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“Háblame, oh, Musa, de aquel varón de multiforme ingenio...”. Estas primeras palabras, escritas (probablemente) hace 3.200 años, resuenan en la memoria del lector occidental casi como quien prueba de nuevo una comida de la infancia. Es Homero, fuera quien fuera aquel misterioso griego que vio mundo y luego perdió la vista, dicen, o que quizás fuera una mujer o que quizás no existiera en absoluto. Es la Odisea, la historia de Odiseo —Ulises en latín—, un cuento tan bien contado, de un significado tan flexible y profundo, que se ha convertido en sinónimo de “viaje largo”, de “sucesión de peripecias” y también en una obra seminal para millones de personas. Casi todo lo que hoy conocemos hubiera dejado sin habla a un griego del siglo VII a.C., pero sí hubiera podido discutir con el lector de hoy sobre la espera de Penélope, sobre las mentiras de Ulises y sobre la búsqueda del padre que inicia Telémaco. Las lecturas de la Odisea no cesan. De hecho, parecen multiplicarse y fragmentarse como el propio poema homérico.
La (pen)última es la de Carmen Estrada, que en Odiseicas (Seix Barral) analiza los personajes femeninos de la obra de Homero, desde Penélope hasta Circe, para analizar la complejidad que ya tienen en el propio texto y la lectura simplista a la que a menudo han sido abocados. Si es posible una relectura del texto en clave feminista es porque “los clásicos son multidimensionales” y “cada vez que cambia nuestra mentalidad, la aproximación a los clásicos nos descubre un libro nuevo”, explica a este periódico. Su trabajo forma parte de una cadena de entusiastas homéricos que va desde Samuel Butler, escritor y clérigo inglés del XIX, hasta Margaret Atwood, que escribe La versión de Penélope, una respuesta narrada por la propia Penélope y editada en 2005, por citar solo dos de sus numerosos eslabones.
Justamente con Butler y con Atwood se construye la Odisea publicada por la editorial Blackie Books en 2020, el primer título de su colección Clásicos liberados, coordinada por Pau Ferrandis... y merecedor también de uno de los Premios Nacionales a los Libros Mejor Editados que otorga el Ministerio de Cultura. La elección de Homero como el primer autor de esta saga fue evidente para los editores: “Es quizás una obra fetiche. Es una aventura y un regreso al hogar, y se ha convertido en una fuente de mitos de toda clase”, reflexiona Ferrandis. “Quien entra en La Odisea se da cuenta de que es un libro que lleva siendo manoseado durante miles de años”. Aquí la traducción no parte del griego, sino del inglés, de aquella versión en prosa que hizo Samuel Butler en 1900, dos años antes de morir, y que Borges definiría a la vez como “irónica novela burguesa” y como “la más fiel de las versiones homéricas”. “Para nuestro propósito”, explican los responsables en una de las notas a la edición, “era necesaria no tanto la versión más filológicamente precisa, sino la que, aun a riesgo de ser menos literal, fuera más eficaz como relato”.
Quienes querían huir también del academicismo en el que suele verse envuelta la obra eran los integrantes de La Joven, compañía teatral madrileña especializada en teatro joven, pensado para adolescentes, que allá por 2016 estrenó Proyecto Homero, una sesión doble con adaptaciones de la Ilíada y la Odisea. El encargado de esta última fue el dramaturgo Alberto Conejero: “En La Joven son expertos en reconocer el pulso contemporáneo de los clásicos, pero creo que los jóvenes se sorprendían de que una obra tan alejada en el tiempo les llamara de una forma tan íntima”, recuerda de los encuentros con el público. “Suelo decir que no se trata de lo que nosotros sabemos de los clásicos, sino de lo que los clásicos saben de nosotros”. Y la Odisea, dice, sabe mucho de lo que somos como seres humanos, de la compleja relación con el hogar, de las búsqueda de la verdad y las trampas de la supervivencia, del viaje como espacio de transformación personal y colectiva.
Penélope no esperaba
El recorrido de Carmen Estrada hasta llegar a estudiar la Odisea es atípico: después de dedicar su vida a enseñar Fisiología Humana en la universidad y a investigar en el campo de las neurociencias, tras su jubilación comenzó a estudiar griego clásico. En 2019 tradujo y adaptó los textos de la versión de la Odisea ilustrada por el dibujante Miguel Brieva (su hijo), y durante ese proceso se produjo una especia de revelación: “Ahí me di cuenta de que se me estaban revelando datos que a mí me habían pasado desapercibido en mis lecturas. La imagen que se tenía de los personajes femeninos no se correspondía con la que daba el propio texto”. Circe, por ejemplo, es recordada como la malvada hechicera que convierte a los hombres en cerdos, cuando —defiende Estrada— aquella transfiguración ocupa solo una decena de versos de los dos centenares dedicados al personaje.
Con quien más evidente resulta este cambio del texto original a la lectura de dicho texto es con Penélope, que ha quedado en el imaginario colectivo como la mujer que aguarda pasiva y tristemente a su amado. “Porque es lo que se espera de una mujer con el marido ausente”, reivindica la autora, “pero Penélope no es eso en absoluto. Me parece muy significativo que, en la obra, es comparada con un rey y con un león. ¿Tú crees que esa es la comparación que evoca una mujer pasiva? Para nada”. Penélope no se dedica solo a mantener a raya a los pretendientes que la asedian. Al partir, Ulises le encarga la gestión de la hacienda, es decir, el trabajo que él mismo ha estado haciendo hasta entonces. Y durante 20 años la mujer cumple con ese cometido, de forma que, a su regreso, el viajero encuentra su hacienda fértil y bien cuidada. “Ningún héroe del oscuro continente ni de la propia Ítaca la tenía tan abundante; ni siquiera veinte hombres contaban con una riqueza igual”, escribe Homero. Pero ¿quién recuerda a Penélope como buena gestora?
“Si comparas los personajes femeninos con los de la Ilíada o con Hesíodo no te puedes imaginar que sean obras contemporáneas”, dice Estrada. “Creo que es el libro de la época que tiene más personajes femeninos definidos, con una personalidad, a los que se les dedica atención... Las mujeres en la Odisea son respetadasOdisea”. Pero se han necesitado siglos de “malas interpretaciones”, defiende, para reconocerlo.
A la búsqueda del lector
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En la Odisea de Blackie Books no hay notas a pie de página. Pau Ferrandis y los editores del sello querían huir del academicismo al que se suele relegar a los clásicos, y solo se aportan anotaciones que acompañan a la lectura, información sobre algunos personajes, curiosidades. Y, como para no recordar a esas ediciones filológicas, estas notas no van al pie, sino al margen, en un bonito color azul que recorre todo el libro. “La academia ya existe, la academia ya ha hecho y está haciendo todo lo que puede hacer por los clásicos, pero nuestra propuesta es que la gente pueda sumergirse en los libros”, explica Ferrandis. También por eso renunciaron al verso y fueron a por una traducción osadamente libre. En esta versión, la primera frase de la Odisea queda así: “Háblame, ¡oh, Musa!, de ese ingenioso héroe que viajó de aquí para allá después de saquear la famosa ciudad de Troya”. Ni “multiforme ingenio”, ni “sacra ciudad de Troya”. “Necesitábamos una traducción con frase sencilla, que no simple. Prescindimos también de elementos más técnicos, como los patronímicos y demás cuestiones, que sirven para marcar el ritmo de la poesía, para hacer un texto que fluyera plenamente. Lo complicado es mantener el respeto a una obra muy compleja”, admite Ferrandis.
A la hora de acercarse a su público objetivo, formado en gran medida por adolescentes que probablemente accedían por primera vez al texto, Alberto Conejero decidió subrayar un aspecto del mismo que parece olvidarse: todo empieza con la decisión del joven Telémaco de ir en busca de su padre. “Creo que la figura de Telémaco es muy interesante, en esa necesidad de comprender quién fue su padre está la necesidad que tienen todos los jóvenes de comprender de dónde vienen para emprender su propio camino”, cuenta. Pero la historia, defiende, está llena de momentos que van más allá de las aventuras del héroe, como por ejemplo el momento en que Ulises es reconocido por su perro Argos, el primero en identificarle, o el encuentro del hombre con su madre, fallecida, en el Hades. “Homero o quien fuera”, dice Conejero, “atinó muy bien en la idea de la existencia como un viaje. Es algo que luego han recogido muchísimos autores. La Odisea es el gran libro del viaje de estar vivo, ese viaje que hacemos entre dos momentos, entre el nacimiento y la muerte, lleno de pérdidas, de fantasmas y de reencuentros”. Eso con lo que podría emocionarse cualquiera, hoy y hace tres milenios.
Pau Ferrandis señala otro elemento absolutamente contemporáneo de la obra en el que también coincide Conejero: su “fragmentación”, el hecho de que estemos ante “un relato dentro de otro relato”, con el propio Ulises narrando sus aventuras, y que además se juegue con la mentira. ¿Es cierto lo que cuenta el héroe de su viaje? ¿Hasta qué punto nos dice la verdad? Y ahí aparece uno de los pilares fascinantes del libro: Odiseo. Un “embustero redomado, un seductor” (Carmen EspaEstradadas), un “hombre desorientado” (Pau Ferrandis) un “padre capaz de un gran amor” (Alberto Conejero). El dramaturgo ve en Ulises la complejidad del ser humano, ni tan noble ni tan perverso y ambas cosas a la vez. “La Odisea habla de la supervivencia”, dice, “de lo que hacemos por seguir aquí, y de cómo en esa supervivencia somos capaces de las bondades más altas y de los actos más ruines. No hay un juicio sobre el protagonista. Y eso siempre es una puerta abierta”. Y un puerto seguro (pero no demasiado) en el que atracar.
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