LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
Begoña Gómez cambia de estrategia en un caso con mil frentes abiertos que se van desinflando

"Amazon es uno de los instrumentos de destrucción de una forma de vida más sencilla y más lenta"

9

Joaquín Araujo (Madrid, 1947) no compró regalos estas navidades. No es que se le hubiera echado el tiempo encima; precisamente es lo contrario, reconoce que uno de sus privilegios es que vive sin prisa. El divulgador medioambientalista renunció hace décadas a caer en las redes del consumismo navideño: “Hay que consumir vida y no mercancías”, defiende. Pese a que nació en el madrileño barrio de Chamberí, desde hace casi cincuenta años se considera extremeño. Siendo un veinteañero, el hallazgo de la comarca de las Villuercas, en Cáceres, le produjo un flechazo del que no se ha recuperado. Ahí vive, alejado 15 kilómetros de su vecino más cercano, rodeado de caballos, cabras, gansos, gallinas y perros, produciendo su propia energía, cultivando lo que come, plantando árboles –a un ritmo de 500 al año– y escribiendo libros. 

Araujo se considera inmensamente afortunado, hasta un nivel que llega hasta a disculparse. En su currículum de 47 páginas figuran más libros, artículos, enciclopedias, documentales, exposiciones y conferencias de los que podría pensarse que caben en una vida. Atiende a las preguntas de infoLibre entre los alcornocales y encinas que habitan esta prolongación occidental de los Montes de Toledo. El escritor está en mangas de camisa, aunque estemos a finales de diciembre, un atuendo que considera propiciado por la crisis climática. Antes de la entrevista, adelanta la noticia más importante con la que el lector urbano va a toparse hoy: en plena Navidad, los enebros están floreciendo, algo impensable hace no mucho tiempo. 

Me dice usted que no ha comprado los regalos de Navidad.

No los he comprado, en absoluto. Soy activista y militante desde hace 54 años, soy ya uno de los ancianos de la tribu [rie]. Siempre he combatido el consumismo. Para mí es absolutamente excepcional. Desde un punto de vista, yo creo que psicológico, le tengo una aversión absoluta al tema. No, no he comprado ningún regalo de Navidad. 

¿Qué significa para usted la Navidad? 

La celebración de la Navidad en esta familia mía consiste en vivir un poco más intensamente este paisaje, este bosque, esta vida cerca de la vida. Yo tengo un hijo y un nieto. Vivo en un sitio aislado, maravilloso, y tenemos la mejor dieta visual del país. Ese es el gran regalo de la Navidad. El gran regalo es darle sentido a la palabra “Navidad”, que deriva de la palabra nacimiento. Para nosotros, todos los días del año son Navidad porque estamos viendo nacer algo. No hay ni un solo día del calendario en que no puedas presenciar el brotar de algo en la naturaleza. Todos los días son de consumir vida y no mercancías. 

Hay bastantes estudios que avalan que las obligaciones sociales, las compras navideñas, las cenas de empresa y las aglomeraciones provocan estrés y ansiedad en una parte importante de la población.  

Lo hacemos porque somos animales con una característica única: somos sociales, y somos rituales. Estamos sujetos a ese acontecer, que tiene también mil cosas positivas. Aunque yo viva la mayor parte de mi tiempo en la naturaleza, en absoluto soy un misántropo. Celebrar de manera ritual algunos momentos del año está muy bien, forma parte de las normas de convivencia. Lo que no tiene especial sentido es que la máxima expresión de la Navidad tenga que ser a través del consumo o de la acumulación de mercancías. Eso ya es un tropiezo. Celebrar la Navidad está muy bien, pero no celebrarla a base de vaciar las estanterías de los comercios. 

Vivimos el gran disparate de que todo está justificado si se incrementa la comodidad

Si usted quisiera, Amazon seguro que no tendría ningún problema en llevarle los regalos a la comarca de las Villuercas.

Me parece especialmente inquietante. Nunca he hecho una compra de forma virtual. Soy muy amigo de todo lo que conlleva el kilómetro cero. Hay que consumir cosas cercanas, cosas producidas por vecinos. Hay que fomentar el pequeño comercio y la cercanía. Amazon está siendo uno de los instrumentos de destrucción de convivencia, es la destrucción de una forma de vida más sencilla, más armónica, más lenta. Es el consumismo en su última versión: poner las cosas de manera extraordinariamente fáciles. Vivimos el gran disparate de que todo está justificado si se incrementa la comodidad. La comodidad es la enemiga número uno de este planeta. Eso de que te lo lleven a casa, que ni siquiera te quieras dar un paseo hasta el comercio de la esquina, es francamente una tragedia. 

Pese a la gran inflación que aprieta a los hogares, un estudio de Funcas pronostica que las familias gastarán lo mismo que la Navidad pasada, ¿qué opina?

El sistema ha convencido a las personas de que todo tiene sentido si puedes consumir. Es más, se basa en eso. La publicidad siempre apela a eso: “Usted solo será feliz si consume”. La acumulación, como objetivo vital. El sentido de la vida de estar rodeado de cosas muertas. Para mí el sentido de la vida es estar rodeado de cosas vivas, lentas, bellas, y casi todas gratuitas. El consumismo es el principal elemento de demolición del mundo, desde la catástrofe climática hasta la desaparición de especies. Esto lo digo sin eludir que todo eso genera posibilidades de supervivencia económica en muchísimas personas. Pero se ha demostrado que se puede vivir especialmente bien con mucho menos, por eso creo que se puede hacer una crítica radical, como la que yo hago. Porque el consumismo no está consumiendo otra cosa más que a los propios consumidores. Como decía María Zambrano: “Todo extremismo destruye lo que afirma”. 

No entiendo vivir sin cultivar mis alimentos, me parece lo más digno que puede hacer un ser humano

¿Cómo se gestiona usted para vivir en el campo de manera autosuficiente?

La autosuficiencia es un anatema para muchos economistas, pero yo creo que es una obligación moral. Yo lo hago por ideología, así de claro lo digo. No entiendo vivir sin cultivar mis alimentos. Me parece lo más digno que puede hacer un ser humano, cultivar la tierra. Ver crecer a lo que te permite crecer es una absoluta delicia. Yo disfruto la huerta como un poseso. Le dedico más tiempo a la huerta que a cualquier otra cosa que haga en la vida, que escribir libros, participar en programas de radios o hacer conferencias. Energéticamente, tengo paneles fotovoltaicos desde hace 25 años. Es un placer doble: ayudas a la atmósfera y no les estás pagando a una empresa eléctrica nada [ríe]. No pagar facturas de la luz es algo que raya la felicidad.

Pero algo echará de menos de la ciudad. Ir al teatro, una exposición, un restaurante que le guste…

No lo echo de menos en absoluto. Me considero una de las personas más afortunadas del mundo. El 70% de los días del año los paso en el bosque, con la huerta y los animales. El 30% restante, son viajes para dar conferencias. Procuro que literalmente sean ida y vuelta en el mismo día, en tren. Por supuesto, soy absolutamente partidario del cine, del teatro, de la danza, de los conciertos… Amo la cultura. Cuando voy a Madrid, no muchas veces, voy al cine, al teatro… A conciertos también, aunque con menos frecuencia. Soy un campesino emboscado que hace muchas cosas de ciudadano normal. 

Mi primer vecino está a 15 kilómetros. Si me rompo un pie o una mano, no llegaría ni el helicóptero

¿No cree que vivir en el campo puede considerarse un privilegio? La mayoría de personas dependen de un trabajo presencial que las ata a las ciudades.

Sin duda. Siempre pido perdón, en algún momento de estas disquisiciones. Me hicieron entrevistas durante la pandemia y en todas pedía perdón, porque para mí ha sido de los mejores momentos de mi vida. No lo pude pasar mejor. Pido perdón, porque la gente lo estaba pasando muy mal. Por aquí viene mucha gente, que hago talleres, y algunos me dicen: “No me cabe en la cabeza que puedas vivir así de manera continua”. Hay personas que me dicen que pasarían miedo, porque yo paso muchísimo tiempo completamente solo. Mi primer vecino está a 15 kilómetros. Si me rompo un pie o una mano, no llegaría ni el helicóptero. Yo he elegido eso. Porque me apasiona. Y considero que eso que dices: tener mucha suerte. Soy un afortunado. Vivo lo que la mayoría de la gente no ha podido vivir. 

La economía del siglo XXI es la economía de la aglomeración en las ciudades, por el ahorro de costes que supone para las empresas estar juntas, por el ahorro de transporte, la concentración de perfiles cualificados, etc. Esto supone el vaciamiento del resto de lugares. ¿Qué opina?

Es una de las perversas secuelas. El modelo quiere acumulación, el amontonamiento de todo, de personas, de mercancías, de energía, de alimentos… Es un modelo manifiestamente insostenible. Las ciudades son gigantescos parásitos, lo quieren todo y no producen nada. Producen mercancías, cosas muertas. Pero para eso necesita absorber todos los recursos del mundo natural. Las personas en las ciudades se incrementan a un ritmo de 400.000 personas al día. Más de la mitad, por nacimientos; la restante son personas que dejan el mundo rural por el ciudadano, sobre todo en África y Asia. ¿Se puede mantener en el tiempo? Quizás podemos mantenerlo un siglo más, pero acabará reventando… Sobre el vaciamiento, yo creo que la cultura rural ha sido destruida. El mundo rural ya es consumista.

Yo no prohibiría la caza, aunque me disgusta, e incluso me asquea moralmente esa gran alegría tras haber matado

Usted que vive con perros, ¿qué opina de las diferencias entre el PSOE y Unidas Podemos sobre los perros de caza en la ley de bienestar animal?

El tema de la caza lo controlo mucho. Esta comarca es inmensa, tiene 220.000 hectáreas, y las únicas en las que no se caza son las de mi finca, que está considerada reserva biológica. Estoy rodeado por la caza y he debatido mucho con cazadores. Resumiendo: los perros de caza sí tienen que estar sometidos a la ley de bienestar animal, absoluta y totalmente. Yo no prohibiría la caza, ¿eh? Me disgusta, e incluso me asquea moralmente esa gran alegría tras haber matado. Y es absolutamente fascinante las relaciones que se tienen con los perros, lo que llegan a sentir por ti. El perro de caza debería ser un auténtico mimado y a veces viven en condiciones penosísimas, en recintos muy pequeños. O lo que pasa cuando un perro deja de tener la vivacidad que se le presupone para auxiliar en la caza, se le mata. Eso tiene que desaparecer. Por ser compasivos con los animales. Por ser sensibles a la condición animal. 

Me dice que le disgusta, pero no prohibiría la caza.

No la prohibiría. Creo que hay un margen espectacularmente grande de hacerlo mejor. La caza también es consumista: se valora por la cantidad, el tamaño de la cuerna, el número de piezas abatidas… El cazador también tiene esa perversa parte de la condición humana. Tras matar 100 perdices, llega la 101… ¿y también tiene que matarla? Es pura codicia. Es por tener más, más y más. Varias de las especies más emblemáticas para los cazadores y las que más movimiento económico producen están en crisis. La perdiz roja, la liebre, el conejo, la tórtola, la codorniz… Hay un desplome demográfico absoluto. Yo creo que todo eso se puede arreglar. Se puede trabajar para que haya muchos más animales cinegéticos y para que la caza no sea un acto económico. 

Usted, que lleva una vida tranquila, alejado del ruido, ¿sigue las trifulcas políticas? Por ejemplo, la que hay ahora en torno al bloqueo del Poder Judicial o la reforma del delito de malversación.  

Procuro seguirlo lo menos posible, pero estoy conectado al mundo. Considero que tenemos otro problema muy serio: estamos en un proceso que, si no es involutivo, le falta poco. Me preocupa lo que está pasando con el Constitucional y con los partidos que dicen que defienden la Constitución, pero luego se ve que no lo hacen. Me considero un humanista de izquierdas, soy ecologista y esencialmente demócrata. 

¿Por qué cree que hay tanta crispación en el Congreso?

Por el poder. El poder es lo más terrible que ha inventado el ser humano. Dicen que es necesario. Yo le tengo mucho miedo a mi propio poder, y eso que tengo poquísimo. Tengo poder sobre algunas hectáreas de tierra y sobre algunos animales. No tengo sobre mi esposa, que somos feministas desde que nos conocemos [ríe]. Creo que nadie debería asumir ningún cargo de poder sin esta premisa. Es decir, que si voy a ser ministro, voy a estar absolutamente acojonado del poder que voy a tener. Creo que es un buen contrapeso.  

La ministra Ribera es la mejor que ha pasado por el ámbito del medio ambiente con diferencia (...) y sin embargo, está aprobando disparates ambientales

Me llama la atención que dedique las últimas páginas de su currículum a una lista de sus renuncias. Por ejemplo, rechazó ser candidato político por Los Verdes o a ser asesor del Ministerio de Medio Ambiente. Esto le hubiera procurado poder, ¿no cree que podría haberlo usado para cambiar algunas cosas?  

Si, pero también para presenciar con complicidad la no reparación de los problemas. Esto es muy complejo. La elección nunca es fácil. Evidentemente, muchas personas tienen el poder para hacer las cosas bien, y por supuesto, lo respeto. Mira, lo que está pasando con las energías renovables. La ministra Ribera es la mejor que ha pasado por el ámbito del medio ambiente con diferencia. Es una persona culta, concienciada, bien informada, con destrezas administrativas… Pues está aprobando disparates ambientales. Como los campos eólicos y de energía fotovoltaica en lugares que tendrían que estar manifiestamente prohibidos. Mira lo de la valla de Melilla. Estoy seguro de que el señor ministro de Interior está absolutamente convencido de que no hay que tratar como se ha tratado a los inmigrantes. Pero se lo ha tragado. Lo inverosímil es el no dimitir. La mayoría de la clase política se traga los sapos todos los días, algunos preferimos desayunar una rebanadita de pan con aceite y ajo.          

A primera hora de la mañana, cuando Twitter es un caos de noticias de última hora y polémicas, usted se dedica a publicar vídeos del campo. Un petirrojo cantando en una rama, unas mariquitas refugiadas en un pimiento… ¿cómo sobrevive en las redes?

Porque nunca he contestado. También he tenido suerte en eso, me han atacado relativamente poco. Los medios de comunicación no dan noticias sobre la naturaleza y a mí me parece especialmente noticiable. Durante una temporada, en Radio Nacional he conseguido hacer lo que hago en Twitter: dar noticias de lo que está pasando en la naturaleza. Ahora mismo estoy rodeado de unas paredes cubiertas de hiedra, y están en flor. Estamos en días navideños y ya están siendo visitadas por las abejas. Y los enebros están floreciendo. La vida también produce acontecimientos reseñables.

Creo que cada vez es más común salir crispado de las redes sociales, ¿no le sale a usted el ánimo de cantarle las cuarenta a alguien?

Sí, lo que pasa es que yo no quiero perder el tiempo en eso. ¿Para qué gastar energía en montar disputas, que en fondo alimenta esa faceta inadmisible del ser humano? La competitividad, la agresividad… Cualquiera de las variantes de la violencia. Los medios virtuales siguen siendo una multiplicación de la agresividad del ser humano. Eso no hay que fomentarlo. 

 ¿Qué propósito tiene para 2023?

Casi cualquiera de los últimos años: vivir al máximo posible, emboscado como campesino y caminante contemplador [ríe]. Probablemente, me publicarán un par de libros, que están encargados seguramente. seguiré haciendo un poco de radio, aunque cada vez menos… ¡Debería de llevar 10 años jubilado! Voy a plantar unos 500 árboles, como todos los años. Espero que la cosecha sea mucho mejor que la de este último año, que ha sido la peor de la serie histórica. La ola de calor fue devastadora. Iré a unas cuantas manifestaciones. Uno de los motivos por los que voy a las capitales es para manifestarme [ríe]. Y poco más. Escribir, cultivar, y plantar árboles. 

Dígame un titular que le gustaría leer este año que empieza.

Me parecería maravilloso uno que dijera: “Este año hemos recuperado las cuatro estaciones”. Hemos tenido invierno, primavera, verano y otoño. Que por algún motivo, se estuviera amortiguando la catástrofe climática. El tuit que he puesto hoy es: “Os deseo que paséis un largo invierno” [ríe]. Podría parecer contradictorio, pero no. Hoy día, tener un largo invierno sería una auténtica bendición. Hay muchos años que, a mediados de febrero, ya estás en primavera. Ahora mismo hace una temperatura especialmente alta. Es un horror. Estoy en mangas de camisa. En los últimos 47 años es muy raro estar a finales de diciembre en mangas de camisa. Estoy en la montaña. 

Y mirando un poco más allá, ¿es usted optimista?

No, en absoluto. Pero mi pesimismo es absolutamente constructivo. No se puede ser optimista si estás bien informado. Yo tengo muchas más fuentes de información, además de las convencionales: los elementos de la naturaleza. Un poema que escribí se llama: “Mis fuentes son las fuentes”. Me informa el manantial de lo que pasa. Pero creo que tenemos margen de actuación. Creo que podría darse todo lo contrario a la involución a lo que nos amenaza en política. Creo que podría darse una situación de masa crítica que provoque una revolución, absolutamente pacífica –en esto soy intransigente: todos los cambios deben ser pacíficos y pacifistas–. Que una masa crítica suficiente diga que no podemos ser derrochadores, consumistas y codiciosos, y que tenemos que evitar el colapso. Precisamente, es lo que hacemos los ambientalistas. Procurar que no se produzca un colapso.  

Joaquín Araujo (Madrid, 1947) no compró regalos estas navidades. No es que se le hubiera echado el tiempo encima; precisamente es lo contrario, reconoce que uno de sus privilegios es que vive sin prisa. El divulgador medioambientalista renunció hace décadas a caer en las redes del consumismo navideño: “Hay que consumir vida y no mercancías”, defiende. Pese a que nació en el madrileño barrio de Chamberí, desde hace casi cincuenta años se considera extremeño. Siendo un veinteañero, el hallazgo de la comarca de las Villuercas, en Cáceres, le produjo un flechazo del que no se ha recuperado. Ahí vive, alejado 15 kilómetros de su vecino más cercano, rodeado de caballos, cabras, gansos, gallinas y perros, produciendo su propia energía, cultivando lo que come, plantando árboles –a un ritmo de 500 al año– y escribiendo libros. 

Más sobre este tema
>