"Su obra es una de las más ambiciosas del panorama actual de las letras", ha escrito en su fallo el jurado del Premio Princesa de Asturias de las Letras, concedido este miércoles a Siri Hustvedt (Northfield, Minesota, Estados Unidos, 1955). "Incide en algunos de los aspectos que dibujan un presente convulso y desconcertante, desde una perspectiva de raíz feminista". Esa palabra, feminista, no había sido utilizada ni para valorar el premio a la escritora (feminista) Margaret Atwood en 2008, ni para valorar el galardón de Ciencias Sociales condedido a la historiadora (feminista) Mary Beard en 2016, por poner solo dos ejemplos. Esta decisión permite varias lecturas, y sin duda tiene que ver con que el camino recorrido por el movimiento feminista entre 2008 y 2019, e incluso entre 2016 y 2019, ha sido fértil.
Pero no únicamente. El jurado reconoce así que esa palabra, feminista, y lo que lleva consigo, no es una categoría secundaria, adosada a la persona pública de la autora más que a su persona literaria, sino que califica directamente su yo creativo. Hustvedt, definida también por el jurado como "una intelectual preocupada por las cuestiones fundamentales de la ética contemporánea", responde efectivamente a los cánones del intelectual clásico: escribe habitualmente en la prensa, en medios como el New York Times, y ha labrado con igual cuidado su carrera como novelista que como ensayista. Es evidente que la perspectiva feminista se encuentra en títulos de no ficción como La mujer temblorosa, Vivir, pensar, mirar y La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres. Pero no es menos evidente que esa misma perspectiva está presente en su ficción, desde Todo cuanto amé a Recuerdos del futuro, su último libro, estrenado este mismo año, pasando por El verano sin hombres.
Si el jurado destaca la ambición de su obra, habría que añadir que esta es además una obra en ascenso. Sin duda, la escritora de origen noruego ocupa una posición de honor en el mundo literario anglófono, una posición que por otra parte le ha costado cierto esfuerzo conquistar —las razones, o las razones parciales, un poco más abajo—, y es cierto que su obra ha sido traducida a más de 30 idiomas, como también señala el fallo. Pero la difusión de su producción está lejos de haber tocado techo —lo mismo ocurría, en realidad, con Atwood y Beard, al menos en el caso español—: no hay más que mirar la historia editorial de sus obras en nuestro país.
El primer sello que le prestó atención en nuestro país fue Circe, que tradujo Los ojos vendados, debut de la autora, apenas dos años después de su publicación original en 1992. El salto a Anagrama llegó en 2004 con Todo cuanto amé, que Circe había lanzado ya un año antes. Seix Barral, sello de la multinacional Planeta, se quedaría con los derechos de La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres en 2017, y desde entonces ha reeditado también Los ojos vendados y Todo cuanto amé, además de publicar su último título, Recuerdos del futuro. De esta forma, en 15 años Hustvedt ha pasado de una editorial minoritaria a uno de los sellos más prestigiosos de la literatura en castellano para dar finalmente el salto a un gigante editorial. Anagrama y Seix Barral, por cierto, se reparten aún los derechos de sus títulos.
El cambio de editorial coincidió con el de su marido, el también novelista Paul Auster, que le precedió en el Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2006. Están juntos desde 1981, y no es difícil imaginar el peso que habrá tenido sobre la carrera de la escritora el nombre de su pareja. Baste decir que la primera pregunta en la rueda de prensa otorgada el miércoles por la escritora en el Instituto Cervantes de Londres, donde se encontraba, inquiría sobre la reacción de Auster ante el premio de ella. Pero la propia escritora cuenta dos anécdotas que pueden servir para medirlo. Una tiene que ver con su primer libro: un periodista alemán osó decirle que sabía que lo había escrito Auster, y no ella. Otra tiene que ver con El verano sin hombres, publicada casi 20 años después. La trama de la novela: un hombre abandona a su mujer, de 55 años, por una compañera de trabajo mucho más joven. Tras la salida del libro, un amigo —"un amigo escritor" contaba la novelista, con sorpresa, a la periodista Hadley Freeman— la había llamado inmediatamente: "¿Va algo mal entre tú y Paul?".
Ese peso se puede rastrear también en sus carreras creativas, las de ambos. Si la gloria literaria empezó para Paul Auster poco después de su primera novela (completó su famosa Trilogía de Nueva York en 1987, a los 40 años, y ganó el PEN/Faulkner en 1991), la de Hustvedt le ha llegado lentamente, a partir de Todo lo que amé, publicada a sus 48 años. El nacimiento en 1987 de la hija de ambos, la actriz y cantante Sophie Auster, se ve en la bibliografía de ella —no publicó hasta 1992 y hubo un espacio de siete años entre su segunda y tercera novela—, pero no en la de él —publicó una novela en 1987, otra en 1989, otra en 1990...—. "Desde que mi hija ha crecido", ha dicho la autora, "he tenido no solo más horas en el día sino más espacio emocional. Pero ser madre es complicado porque no es solo la cultura paternal poniéndote exigencias, son esas exigencias y expectativas internas que las mujeres tienen y que son autogeneradas".
"Se asume que mucho de lo que escribo es sobre mi vida, y eso simplemente no es verdad", se quejaba en esta entrevista para el diario británico The Guardian. "Me he preguntado si hay una especie de estereotipo de género, porque algunos académicos han asegurado que los libros verdaderamente autobiográficos de Paul —La invención de la soledad, A salto de mata— son inventados". A Hustvedt le persigue el fantasma de la autobiografía, aunque asegure que su libro más apegado a la realidad, La mujer temblorosa o la historia de mis nervios, es "un 10%" ella misma y "un 90% aproximaciones disciplinares a un problema diagnóstico". "¿El hombre es tan inteligente que todo es una especie de construcción derridiana y todo lo que una mujer escribe es confesional?", se preguntaba.
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Seguramente sea imposible determinar cuánto de la escritura de Hustvedt proviene de su propia experiencia vital y cuánto de su invención, como ocurre con la de cualquier otro narrador. Pero es cierto que para ver en su literatura una influencia primordial de la autobiografía hay que esforzarse mucho. Definida a menudo como una novelista "de ideas", su imaginario está densamente poblado por sus estudios autodidactas. Aunque se doctoró en Literatura Inglesa, es palpable la influencia en sus textos del psicoanálisis, con su conocimiento exhaustivo de autores como Freud o Lacan, así como de las neurociencias, que ha estudiado hasta el punto de publicar en revistas científicas de esta disciplina. Todo ello transpira en sus disquisiciones sobre la identidad y los límites de la construcción del yo, sobre la imposibilidad de una memoria fiel, sobre la naturaleza del conocimiento. Y eso reconoce el fallo del jurado cuando alaba su contribución al "diálogo interdisciplinar entre las humanidades y las ciencias".
El Premio Princesa de Asturias no llega a una escritora cuya obra esté ya cerrada, o en un periodo de reposada madurez. "Siento tanta urgencia", confesaba en una nueva entrevista con el diario The Guardian el pasado marzo. Entre sus proyectos está una nueva novela, pero también un libro filosófico y otra recopilación de ensayos. "Escribo como una maníaca", decía. Sus lectores, también los que lleguen a ella a través del Princesa de Asturias, lo celebrarán.
"Su obra es una de las más ambiciosas del panorama actual de las letras", ha escrito en su fallo el jurado del Premio Princesa de Asturias de las Letras, concedido este miércoles a Siri Hustvedt (Northfield, Minesota, Estados Unidos, 1955). "Incide en algunos de los aspectos que dibujan un presente convulso y desconcertante, desde una perspectiva de raíz feminista". Esa palabra, feminista, no había sido utilizada ni para valorar el premio a la escritora (feminista) Margaret Atwood en 2008, ni para valorar el galardón de Ciencias Sociales condedido a la historiadora (feminista) Mary Beard en 2016, por poner solo dos ejemplos. Esta decisión permite varias lecturas, y sin duda tiene que ver con que el camino recorrido por el movimiento feminista entre 2008 y 2019, e incluso entre 2016 y 2019, ha sido fértil.