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Cultura

'Viaje al cuarto de una madre': El nido vacío

Lola Dueñas y Anna Castillo en 'Viaje al cuarto de una madre', de Celia Rico.

Engancharse a una serie para la hora de la siesta. Los montones de ropa limpia, planchada y doblada. Un "cómo vas a salir, con el frío que hace". O un "te he comprado jamón". Ese eterno "Escribiendo..." en Whatsapp para que al final brille un escueto "Besos". El personaje de la madre es casi un arquetipo, y ser madre se parece mucho a interpretar un papel. Por eso la cineasta Celia RicoCelia Rico (Sevilla, 1982) le daba vueltas a la misma idea: "Me encantaría abrir un agujerito en la pared de la habitación de mi madre y poder asomarme y verla cuando no está haciendo de madre".

Lo ha hecho con la ópera prima Viaje al cuarto de una madre, una película íntima, rodada entre las cuatro paredes de una casa familiar, que explora la relación entre una madre (Lola Dueñas) y una hija (Anna Castillo). El filme se estrena este viernes en los cines después de acumular buenas críticas en el Festival de San Sebastián. Y eso que este no es un filme de grandes dramas, sino de pequeños detalles. Los que tejen el amor maternofilial y sus trampas, las pequeñas revoluciones que se desencadenan cuando la no tan pequeña Leonor decide dejar el nido para marcharse a Londres a trabajar de au pair. Su marcha, unida a la reciente muerte de su marido, hará temblar los cimientos de la vida de Estrella. 

El filme se sitúa en Constantina, el pueblo de poco más de 6.000 habitantes en el que creció la directora. Y ella habla, inevitablemente, de su madre, Gloria, que ha tenido un peso crucial en el proyecto: "Claro, cuando yo voy a verla ella hace todos los cuidados, como si fuera una niña pequeña, y eso no me permite nunca descubrir quién es mi madre cuando no es madre". Y asegura que esto es algo universal. Un cierto egoísmo de los hijos les dificulta ponerse en el papel de esa persona que tanto (demasiado, a veces) les ama. Y las madres no pueden dejar de ver a sus niños como polluelos desvalidos.

Rico, que no tiene hijos, está más cerca del primer grupo. Pero eso no le dio miedo: "Aunque no puedo contar la experiencia de la maternidad desde el lugar de mi madre, sí puedo mirarla desde esa curiosidad y tratar de dignificar lo que hay tras el papel de la madre", asegura. De hecho, el abandono de la posición de hija se ve formalmente en la película, que empieza siendo narrada desde el punto de vista de Leonor para bascular, a la mitad, hacia el punto de vista de la madre, Estrella. "Me daba más miedo la hija", confiesa la directora, que trabaja como docente en Barcelona. "Porque escribo lo que recuerdo del momento de marchar de casa, pero ya hace años, no los quiero ni contar, y la generación de los 18 o 20 años me queda un poco lejos. Tenía miedo de no saber reflejar el sentir de una generación". Una generación a la que la falta de trabajo ha dificultado aún más el abandono del hogar y que ha acabado emigrando tras la promesa de la experiencia y el aprendizaje, para encontrarse una vez más con empleos precarios y mal pagados. 

Pero volvamos a Estrella. Quien habla ahora es Lola Dueñas, de nuevo parlanchina y brillante después de meses de vivir en la piel de una mujer encerrada en su casa, callada, "pegada a la tierra", como dice la actriz. "Me ha flipado el amor este incondicional", dice, porque tampoco ella ha vivido la maternidad desde ese lado. "Aunque a mí me asfixia. Una dedicación tan bestial… También me parece admirable, ¿eh?". No es una exageración eso de vivir meses con Estrella. La actriz se desplazó a Constantina dos meses y medio antes del rodaje para aprender costura, la ocupación del personaje, con la mismísima madre de la directora. Recuerda su llegada ya desde una cafetería del ruidoso Madrid: "Dejé la maleta en el apartamento, ni la deshice ni nada, porque me dice Celia: no, vamos a ir a cenar a casa de mis padres. Y lo primero fue andar de noche por el pueblo. Luego, la mesa camilla, ver a su madre… Dije: 'Hemos llegado".

La costura se convirtió en una obsesión. Lo dice la propia intérprete, que pasaba mañanas y tardes pegada a la máquina bajo la mirada atenta de Gloria. "Llegué a detestar la costura", confiesa. "Me da pena cuando lo digo, por ella. Tenía la ilusión de que siguiese cosiendo, y cuando le dije que no he vuelto a coser un botón y que no voy a coser más en toda mi vida…". Cuando Estrella cose, realiza la labor que mejor conoce en el mundo, en la que realmente brilla. Dueñas no quería parecer una aficionada. Y, bueno, su método de interpretación es intenso: "Me acuerdo de… Qué vergüenza", dice, bajando la vista. "Yo solo paraba para comer. Dejaba que la madre de Celia se echara la siesta, que allí es sagrado. Y me llama Celia un día, con la delicadeza que tiene: 'Mira, Lola, es que a mi madre le gustaría descansar los domingos…'. Y ahí ya me di cuenta". 

La actriz asegura que en Viaje al cuarto de una madre se han unido vida y cine. De eso se trataba, dice Celia Rico: "Tuve claro que el rodaje tenía que ser allí. Me lo planteé como abrir las puertas de mi casa, levantar las faldas de la camilla e invitarles, no solo a ella sino a todo el equipo. Y pensé: como es una película sobre cuidar y querer al otro, ¿en qué lugar puedo hacer que las actrices y el equipo tengan esa sensación de protección? Pues en mi pueblo, donde mi familia las va a acoger con mucho cariño, donde la gente del pueblo que me conoce y me quiere van a hacer todo para ayudar…". La casa en la que viven Estrella y Leonor es la de un familiar, tan pequeña como se intuye en pantalla. Había algo importante en ella: los cuartos de la hija y la madre están enfrentados a ambos lados del mismo pasillo, que se convierte en espejo. Un hogar dividido en dos. 

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El peso del pueblo era especialmente relevante. En él, Celia ve un reflejo de esa mesa camilla —esas mesas con brasero en torno a las que se reúne la familia en la mitad sur de la Península— que tiene tanto peso en el filme. "El pueblo es un lugar en el que podrías quedarte toda la vida y no salir", sentencia. Y eso puede ser, claro, tan positivo como negativo. Nada cambia en esa jaula más que conocida. Pero, cuando algo va mal, toda la red que a veces parece demasiado estrecha, demasiado vigilante, se pone en marcha. Las mismas actrices acabaron asumiendo este aspecto de la vida rural. "Anna salía huyendo, la pobre. Tenía dos días libres y se iba pitando", recuerda Dueñas. "Y yo no podía salir del pueblo, me dio una especie de síndrome de Estocolmo, me fui a ver una casa para comprar allí en el campo. Se me fue un poco la olla". 

Y luego estaba la mesa camilla, con el brasero encendido durante el rodaje, que apenas les dejaba levantarse del sofá, unidas en lo que Celia Rico llama un "espacio uterino" que es inevitable y necesario romper. Y sin embargo, al salir de la película, muchos correrán a llamar a sus madres. 

 

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