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Zurbarán con otros ojos

Un hombre con el hábito raído, calavera en mano y el rostro cetrino. El cuerpo, voluminoso, asemeja una escultura cincelada a base de líneas casi rectas. Los colores oscuros ayudan a transmitir la imagen de austeridad y misticismo que caracteriza el conjunto. Personalizado en el cuadro de San Francisco en meditación, de 1639, este podría ser un resumen de la idea generalizada que existe en torno a la obra de Francisco de Zurbarán, “pintor de la ascesis, de la disciplina monástica y del catolicismo militante, (que) ilustró de manera convincente las homilías contemporáneas”, en palabras de Odile Delenda.

La francesa, una de las mayores expertas en la obra del extremeño (Fuente de Cantos, 1598 – Madrid, 1664), le dedica esa devota descripción en el catálogo de la exposición que se inaugura este martes (hasta el 13 de septiembre) en el Museo Thyssen Bornemisza de Madrid. La muestra, que lleva por subtítulo Una nueva mirada, llega más de 25 años después de la última retrospectiva del pintor en la capital (en 1988 en el Museo del Prado) y después de tres lustros desde que fue exhibido por última vez en España (en Sevilla, en 1998, con motivo del IV centenario de su nacimiento), y quiere dar una vuelta de tuerca a esa estampa zurbaraniana impresa en el imaginario colectivo para desvelar nuevos aspectos de su personalidad artística. Del Zurbarán sobrio y penitente al Zurbarán más colorido y detallista, tanto como para pintarles sombra a los alfileres.  

“Teníamos claro que había que cambiar la perspectiva que se tenía de él”, sentenció en la presentación de la exposición a los medios Mar Borobia, jefa del área de pintura antigua del museo y co-comisaria. El acicate fueron los excepcionales descubrimientos realizados en este último cuarto de siglo, a lo largo del cual han aparecido varias piezas en diferentes colecciones privadas, ocho de ellas autógrafas, que han sido incluidas en el catálogo razonado del pintor, algo poco común teniendo en cuenta el tiempo que ha transcurrido desde su muerte. “Otro punto en el que nos fijamos fue en qué obras no habían pasado por España, para poder integrarlas con pinturas conocidas y así tener una visión completa del artista”, agregó Borobia.

De las piezas poco o nunca vistas aquí destacan obras como un San Serapio procedente de un museo estadounidense, que es la única pintura que no ha sido restaurada de todas las que se pueden ver.  Entre los lienzos de la última etapa de la vida de Zurbarán hallados en estos años hay remarcables creaciones como San Francisco rezando en una gruta (1650-55) o la muy entrañable Virgen niña dormida (c. 1655), una obra procedente de la Galería Canesso de París, circunstancia que ha levantado cierta controversia al estar este y varios otros cuadros de la exposición actualmente a la venta. Al paso de esta cuestión salió Guillermo Solana, director del Thyssen, quien aseguró que “el estatuto del museo prohíbe que la colección del museo se preste a galerías, pero no que galerías presten al museo”.

Ordenadas las pinturas en sentido cronológico, el recorrido por siete salas atraviesa en el tiempo las etapas laborales del pintor a partir de sus inicios, cuando realizó sus primeros conjuntos para los dominicos de Sevilla. De la capital andaluza Zurbarán saltó a Madrid, donde recibió importantes encargos para decorar el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro, solo superados en relevancia por los que recibió su amigo Diego de Velázquez. "Se trata de un recorrido de gran interés para un público normal y también para especialistas", dijo Delenda, quien señaló que "en las primeras salas vemos al pintor de monjes y luego el de santas, pero hay mucho más". 

Junto con diferentes obras concebidas individualmente, sobre todo como objetos de devoción para particulares, ese "mucho más" se concreta en parte entremedias del paseo. Allí se han colocado dos estancias en las que se pueden contemplar, por un lado, los bodegones realizados en colaboración con su hijo Juan Zurbarán o únicamente por este, claramente dotado para la pintura pero muerto demasiado joven para desarrollar su talento, a los 29 años. La otra sala se ha consagrado a los lienzos realizados por el populoso taller de Zurbarán que, como dice Delenda, “funcionaba como una auténtica fábrica”. 

Los numerosos artistas que trabajaron para él han quedado en muchos casos anónimos —algunos se dedicaban a pintar solo fondos, otros objetos…— pero las obras que se pueden ver en esta muestra son todas atribuibles (al menos en su parcialidad), a un puñado de nombres como los de los hermanos Polanco o Juan Luis Zambrano. Conocedor de la gloria en vida, Zurbarán suministró imágenes no solo a órdenes religiosas españolas, sino también americanas, especialmente en Perú y Argentina. Nacido en la España de la Contrarreforma, el Concilio de Trento firmado en 1545, que impuso e impulsó toda una renovación de la iconografía de la Iglesia, fue sin duda una de las razones del crecimiento de este artista, en la actualidad apreciado en Francia pero aún más o menos desconocido en el resto de Europa.

Aunque se inspiraba en las estampas que circulaban por el continente de su siglo XVII, el pintor extremeño fue capaz de integrar lo que llegaba de fuera con la creación de imágenes propias como la de San Pedro Nolasco, de quien no existía hasta entonces un modelo de representación. También innovó a la hora de materializar a sus santas, solas sobre fondos lisos y con ricos trajes de época. Se trata no obstante de la evolución desde sus formas más duras, concebidas como un silencio atronador, monumental, lo que más interesa a los responsables del Thyssen, que quieren enseñar cómo Zurbarán va suavizándose con los años hasta perder la rigidez geométrica para ganar en blandura cromática.

Con 63 obras, la mayor parte de gran formato, la exposición ha contado con el mecenazgo de una empresa privada, la tabacalera Japan Tobacco International, que ya participó en la exposición del verano pasado, la de Mitos del pop, y que también colabora habitualmente con el Teatro Real y el Museo del Prado. Las pinturas proceden de préstamos de colecciones públicas y privadas internacionales, y viajarán a Alemania después de exhibirse en Madrid, en una muestra que empezará en octubre en Düsseldorf. "Mediante una secreta alquimia", resume Delenda en su catálogo los logros de Zurbarán, "transmutó ese naturalismo escrupuloso y sacralizó lo cotidiano. Su sencillez, su calma y el asombroso silencio que emana de sus cuadros hacen de él uno de los más grandes y más conmovedores maestros del Siglo de Oro español". 

*Créditos de las imágenes:

1. San Francisco en meditación, 1639. Francisco de Zurbarán.

2. Muerte de San Pedro Nolasco, c. 1634. Juan Luis Zambrano.

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3. Peras en cuenco de porcelana, c. 1645. Juan de Zurbarán.

4. Virgen niña dormida, c. 1655. Francisco de Zurbarán.

5. Santo Domingo en Soriano, c. 1626-27. Francisco de Zurbarán. 

Un hombre con el hábito raído, calavera en mano y el rostro cetrino. El cuerpo, voluminoso, asemeja una escultura cincelada a base de líneas casi rectas. Los colores oscuros ayudan a transmitir la imagen de austeridad y misticismo que caracteriza el conjunto. Personalizado en el cuadro de San Francisco en meditación, de 1639, este podría ser un resumen de la idea generalizada que existe en torno a la obra de Francisco de Zurbarán, “pintor de la ascesis, de la disciplina monástica y del catolicismo militante, (que) ilustró de manera convincente las homilías contemporáneas”, en palabras de Odile Delenda.

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