Rosa Cobo: "Un sector de la nueva izquierda ha consumado definitivamente la traición al feminismo"

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Rosa Cobo (Cantabria, 1956) acostumbra a moverse cómodamente entre la docencia y la divulgación. Su labor constante de investigación la ha erigido como una de las teóricas feministas contemporáneas más importantes, especialmente entre las corrientes abolicionistas. Su discurso enhebra la crítica al patriarcado con el señalamiento del neoliberalismo como uno de sus principales motores. Esta vez, Cobo se desplaza aparentemente del debate en torno a la prostitución y la pornografía, sus principales campos de trabajo, para teorizar sobre un asunto que en realidad está en el corazón de lo anterior: el consentimiento. La escritora y profesora de Sociología del Género en la Universidade da Coruña (UDC) publica su nuevo libro, La ficción del consentimiento sexual (Catarata, 2024), donde rebate algunos de los postulados hegemónicos sobre la cuestión y sienta las bases para recuperar una agenda feminista que en su opinión ha sido vaciada de contenido, en un momento de avance neofacista crucial para las mujeres y sus derechos.

A lo largo del libro afirma que el consentimiento es un vacío, una ficción y señala que está envuelto en oscuras sombras patriarcales.

El punto de partida del libro es que es muy difícil hablar de un consentimiento sexual en libertad en sociedades que están profundamente marcadas por la desigualdad. Cuando la desigualdad es muy marcada y la violencia significativa, algo que ocurre en el 70% del mundo, entonces el consentimiento sexual es una ficción absoluta. Ahora bien, yo no quiero negar la realidad sociológica de mujeres que en determinadas relaciones consieten libremente, lo que quiero explicar es que las dos cosas son posibles. Por eso creo que para calibrar la validez del consentimiento sexual es fundamental el contexto.

De hecho en el libro también indica que sin consentimiento el sujeto se deshace, se rompe y su ausencia le coloca de facto en la minoría de edad. Algunas voces proponen guiarse por el deseo, en lugar de por el consentimiento.

Son dos cosas diferentes que están vinculadas. Además, una cosa es el consentimiento contractual y otra el consentimiento sexual. Este último tiene una característica, respecto al consentimiento contractual: si tú votas no puedes dar marcha atrás, pero el consentimiento sexual, para que su horizonte sea la libertad, tiene que ser revocable. Sólo se puede hablar de consentimientos sexual cuando dos voluntades consienten y ese consentimiento está presidido por el deseo. Si no hay deseo no hay consentimiento, lo que hay es cesión.

Si no hay deseo no hay consentimiento, lo que hay es cesión

Hay una corriente que refuta esto y pone como ejemplo la búsqueda de la maternidad, donde puede haber consentimiento pero no necesariamente deseo.

La teoría queer parte del supuesto de que hay consentimiento cuando dos voluntades acceden a tener un intercambio sexual. Esta concepción del consentimiento, con la que yo no estoy de acuerdo, abre el camino a la prostitución, a la pornografía y a una serie de fenómenos sociales que poco tienen que ver con consentir. Eso, bajo mi punto de vista, es ceder, dejarse hacer, y suele desembocar siempre en un trauma.

En torno al debate sobre el sólo sí es sí o el no es no, usted señala que el feminismo no puede renunciar a la negación.

El consentimiento negativo tuvo muchísima relevancia en la década de los setenta, durante la tercera ola feminista. El feminismo radical sostenía que las mujeres tenemos que saber decir que no porque es la garantía de nuestra libertad. El feminismo tiene que trabajar en la idea del consentimiento negativo, porque las mujeres a lo largo de toda nuestra biografía somos socializadas para anteponer deseos masculinos a los nuestros, por lo tanto el feminismo no puede renunciar al consentimiento negativo. Pero en esta última década en algunos países, como Francia, Canadá o España, el consentimiento afirmativo se ha querido inscribir en las leyes. Yo no soy jurista, así que no tengo la formación para opinar, pero lo que sí creo es que el feminismo puede reivindicar el consentimiento positivo sin renunciar al negativo: ambos pueden suceder al mismo tiempo. En cualquier caso, es fundamental tener muchísima conciencia de las dificultades que tiene el consentimiento sexual, porque siempre opera en contextos que están marcados por la desigualdad, en algunos casos también por la violencia.

¿Qué opina del debate que brotó en torno a la ley española del sólo sí es sí, al margen de la evaluación jurídica?

Ha sido duro y difícil. Pero creo que ese debate en el feminismo es el mismo que hay y ha habido en el seno de la política: vivimos un momento de fortísima polarización social, un momento histórico que yo pensaba que no se iba a volver a repetir, el terrorífico ascenso del neofascismo. Todo eso tiene una traducción: se reduce la cultura de las razones y aumenta la cultura de la fuerza y de la violencia. Creo que eso lo ha impregnado todo. En el feminismo deben desaparecer las descalificaciones y tenemos que hacer debates de ideas. 

En el feminismo deben desaparecer las descalificaciones y tenemos que hacer debates de ideas

Precisamente en los últimos años se ha hablado continuamente de brecha en el feminismo, mientras en paralelo la extrema derecha va en aumento. ¿Ha sabido el feminismo ver la amenaza?

Hay cosas que nos han pillado con el pie cambiado y yo creo que eso nos ha ocurrido a casi todas. Hasta hace dos o tres años yo no he sentido la extraordinaria preocupación, rozando el miedo, del ascenso de una extrema derecha que tiene como propósito que las mujeres asumamos los antiguos papeles, que tiene un discurso negacionista sobre la violencia patriarcal y un discurso de odio que asusta. Pero sobre todo me parece importante que en esta última década ha tenido lugar este estallido de masas, la cuarta ola, donde millones de mujeres en el mundo han salido a la calle pidiendo que se detenga la violencia sexual. Esto ha provocado una fuerte reacción patriarcal. Hay sectores masculinos que han sentido miedo de que las mujeres conquisten nuevos espacios de libertad y de igualdad. Ahí, en ese miedo masculino, la extrema derecha ha encontrado un caldo de cultivo para que su discurso de negación de la violencia patriarcal encuentre un terreno fértil en el que poder crecer.

¿Y cómo recuperamos a ese sector masculino?

Es una pregunta muy difícil de contestar, porque el feminismo como movimiento social, pero también como tradición intelectual, tiene la obligación de poner en pie y fortalecer un proyecto político, social y cultural emancipatorio para las mujeres. ¿Cómo convencer a hombres que están disfrutando de privilegios? ¿Cómo convencerles de que es mejor que abdiquen de sus privilegios? Es extraordinariamente difícil. Creo que el éxito sólo es posible si en el currículum académico hay materias, asignaturas, talleres y cursos que estén articulados alrededor de la lucha contra la violencia patriarcal y alrededor de la crítica a la desigualdad entre hombres y mujeres.

En el libro plantea la confrontación con un movimiento LGTBI que ha venido, dice, a imponer su agenda, desplazando el sujeto del feminismo. ¿Hay una batalla entre el movimiento LGTBI y el feminismo?

No sé si la mejor palabra es una batalla, pero desde luego lo que sí hay es una disputa. Está siendo muy difícil para el feminismo colocar en el escenario público la idea de que tiene una agenda distinta a la del movimiento LGTBI. La agenda del colectivo LGTBI está articulada alrededor de la libertad sexual y sin embargo la agenda feminista está centrada en lo que más daño produce a las mujeres: la violencia sexual, física y vicaria. La otra parte irrenunciable es la lucha de las mujeres en el mercado laboral, contra la feminización de la pobreza y esa cantidad inmensa de trabajo gratuito que hacemos en el hogar.

¿Y esas agendas no son compatibles?

Yo creo que, en el futuro, no tendrían por qué ser incompatibles. Pero es importante que cada movimiento asuma su propia agenda desde una fuerte convicción política de autonomía.

En el libro habla de una nueva izquierda anticapitalista nacida en 2015 que pretende poner las fuerzas feministas al servicio de un proyecto que no es el propio.

Me gustaría matizar: no es toda la nueva izquierda, igual que tampoco toda la vieja izquierda estaría a favor de nuestra agenda política. Dicho esto, la izquierda anticapitalista con la que yo inicialmente me sentí fuertemente identificada, ahora siento que nos ha dejado a muchas feministas en una situación de orfandad política. Esta izquierda ha puesto en pie un proyecto político populista que se está cayendo rápidamente. Cuando la nueva izquierda nace, carece de sujeto político de cambio social, así que este pasa a ser la suma de movimientos sociales: pacifista, animalista, anticapitalista. Pero cuando llegan al feminismo, el feminismo inmediatamente se convierte en un estallido de masas impresionante e inesperado. Ellos quieren sumar el feminismo a ese sujeto político que es, en muy buena medida, atrapalotodo. Este sujeto político, que es la suma de diversas posiciones ideológicas y movimientos sociales, lo van a envolver con el discurso del feminismo, probablemente de forma interesadamente estratégica porque el feminismo en ese momento es el movimiento que tiene mayor legitimidad. Esto ha sido extraordinariamente problemático porque supone una propuesta de fagocitar el feminismo. Entonces el movimiento feminista se ve muy aprisionado entre dos agendas que no son las suyas: la del movimiento LGTBI –no todo el movimiento, pero sí el hegemónico– y la de una izquierda que considera que el feminismo debe estar a su servicio y asumir una posición política anticapitalista. Son dos agendas con las que debemos establecer alianzas, porque tenemos afinidades, pero desde la escrupulosa autonomía de cada movimiento.

El anterior Ministerio de Igualdad recibió duras críticas por sus formas, mientras que el actual ha optado por un perfil bajo. ¿Qué es mejor para las mujeres?

Lo que es imprescindible para las mujeres es que el Ministerio de Igualdad ponga en pie políticas que sean transformadoras y que mejoren la vida de las mujeres, capaces de conquistar nuevos espacios de libertad y de igualdad. La forma en que lo hagan no me parece que sea algo relevante, lo importante es que cuando se termina una legislatura podamos decir lo que hemos sacado en limpio.

¿Y en esos términos, cuál es el balance? ¿Qué hemos sacado en limpio?

Este ministerio lleva muy poco tiempo, no me atrevería a hacer ninguna valoración.

¿Y el anterior?

Aún no hemos tenido tiempo ni distancia suficiente para calibrar.

Jamás había visto tanta distancia entre el feminismo y la izquierda

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Ha sido un momento inoportuno para presentar ese proyecto: en campaña electoral y cuando no existe posibilidad de acuerdo con la oposición. Todo el mundo sabía que esa ley no iba a salir. Lo que no acabo de entender es por qué no la retiraron, como hicieron con la Ley del suelo. En segundo lugar, esa ley es insuficiente, porque si bien el feminismo está muy de acuerdo con la persecución del proxenetismo y de los puteros, esa ley tiene un enorme agujero: las mujeres que están en prostitución. Esas mujeres necesitan una batería de políticas públicas para ellas y también con ellas. La voz de las mujeres supervivientes de prostitución es una voz extraordinariamente importante para poder explicar muchas cosas. En tercer lugar, ha habido un sector de esta nueva izquierda que ha consumado definitivamente la traición al feminismo. Es imposible comprender por qué Sumar ha votado que no, explicando que es una ley punitiva, cuando podían haber votado que sí y después proponer enmiendas en la tramitación. Es completamente incomprensible que la izquierda haga críticas a la patronal por sus abusos y sin embargo la patronal proxeneta, que es claramente criminal, no sea sometida a ningún tipo de penalización. Tengo la sospecha de que este punto va a significar una caída electoral. Nunca jamás había visto tanta distancia entre el feminismo y la izquierda.

Prohibir el acceso de menores a la pornografía es urgente, pero no es bastante

El Gobierno ha dado pasos para limitar el acceso a la pornografía por parte de menores. ¿Existe relación entre porno y violencia sexual?

Ya se están haciendo investigaciones que identifican la relación que hay entre el consumo masivo de pornografía entre los adolescentes y los jóvenes, con el aumento de los delitos de agresión sexual por parte de menores. Respecto a la propuesta legislativa, prohibir el acceso de los menores a la pornografía es un paso urgente, porque el consumo masivo de pornografía está teniendo como efecto no solamente un aumento de la violencia, sino también cambios en las relaciones entre chicos y chicas. Asumen no discutir y por lo tanto no negociar las prácticas sexuales, porque se entiende que son las que están en la pornografía. Esto es de una gravedad extrema. Cualquier medida que se haga para prohibir el acceso de menores a la pornografía es urgente, pero no es bastante. ¿Qué es lo que ocurre cuando un chaval ya mayor de edad consume horas de pornografía y narrativas pornográficas en las que el eje de esa narrativa es el incesto, el ahogamiento o la violencia? ¿No será esto un discurso de odio contra las mujeres? Por último, me parece asombroso que el Gobierno haya articulado un grupo de expertos en el que no hay feministas, cuando fuimos las feministas las que colocamos el tema de la pornografía en el debate público.

Rosa Cobo (Cantabria, 1956) acostumbra a moverse cómodamente entre la docencia y la divulgación. Su labor constante de investigación la ha erigido como una de las teóricas feministas contemporáneas más importantes, especialmente entre las corrientes abolicionistas. Su discurso enhebra la crítica al patriarcado con el señalamiento del neoliberalismo como uno de sus principales motores. Esta vez, Cobo se desplaza aparentemente del debate en torno a la prostitución y la pornografía, sus principales campos de trabajo, para teorizar sobre un asunto que en realidad está en el corazón de lo anterior: el consentimiento. La escritora y profesora de Sociología del Género en la Universidade da Coruña (UDC) publica su nuevo libro, La ficción del consentimiento sexual (Catarata, 2024), donde rebate algunos de los postulados hegemónicos sobre la cuestión y sienta las bases para recuperar una agenda feminista que en su opinión ha sido vaciada de contenido, en un momento de avance neofacista crucial para las mujeres y sus derechos.

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