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La pandemia hace perder (de momento) la batalla de la austeridad a la ortodoxia económica

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The Economist, la biblia del liberalismo, asegura que gastar generosamente para evitar una depresión económica mayor es el “único camino sensato” en los tiempos del covid. El conservador Boris Johnson parece haber dejado muy atrás el thatcherismo del que se reclama heredero y casi ha tenido que disculparse por la “enorme intervención gubernamental” de la economía que prepara: “No soy comunista”, se sintió en la obligación de aclarar mientras anunciaba un New Deal de 5.530 millones de euros en infraestructuras. Alemania ha metido en un cajón la sagrada regla del Schwarze Null –déficit cero– de la que hizo bandera durante la última década y lidera el aumento del gasto público contra el coronavirus, en el que empeñará un 34% de su PIB. Los mayores empresarios de España no pararon de pedir fondos públicos de todo tipo durante la semana que duró la cumbre Liderando el futuro de la CEOE. El FMI calcula que los gobiernos de todo el mundo se van gastar casi ocho billones de euros en combatir la pandemia y sus consecuencias económicas. La Unión Europea, en una cumbre histórica, aprobó un fondo de reconstrucción de 750.000 millones de euros de los que 390.000 serán transferencias directas. Y todo ello lo financiará con deuda conjunta con cargo al presupuesto comunitario, un gasto, en el fondo y en la forma, impensable hace 10 años. 

La respuesta a la crisis de 2020 está siendo bien distinta a la que Estados y organismos multinacionales dieron a la de 2008. No ha habido ni un minuto de duda sobre cuál es la receta adecuada para superar la obligada parálisis económica de la primavera y la incierta reactivación de los próximos meses y años. “No creo que haya nadie en su sano juicio que no entienda que ahora se debe intervenir en la economía, en una crisis tan rara como ésta emerge con fuerza la necesidad de que el Estado pueda hacerlo”, sostiene Manuel Alejandro Hidalgo Pérez, profesor de Economía Aplicada de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Lo mismo cree Antón Costas, catedrático de Política Económica en la Universidad de Barcelona y presidente de la Fundación Cercle d'Economia: “Ahora es necesario gastar y gastar, y gastar bien”. Hasta el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, a quien Costas encuadra dentro de la ortodoxia económica, ha dejado claro –“y con acierto”, le refrenda el catedrático– que en estos momentos no hay alternativa razonable a la expansión fiscal.

Manuel Hidalgo, no obstante, matiza que el discurso y el paradigma habían cambiado ya antes de la pandemia. La idea ya se venía gestando desde antes en la Unión Europea, asegura; el estallido del coronavirus no ha hecho más que reforzarlo y consolidarlo. Costas sí ve ahora un cambio del Zeitgeist, el clima ideológico, social y político, a diferencia de lo que ocurrió en la crisis financiera. A su juicio, las élites financieras han cambiado su percepción, no como en 2008 o en 2015, precisa –“aunque no sé con qué grado de sinceridad”– y son conscientes de que hay que “reformar el capitalismo desde dentro”. Menciona como señales la declaración de Business Roundtable, la organización que reúne a los primeros ejecutivos de las 181 mayores compañías de Estados Unidos. El pasado agosto proclamó como nuevo objetivo corporativo no la maximización del beneficio, sino el interés de los empleados, los clientes y las sociedades donde operan. O la más reciente del Foro de Davos el pasado enero, también apelando a un capitalismo más “participativo”.

También se manifiestan fuerzas a favor de un cambio en la política como la senadora Elizabeth Warren en Estados Unidos e incluso algunas propuestas “espectaculares”, dice Antón Costa, de los conservadores británicos antes de la llegada de Boris Johnson. Finalmente, la presión que ejercen los grupos sociales que en Occidente desdeñan el capitalismo de mercado y la democracia liberal, centrando sus anhelos únicamente en el progreso económico, también empujan en la misma dirección. Son esos grupos sociales los que han aupado a Donald Trump al poder, explica el catedrático, o a Johnson y su Brexit, y no hacen ascos a un capitalismo de Estado sin democracia pero con un progreso social indiscutible como el que ha convertido a China en una primera potencia mundial.

“Ahora la pandemia nos ha enseñado que nuestras prioridades estaban equivocadas”, remata el argumento. Ya no va a ser suficiente elaborar unos presupuestos “para crecer”, sino que deberían estar diseñados para fortalecer toda una serie de bienes comunes, desde la salud hasta la lucha contra el cambio climático, la atención a los mayores o las pensiones. De forma que Antón Costas piensa que la mayor intervención pública no va a ser un fenómeno coyuntural, el aumento del gasto permanecerá. También Manuel Hidalgo, quien prevé una “segunda ola de gasto” una vez superada la emergencia, pero “diferente, meditada, incentivando sectores verdes, tecnológicos, reactivando la innovación, en la que Europa está muy lejos de Estados Unidos y China”.

Deuda disparada pero más barata

Para sufragar esa inyección extra, sin embargo, el profesor de la Pablo de Olavide no aconseja subir impuestos ahora, más bien esperar “uno o dos años”. Aunque Antón Costas no ve una “revolución fiscal” en el horizonte, a diferencia de lo ocurrido tras la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos y Europa o en los años 80 en España, sí que alaba los nuevos impuestos en la carpeta de la UE –tasa Google, tasas a las emisiones de carbono, un impuesto a las grandes empresas y otro para el plástico no reciclable, planteados también en la última cumbre–, que deberían recaudar 42.000 millones de euros más al año para financiar la recuperación. También aconseja recaudar mejor antes que crear nuevos tributos. The Economist, en otro giro de discurso, no ha tenido problema en recomendar un alza de impuestos sobre la herencia, la tierra, las emisiones de carbono, e incluso sobre el consumo en Estados Unidos.

Porque disparar el gasto sin asegurar los ingresos va a inflar el déficit público y, después, la deuda de los Estados. La ventaja en esta crisis respecto a 2008 es que su coste va a ser mucho menor. Los tipos en mínimos históricos darán un respiro al pago de los intereses. En 2019, Estados Unidos abonó por el servicio de su deuda el 1,8% del PIB, menos que hace 20 años. Si en 2018 el coste de financiación de la deuda española era del 0,64%, el año pasado bajó al 0,23%, un ahorro que el Tesoro Público cifra en 2.371 millones de euros.

No obstante, Costas considera necesario empezar a elaborar ya una hoja de ruta de cómo debe afrontarse el aumento inevitable de la deuda pública que se avecina. Según los cálculos del Banco de España, puede llegar al 120% del PIB este año. Aunque buena parte de esa deuda va a permanecer “mucho tiempo” en los balances del Banco Central Europeo (BCE), las compras millonarias de bonos comprometidas por esa institución no pueden ser eternos, advierte el catedrático de la Universidad de Barcelona. De manera que el crecimiento económico y una inflación moderada deberían ayudar a reducir la deuda. De nuevo es The Economist quien sorprende asegurando que, pese a los “temibles efectos secundarios” del alza de la deuda, tanto pública como corporativa, “sus ventajas son inmensas”, no sin antes desdeñar los peligros de la inflación –“una preocupación de segundo orden”– y de conminar a la Unión Europea a proporcionar una “garantía clara de apoyo soberano a Italia y otras economías periféricas”.

Consolidación fiscal, más adelante y sin recortes

Aun así, no podrá evitarse la consolidación fiscal más adelante, porque el déficit público habrá que contenerlo por imperativo comunitario. En la anterior crisis, cuando en España escaló hasta el 11,28%, se tardó una década en rebajarlo al 2,54%. Y el precio fueron recortes que entre 2009 y 2014 rozaron los 31.000 millones de euros, según los cálculos de un estudio elaborado por CCOO. Para este año el Banco de España prevé un déficit equivalente al 9,5% del PIB en el mejor de los supuestos y de hasta el 14% en el peor. Pero Manuel Alejandro Hidalgo descarta que la Unión Europea vaya a exigir a los Estados miembros un ajuste como el de 2010. “Tumbaría a las economías”, advierte. Por el contrario, la consolidación que reclamará será a más largo plazo “y con reformas, para ser más eficientes y eliminar disfunciones que generan gastos innecesarios, pero sin recortes”, apunta.

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Antón Costa teme que, pasada la emergencia económica, reaparezca “algún fantasma”, pero no de la austeridad, como en el pasado reciente, sino de la “frugalidad”, como se ha dado en llamar la posición de Austria, Suecia, Dinamarca o Países Bajos, contrarios a que los fondos para la recuperación económica se otorguen sin condiciones: créditos –no transferencias– a cambio de reformas y recortes. Costa alerta de que si, oculta tras la frugalidad, regresa la austeridad, “Europa no aguantará”. El Brexit, dice, es en parte resultado de ese mal enfoque. “La solidaridad es voluntaria, pero en todo contrato debe haber mecanismos de reciprocidad”, explica. Y no los hay cuando el 50% de lo flujos de capitales hacia paraísos fiscales pasan por Países Bajos, critica. Tampoco cuando las ventajas tributarias holandesas recortan 2.200 millones de ingresos a las arcas públicas de España e Italia, según revela la organización Tax Justice Network. Sólo en el impuesto de sociedades, la Unión Europea pierde cada año 8.900 millones de euros a través del agujero fiscal holandés.

Tampoco cree Manuel Alejandro Hidalgo que deba atribuirse la enorme capacidad de respuesta a la crisis que ha mostrado Alemania únicamente al éxito de las políticas de austeridad aplicadas durante los últimos años. “No es tan sencillo, habría que hablar de las implicaciones de la moneda única y de otros factores”, opone. Berlín se ha beneficiado de un euro que permite a sus exportaciones competir en mejores condiciones que con el antiguo marco. Durante años, los organismos internacionales y los expertos han pedido a Alemania que aumentara su política de gasto para estimular la economía europea. “Ahora que va a hacerlo, es una buena noticia, bienvenido sea”, destaca.

Otro peligro será la tentación de retirar los apoyos públicos antes de tiempo. A su juicio, hay que estar preparados para cifras de déficit de doble dígito este año, “pero no debe hacerse una lectura tradicional, ésta es una situación completamente anormal”, recalca. Este ejercicio los números serán pavorosos, tras haber mantenido paralizada toda la economía durante dos meses, pero los de 2021 deberían proporcionar ya una “imagen fiel de lo que es necesario y de hasta dónde hay que llegar”. Si el apoyo a empresas y familias se retira demasiado pronto, caerá la demanda y habrá sectores que no se recuperarán, avisa Manuel Alejandro Hidalgo. “Los países ricos cometerán un grave error si sucumben a una preocupación excesiva y prematura por sus presupuestos. Mientras se encuentren en plena pandemia, retirar el apoyo de emergencia sería autodestructivo”. Palabra de The Economist.

The Economist, la biblia del liberalismo, asegura que gastar generosamente para evitar una depresión económica mayor es el “único camino sensato” en los tiempos del covid. El conservador Boris Johnson parece haber dejado muy atrás el thatcherismo del que se reclama heredero y casi ha tenido que disculparse por la “enorme intervención gubernamental” de la economía que prepara: “No soy comunista”, se sintió en la obligación de aclarar mientras anunciaba un New Deal de 5.530 millones de euros en infraestructuras. Alemania ha metido en un cajón la sagrada regla del Schwarze Null –déficit cero– de la que hizo bandera durante la última década y lidera el aumento del gasto público contra el coronavirus, en el que empeñará un 34% de su PIB. Los mayores empresarios de España no pararon de pedir fondos públicos de todo tipo durante la semana que duró la cumbre Liderando el futuro de la CEOE. El FMI calcula que los gobiernos de todo el mundo se van gastar casi ocho billones de euros en combatir la pandemia y sus consecuencias económicas. La Unión Europea, en una cumbre histórica, aprobó un fondo de reconstrucción de 750.000 millones de euros de los que 390.000 serán transferencias directas. Y todo ello lo financiará con deuda conjunta con cargo al presupuesto comunitario, un gasto, en el fondo y en la forma, impensable hace 10 años. 

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