A la idea de matriarcado vasco suele seguirle un interrogante: ¿mito o realidad? El debate está servido. Algunas voces presumen de las raíces que sitúan a las mujeres en el centro de la historia y la mitología vasca, mientras otras observan con escepticismo la noción de matriarcado como modelo válido hoy día. Más de la mitad de la población vasca mira hacia las urnas que el próximo 21A decidirán el futuro de la Lehendakaritza preguntándose si existen las condiciones sociales y materiales para hablar con rigor de matriarcado, o aquello pertenece estrictamente al plano de la fantasía.
El relato en torno a un matriarcado vasco no es fruto del arbitrio, sino que hunde sus orígenes en la historia, la mitología e incluso la semántica del territorio. Tiene que ver con la representación teológica encarnada en la figura de la diosa Mari, pero también con la organización social vinculada al papel de las mujeres en la economía familiar y en la estructura privada de los caseríos como unidad socioeconómica. Existe toda una base sobre la que se cimenta la hipótesis del matriarcado vasco –o quizá de forma más exacta, el matriarcalismo–, pero hoy son muchas las teóricas que advierten de sus limitaciones y de extrapolar su literalidad a la actualidad.
¿Se sostiene la idea de la existencia de un matriarcado hoy en suelo vasco? "En una sociedad patriarcal no se puede hablar de matriarcado, no existe". Toma la palabra Zuriñe Rodríguez, periodista e investigadora feminista. Arantxa Elizondo, profesora de Ciencia Política en la Universidad del País Vasco (UPV) va un paso más allá: "En mi opinión, nunca existió un matriarcado". Elizondo recuerda que durante unos años la existencia de un matriarcado vasco fue objeto de un intenso debate, especialmente desde la rama de la antropología. "Salió de la academia a la calle y socialmente se habló mucho de ello, con opiniones encontradas", rememora la politóloga. Coincide Rodríguez. "Es una idea que históricamente se ha usado mucho, pero últimamente está en desuso y no funciona tanto", en parte porque el movimiento feminista ha hecho un trabajo para desactivarla.
"Desactivación de la crítica feminista"
Ambas voces reconocen el peso que la mujer ha podido tener tradicionalmente en diferentes planos, fundamentalmente el de la familia pero también a través de "un papel protagónico en la construcción de comunidad y como transmisora de una lengua". Irantzu Varela, periodista y activista feminista, añade otra rama al conglomerado que alimenta la idea del matriarcado vasco: todo aquello que tiene que ver con la persecución de las mujeres vascas bajo el pretexto de brujería. Aquello del inquisidor Pierre de Lancre cuando "llegó a lo que luego se conocería como Euskal Herria y dijo: aquí son todas brujas", comenta la activista.
Una percepción estudiada a fondo por investigadoras como Silvia Federici y que tiene que ver precisamente con la autonomía de las mujeres. "Trabajaban la tierra, gestionaban el dinero, se levantaban la falda y meaban en cualquier sitio", resume Varela. Ahí existe una expresión alternativa de la feminidad que ha caracterizado culturalmente al pueblo vasco y que ha servido para abonar la idea del matriarcado.
Pero más allá de lo simbólico, la idea de un matriarcado como sistema socioeconómico tiene poco que hacer frente a un patriarcado galopante. "Hay una utilización interesada de ese concepto", sentencia la politóloga, quien considera que avalar la existencia de un matriarcado específico de la sociedad vasca puede dar a entender que en el territorio "no se dan los mismos problemas que sí hay en otros contextos", un planteamiento que "no se sostiene con los datos".
"Es perverso porque puede ser un elemento de desactivación de la crítica feminista", agrega Rodríguez. Dar por buena la idea de un matriarcado sirve, en esencia, para calmar las aguas y apuntalar la resignación. "La lógica matrilineal ha podido beneficiar a una articulación feminista mayor que en otros territorios, la idea de las mujeres como agentes fuertes y constructoras de comunidad", pero no hay que perder de vista que las "élites patriarcales que existen en Euskadi" no va a dudar en "utilizar esta idea como excusa" para argumentar que las mujeres "ya tienen poder".
En cierto modo, entra en juego una realidad objetivable vinculada a la bonanza económica en el territorio: hay "más trabajo y más riqueza", una suerte de "lectura productiva" que allana el terreno para reproducir la idea de que, efectivamente, las mujeres están en una buena posición, agrega la investigadora. No obstante, hay todo un abismo entre una sociedad que aspira a ser cada vez más igualitaria y otra basada en un sistema matriarcal. Lo segundo "es una ficción", zanja Elizondo.
Y no hay más que mirar los datos. "Si analizamos el trabajo reproductivo, los cuidados, la división sexual del trabajo, la brecha de género, las excedencias o incluso las estructuras políticas, veremos que estamos lejos de eso", agrega Rodríguez. "Aquí económicamente el poder lo tienen las oligarquías, las grandes empresas y las multinacionales. Ni la tierra, ni el dinero, ni los espacios de decisión" están en manos de mujeres, sentencia Varela.
Ellas artes y humanidades, ellos ingeniería
Vayamos a los datos. La primera parada para entender la situación de las mujeres en suelo vasco está en la educación y tiene que ver con la segregación en las ramas de conocimiento. En la Formación Profesional, tanto en los grados medios como en los superiores, las ramas más masculinizadas –por encima del 80% de alumnado masculino–están en la electricidad, el transporte y mantenimiento de vehículos, la energía y la informática. Las especialidades más feminizadas, en cambio, están en la imagen personal y en el textil.
En la universidad las dinámicas son idénticas. Las ciencias de la salud, las artes y humanidades son las mayoritariamente escogidas por ellas. La ingeniería y la arquitectura, por ellos. "La fotografía del listado de los grados universitarios con el alumnado matriculado segregado por sexo ilustra la realidad de los mandatos de los roles y estereotipos de género en las elecciones", señala el Instituto Vasco de la Mujer (Emakunde) en su último informe sobre Mujeres y hombres en Euskadi (2022). En suma, agrega la institución, los grados más feminizados "responden al rol del cuidado desde la educación o la salud", reproduciendo estereotipos de género propios de un sistema patriarcal.
La precariedad laboral tiene nombre de mujer
La segregación horizontal en el ámbito académico tiene impacto en lo laboral. Así, el sector servicios acoge al 88,3% de las mujeres ocupadas en Euskadi. En menor medida, las trabajadoras se dedican a otras actividades como la industria (10%) y de forma residual a la construcción (1,4%). Aunque también más de la mitad de los hombres ocupados se instalan en las actividades de servicios, la dispersión en otros sectores es mucho mayor. "Se refleja cómo se reproducen los roles y estereotipos de género mediante la segregación horizontal: los servicios como sector feminizado y la construcción masculinizada", reseña Emakunde.
En cuanto a los contratos registrados, "las contrataciones acumuladas responden a unos patrones concretos de feminización y masculinización", de modo que los tres sectores donde se han contratado al mayor número de mujeres son las actividades sanitarias y servicios sociales, el comercio y la hostelería. En cuanto a los hombres, sin embargo, los tres sectores son la industria manufacturera, el transporte y almacenamiento y el comercio.
Según un reciente estudio de la Fundación Iseak, en 2023 la tasa de parcialidad femenina se situó en un 27%, frente al 8% en el caso de los hombres. La parcialidad involuntaria es predominante, pero una de cada cinco mujeres se acoge a los contratos a tiempo parcial porque es la única opción para el cuidado de hijos. La parcialidad laboral es "uno de los principales responsables de la pobreza laboral, la precariedad presente y futura y la brecha salarial de género", advierten las autoras del estudio.
Por último, la proporción de mujeres en cargos directivos ha bajado más de cuatro puntos porcentuales entre 2015 y 2021, según el Instituto Vasco de Estadística. No parecen las condiciones necesarias para hablar de un matriarcado.
Más horas dedicadas a los cuidados
Si bien la distribución de las excedencias por cuidado de hijas e hijos ha ido equilibrándose con el paso de los años, lo cierto es que todavía predomina una tendencia clara que muestra cómo son ellas las que de forma mayoritaria recurren a esta figura para asumir los cuidados. En 2021, el 69,5% de las excedencias fueron utilizadas por mujeres. Hasta 2020, las cifras anuales se aproximaban al 90%, pero el año de la pandemia la tasa comenzó a menguar progresivamente.
Entre las paredes del hogar, también se hacen visibles los roles de género. Ellas dedican 4,9 horas al día para el cuidado de sus hijos e hijas. Ellos, 3,5 horas diarias. Las mujeres dedican, además, un total de 2,2 horas cada día a cuidar a otras personas dependientes, mientras que los varones ocupan 1,4 horas de su tiempo. En cuanto a las tareas domésticas, ellas destinan 2,1 horas de su día, ellos 1,6 horas diarias
Desigualdad en los bolsillos
En el año 2020, según los datos recopilados por Emakunde, la renta personal media se situó en 22.343 euros. La de los hombres, sin embargo, se dispara hasta los 27.422 euros, mientras que la de las mujeres se situó en los 17.667 euros. La brecha es evidente. Además, el 17,9% de las mujeres mayores de edad carecía de renta en 2020, frente al 11,1% de los hombres en la misma situación.
Afinando un poco más, resulta que la brecha económica se instala en 2.300 euros cuando se trata de aquella que procede del trabajo asalariado. Este cisma aumenta progresivamente con la edad y alcanza los 9.349 euros de diferencia en la franja de los 55 a los 59 años. En consecuencia, la renta familiar de aquellos hogares encabezados por mujeres, fue de media 11.292 euros inferior a la de aquellas familias en las que el perceptor principal es un hombre.
Ver másHuelga general, feminista y por los cuidados: Euskadi y Navarra salen a la calle para poner "las vidas en el centro"
Y aunque las pensiones vascas son las más altas de todo el país, la diferencia entre hombres y mujeres sigue presente. En 2021, la pensión media de las mujeres fue de 998,88 euros, muy por debajo de los 1.605,63 euros que ingresan los hombres en concepto de pensión. La diferencia es especialmente notable cuando se trata de pensiones de jubilación: el valor medio en el caso de ellas es 640 euros más bajo respecto a sus compañeros. Las últimas cifras apuntan a que la pensión media en 2023 creció hasta los 1.485 euros al mes, pero los datos no están diseccionados por género.
Violencia de género
Pero quizá la muestra más evidente de la situación de desigualdad es la violencia que ejercen los hombres sobre las mujeres. ¿Es posible hablar de matriarcado cuando existe violencia de género?
En Euskadi, un total de 41 mujeres han sido asesinadas por hombres que eran sus parejas o exparejas, desde que se inició el recuento oficial en el año 2003. El año pasado, un total de 6.512 denunciaron estar siendo maltratadas, según los últimos datos recopilados por el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Los jueces impusieron 865 órdenes de protección y en total 56,8 mujeres por cada diez mil fueron reconocidas como víctimas de violencia de género.
A la idea de matriarcado vasco suele seguirle un interrogante: ¿mito o realidad? El debate está servido. Algunas voces presumen de las raíces que sitúan a las mujeres en el centro de la historia y la mitología vasca, mientras otras observan con escepticismo la noción de matriarcado como modelo válido hoy día. Más de la mitad de la población vasca mira hacia las urnas que el próximo 21A decidirán el futuro de la Lehendakaritza preguntándose si existen las condiciones sociales y materiales para hablar con rigor de matriarcado, o aquello pertenece estrictamente al plano de la fantasía.