Junio de 1963. Poco antes de su muerte, el presidente estadounidense John F. Kennedy quedaría inmortalizado en el despacho de la Casa Blanca, en una imagen pretendidamente icónica [disponible en este enlace]. Sobre su mesa, una ley. Y observando con atención, un grupo de mujeres. El líder demócrata estampaba su firma en la Ley de Igualdad de Salario, la constatación de una de las grandes victorias del movimiento feminista que batallaba por la equidad entre hombres y mujeres, también en los centros de trabajo. Más de seis décadas después, los logros formales van cogiendo polvo sin llegar a impactar en el día a día de las mujeres. Aquella demanda histórica sigue viva este 22 de febrero, Día por la Igualdad Salarial.
El proyecto de igualdad retributiva en suelo estadounidense fue producto del empuje feminista que la llamada segunda ola venía ejerciendo desde las bases, con la mirada puesta en la discriminación cotidiana –a veces invisible– de las mujeres. La redacción del texto la afinó la activista Esther Peterson, un nombre que sería clave y marcaría la participación política de las mujeres en primera línea institucional.
Llevar la igualdad a los centros de trabajo ha sido una de las proclamas claves del movimiento feminista y han sido ellas, las mujeres, quienes permanentemente han batallado por hacerse escuchar.
En la planta de Ford en Dagenham (Londres), allá por 1968, se comenzaba a escuchar un rumor. Probablemente imperceptible en un primer momento. Después, estruendoso. Era el grito de las trabajadoras organizadas que decidieron no callar ante las diferencias entre sus nóminas y las de sus compañeros. Aquel rumor fue el desencadenante de una huelga contra uno de los mayores empleadores de Reino Unido. Sólo dos años después, el parlamento británico aprobaba su Ley de Igualdad Salarial.
En 1989 algo similar ocurrió en los aledaños de la fábrica Jaeger Ibérica, dedicada a producir velocímetros de vehículos para Fiat y situada en Barberá del Vallés (Barcelona). Entonces, las trabajadoras iniciaron una huelga que duraría 27 días, se movilizarían hasta las puertas de varios ministerios y lograrían hasta cuatro sentencias a su favor. El objetivo: cobrar lo mismo que los hombres. Ninguno de sus compañeros varones las apoyó.
Ocurrió hace más de tres décadas, pero la desigualdad que aquellas mujeres trabajadoras se atrevieron a visibilizar, todavía anida en el mercado de trabajo.
Una brecha del 18,36%
"Hace veinte años, cuando empezamos a estudiar el fenómeno de la brecha salarial, decían que nos lo inventábamos". Habla Cristina Antoñanzas, vicesecretaria general de UGT. Hoy, asiente en conversación con este diario, la pedagogía alrededor de la situación de desigualdad de las mujeres ha ido calando, pero el negacionismo todavía está presente. Empezando por las empresas. "Cuando vamos a negociar, lo primero que te dicen es: en mi empresa no hay brecha", recrea la sindicalista. No se trata de que exista una discriminación tácita –en caso de ser así, se trataría de una infracción impugnable en los tribunales–, sino de "conceptos salariales que influyen en la brecha", pero también otros elementos como el tipo de contrato o las excedencias por cuidado. La desigualdad salarial echa raíces por su sutiliza.
Según el último informe confeccionado por UGT, en 2021 las mujeres ganaron 5.212,74 euros menos que los hombres, una brecha del 18,36%. Y entre los tres millones de personas que menos cobran –un máximo de 965 euros–, el 69% son mujeres. Son los datos principales, el trazo grueso. Pero hay que hilar muy fino para entender en qué consiste la brecha salarial.
El trabajo a tiempo parcial sigue siendo uno de los principales factores que nutren el cisma entre hombres y mujeres. El 23,25% de las mujeres trabajan a tiempo parcial, porcentaje que se reduce hasta el 6,7% en el caso de los varones. "España está entre los países europeos con más contratación a tiempo parcial, un hecho que afecta mayoritariamente a las mujeres", subraya Antoñanzas. El 52% del trabajo a tiempo parcial está compuesto por mujeres que no han podido acceder a un empleo a jornada completa, pero entre las razones estudiadas por UGT se encuentra también el cuidado de familiares. El porcentaje de contratación femenina a tiempo parcial es cuatro puntos mayor entre las mujeres con hijos, una dinámica que se invierte en el caso de los hombres.
Hay más. Aunque el sueldo base explica la mayor parte del desfase, el problema anida también en los complementos salariales. Según un informe de CCOO, estos complementos explican el 39,4% de la brecha mensual en la nómina entre mujeres y hombres.
Con el paso del tiempo, la brecha se convierte en abismo. "Se va incrementando a lo largo de toda la vida", explica Antoñanzas. La grieta escala a un 33,13% cuando se trata de las pensiones, pero además sucede un fenómeno llamativo ligado a la edad: "Durante toda nuestra vida profesional, hay más hombres trabajadores que mujeres. Pero a partir de los 65 años la situación se invierte porque las mujeres tenemos que alargar nuestra vida laboral para llegar a la jubilación".
Una cuestión cultural
Pero no todo son números. En realidad, aquello que explica la feminización de la pobreza, la desproporción de género en cuanto a contratación parcial y el impacto de los complementos salariales, hunde sus raíces en una cuestión cultural. "La raíz del desequilibrio salarial se encuentra en el reparto de roles: la asignación de las tareas de cuidado a las mujeres, mientras que los hombres son el sustento económico". Toma la palabra Yolanda Besteiro, presidenta de la Federación Progresista de Mujeres. Ellas, asiente, no trabajan para ser económicamente independientes, sino como forma de "apoyo a la economía familiar".
Por eso trabajar "a tiempo parcial está justificado: cobras menos pero tienes más tiempo para cuidar". También si renuncias a los pluses por disponibilidad habrá más tiempo para el trabajo doméstico y de cuidados, expone la experta. "Ahí radica la base de la discriminación salarial".
Y lleva ocurriendo décadas. "Cuando las mujeres empiezan a incorporarse al mercado laboral en el siglo XIX se entendía justificado que cobraran menos, porque tenían un padre o un marido que las mantenía", continúa Besteiro. Siguiendo esa misma lógica, a un hombre "había que pagarle más para mantener a su familia". Han pasado dos siglos, pero no es sencillo derrumbar unos cimientos tan arraigados. "Sigue plenamente vigente: los roles se perpetúan, se mantiene el desequilibrio y las mujeres no tienen independencia económica para vivir al margen de un hombre".
En 1989, el patrón de las trabajadoras que se pusieron en huelga en la fábrica Jaeger Ibérica sentenció que las mujeres cobrarían más sólo por encima de su cadáver. Ellas consiguieron su objetivo poco después. Hoy existe legislación que trata de corregir la desigualdad salarial en el empleo a través de distintas fórmulas, desde mayor transparencia hasta una representación paritaria. Pero queda tarea. "Falla que las empresas cumplan la legislación", opina Antoñanzas; también "falla la asignación del cuidado prácticamente en exclusiva a las mujeres", completa Besteiro. A dos semanas del 8M, las mujeres volverán a agitar en las calles la misma bandera que tejieron sus predecesoras.
Junio de 1963. Poco antes de su muerte, el presidente estadounidense John F. Kennedy quedaría inmortalizado en el despacho de la Casa Blanca, en una imagen pretendidamente icónica [disponible en este enlace]. Sobre su mesa, una ley. Y observando con atención, un grupo de mujeres. El líder demócrata estampaba su firma en la Ley de Igualdad de Salario, la constatación de una de las grandes victorias del movimiento feminista que batallaba por la equidad entre hombres y mujeres, también en los centros de trabajo. Más de seis décadas después, los logros formales van cogiendo polvo sin llegar a impactar en el día a día de las mujeres. Aquella demanda histórica sigue viva este 22 de febrero, Día por la Igualdad Salarial.