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¿Sueñan los editores con el fracaso del eBook?

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Cuando se publiquen estas líneas, Sant Jordi habrá vuelto a obrar milagros editoriales, y el Día del Libro habrá sido propicio para las gentes del sector. Un paréntesis, pero qué paréntesis: sin él, más de uno se iría a pique.

Pero las ventas, con ser lo mollar, no son lo único importante. Lo característico de la fecha es que quien compra un libro suele quererlo autentificado por el autor, un ansia que juega a favor de los escritores famosos. Tanta es la presión que, un año más, hasta los libros electrónicos han sucumbido al fetichismo de la rúbrica. Los usuarios que el 23 de abril (y las jornadas previas) compraron en Amazon, recibieron en su dispositivo la dedicatoria y la firma del autor del libro. Bien es cierto que no siempre, porque los que participan en la iniciativa eran unos treinta, entre ellos Almudena Grandes, Julia Navarro, Mario Vargas Llosa o Víctor del Árbol.

Desde luego, no le resulta fácil al eBook competir en estos días de libros, papel y rosas. Pero, ¿y el resto del año?

El estancamiento... o no tanto

De un tiempo a esta parte, son muchos los profesionales y augures que vocean (algunos, con indisimulada satisfacción) las dificultades del libro electrónico. Lo hacen utilizando, y eso es lo más extraño, una fórmula que ha hecho fortuna: «se ha estancado».

«El libro electrónico tiene un desarrollo rápido, pero se ha estancado», declaró Manuel Pimentel, editor de Almuzara, hablando de la situación en España. «En EEUU y Gran Bretaña el libro electrónico se ha estancado en un 30% y mucha gente prefiere el libro físico», aseguró, como quien hace eco, la escritora estadounidense Alex Christie, curiosamente autora de una novela titulada El discípulo de Gutenberg.

En la misma línea, en diciembre de 2015, el Gremi d'Editors de Catalunya dio cuenta de una ligerísima mejoría del sector, en el que precisamente la nota discordante la ponía el libro electrónico, estancado (¡otra vez!) en torno al 5%. «La preferencia del libro en papel en nuestro entorno muestra también un síntoma de agotamiento del digital», dijo Patrici Tixis, presidente del gremio catalán.

Sin embargo, Eva Güell, Responsable del Área Digital (División Editorial de Librerías) del Grupo Planeta (en el que, y no es por meter cizaña, se desempeña el citado Tixis), no tiene «una percepción tan clara» de ese estancamiento.

«El libro digital tradicional en español crece cada año con doble dígito en todos los países de habla hispana», asegura Güell. De hecho, en su grupo tienen un catálogo de eBooks que consta ya de más de 12.000 referencias, y el formato les permite sumar nuevos lectores en todo el mundo a través de canales de venta tales como las bibliotecas públicas (en España a través del proyecto eBiblio del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, la plataforma eLiburutegia del País Vasco, y otras bibliotecas, pero también en Estados Unidos y otros países anglosajones, y en Latinoamérica), y «con proyectos de lectura por suscripción como Nubico, además de en los habituales canales de venta».

Más datos para el optimismo digital 

En su informe sobre 2014, presentado en junio de 2015, la Federación del Gremio de Editores constató que por primera vez en la historia de la edición, la facturación en España del libro de bolsillo había sido superada por la del libro digital, y el pasado mes de marzo la misma organización comunicó que durante 2015 se mantuvo «el porcentaje de los títulos editados en formatos digitales en el 26% del total de la producción editorial».

También supimos que según el Informe de la Sociedad de la Información en España, editado por la Fundación Telefónica, uno de cada tres lectores prefiere el libro electrónico al de papel. Y la consultora Mintel averiguó que los lectores de libros electrónicos leen más, entre otras cosas, porque los eBooks son más baratos.

Leído todo lo cual, ¿no tienen la sensación de que algo no encaja?

Consuélense (o no, son ustedes muy libres) sabiendo que no es el nuestro el único país en el que las explicaciones no parecen contarlo todo.

Hace unos meses, Mathew Ingram publicó en la revista Fortune un artículo titulado «Las ventas de eBooks no están cayendo, a pesar de lo que dicen los editores» donde sostenía que los estudios que certificaban el frenazo del eBook eran parciales, no contaban toda la historia. De entrada porque las cifras en las que se basan recogen datos de una única fuente, la Association of American Publishers (APP), es decir, que transmite lo que le cuentan sus miembros, que son muchos y poderosos, pero no contempla lo que ocurre fuera de sus dominios.

De ahí, explicaba Ingram, que sea legítimo preguntarse si se estaban frenando las ventas de eBooks en general o sólo las de los publicados por los editores de la AAP, cuya parte del mercado se ha reducido considerablemente gracias (es una manera de hablar) a los progresos de Amazon.

¿Entonces?

«Es cierto que estamos viendo un descenso de las ventas de contenidos digitales —admite Celaya socio-fundador de Dosdoce—, pero exclusivamente aquellas que son representadas por el sector editorial».

Y pone un ejemplo, relacionado con el porcentaje, 5%, mencionado por Tixis: «Si atiendes y sumas todas las partes, lo que supuestamente venden los editores, lo que supuestamente se vende de autoedición, estamos entre un 12 y un 15% del total de las ventas. Cuando hace cuatro años era un 1%. Si en cuatro años hemos pasado de un 1 a entre un 12 y un 15… yo lo veo muy claro».

El mundo editorial ya no es el mundo editorial

Hablo con Celaya cuando da los últimos toques a su ponencia «10 tendencias que afectarán al sector editorial» para el encuentro 2016 Cultures. En ella, Celaya explica que hay dos motivos que explican esa «migración» de los lectores.

El primero es que los libros electrónicos producidos por los editores se han encarecido como consecuencia del acuerdo alcanzado a finales del año pasado entre Amazon y las grandes editoriales, en virtud del cual «Amazon acepta tu precio pero quiere un mayor descuento. La media que tenía Amazon hasta la fecha era de un 30-35%, y ese descuento se ha incrementado hasta un 40, 45 y en algunos casos, sorprendentemente, hasta el 50. Y el editor, en vez de asumirlo, lo ha trasladado al precio de venta al público».

Es decir: el resultado del acuerdo es «una distorsión de mercado, la versión digital es más cara que la versión de papel. Algo que no tiene ningún sentido, porque todos sabemos que el papel tiene unos costes de producción, de distribución, que no tiene el digital».

Eva Güell echa otras cuentas. «Los costes de edición de un libro en papel y en digital son muy similares —sostiene—, ya que la retribución al autor y el trabajo de filtrar manuscritos, corregirlos, editarlos y desarrollar las campañas de comunicación y promoción de los mismos suponen el 90% de los costes. El ahorro de la edición digital es muy pequeño y se aplica íntegramente al determinar el PVP del eBook».

La huida

En opinión de Celaya, lo que se ha conseguido es que el lector se esté yendo a contenidos con precios más competitivos, los libros autoeditados. Algo que no sucedería si toda la autoedición fuera basura. Pero no, hay (y este es, según el experto, el segundo factor) abundancia de contenidos de altísima calidad… eso, por no hablar de la calidad perfectamente discutible de algunos textos que llegan con el sello de editoriales señeras.

Sin embargo, Güell mantiene sus discrepancias.

«Gabriel Zaid ya nos advirtió de que íbamos hacia un mundo con más autores que lectores —reflexiona—. Como los datos sobre autoedición son tan opacos, no sabemos exactamente si crecen tanto más en lectores o en catálogo. En todo caso, no creemos que sea una cuestión de precio cuando observamos que el precio medio de los eBooks ha bajado gradualmente desde 2010, en la actualidad se sitúa por debajo de los 7€ y, en el caso de Planeta, más del 60% del catálogo se encuentra por debajo de los 9€. Tenemos sellos exclusivamente digitales con precios en los rangos inferiores, y en aquellos títulos que publicamos en ambos formatos, tratamos de poner en valor los contenidos con unos precios que alcanzan una diferencia de entre el 30% y el 50% respecto al precio en papel, y que están alineados con el mercado digital en español».

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Así, Celaya lamenta que los editores hayan llegado a la conclusión de que, cuando nos adentramos en un mundo donde las ventas van a ser cada vez más reducidas, lo importante es mantener los márgenes. «Con menos ventas, ganar lo mismo. A mí me parece una estrategia suicida. Son estrategias de protección de mi modelo presente, en vez de empezar a adecuar el modelo al futuro. Todas las medidas que toman en digital no son para fomentar la demanda digital sino para evitar que acelere la transformación del papel al digital.

Responde Güell: «Nuestra misión como editores es ofrecer los títulos de nuestros autores en el formato de su preferencia: papel o digital. No hay ánimo de protección ni de ganar más ni menos. Por otro lado, la demanda digital la potenciamos participando en todos aquellos modelos de negocio en los que vemos que los lectores quieren leer y que garantizan una adecuada retribución al autor. Partiendo de esta premisa, tenemos muy claro que otra de nuestras principales labores es ofrecer nuestros contenidos en el formato y según el modelo de negocio que mejor se adapte al lector».

¿Quién tiene razón? Eso, tendrán que decidirlo los lectores…

Cuando se publiquen estas líneas, Sant Jordi habrá vuelto a obrar milagros editoriales, y el Día del Libro habrá sido propicio para las gentes del sector. Un paréntesis, pero qué paréntesis: sin él, más de uno se iría a pique.

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