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FEMINISMO Y SEXUALIDAD

Bad Bunny, ‘Sex Education’ o porno: dónde encuentran los adolescentes la educación sexual ausente en las aulas

Imagen del artista 'Bad Bunny'.

Los chicos y chicas siguen sin encontrar en las aulas ningún atisbo de educación sexual. Y ante tal ausencia, no queda otra que echar mano de vías alternativas, con los pros y contras que esa discrecionalidad conlleva. Por un lado, la producción cultural deja espacio –cada vez más– a una visión sana de la sexualidad, capaz de construir una generación de jóvenes formados y conscientes. Por otro, todavía perviven reductos perniciosos, esencialmente aquellos ligados a la pornografía, que diluyen los límites entre sexo y violencia. ¿Dónde encuentran los adolescentes las respuestas que la educación reglada no les está ofreciendo?

La enésima polémica tiene que ver con el artista Benito Antonio Martínez Ocasio, ​conocido artísticamente como Bad Bunny. Su último lanzamiento incluye letras sexualmente explícitas y en las que algunas miradas advierten "dominación, misoginia y machismo". "Entiendo que la misión de un cantante no es educar a nadie. Y no habría mayor problema si no fuera porque, a falta de una educación afectiva de calidad, esta es la educación que reciben esos miles de jóvenes y adolescentes", decía esta semana la sexóloga Maria Esclapez en sus redes sociales. 

"El problema no es el reggaetón". Toma la palabra Patt Oliver, sexóloga feminista especializada en violencia machista. La experta trata de apartar el foco del género musical –en ocasiones, incluso, cargado de estigma– y resituar la mirada en una cuestión de fondo: "Las referencias a la violencia inundan las canciones y otros productos culturales de todas las épocas".

Para Oliver, no obstante, sí existe una nueva tendencia. Si hace unos años las letras giraban en torno a los mitos del amor romántico –y la violencia que de ahí emerge–, ahora la hegemonía cultural gira en torno al sexo: "Nos encontramos, especialmente en la música, alusiones extremadamente explícitas a prácticas sexuales que perpetúan valores contrarios a la igualdad entre hombres y mujeres, y que en muchos casos llegan a legitimar y blanquear la violencia", advierte la sexóloga. 

Coincide Gemma Altell, psicóloga social feminista, quien no encuentra problemático un contenido sexualmente explícito, pero sí entrevé peligro en las "letras vejatorias o que inciten a la violencia sexual". El problema, argumenta, es que "asimilamos sexo y violencia sexual", con los riesgos que ello entraña. "Asumimos que todo lo sexual conlleva violencia y eso es fatal para fomentar una sexualidad sana", sostiene y advierte que, en ocasiones, se trata de una "confusión intencionada para propagar el miedo".

En una línea similar se expresa Marian Moreno, profesora y experta en coeducación. La música "no es más que el reflejo del mundo simbólico de la sociedad y de quien la narra", afirma al otro lado del teléfono. Pero más allá del análisis sobre episodios puntuales, el ejercicio colectivo es el de preguntarse "qué hemos hecho como sociedad para que haya individuos que tienen ese mundo simbólico".

El porno, la principal fuente de información

Quizá una respuesta esté en el informe de Save the Children (Des)información sexual: pornografía y adolescencia. Entre sus conclusiones, señala que el 40% de las personas encuestadas reconoce la pornografía como fuente de aprendizaje afectivo-sexual, frente a un 26% que apunta al centro educativo. Un 48% de los participantes en el estudio estima que la pornografía es un espacio válido de información.

El punto de partida es de consenso: resulta problemático que el porno, en exclusiva, sea la principal fuente de información de los más jóvenes. Una vez enunciado el planteamiento inicial, emergen las diferencias: ¿es el porno esencialmente nocivo?, ¿todo el porno?, ¿habría problema con el consumo de porno si existiera, en paralelo, una educación afectivo-sexual de calidad? Y sobre todo: ¿qué hacemos con el porno? Las respuestas, diversas.

Marian Moreno lo tiene claro: sí, asiente, todo el porno es negativo per se. "Porque se basa en ir más allá" y esa aspiración a traspasar los límites deriva en "violencia". "Cuando se une sexualidad, sexo y violencia", se disparan las consecuencias. Para ellos, supone reproducir prácticas violentas como única vía para satisfacer sus deseos. Para ellas, implica aprender que esos mandatos violentos son los que deben cumplir para ser deseables, aunque "no les apetezca", sostiene Moreno. "El porno es una industria absolutamente perniciosa y muy peligrosa para las personas de cualquier edad, pero especialmente para los adolescentes". 

Comparte las mismas tesis Patt Oliver. La sexóloga se reconoce abolicionista, por lo que ejerce una defensa activa de nuevas alternativas capaces de relegar el porno a los márgenes, hasta su necesaria extinción. No se trata de propagar una mirada prohibicionista, matiza, sino de "ayudar a los jóvenes a encontrar otras maneras de erotizarse y de buscar respuestas a sus dudas en torno a la sexualidad". Entonces, sostiene, "el porno no va a ser necesario y en caso de que exista, no estaría tan relacionado con la violencia". Oliver recuerda que el feminismo abolicionista es contrario a la pornografía "no por lo que tiene de sexo, sino por lo que tiene de violencia". 

Gemma Altell pone voz a una perspectiva que difiere de las anteriores. "Me preocupa un poco –admite– que la falta de educación sexual se esté supliendo con un discurso mayoritario, conservador y alarmista", dice al otro lado del teléfono. Si bien es cierto que "el porno, a falta de educación afectivo-sexual, puede ser problemático", la psicóloga apuesta por huir de generalizaciones y preguntarse de "qué clase de porno" estamos hablando. Todo el porno que "tenga una base patriarcal, especialmente el porno violento, no es adecuado", sostiene sin matices la experta, quien sin embargo sí se inclina por un tipo de producción pornográfica ajena a lo mainstream y próxima a los valores feministas. Potenciar "otro tipo de porno", reflexiona, "puede ser una buena idea educativa", así que la pregunta debe ir hacia "qué porno estamos viendo y a qué edad".

La otra cara

No todo son malas noticias. Más allá del porno, en los últimos años han ido ganando terreno las propuestas culturales que han destacado por ofrecer contenido de calidad dirigido a los más jóvenes. Muchas de ellas, con un contenido sexualmente explícito ligado a cuestiones como el consentimiento y la diversidad sexual

Altell lo celebra. Es importante, dice, porque "si no cambiamos los imaginarios, no cambiamos la realidad". Y lo cierto es que la educación sexual se puede y se debe impartir en las aulas, pero la realidad es que "nuestros referentes los construimos a partir de la música, el cine y la literatura. Así que permitir modelos distintos nos ayuda a construir un mundo distinto". 

Si bien Oliver entiende la repercusión positiva que tiene este tipo de contenido, lo encuentra insuficiente. "La educación sexual tiene que estar presente" en todos los niveles formativos, de manera transversal, como materia específica y de forma integral. "No vale que una serie como Sex Education" sea la única fórmula capaz de hacer pedagogía, subraya, sin olvidar que por cada propuesta cultural a celebrar, existen otras tantas que vuelven a reproducir estereotipos misóginos y violencia contra las mujeres. 

También Moreno cree importante aplaudir los avances en el plano cultural, sin que ello implique obviar las carencias en el académico. Y lo resume con una paradoja: "Los chavales se enganchan a series como Sex Education porque les explican cosas, pero yo no puedo poner Sex Education en mi clase porque tendría una denuncia inmediata". 

Ofensiva ultra y adultos desinformados

Moreno sabe bien de lo que habla cuando introduce la palabra denuncia. El programa pionero de coeducación que lleva su autoría, Skolae, sufrió una persecución constante por parte de sectores conservadores y ultracatólicos. Y aunque finalmente salió victorioso, el paso por los tribunales hizo mella. "Además de los bulos" que corrieron en torno al contenido del programa –sin olvidar gravísimas acusaciones de pederastia–, la consecuencia directa fue "el miedo en las aulas" y la sensación de que "no merece la pena" dar la batalla por introducir la educación sexual en los colegios, sobre todo en un contexto de "desprotección del profesorado por parte de la administración".

Altell percibe "dificultad en la comprensión de lo que significa" educación sexual, lo que impacta en una "resistencia ideológica y política". "En la medida en que no estamos entendiendo que tiene que ver con la salud y con la vida, que la sexualidad es una dimensión más de la condición humana, la llevamos a un lugar ideologizado", lamenta. 

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¿Pero qué dicen las leyes? Sobre el papel, la educación afectivo-sexual debe vertebrar la formación en las aulas. Así lo mandata, principalmente, la Ley de Educación, que adopta un enfoque de "igualdad de género a través de la coeducación" y que incluye de "manera transversal la educación para la salud, incluida la afectivo-sexual". También la Ley de Salud Sexual y Reproductiva dedica, en su capítulo tercero, medidas en el ámbito de la educación y la sensibilización. Referencias similares son las que anidan en la Ley de Garantía de la Libertad Sexual y en la Ley de Protección Integral a la Infancia y la Adolescencia.

Si la legislación es clara, ¿qué pasa en las aulas? Además de la ofensiva ultra, hay un problema que detectan todas las voces consultadas: "Nosotros, el profesorado, tampoco tenemos formación. Generación tras generación, somos gente analfabeta sexualmente y nos hemos formado como hemos podido", lamenta Moreno. 

Al final, completa Altell, la asignatura pendiente en torno a la sexualidad está también en el mundo adulto: "Somos los adultos los que no somos capaces de gestionarlo de forma sana. Y aquí entran tanto las familias como el profesorado". También Oliver desplaza el foco de los más jóvenes para situarlo en las generaciones anteriores. "La educación sexual debería extenderse a toda la sociedad en su conjunto", señala y entiende "urgente que toda la población" tenga acceso a "información que les permita entender de qué va todo esto de la sexualidad, el consentimiento, el deseo, los vínculos, la responsabilidad afectiva y tantos otros aspectos relacionados con las relaciones interpersonales". Porque la sexualidad, recalca, "no va sólo de sexo". Y esa complejidad es –probablemente– imposible de reproducir en una letra de Bad Bunny.

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