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La segunda vida de Eduardo Halfon

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El mito del judío errante narra la condena que Dios le impuso a un judío después de que éste le negase agua a un sediento Jesús durante su camino a la crucifixión. Desde entonces, el judío habría estado condenado a vagar por el mundo hasta que (hipotéticamente) Jesucristo regresase a la Tierra. El escritor Eduardo Halfon padece en su literatura, aunque también en su propia vida, de aquella sentencia divina. Nació en Ciudad de Guatemala en 1971, pasó su adolescencia en EE UU, está casado con una guatemalteca de origen riojano y vive desde hace años en Nebraska. A la par, y por si no fueran suficientes peripecias vitales, Halfon se ha dedicado en sus últimos años a escribir un proyecto a medio camino entre la autoficción y la autoayuda, donde ha aprovechado para reconstruir la vida de su abuelo polaco, recluido durante años en el campo de concentración de Auschswitz.

Halfon dice muy serio que es muchos Eduardos y que se comporta de diferente manera según la ocasión. Y aunque suene un poco bipolar o desasosegante para la entrevistadora, es totalmente cierto. El día que recibe a infoLibre, durante su paso por Madrid hacia el Hay Festival de Segovia, Eduardo Halfon es y actúa como un escritor guatemalteco que lleva unas gafas redondas de fina montura metalizada (según la moda vintage), viste como si fuese a jugar a una bolera gringa (camisa ancha con la raya marcada en las mangas), y habla con un acento mitad centroamericano, mitad estadounidense.

Una vez establecido esto, que no es baladí para entender al personaje y el relato que salga de la entrevista, empieza a contar qué es Signor Hoffman (Libros del Asteroide), el tercer volumen de su proyecto literario que comenzó con El boxeador polaco (Pre-Textos) en 2008. En esta ocasión, como ya había hecho en las dos novelas precedentes, Halfon agrupa varios viajes que son, además, parte de un viaje mucho mayor: el que le lleva a intentar encontrar y definir su identidad. Esta sería, pues, la parte de autoayuda de su literatura, aunque él prefiera no llamarla así.

Un poco de humor para aliviar la tensión

Signor Hoffman comienza en Calabria, en el sur de Italia, donde el Eduardo Halfon literario acude como invitado a un acto conmemorativo a las víctimas de un campo de concentración construido allí durante la Segunda Guerra Mundial. Halfon llega en calidad de descendiente de judíos, familiar de víctimas de la barbarie de Auschwitz, autor de obras relacionadas (de manera tangencial) con el Holocausto… pero lo que en principio parecería un solemne acontecimiento, acaba convirtiéndose en un absurdo. Nada más llegar, le cuentan que los barracones que ve son una reconstrucción. En realidad, todo el campo lo es. El auténtico había sido demolido para hacer una autovía.

Y la deriva tragicómica acompaña, a partir de entonces, a todo el relato. “El humor está en todos mis libros, aunque no lo busco. Suelo recurrir a él en los momentos menos apropiados”, asegura el escritor. Tras Italia, ese Halfon, o quizás otro diferente al que emprendió la primera aventura, visita Guatemala y la frontera con Belice, el Harlem neoyorquino y la localidad de Lodz, en Polonia, donde su abuelo fue capturado por la Gestapo en septiembre de 1939. Allí los nazis establecieron uno de los guetos más brutales, ya que de los 200.000 judíos que fueron confinados en la zona, apenas sobrevivieron 10.000 personas.

Halfon parece una especie de Ulises contemporáneo donde lo que importa no es el propósito del viaje, sino lo que acontece mientras tanto. “Me lo han dicho varias veces, ya que mi libro está lleno de Penélopes: mujeres siempre fuertes, independientes, que me guían en el camino”, explica. De todas formas, deja claro que este afán por rebuscar en la vida de sus antepasados no es por amor o nostalgia. “Yo, o mi yo narrador, está buscando algo más. No sé exactamente qué es y tiene que ver más conmigo mismo que con mi abuelo”, añade. ¿Resuelve con sus libros, entonces, alguno de sus problemas existenciales? “Qué va —responde categórico— te vas poniendo peor. No llega a solucionar nada, esto no es autoayuda. Visito rincones muy oscuros y muy poco frecuentados”. Y añade sentirse “desubicado” en todos los sitios a los que supuestamente debe pertenecer: es latino en Estados Unidos y gringo cuando vuelve a Guatemala. 

Hay un pasaje de su viaje (literario) a Guatemala donde Halfon ejemplifica esa sensación de ser muchos, y en el fondo no ser nada. Mientras negocia con un militar su entrada en Belice (la región se independizó de Guatemala en 1981), tiene que recurrir a su pasaporte español ya que el guatemalteco estaba caducado. “Es que soy muchos, le dije con algo de sátira. Pero hoy, soy dos”, escribe. Ese Halfon que espera en la garita de la frontera con un pasaporte en cada mano, hace el viaje en calidad de escritor, pero prefiere apuntar en la hoja de entrada que es ingeniero. “Es mucho más recomendable y sensato”, dice, para no levantar suspicacias. En la vida real, Halfon era un ingeniero que cuando volvió del exilio estadounidense en 1993, tras 12 años viviendo entre Florida y Carolina del Norte, empezó a estudiar Filosofía y Letras para aliviar cierta sensación de frustración. Según pasaban los meses, Halfon se convirtió en un lector voraz, un experto literato que acabó dejando su trabajo de ingeniero para dedicarse a leer y escribir. Y en 2003 aparecía su primera novela, Esto no es una pipa, Saturno.

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Del judío errante al judío camaleón

Todavía a vueltas con la identidad al final de la entrevista, Halfon recuerda unas palabras del filósofo Ludwig Wittgenstein que calificaba a los judíos como camaleónicos ya que “se adaptan al lugar donde están”. Aunque pueda compararse su historia vital con el mito del judío errante, asegura que empezó a interesarse por la religión desde que empezó a escribir. “Es tan difícil entrar como salir de la comunidad judía”, afirma sobre la endogámica y pequeña comunidad que vive en Guatemala. Además de la condena bíblica, hay otra terrenal que acompaña a los escritores guatemaltecos. Los conflictos del país forzaron al exilio a la mayoría de las grandes plumas del siglo XX. Como recuerda el propio Halfon en un artículo en la revista Electric Literature: el premio Nobel de Literatura Miguel Ángel Asturias vivió, escribió y murió en París; el poeta Luis Cardoza y Aragón lo hizo en México durante los años treinta; el cuentista Augusto Monterroso, después de ser detenido por las fuerzas militares del dictador Jorge Ubico, dejó el país en 1944 para vivir en Chile y México durante el resto de su vida.

Mientras espera a que alguno de sus viajes le redima la pena de buscar una identidad en sus historias, Halfon se ve un poco como Woody Allen en Zelig, un falso documental en el que Leonard Zelig, interpretado por el director neoyorquino, empieza a mentir y a transformarse físicamente para no sentirse excluido. El escritor termina la entrevista agradeciendo no sentir todavía los estragos del jet lag, tras volar desde Nueva York, donde durante un semestre ha estado dando clases de escritura creativa. Otro viaje más, pensará, otro destino más.

El mito del judío errante narra la condena que Dios le impuso a un judío después de que éste le negase agua a un sediento Jesús durante su camino a la crucifixión. Desde entonces, el judío habría estado condenado a vagar por el mundo hasta que (hipotéticamente) Jesucristo regresase a la Tierra. El escritor Eduardo Halfon padece en su literatura, aunque también en su propia vida, de aquella sentencia divina. Nació en Ciudad de Guatemala en 1971, pasó su adolescencia en EE UU, está casado con una guatemalteca de origen riojano y vive desde hace años en Nebraska. A la par, y por si no fueran suficientes peripecias vitales, Halfon se ha dedicado en sus últimos años a escribir un proyecto a medio camino entre la autoficción y la autoayuda, donde ha aprovechado para reconstruir la vida de su abuelo polaco, recluido durante años en el campo de concentración de Auschswitz.

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