Con la entrega de los Premios Goya de este sábado a partir de las diez de la noche, la industria del cine volverá a ponerse en pie para aplaudir a los mejores profesionales del año. Y también volverá a criticar, en susurros o a voz en grito, los olvidos de la Academia. ¿Pero quiénes son los responsables (o culpables) de los aciertos o desmanes? Los académicos, claro. ¿Y quiénes son los académicos y cómo eligen a los ganadores? Ah, buena pregunta.
Lo cierto es que no se sabe quiénes son los académicos. Esta asociación sin ánimo de lucro fundada en 1986 no ha hecho jamás pública la lista de sus integrantes, que cifra en torno a 1.400 —en torno al año 2000 eran la mitad—. Esto es así, principalmente, para que los susodichos no puedan ser presionados por las productoras, ansiosas de anunciar sus películas en los cines con la característica silueta de la cabeza de Francisco de Goya. De hecho, en sus bases lo dice explícitamente, en negrito y subrayado: "La Academia no facilitará a las productoras listados con nombres, apellidos, ni ningún otro dato, de los miembros de la institución".
El censo de votantes de los Goya crece lentamente. Solo pueden blandir su papeleta aquellos miembros que estén al día de sus cuotas —unos 60 euros trimestrales—, excepto los jubilados, que suponen el 20% del total y están exentos. De todas formas, los morosos no llegan al 4%. Más complejo es quiénes pueden formar parte de la Academia. En primer lugar, para ser académico "se requiere ser español", o ser un extranjero "estrechamente ligado a la actividad cinematográfica en España" —es el caso, por ejemplo, de la actual presidenta, la figurinista británica Yvonne Blake—. Hay que demostrar también la pertenencia "con la máxima categoría profesional" a alguna de las 14 especialidades que reconoce la Junta Directiva: producción, guion, dirección, interpretación, fotografía, dirección artística, diseño de vestuario, maquillaje y peluquería, música, montaje, efectos especiales, animación, sonido y dirección de producción. Esto quiere decir, por ejemplo, que en la categoría de sonido solo los jefes, y no los trabajadores llanos, podrán acceder a la organización.
Una organización poco accesible
Pero la cosa no acaba ahí. No puede ser el propio interesado quien se postule, sino que debe ser esponsorizado por varios miembros de la asociación, y avalado después por la Asamblea, que debe aprobar o no la candidatura. Los nominados al Goya se pueden saltar ese paso y se les hace una invitación para formar parte de ella, que pueden aceptar o no. Cabe deducir que es muy difícil entrar por las puertas de Zurbano, 3, donde está situada la sede, sin tener buenos contactos dentro de la organización, con el factor añadido de que los nominados al Goya suelen repetir año tras año. Antonio de la Torre, nominado este año como mejor actor de reparto por Tarde para la ira, ganó ya un cabezón en 2009 como actor de reparto y desde entonces ha sido candidato otras siete veces. Los cuatro directores nominados en esta edición —Alberto Rodríguez, Pedro Almodóvar, Rodrigo Sorogoyen y J. A. Bayona— han sido ya nominados anteriormente, y todos menos Sorogoyen se han llevado la estatuilla. La institución ha anunciado en varias ocasiones la voluntad de cambiar los estatutos para facilitar el proceso, sin que se haya llegado a nada.
Este un procedimiento parecido al que realiza la Academia de Hollywood, con una diferencia sustancial: allí cada primavera se aceptan las nuevas candidaturas y se hacen públicas las invitaciones —que no la lista oficial de los nuevos académicos—. Los estadounidenses ya reconocieron el pasado año la falta de diversidad que propicia este sistema —es más probable que hombres blancos veteranos elijan a sus pares, y no a mujeres jóvenes o a creadores negros a los que seguramente no conozcan personalmente—, e hicieron propósito de enmienda invitando a 683 nuevos miembros, la lista más amplia jamás publicada y también la menos blanca. En ella figuraban Mahershala Ali (nominado este año por Moonlight), Idris Elba, America Ferrera o Bárbara Álvarez. Su homóloga española puso en práctica una jugada similar, invitando a una treintena de nuevas figuras del cine como Carlos Vermut, Aura Garrido o Hugo Silva. Y también a otras no tan nuevas cuya ausencia hasta ahora no se explica, como Cesc Gay, Blanca Portillo o Carmen Machi.
Por si acaso, además del anonimato, la organización prohíbe también el agasajo de los votantes con merchandising o regalos que vayan más allá de lo que necesiten para votar: "El envío de cualquier otro material que no esté incluido en estas Bases y pueda considerarse análogo deberá ser aprobado por la Academia". Aunque no se conocen más presuntos casos de compra de votos que el escándalo que envolvió a José Luis Garci en 1999, cuando competía con El abuelo y los académicos recibieron un anónimo que rezaba: "Los mensajeros de José Luis Garci le anunciamos nuestra próxima visita, en la que recogeremos una vez más las papeletas y les desearemos personalmente un feliz año nuevo". El director aseguró que se trataba de una trama para inculparle, y la Academia rechazó las acusaciones de fraude. Pero la organización aprendió la lección: había que mantener la lista a buen recaudo.
¿Quién vota qué?
Los más cinéfilos recordarán que Pedro Almodóvar dio el portazo a la Academia en 2005 para regresar a la gala de los Goya como el hijo pródigo cinco años después. Las desavenencias vinieron por el sistema de votación. Entonces se votaba en dos rondas: en la primera cada académico votaba solo en su categoría, y en la segunda todos votaban en todas. Como hay categorías muy poco pobladas —los más numerosos son los actores, en torno al 30% del total, y luego los productores y directores, un 20% del total—, esto hacía que ciertas estatuillas quedaran en manos de un puñado de profesionales. Actualmente hay un sistema mixto: de las cuatro nominadas por categoría —con excepciones— dos la eligen solo los miembros de esa categoría, y otras dos el conjunto de los académicos. Para decidir los ganadores, todos los académicos votan en todas las secciones.
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Los votantes han enviado su papeleta antes del 16 de enero, y para ello han tenido a su disposición las películas nominadas tanto en streaming —cedidas por las productoras— como en pases privados en la sede de la institución. Tanto la distribución del censo como los tiempos del proceso son fundamentales para el resultado. Los Premios Forqué, por ejemplo, tienen un gran peso. En primer lugar, porque los deciden los productores —o, más concretamente, las entidades que gestionan sus derechos—, una sección importante de los votantes de los Goya. En segundo lugar, porque suelen celebrarse poco antes del cierre del plazo; este año, dos días antes, concretamente. De esta forma, el revuelo mediático en torno a los primeros premios del año puede hacer que los indecisos opten por tal o cual película. En 2016, estos galardones coincidieron con los Goya en mejor película (Truman), mejor actriz (Natalia de Molina) y mejor actor (Ricardo Darín). Los premios de la prensa, los Feroz, auparon sin embargo a La novia, gran perdedora de la noche de los Goya.
Este año, unos y otros apuestan por la misma cinta: Tarde para la ira, dirigida por Raúl Arévalo. Seguro que se ha preparado su discurso.
Con la entrega de los Premios Goya de este sábado a partir de las diez de la noche, la industria del cine volverá a ponerse en pie para aplaudir a los mejores profesionales del año. Y también volverá a criticar, en susurros o a voz en grito, los olvidos de la Academia. ¿Pero quiénes son los responsables (o culpables) de los aciertos o desmanes? Los académicos, claro. ¿Y quiénes son los académicos y cómo eligen a los ganadores? Ah, buena pregunta.