Cine
¿Y si no todos los cinéfilos huelen a tabaco y alcohol?
En las últimas páginas de Contra la cinefilia. Historia de un romance exagerado (Clave Intelectual, 2020), Vicente Monroy recuerda un pase frustrado que supuso un momento de catarsis, el empujón definitivo para su salida de la cinefilia. Durante un verano en el que residía en Nueva Jersey, acudió a un multisalas para ver con unos amigos El caballero oscuro: La leyenda renace (Chistopher Nolan, 2012). Tras un recorrido por la actitud de unos irrespetuosos asistentes a la sesión, cuenta cómo de repente la película se cortó y las luces de la sala se encendieron. Poco antes, un hombre había asesinado a 12 personas y herido a 60 en una proyección de la misma película en Colorado. “Nunca he sentido con tanta claridad la distancia que se abre entre el cine y la realidad. La misma distancia que jugué a confundir tantas veces”, escribe.
El libro de Monroy ha situado en el foco del debate una discusión apasionante sobre la forma en la que el espectador se relaciona con las películas y las incorpora o no a su vida. Pero ¿realmente la cinefilia implica per se una incapacidad para discernir entre realidad y cine? ¿La única posibilidad de vivir el cine de una forma más sana, transversal o incluso distante es dejar atrás la cinefilia? ¿Solo existe un único (estereo) tipo de cinéfilo, el dandi de puro y copa? Para intentar responder a estas preguntas hemos hablado con cuatro personas vinculadas al mundo del cine de distintas maneras. Las cuatro se enfrentan a las películas desde posiciones profesionales, geográficas, intelectuales y hasta vitales completamente particulares. Pero las cuatro tienen una cosa en común: sonríen al preguntarles si se consideran cinéfilos.
¿Una ventana cerrada al mundo?
Xan Gómez Viñas fue socio fundador del Cineclube de Compostela, al que estuvo vinculado entre 2001 y 2012. Tras desarrollar una trayectoria académica siempre vinculada al cine y codirigir junto a Pablo Cayuela la película Fóra (2012), se incorporó al espacio cultural-cooperativo NUMAX como socio trabajador y responsable de comunicación.
Responde “sí” a la capciosa pregunta sobre su categorización como cinéfilo, aunque rápidamente matiza que no es un término con el que se sienta a gusto: “Me suena a algo un poco endogámico, muy cerrado”. Reconoce que el cine siempre ha sido un pilar fundamental en su vida, ahora también en lo laboral, pero intenta que el cine sea “una ventana al mundo y no algo encerrado en sí mismo”. Frente a dar vueltas sobre películas, autores o listas (aunque reconoce que ha hecho alguna y las consulta porque “pulsan la opinión de gente en la que confías y sirven como una vía de conocimiento”), propone que el cine se relacione con la sociedad y sea algo abierto: “No me interesa mucho dar vueltas y vueltas sobre el cine como simple forma o simple expresión artística”.
El espacio cultural Numax, en Santiago de Compostela, acoge una sala de cine y una librería | Páxinas Galegas
Sobre su etapa en el Cineclube, comenta que fue una iniciativa desarrollada por un grupo de estudiantes (“un grupo de amigos”, corrige) de la facultad compostelana de periodismo. El objetivo era llegar a ciertas obras que no eran accesibles en una época anterior a la de Internet como espacio para compartir masivamente archivos. “Cada uno tenía su propia trayectoria, en mi caso tuve una formación doméstica sobre todo de cine clásico bastante importante”, explica. “Bueno formación, básicamente que veía pelis”, matiza con humor segundos después.
La cinefilia “inevitable”: criarse en el cine y dedicarse a él
Isabel Vázquez es guionista, periodista, presentadora y alguien que considera que en su caso la cinefilia “era algo inevitable”. Aunque su relación con el cine está muy alejada de la de Gómez Viñas, tiene un origen común. “He crecido en una casa en la que se veía muchísimo cine, sobre todo mucho cine clásico”. Hija de un padre cinéfilo, explica que nunca ha racionalizado su propia cinefilia: “No es una decisión consciente, es como una situación natural dentro del espacio en el que me he criado”.
Estos dos primeros cinéfilos comparten su vinculación profesional con el cine, por mucho que sea desde posiciones distantes. Para Isabel Vázquez poder vivir de esto ha sido “un lujo que se ha dado con el tiempo”, pero reconoce que es parte de una generación “sujeta a las necesidades laborales del momento, con lo cual ha sido una situación muy precaria desde que empecé a trabajar”. “A partir de diferentes vaivenes y unas cuentas crisis he terminado pudiendo dedicarme a opinar y a crear alrededor del cine y la ficción en general”, señala, para añadir que lo considera el resultado de “una suerte, más que de un empeño”.
Ahora bien, ¿cómo se transforma la cinefilia cuando la vida pasa a depender económicamente del cine? ¿se vuelve más inalcanzable si cabe la separación entre la realidad y el espejismo de la sala que pronosticaba Monroy? Gómez Viñas lo considera un tema complicado. Respecto a su faceta de programador, cree que en primer lugar se debe tener en cuenta que “llevar una sala de cine no consiste en poner las películas que te gustan, sino analizar el tamaño de la ciudad, por ejemplo Santiago, y confeccionar una programación porosa, con una idea de servicio colectivo en la que hay películas que deben llegar a esta ciudad independientemente de tu criterio personal”.
Intentan combinar esta vertiente más industrial o de actualidad con “apuestas personales”, a través de la recuperación de títulos de patrimonio o determinadas líneas de autor “que se salen de lo que hacen otros cines”. Pone como ejemplo el reciente foco de NUMAX dedicado al cineasta estadounidense William A. Wellman para acabar diciendo, no sin cierta resignación, que “no es un cineclub, es otra cosa”.
Cinefilia sin pasión, pero con humor
De este tipo de tensiones laboral-artísticas se libra David Martínez de la Haza, conocido en Twitter como @ohlacumbia. Radiólogo de profesión (por lo que su trabajo tampoco ha sido precisamente un camino de rosas estos últimos meses), este barcelonés amante de los juegos de palabras ramplones desmenuza en su cuenta todo lo relacionado con cine, música y cultura pop en general a través de un humor ingenioso y currado, a veces faltón pero no mucho. Sobre relacionarse con el cine a través de la ironía, la comedia y el meme, entiende que haya quien vea en esto un punto cínico, pero responde con franqueza: “Tengo 43 años, estoy un poco de vuelta en la vida y perdí la pasión por casi todo hace mucho tiempo”. Comprende que a ciertas personas con aspiraciones profesionales en el mundillo le molesten actitudes más frívolas hacia el cine, pero piensa que al menos a título personal “es bastante sano”.
Aunque Martínez de la Haza ha acudido a festivales acreditado como prensa y ha escrito sobre cine en distintos medios, tiene una vida al margen. Cree que por ello su relación con el cine es más precaria ya que “lo ves desde una barrera de precariedad formativa”, pero también menos tóxica porque “estás lejos de ciertas batallas que ves como ajenas, se publican ciertos libros o ciertos comentarios y los ves más alejado, casi que por los loles”.
Pese a ello, y aunque duda, se considera un cinéfilo “en el sentido estricto” de la palabra: “vivo la cinefilia de forma distinta a como la vive mucha gente con la que tengo contacto, no sé si más sana, pero posiblemente sí”. En este sentido, Isabel Vázquez reconoce que “es muy difícil separar el trabajo del ocio”, una complicación magnificada por su condición de trabajadora autónoma. No en vano, nuestra conversación actúa de impase en su escritura del capítulo de una serie. “Hoy estoy con esto, pero mañana podría estar en La Cultureta hablando de otras series y de otras películas, o escribiendo una columna para Fotogramas, o participando en un festival presentando a otros creadores. Al ser freelance en mi generación nos vemos obligados a tener muchas actividades distintas porque nunca sabes cuándo van a dejar de llamarte”, lamenta.
Sospechar de la cinefilia desde la cinefilia
Otra cara de la filtración de la cinefilia en los recovecos de la vida es la de las redes sociales, con Twitter o Letterboxd a la cabeza. Karina Solórzano, crítica mexicana integrante del espacio de reflexión cinematográfica feminista La rabia, opina que esta exposición es complicada en la medida en que fomenta un cierto apego a la cartelera, la actualidad y las discusiones del momento. “Además yo empecé escribiendo en Chile, luego en México y ahora también un poco en Argentina, con lo que me daba cuenta de que eran discusiones focalizadas en cada región”, señala. El desplazamiento (o al menos cuestionamiento) de ese lugar primordial que ocupaban los estrenos que ha provocado la pandemia le hizo preguntarse si realmente quería participar de esas dinámicas y descubrió que no.
No obstante, Solórzano es, junto a Isabel Vázquez, quien abraza más tajantemente su condición de cinéfila. “Me considero más cinéfila que crítica de cine”, afirma. Es también la única de las cuatro personas consultadas que ha leído el libro de Vicente Monroy, en el que observa “ideas interesantes”, pero también “una argumentación a la que le faltan varias cosas”. Quizá porque ella es una cinéfila reconocida que no se ajusta al prototipo que dibuja el libro.
Portada de 'Contra la cinefilia. Historia de un romance exagerado', diseñada por Julio César Pérez | Clave Intelectual
Su relato de origen es similar al de Gómez Viñas o Vázquez, aunque en este caso era su madre quien veía muchas películas y la introdujo en el cine. Solórzano es perfectamente consciente de que “la cinefilia de hoy no es inocente, los modos de ver están condicionados por un montón de cosas”. Darse cuenta de ello junto a otras compañeras, en colectivos como La rabia o Las veredas, le hizo transformar su idea de cinefilia, desde una concepción que la entendida únicamente como una mirada iconoclasta al cine clásico, hacia otros postulados.
Es por ello que, abordando directamente Contra la cinefilia, Solórzano se pregunta “¿de qué cinefilia estamos hablando?”. Desde su punto de vista, Monroy “pasa de lado que hay tipos distintos de cinefilia y la que él está comentando es solo un tipo de ellas: la europea, la que se conformó con el cine francés”. Solórzano pone como ejemplo al crítico brasileño Victor Guimarães, del que reivindica sus análisis de la cinefilia enfocada al tercer cine. La escritora reivindica construir nuevas formas de cinefilia que exploren caminos alternativos a lo que llama “contracinefilia europea”, basada en la oposición.
Cowboys y Paddingtons
Lo cierto es que el estereotipo del cinéfilo es un tema que despierta opiniones dispares entre los entrevistados. Por acotar, estamos hablando de un imaginario que remite directamente a los integrantes del programa radiofónico Cowboys de medianoche: Luis Herrero, Luis Alberto de Cuenca, Eduardo Torres-Dulce y por supuesto José Luis Garci. Isabel Vázquez, reconocida oyente y amante del programa, cree sin embargo que “hoy en día la cinefilia es tan diversa como la propia sociedad”. Su interés por el programa viene porque dice sentirse “reflejada” en la cinefilia que representan, ya que reconoce tener “unos gustos bastante viejunos”. “Coincido con gran parte de su mitología al mismo tiempo que me siento próxima a ciertos gustos de gente más joven”, afirma. Cree que la idea del cinéfilo o el crítico como un señor con pipa estilo Garci “es un cliché un poco antiguo”, aunque incide en la “absoluta pleitesía” que rinde a los cowboys.
David Martínez de la Haza observa cierto sustento histórico en el cinéfilo agarcilado, “una mezcla de academia y café, copa y puro”. Pero opina que es una figura cada vez “más nicho”. “Las redes sociales han permitido la aparición de una cinefilia muy distinta, con una forma muy diferente de ver las cosas y de asumir el cine”, argumenta. Reivindica como “en Twitter de repente puede formarse una corriente que recupera una comedia adolescente de 2002, y todo el mundo la sigue y la comenta. Eso es también una forma de cinefilia que creo que está superbien y aporta mucho, al menos a mí personalmente”. En su opinión hay muchas formas de vivir la cinefilia y “todas son razonables”, incluso un “pollaviejismo cinéfilo que tanto se quiere denostar a veces y con el que tampoco hay que cebarse”.
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Un perfecto conocedor de las dinámicas twitteras, Martínez de la Haza, admite sin embargo que las cinefilias parecen a verse repelerse entre sí. Hay ciertas cuentas vinculadas únicamente al experimental, otras al periodismo cinematográfico puramente industrial (en el caso español amparado en los Feroz), otras amantes del cine de autor siempre y cuando sea festivalero, están los nostálgicos del pasado (que suelen confundirse con los enamorados del análisis semiótico a través del dibujo de líneas en los fotogramas) o los que sin dejar de sospechar de la industria reivindica lo pop (este grupo vivió su día de gloria cuando Paddington 2 superó a Ciudadano Kane como la película mejor valorada en Rotten Tomatoes). Los compartimentos no son estancos, por fortuna, y muchas personas transitan entre unas cinefilias y otras entendiendo que un cine no debe hacer renunciar a otro.
Gómez Viñas, por el contrario, cree que la figura del crítico gruñón y machirulo no anda muy desencaminada de la realidad, “sobre todo en cuanto a género y edad”. En cualquier caso, no le interesa aportar una descripción fehaciente del cinéfilo, si es que fuese posible, aunque reconoce que “como a todo hay que darle nombre”. Su desapego con esa concepción del cine se produjo en paralelo a ciertos cambios en la forma de enfocar el Cineclube: “Pasamos a ubicarnos en un centro social, aunque tuviésemos que sustituir el celuloide por un proyector digital, porque decidimos que primara cómo se relacionaba el cine con una serie de pensamientos y reflexiones más políticas, la idea del arte como elemento de transformación”.
Karina Solórzano reivindica la cinefilia, por poco inocente o por culpable que sea, como herramienta para lograr justamente dicha transformación: “en Argentina, por ejemplo, las discusiones sobre cine son muy interesantes, sobre todo porque están en la escena pública. La discusión empieza en un festival, o en un pequeño sitio de Internet, y atraviesa muchos lugares distintos”. La(s) cinefilia(s), esa misma (o una distinta) que a Monroy le hizo confundir tantas veces la distancia entre el cine y la realidad, sirve a veces para recorrer y acortar distancias completamente reales.