Maryam es una joven iraní que va a vivir unos minutos cruciales frente a una cámara de televisión. Ha sido sentenciada a la pena capital por la muerte accidental de su marido, Nasser, un hombre mucho mayor que ella. Solo tiene una esperanza para cambiar su destino: participar en La alegría del perdónLa alegría del perdón, un programa de máxima audiencia. En el plató se sentará frente a frente con Mona, la hija de su esposo. El público, mientras el presentador las entrevista, se convertirá en un jurado popular, pero la que tendrá la última palabra será Mona. La emisión en directo es durante Yalda, una celebración tradicional del calendario iraní, que anuncia la noche más larga y la llegada del invierno. Para Maryam, sin embargo, hace demasiado tiempo que su vida es una noche fría, y no sabe si hay alguna posibilidad de que se encienda una llama.
La película está construida bajo tres premisas que dotan de fuerza a la historia que cuenta. La primera es que la trama transcurre en tiempo real y en un espacio cerrado, justo en un momento crucial de la vida de la protagonista, jugando así con la tensión y el suspense. De este modo, tiene la efectividad de otras películas como Locke o The Guilty. Esta vez, el espacio cerrado es un estudio de televisión y la película sigue en directo la emisión de un programa.
La segunda premisa: ofrece una situación que convierte el sufrimiento humano en un espectáculo, añadiendo así una dimensión moral a la historia. Tal y como ocurre en Network, un mundo implacable o en Money Monster, Yalda traslada a los fotogramas los nervios del directo, cómo influye la audiencia en los resultados, las relaciones entre los que realizan el reality así como las manipulaciones y los intereses para poder llevar a término el espectáculo; pero, además, deja al descubierto el ansia de mostrar el dolor humano como extraña evasión de un mundo en crisis continua. No falta la presencia del ambiguo y eficiente maestro de ceremonias (Babak Karimi), el productor del programa, que lo dirige con mano férrea y arriesga hasta el último minuto.
La tercera premisa es que esta ficción se mueve dentro del género del cine judicial, aunque en una vertiente determinada: el juicio mediático. Contiene los ingredientes característicos de una película de juicios: una muerte, una acusada, testigos, revelaciones inesperadas, defensores y fiscales, un jurado que es la propia audiencia... Pero además, el director y guionista iraní Massoud Bakhshi aporta algo más: la exposición de muchas peculiaridades de la sociedad iraní, que convierten este largometraje en una radiografía diferente de una sociedad determinada.
La aplicación de la sharia, la ley islámica, en un reality nocturno con altos índices de audiencia enseña también que el modelo de una televisión donde domina el espectáculo existe tanto en oriente como en occidente. El programa La alegría del perdón (que se inspira en un programa real iraní que se emitió hasta 2018, Luna de miel) transcurre durante Yalda, una noche de reunión entre familiares y amigos, donde, sin embargo, la protagonista no tiene nada que celebrar. Desesperada, trata de exponer su verdad, aunque ponga en peligro la consecución del perdón. El sufrimiento se marca cada vez más en su rostro, según su caso se va exponiendo públicamente minuto a minuto. Maryam (Sadaf Asgari) lidia con el estrés como puede mientras es testigo de cómo desde el plató donde se dirime su futuro se canta la canción de moda, ponen imágenes de su vida sin su consentimiento o una famosa actriz recita un poema. En resumen, está expuesta al público, ávido de historias como la suya. Ni siquiera le permiten hablar entre bambalinas con Mona (Behnaz Jafari), la persona que la tiene que perdonar.
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Durante la emisión del programa, se descifran claves y se desvelan secretos que van cambiando el rumbo de los acontecimientos. Se irán descubriendo los lazos entre los personajes principales: los de Maryam con su madre y los de estas con el fallecido, un importante director de una agencia de publicidad, y la hija de este, Mona, una profesional prestigiosa en la empresa. Además se intuye la relación que ha unido a Maryam y Mona durante años, y lo que las separa. Poco a poco, surgen intereses creados, deudas, relaciones tóxicas, y una brecha que dibuja una cruel lucha de clases. Massoud Bakhshi pone también sobre la mesa las injustas situaciones que pueden darse por los matrimonios temporales (sigheh), matrimonios de conveniencia con una duración estipulada.
El rostro angustiado y nervioso de Maryam desgarra. Duele lo que quiere gritar, y no puede. Sin embargo, si bien es cierto que la película engancha, toca tantos palos en tan poco tiempo que queda la sensación de que no se profundiza en nada. Por otra parte, bosqueja varios personajes con entidad, pero sin que apenas se les dé su espacio en la historia o sin que conozcamos sus motivaciones. No obstante, Bakhshi es inteligente, mantiene el ritmo, y sabe usar con dosis justas elementos de melodrama y giros de trama.
Yalda, la noche del perdón termina con una cámara que enfoca, desde la lejanía, el exterior de un edificio y que es testigo de cómo los personajes van subiendo a distintos coches, abandonando el lugar. El edificio del estudio de televisión se queda vacío y solitario. El espectáculo ha terminado. Ahora, cada uno lidiará con otras realidades no muy esperanzadoras.
Maryam es una joven iraní que va a vivir unos minutos cruciales frente a una cámara de televisión. Ha sido sentenciada a la pena capital por la muerte accidental de su marido, Nasser, un hombre mucho mayor que ella. Solo tiene una esperanza para cambiar su destino: participar en La alegría del perdónLa alegría del perdón, un programa de máxima audiencia. En el plató se sentará frente a frente con Mona, la hija de su esposo. El público, mientras el presentador las entrevista, se convertirá en un jurado popular, pero la que tendrá la última palabra será Mona. La emisión en directo es durante Yalda, una celebración tradicional del calendario iraní, que anuncia la noche más larga y la llegada del invierno. Para Maryam, sin embargo, hace demasiado tiempo que su vida es una noche fría, y no sabe si hay alguna posibilidad de que se encienda una llama.