APAGÓN ELÉCTRICO

El ‘gran apagón’ que paró el comercio en Madrid: "Había clientes a los que no hemos podido cobrar"

Varias personas esperan frente a un supermercado para comprar agua durante el apagón energético (Madrid).

La calle Sagasta, una de las grandes arterias que cruza el centro de la capital, era a primera hora de la tarde de este lunes una mezcla de coches atascados y comercios apagados. Los trabajadores, arremolinados a las puertas de los mismos, trataban de obtener, como buenamente podían, la poca información que fluía a través de los teléfonos y, sobre todo, de la radio. “Me estoy enterando de lo que pasa gracias a mi gerente, que es mayor y que tenía esto en la parte de atrás”, explicaba la trabajadora de una heladería mientras dirigía los ojos hacia un pequeño transistor apoyado sobre la mesa. Frente a ella, dos grandes expositores apagados. En su interior, helado de todos los sabores empezando a derretirse: “En hora y media o dos horas, esto ya se habrá echado a perder”

Todos los locales de la zona se encontraban en la misma situación. Da igual el tipo de comercio. Si venden ropa, gafas o comida. O si ofrecen servicios. “Tenemos todo paralizado. No hay luz, no hay datáfonos y no hay caja. Había clientes en la cola y no se pudo terminar de cobrar”, señalaba la empleada de un supermercado a través de la persiana bajada. A pocos metros de allí, un grupo de personas hacía cola en otro establecimiento con la cortina a media altura, esperando su turno para poder comprar lo básico. “Solo vendemos agua y pan”, anunciaba uno de los empleados, que también ejercía como caja registradora, cobrando en efectivo a los clientes. Y entre medias de los dos establecimientos, las terrazas de los bares mostraban su imagen habitual, abarrotadas de personas disfrutando de un refrigerio.

Pero en la puerta de una oficina del Banco Santander, el ambiente no era tan distendido. “Sin ordenadores y sin conexión a la red, las operaciones bancarias son imposibles”, comentaba un empleado mientras, con cierta preocupación, trataba de ponerse en contacto con algún responsable que indicase a la plantilla qué hacer durante lo que restaba de jornada. Al otro lado de una calle colapsada, cuyo tráfico organizaba como podía un espontáneo con un silbato y un chaleco de la Cruz Roja, los trabajadores de una óptica aguardaban con la esperanza de que el apagón se solucionase pronto. Igual que en un salón de belleza ubicado pocos números más allá. “Si vuelve la luz podremos recuperar parte de las citas”, detallaban sin saber que aún quedaban varias horas por delante. En un día normal, son entre treinta y cuarenta, apuntaban.

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Dentro de una administración de lotería, la dueña charlaba a oscuras con una clienta. “Solo puedo vender los décimos en papel que ves aquí y en efectivo”, avisaba la propietaria al ver a quienes paran a la puerta del establecimiento. “Cerraremos en cuanto salgan todos”, advertía también una trabajadora de seguridad en la oficina pública de la Comunidad de Madrid. Mientras, dos turistas se enfrentaban al enorme reto de llegar a su hotel, ubicado pocas calles más allá, sin la ayuda de su dispositivo móvil, convertido desde hace años en guía indispensable para viajeros.

Por la calle, algunas conversaciones giraban en torno a la reciente recomendación de la Comisión Europea de tener preparado en casa un kit de supervivencia con elementos básicos. Linternas, pero sobre todo radios y pilas, ha sido lo más demandado en establecimientos de electrónica. Sin WhatsApp, redes sociales o periódicos, los viejos transistores se han convertido en la única vía de información para la mayor parte de la población. “Sesenta radios en diez minutos, todas las que había en la tienda”, contaba el dueño de uno de estos comercios. “La he conseguido de casualidad. El dependiente ha encontrado la última después de buscar en toda la tienda”, señalaba un hombre por la calle mientras mostraba orgulloso su preciada linterna.

Mientras, una larga fila de decenas de personas tomaba la acera cerca de un pequeño local de helados, a escasos metros de la glorieta de Bilbao. No había ningún cartel, pero tampoco hacía falta. “Son gratis”, exclamaba una joven mientras agitaba en el aire dos tarrinas repletas de chocolate y un puñado de cucharillas que repartía entre su grupo de amigos. Antes de que el producto se echase a perder, el establecimiento decidió darlo de manera gratuita entre los vecinos que paseaban por la calle. Y es que, en medio del peor apagón que se ha registrado en España, algo tan simple como un helado y un gesto de generosidad, dejaba ver alguna que otra sonrisa dentro de la preocupación y las prisas que habían tomado las calles en este lunes de abril.

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