Primera hora de un día cualquiera. Al término del telediario, los presentadores se levantan para dirigirse a las cámaras. Con semblante serio, interpelan a un sector específico de los telespectadores: las mujeres. Concretamente a las víctimas de violencia machista. Lo hacen para emitir un ruego: ante la mínima señal, denuncia. El mensaje se repite en campañas institucionales, en la televisión, en el faldón de los periódicos, en los carteles que visten los comercios locales y vuelve a aparecer con fuerza a través de los altavoces del transistor, cuando ante los micrófonos de alguna radio la nueva ministra de Igualdad, Ana Redondo, repite a las víctimas que deben confiar en las autoridades y denunciar. Los deberes para ellas son claros: aprende cuáles son las señales, identifícalas y denuncia a tu agresor.
El objetivo es en realidad loable: se trata de ayudar a las víctimas a romper con la violencia. Y la puerta de salida es, casi siempre, la denuncia formal. Pero, ¿qué ocurriría si cambiáramos el foco y los receptores de las campañas comenzaran a ser los hombres?
No violes, no agredas, no acoses
"¿Quién tiene la responsabilidad de que exista esa violencia? ¿Quiénes agreden y por qué lo hacen?". Son algunas de las preguntas que plantea la socióloga e investigadora Beatriz Ranea. La respuesta, aun siendo evidente, queda habitualmente desplazada del marco de acción. Los hombres no están casi nunca presentes. "El cambio de enfoque es fundamental, porque la responsabilidad de que se den las violencias tiene que ver con cómo la masculinidad normativa las reproduce de forma estructural", analiza la también autora del libro Desarmar la masculinidad (Catarata, 2021).
Tradicionalmente, dice en conversación con infoLibre, se ha tendido a responsabilizar a la parte receptora de esa violencia: las mujeres. El "algo habrás hecho" ha quedado aparentemente desterrado, pero no es una idea anacrónica y pervive todavía en el cuestionamiento a las víctimas, desde Jenni Hermoso a la denunciante del futbolista Dani Alves, objeto ahora de descrédito por parte de la madre del acusado por un delito de violación, quien ha difundido imágenes de la víctima con el fin de poner en duda su testimonio.
"Ahora que hemos ensanchado el concepto de violencias, ahora que problematizamos la masculinidad, es importante que se hable de los agresores: es necesario dar ese salto", opina Ranea. En agosto de 2022, la Federación de Mujeres Jóvenes difundía un protocolo contra las agresiones sexuales, en un contexto de alarma generalizada ante una eventual escalada de sumisión química en el ocio nocturno. El protocolo decía así: "No violes. No agredas. No acoses. No intimides. No drogues. Si crees que no puedes cumplir este protocolo, ¡quédate en tu casa!".
La apuesta de las activistas escenifica el cambio de foco sugerido por la socióloga. No es el único ejemplo, si bien en ocasiones la reacción se ha vuelto especialmente virulenta. Lo fue cuando el anterior equipo al frente del Ministerio de Igualdad utilizó para una campaña institucional ejemplos de conductas machistas representadas por figuras reconocidas. "Si ni tú ni yo hemos sido, ¿entonces quién?", se preguntaba el anuncio, diseñado en el contexto del 25N.
Aquellos que se sintieron interpelados dieron un paso adelante. No para reconocer el machismo inherente a su socialización, tampoco para poner nombre a la violencia que experimentan sus compañeras, ni para expresar su compromiso hacia un aprendizaje feminista. Quienes elevaron los decibelios lo hicieron con el objetivo de parapetarse y acusar a las voces feministas de criminalizar a todos los hombres. No en vano, si el lema Not all men ha devenido en parodia, es porque antes fue argumento.
La reacción machista
"La reacción siempre está ahí", se apresura a decir Miguel Lorente, exdelegado del Gobierno para la Violencia de Género. La respuesta reaccionaria, analiza el experto, tiene que ver con algo muy sencillo: la identificación. "Si cuando se hace referencia a una situación no te sientes reflejado, entonces no te ofendes".
Cuando las mujeres chilenas coreaban "el violador eres tú", no querían decir que todos los hombres son violadores, sino que "el violador es un hombre como tú", recupera el experto. Sin embargo, los varones se sienten "atacados, cuestionados y ofendidos cuando se hace referencia al agresor".
¿Por qué? En parte, porque el mensaje que se lanza profundiza la idea de que la violencia machista, en tanto que estructural, no es obra de unos pocos. "Cuando dices que no son unos pocos, revelas que cualquier hombre puede serlo", analiza Lorente. El hecho de que estamos ante una forma de violencia estructural se sostiene con datos: en 2022, un total de 22.789 hombres fueron condenados por violencia machista y ese mismo año 83 hombres asesinaron a mujeres, fuera y dentro de la pareja, en el marco de la violencia de género.
Las campañas que interpelan a los hombres sirven también para tumbar el prejuicio de que la violencia hunde sus raíces en la anomalía: "No tiene que ver con la enfermedad mental, con el consumo de sustancias, ni con ningún trastorno, sino con la determinación de ejercer esa violencia para conseguir objetivos". Es, por tanto, una conducta "racional, planificada y desarrollada", profundiza el exdelegado.
Ranea encaja la reacción machista, especialmente ruidosa en los últimos años, como parte de la consecuencia del auge feminista y de un mensaje que "pone en el centro la relevancia que tiene abordar la relación entre masculinidad y violencia". Hasta ahora, apenas ha habido "costumbre de mirar a los hombres como sujetos de reproducción del patriarcado". Es decir, como parte activa del problema.
La socióloga cree que la reacción tiene un trasfondo positivo, significa que "se está haciendo bien, se está tocando la pieza que no se había tocado hacia un cambio social necesario". Pero también hay un reverso: el coste que asumen quienes emiten el mensaje, quienes deciden pronunciar "el violador eres tú", es todavía enorme.
Entonces… ¿Merece la pena? ¿Compensan los resultados? "Compensa y es necesario", dice sin atisbo de duda Miguel Lorente. "Hace falta dirigirse a los hombres", señalarles como origen del problema y "generar conciencia".
Autodefensa feminista
En el camino hacia la construcción de un mensaje que interpele y señale directamente a los hombres, se cruza otra senda: la de la autodefensa feminista. Son las feministas quienes prmueven una estrategia basada en la autodefensa, pero son también ellas las que rechazan el discurso del terror, las que cargaron contra el anuncio del Ministerio del Interior que en 2014 enumeraba una serie de consejos para evitar ser violada.
Entonces, ¿qué es autodefensa y qué es responsabilización desmedida de las mujeres? ¿Dónde están las líneas entre una y otra cosa? ¿Cómo casa la autodefensa con la voluntad de desviar el foco de ellas para situarlo en ellos?
"Es la mirada feminista la que hace que la autodefensa tenga un sentido transformador y no culpabilizante", responde Ranea. El sentido de la autodefensa es el de crear "espacios seguros", frente a la "mirada patriarcal" que se dirige a las mujeres para "poner la responsabilidad en ellas".
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"He sentido miedo y no quiero volver a sentirme así. Necesito saber defenderme". Las palabras, pronunciadas por una mujer tras vivir un episodio de violencia, llegaron recientemente a los oídos de la psicóloga Beatriz Durán. A través de una experiencia concreta, la especialista quiere resaltar que la autodefensa es algo que "puede ayudar a las mujeres", en tanto que ofrece "recursos y estrategias" de autocuidado.
¿Es incompatible la autodefensa con un discurso que interpele a los hombres? Durán cree que no. Es importante, a su juicio, señalar que "los hombres son los responsables de las acciones que toman" y a la vez construir las herramientas para que "una mujer no sea sumisa, débil y sepa defenderse".
Pero sobre todo, analizan las expertas, el cambio de foco implica algo más que señalar a los responsables: significa también sumar manos. "Los hombres son los agresores, pero también pueden ser agentes del cambio", sentencia Beatriz Ranea.
Primera hora de un día cualquiera. Al término del telediario, los presentadores se levantan para dirigirse a las cámaras. Con semblante serio, interpelan a un sector específico de los telespectadores: las mujeres. Concretamente a las víctimas de violencia machista. Lo hacen para emitir un ruego: ante la mínima señal, denuncia. El mensaje se repite en campañas institucionales, en la televisión, en el faldón de los periódicos, en los carteles que visten los comercios locales y vuelve a aparecer con fuerza a través de los altavoces del transistor, cuando ante los micrófonos de alguna radio la nueva ministra de Igualdad, Ana Redondo, repite a las víctimas que deben confiar en las autoridades y denunciar. Los deberes para ellas son claros: aprende cuáles son las señales, identifícalas y denuncia a tu agresor.