Yolanda González, la vergüenza de una transición no tan modélica

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De haber seguido viva, Yolanda González Martín tendría hoy 57 años y no se habría convertido en la protagonista de uno de los pasajes más oscuros de la Transición. El primer día de febrero de 1980, un grupo de militantes de extrema derecha, vinculados a Fuerza Nueva, raptaron a Yolanda en el piso del madrileño barrio de Aluche en el que vivía, la llevaron hasta un descampado y le pegaron dos tiros en la cabeza. Unos obreros encontraron su cuerpo tendido en el suelo a la mañana siguiente. La joven militante del recién creado PST (Partido Socialista de los Trabajadores) llevaba puesto el jersey color lila que su madre le acababa de regalar por su 19 cumpleaños.

Por aquel entonces, el periodista Carlos Fonseca (Madrid, 1956) compaginaba un trabajo con las clases nocturnas de Periodismo en la Universidad. Se enteró del asesinato de la joven bilbaína por los periódicos: “Me impactó por cómo lo habían llevado a cabo, era un paseo como los que hacían los falangistas durante la Guerra Civil”. El también escritor acaba de publicar No te olvides de mí (Planeta), libro en el que ofrece un nuevo acercamiento a un caso plagado de anomalías.

“Me gusta la Historia y contarla a través de personajes normales y corrientes”, cuenta el autor de Rosario Dinamitera, Trece rosas rojas (llevada al cine por Emilio Martínez-Lázaro) y Mañana cuando me maten, sobre los últimos fusilamientos del franquismo. “Este caso me permitía hablar de la Transición, de la que tenemos una visión muy edulcorada. No voy a decir que la Transición fue un fracaso pero sí que tuvo muchas sombras y mucha gente que se ha quedado por el camino”, opina.

Yolanda González era hija de un matrimonio de clase obrera, emigrantes del campo burgalés que se habían establecido en Bilbao en busca de trabajo. En 1979, decidió mudarse a Madrid para vivir con su pareja, Alejandro Arizcun, que por aquel entonces trabajaba como economista para la UGT. Se habían conocido en una escuela de verano organizada por el grupo La Razón, del PSOE; y juntos se afiliaron al PST, de tendencia trotskista. Vivían por y para el partido, compartían piso con María del Mar Noguerol, compañera de ideales con la que ni siquiera hablaban de temas personales por considerarlos pequeñoburgueses. 

El personaje de González -una muchacha responsable, trabajadora, tenaz y resolutiva- le ha servido a Fonseca para hablar también del bullicio político del momento, de las huelgas estudiantiles, de una generación comprometida que salió a la calle para afianzar la recién estrenada democracia. “Tenemos esa idea idílica de que entre el rey y Adolfo Suárez pilotaron la transformación de una dictadura en una democracia y eso no es exactamente así. Aquí intervino mucha gente a través de las huelgas y los conflictos laborales que también apretaron para que las libertades se consolidaran”, reivindica el autor. “Aunque es cierto que cuando más miedo sentí fue en 1977 durante aquella semana trágica del atentado de Atocha, la muerte de María Luz Nájera… Tenía la sensación de que aquello embarrancaba y se iba al garete”.

La excusa de ETA

La violencia de ETA aquellos años daba pábulo a los fascistas para seguir atacando a la izquierda. Pero, ¿cómo una joven como Yolanda, comprometida pero que no estaba en primera línea, se convirtió en el objetivo de los ultras? “No fue una elección arbitraria –valora Fonseca-. Ellos dicen que alguien les había comentado que Yolanda formaba parte de un comando de información de ETA. Ese día tenían previsto colocar una bomba, porque había una campaña de la extrema derecha contra la revista Interviú; peroal enterarse de que durante la mañana asesinan a seis guardiaciviles en Ispáster (Vizcaya), la reacción fue ir a por Yolanda”.

La joven bilbaína se había matriculado en un centro de Formación Profesional del barrio de Vallecas para estudiar un curso de electrónica y comunicaciones. La intención era “crear partido”, como recuerda uno de sus compañeros en No te olvides de mí, en plena efervescencia del movimiento estudiantil. “Yolanda estaba preocupada por los fachas de su centro –recuerda Noguerol en el libro-. Sabían que era vasca, en alguna asamblea la había acusado de ser de ETA, y le estaban haciendo una campaña en contra, aunque entonces no le dimos importancia”.

Por el asesinato de Yolanda González fueron acusados Emilio Hellín e Ignacio Abad; mientras que Félix Pérez, José Ricardo Prieto, David Martínez Loza y Juan Carlos Rodas Crespo fueron juzgados por un delito de allanamiento de morada. Siempre ha sobrevolado la duda de la vinculación del grupo con cuerpos y fuerzas del Estado. De hecho, en 2013, el periodista de El País José María Irujo descubrió que Hellín había cambiado su nombre al de Luis Enrique Hellín Moro y trabajaba como asesor de fuerzas de seguridad del Estado.

“Es un cúmulo de irregularidades”, resume Fonseca. “El libro lo que pone de manifiesto es que se hizo una investigación absolutamente deficiente. Por ejemplo, las dos armas utilizadas en el asesinato tenían limado el número de guía, pero consiguieron reconstruir uno. A pesar de ello, el juez pidió información exclusivamente a la Intervención de Armas de la Guardia Civil, donde sólo aparecen registradas las que están en poder de particulares. Se negó a la petición de las acusaciones para que se investigase si esas armas formaban parte de las dotaciones de Policía, Guardia Civil o Ejército”.

El arte que reflejó las tensiones políticas de la Transición

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Sin acceso a los archivos oficiales

El autor de No te olvides de mí se queja de lo complicado –o imposible- que resulta acceder a documentación de la dictadura y la Transición. “Fui a Paraguay [Hellín se fugó de la cárcel al país sudamericano donde trabajó para el régimen del dictador Alfredo Stroessner] y encontré lo que ellos llaman Archivo del terror, donde guardan la información que han podido recuperar de la policía política de Stroessner, que cayó en 1989. Todo ese archivo está digitalizado, es de libre acceso y en él encontré información sobre ultras españoles que buscaron cobijo en la dictadura escapando de la justicia española”.

Sí ha podido incluir Fonseca en este nuevo acercamiento al caso de Yolanda González mucha información facilitada por su familia y amigos. Entre esta documentación, se encuentra la última carta que recibió González desde Bilbao apenas unos días antes de que la mataran: “Bueno, Yolanda, no sé si vas a coger la carta para tu cumpleaños. De todas maneras, te deseamos muchas felicidades (…). El martes te envío el jersey, solo me falta el cuello. Creo que te gustará, ya que ha quedado muy bonito. Qué pena que no haya podido hacerlo antes, porque con el frío que está haciendo te va a abrigar como una manta”. Yolanda pudo estrenar aquel jersey. Se lo puso por primera vez el mismo día que la mataron a bocajarro en un descampado a decenas de kilómetros de su familia.

De haber seguido viva, Yolanda González Martín tendría hoy 57 años y no se habría convertido en la protagonista de uno de los pasajes más oscuros de la Transición. El primer día de febrero de 1980, un grupo de militantes de extrema derecha, vinculados a Fuerza Nueva, raptaron a Yolanda en el piso del madrileño barrio de Aluche en el que vivía, la llevaron hasta un descampado y le pegaron dos tiros en la cabeza. Unos obreros encontraron su cuerpo tendido en el suelo a la mañana siguiente. La joven militante del recién creado PST (Partido Socialista de los Trabajadores) llevaba puesto el jersey color lila que su madre le acababa de regalar por su 19 cumpleaños.

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