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“Veo a mi alrededor una especie de añoranza de las dictaduras”

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Bruna Husky es una mujer recién entrada en la treintena. Lleva la cabeza rapada, es de constitución firme y tiene un tatuaje que rodea su cuerpo en vertical. Trabaja como “combatiente”, resolviendo casos criminales. Se levanta, se acuesta y tiene sus preocupaciones como cualquiera, que de vez en cuando ahoga en una buena copa de vino blanco. Solo que ella no es cualquiera: es una replicante, un engendro creado por el hombre para servir sus intereses. Y, entre todos los que se le acumulan, tiene un grave problema: como el resto de sus congéneres, está programada para vivir diez años. Al comienzo de su (nueva) historia, la que cuenta El peso del corazón (Seix Barral), la última novela de Rosa Montero, le quedan por delante tres años, diez meses y 14 días.

La paradoja existencial de su protagonista, recuperada junto al resto del universo que la rodea de otro título anterior, Lágrimas en la lluvia, resulta monumental: vive, y la vez no vive. Algo que, en palabras de su particular demiurga -no en aquel, sino en este mundo- hace de ella “más humana que los humanos”. “Lo que me encanta de la ciencia ficción es que te da una herramienta poderosísima para poder hablar de la realidad, es como un gran cuento”, explica Montero, que sitúa la acción de la novela en el Madrid de un futuro cercano, a cien años vista. “Además, como sabe cuándo se va a morir, que eso es lo peor, no puede olvidarse de que es mortal, que es lo que hacemos los humanos: nos las apañamos para olvidar que somos mortales”.

Habitante de los Estados unidos de la Tierra, un mundo (en teoría) interconectado y dominado por las grandes multinacionales en el que el “inglés global” es el idioma de cambio, Husky se ve en esta ocasión inmersa en una investigación que le lleva de maneras inesperadas a una trama de corrupción internacional. Y lo hace, además, con una niña a su cargo a la que llama “monstruo”, quizá por su capacidad de desatar en ella sentimientos tan encontrados como inéditos. Aunque tanto Husky –a la que Montero califica como su “personaje más poderoso”- como su contexto perviven de aquellas Lágrimas en la lluvia inspiradas en la película Blade Runner, la escritora asegura no tener intención de crear una saga, sino que más bien cada libro compone una serie de “historias autónomas” y "totalmente diferentes", que tendrán continuidad una vez haya finalizado otra novela “que no tiene nada que ver”.

“Bruna Husky es un regalo que me hice a mí misma”, explica la también periodista (Madrid, 1951), declarada entusiasta de lo virtual, esfera donde hace uso del nombre de su personaje en Twitter, “y que me da la oportunidad de poder visitarlo cuando quiera”. “Como decía el filósofo Isaiah Berlin, hay dos tipos de escritores: los escritores erizo, que vuelven una y otra vez sobre el mismo tema, y los escritores zorro, que siguen su camino hacia adelante”. Ella se considera de estos últimos, siempre vigilante en busca y captura de nuevos estilos y argumentos que, en el fondo, le sirven para dar pie a “nuevas ideas para profundizar en una serie de obsesiones”. Estas pasan por un buen número de cuestiones, muchas de las cuales se reflejan en El peso del corazón: desde una mayor conciencia ecológica, al papel de los medios de comunicación como medios de distracción, la guerra, la corrupción, el peligro nuclear o el fluir del tiempo.

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De ese tic tac incesante hasta que deja de serlo, la escritora -que en 2009 vivió el fallecimiento de quien fuera su pareja durante dos décadas- dice que significa la “gran tragedia” de la humanidad. “Todo pasa a una velocidad de vértigo, y estamos abocados a la nada”, reflexiona Montero, que plasma esta idea en su novela no solo a través de los replicantes, cuya existencia se extiende entre los 25 y los 35 años, edad de la plenitud física, sino también desde la recreación de una sociedad obsesionada con mantener la juventud por medio de la cirugía estética. “Es una de las intuiciones que tengo” sobre el futuro cercano, señala la autora de La ridícula idea de no volver a verte. “Es un intento de frenar el paso del tiempo, una lucha inane contra la muerte”. Una que, los que no somos replicantes ni vivimos en los Estados Unidos de la Tierra, afrontamos en común creando, imaginando y dando forma al arte. “Si supiera que solo me queda una hora de vida, sí sé lo que haría”, contesta. “Buscaría la belleza”.

El cosmos que ha creado, oscuro e inquietante, no responde para ella a la idea de distopía. Simplemente, “es realista”. Y además, no solo tiene cosas malas. Por ejemplo el “supranacionalismo”, la globalización, que además de ser “un hecho” en nuestro tiempo, tiene su carga positiva. “Depende, pero tiene muchas cosas buenísimas, como enterarnos de las cosas, sentir que somos corresponsables del mundo, por ejemplo de matanzas que antes no se sabían, lo que hace que por lo menos tengamos peor conciencia”. Aunque como todo, cada anverso tiene su reverso, por lo que no conviene economizar los razonamientos: "La vida es muy compleja, no se puede explicar de un plumazo". 

En la actual coyuntura, sin embargo, Montero percibe que esa voluntad reduccionista es precisamente la que prolifera en la sociedad. "Veo a mi alrededor una especie de añoranza de las dictaduras", que parece proceder de una necesidad de "dar respuestas simples y siempre mentirosas que simplifiquen esta realidad tan complicada, tan angustiosa y tan dolorosa que vivimos". De ahí que, ante la ilusión por el cambio generada por propuestas políticas como Podemos, ella sienta una emoción ambivalente. "Por un lado, me parece estupendo que hayan sido capaces de canalizar las críticas de muchísimos de nosotros: vehicular es un fenómeno buenísimo", apunta. "Pero por el otro no aportan más, y tienen muchos gestos que recuerdan a los otros partidos, de no dar explicaciones. Una especie de prepotencia". 

Bruna Husky es una mujer recién entrada en la treintena. Lleva la cabeza rapada, es de constitución firme y tiene un tatuaje que rodea su cuerpo en vertical. Trabaja como “combatiente”, resolviendo casos criminales. Se levanta, se acuesta y tiene sus preocupaciones como cualquiera, que de vez en cuando ahoga en una buena copa de vino blanco. Solo que ella no es cualquiera: es una replicante, un engendro creado por el hombre para servir sus intereses. Y, entre todos los que se le acumulan, tiene un grave problema: como el resto de sus congéneres, está programada para vivir diez años. Al comienzo de su (nueva) historia, la que cuenta El peso del corazón (Seix Barral), la última novela de Rosa Montero, le quedan por delante tres años, diez meses y 14 días.

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