiere irse. (O quizás sí, pero no le dejen marchar). En la obra, hay dos disputas. La primera, por la esencia: quién es un Gondra y quién no, quién tiene derecho a entrar en el panteón familiar y quién queda fuera de él. En ese sentido, es heredera de Los Gondra, aquella primera parte, que asimilaba las rupturas sociales, desde las guerras carlistas, con las rupturas en el seno familiar. Pero hay otra disputa, la del relato: quién cuenta la verdad, quién tiene derecho a buscarla, existe o no un derecho a guardar silencio, existe o no derecho a olvidar. El dramaturgo representa una y otra vez las mismas escenas, con modificaciones. ¿Cuál es la versión real de lo ocurrido? ¿Puede conocerla el escritor? Ortiz de Gondra habla de una "ambigüedad" deliberada. Es imposible saberlo. Quizás todas ocurrieron a la vez, de alguna manera, aunque fuera en el deseo o la imaginación de sus protagonistas.
Y el autor escribe pensando en las nuevas generaciones, encarnadas en Edurne, la niña de origen africano adoptada por Ainhoa, que interpreta la actriz debutante Fenda Drame. Edurne, por el color de su piel, tampoco está llamada al panteón familiar, y su búsqueda de identidad tiene que ver solo parcialmente con las disputas familiares, porque ella anda investigando si en aquella foto de los cuarenta que se ha conservado de mano en mano aparecía lo que ella llama "alguien como yo". Algo hizo click en la cabeza del dramaturgo cuando fue, recientemente, a la romería del 15 de agosto en Algorta y vio que, de los niños que bailaban dantzas vascas mejor de lo que él las bailó jamás, "más de la mitad eran no blancos". "Y pensé: ¿qué peso puede tener para estas personas los 16 apellidos, la sangre, la violencia?", se pregunta el escritor. "Es un futuro esperanzador, porque esta gente podrá dar un paso adelante que nosotros no dimos". Autor y director planean hacer gira con este espectáculo (Los Gondra no salió de Madrid), por lo que la obra quizás pueda encontrarse en directo con esas nuevas generaciones que la motivaron.
Borja Ortiz de Gondra es relativamente optimista: "Esta obra acaba con una posibilidad". Fantasea, en la función, con una historia que empieza de nuevo, al calor de un fuego encendido por todas las palabras no dichas, por todas las disculpas no formuladas o no aceptadas. Pero sabe que su fantasía es solo una parte del cuadro. Habla del "relato poliédrico de la ficción" construido por todos quienes emprenden hoy la tarea de contar lo que sucedió. Habla de Patria, de Fernando Aramburu, que aparece en la obra sin ser citado explícitamente; de El comensal, de Gabriela Ybarra; de Mejor la ausencia, de Edurne Portela; de Martutene, de Ramon Saizarbitoria; de la obra de Kirmen Uribe... Y habría que añadir a Aixa de la Cruz, a Katixa Agirre, a Iban Zaldua, al proyecto teatral La mirada del otro... Unos y otros cuentan solo parte de lo que sucedió. Y, en los días buenos, Ortiz de Gondra se permite pensar que quizás estén creando el "mundo nuevo" que anuncia Los otros Gondra.
No bastó con una obra. Tras pasar casi toda su vida adulta en Nueva York, lejos de su casa en Algorta, el dramaturgo Borja Ortiz de Gondra (Bilbao, 1956) regresó a sus raíces con Los Gondra (una historia vasca), una pieza en la que recorría, trepando por el árbol familiar, cien años de historia de Euskadi. La obra se estrenó en enero de 2017 en el Centro Dramático Nacional y le granjeó un Premio Max a la mejor autoría teatral. Pero ahí seguían lo que el autor llama "las voces", pidiéndole que volviera. Y se estrena ahora, en el Teatro Español de Madrid, Los otros Gondra (relato vasco), una rama más de aquel universo que es también, o pretende ser, parte de la memoria de un pueblo.