Mientras España se encontraba contando papeletas, al otro lado del charco se estaba produciendo lo que el partido boliviano Movimiento al Socialismo (MAS) denominó golpe de Estado. Ocurrió el domingo 10 de noviembre. El presidente de Bolivia, Evo Morales (MAS), anunciaba aquella noche su renuncia a la presidencia para evitar enfrentamientos, propiciar la "pacificación" del país y consolidar el retorno de "la paz social". Lo que tomaba apariencia de dimisión era, para el presidente, un "golpe cívico, político y policial" instigado por "grupos oligárquicos que conspiran contra la democracia". "Mi pecado es ser indígena, dirigente sindical, cocalero", denunció Morales tras trece años de mandato. ¿Por qué lo que está sucediendo en Bolivia adquiere tintes de golpe de Estado y qué ha ocurrido hasta llegar a tal punto? Expertos consultados por infoLibre aportan algunas claves para entender la contienda.
La renuncia de Morales viene precedida de una escalada de violencia en las calles: disturbios, ataques, incendios y saqueos se sucedían días antes de la dimisión. La raíz de las protestas brota en octubre, pero el germen fue sembrado años antes. En febrero de 2016 se celebra en el país un referéndum para decidir si el entonces presidente debía presentarse a la reelección en los comicios que se celebrarían en 2019. La consulta cerró la puerta a un cuarto mandato, con un resultado muy ajustado: el 51,3% de los participantes votaron no y el 48,7% restante optó por el sí. Un año después, sin embargo, el Tribunal Supremo Electoral de Bolivia (TSE) decide revocar la decisión, argumentando que el sufragio pasivo es un derecho inalienable que no puede ser lastrado por medio de un referéndum. "Aquella decisión no se supo comunicar a la mayoría del país", explica Sergio Pascual, exdiputado de Podemos, miembro del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG) y observador internacional en diversos procesos electorales. El país, continúa, "no entiende esa maniobra que le permite a Evo Morales volver a presentarse". Aquel episodio no puede ser obviado, dice, porque "instala cierta desconfianza, incluso en los sectores a favor" del líder socialista.
Pasan los años, el descontento parece diluirse y llegan los comicios. Pero el 20 de octubre, durante la cita electoral, "se reabrió la herida de la desconfianza", reflexiona Pascual. "Aunque a todas luces no hubo fraude, la forma en que se gestiona comunicativamente el proceso de conteo hizo parecer" lo contrario. Fue esa "la razón fundamental para terminar de lanzar a la calle a los opositores y dejar en casa a la gente que apoya a Morales". ¿Qué fue lo que ocurrió? En Bolivia se emplean dos sistemas de recuento: un primero, el sistema de Transmisión de Resultados Electorales Preliminares (TREP), que da a conocer una aproximación del sentido del voto, y otro final y oficial, que corre a cargo de los tribunales departamentales electorales, quienes realizan el escrutinio papeleta a papeleta. Este primer sistema, más rápido, se paralizó con el 83% del voto escrutado. En ese punto, la distancia entre Morales y Carlos Mesa –candidato por Comunidad Ciudadana– apenas superaba el 7%. Para evitar una segunda vuelta, la diferencia entre el candidato más votado y el siguiente debe alcanzar el 10% de distancia.
"Cualquiera que conozca la realidad boliviana sabía que faltaba el recuento en las zonas rurales, favorables a Evo Morales", de manera que la exigencia del 10% sería "previsiblemente superada", relata Pascual. Ese primer conteo se detiene entonces para ser completado en los próximos días por el oficial."Ese parón cuando todavía no se había conseguido el 10%, aunque fue normal y homologable, sentó mal en la calle, que llevaba toda la campaña apelando al fraude", explica Pascual. "Cuando tres días después el conteo oficial le concede mayoría a Evo Morales, como parecía razonable que pasara, la oposición redobla esa llamada".
El papel clave de la OEA
En ese momento entra en juego la Organización de los Estados Americanos (OEA), que sugiere una segunda vuelta "para tranquilizar al país". Es decir, opina Pascual, la propuesta de la OEA es "saltarse la Constitución sin pruebas de fraude ni errores". De esta manera, añade, "se envalentonó el sector de la derecha más radical, encabezado por el oriente boliviano".
Coincide con él Omar de León, profesor de Economía Aplicada en la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y coautor de Nuevas estrategias económicas en América Latina. Los casos de Bolivia, Ecuador y Venezuela (Catarata). "La OEA es una institución que nunca tuvo demasiado prestigio, pero que en los últimos años está batiendo récords con José Luis Almagro, que propuso una intervención militar en Venezuela", comenta el investigador en conversación con este diario. Que la OEA se hiciera cargo del análisis de la evolución electoral era "una muerte anunciada" y todo ello pese a que "el informe final tan sólo habla de una probabilidad estadística de que hubiese errores".
Pedro Brieger es periodista y sociólogo. El también director del diario argentino Nodal reitera al otro lado del teléfono que la OEA "no habla de fraude en su primer informe, sino de irregularidades". En todo caso, agrega el periodista, "hay que tener en cuenta que la OEA, a través de su secretario general y a pocas horas de conocerse el resultado provisional, dijo que tenía que haber segunda vuelta". Algo que Brieger califica de, cuanto menos, "muy extraño", dado que los resultados completos y oficiales eran todavía una incógnita. "En ningún país se toma en cuenta el conteo provisional, precisamente porque es sólo provisional".
Por otro lado, continúa, la auditoría que realiza la OEA no se aplica a todas las papeletas de todas las urnas del país. "No se abrieron todas las urnas y se contaron nuevamente los votos para ver fraude", repara el periodista. En este punto se detiene también Pascual, quien encuentra el informe de la OEA "débil en términos de solvencia técnica", porque basa sus conclusiones en "hechos cuestionables". En ese sentido, coincide, el organismo examina 333 actas de las 34.555 que existen, para determinar posibles fraudes. Esas papeletas, además, "no son elegidas de forma aleatoria, sino que las señala la oposición". De ellas, prosigue, "78 efectivamente contienen elementos que se definen como fraudulentos: un 0,22% del total", por lo que "no es representativo".
Tal y como explica Brieger, el informe técnico habla además de irregularidades "en la transmisión de datos y en cuestiones técnicas que no son exclusivas de Bolivia", por lo que "está claro que había una intencionalidad política de impugnar el proceso electoral y forzar una segunda vuelta".
De León introduce en este contexto otro elemento. Se trata de un estudio elaborado por el Center for Economic and Policy Research (CEPR), con sede en Washington, que "demuestra lo que muchos sospechábamos" y es que "la suspensión del conteo no era tal". Esa paralización, reitera el docente, tiene que ver con la propia dinámica del sistema. "El conteo provisional se hace sobre todo para tener información rápida, algo parecido a las encuestas a pie de urna". Y aunque la ventaja de Evo Morales no era especialmente alta entonces, lo que ocurrió fue que "después se fue incrementando porque los últimos datos que se cargan pertenecen a las zonas rurales, con mayor presencia" de los partidarios del presidente.
Golpe de Estado
"Claramente hubo un golpe de Estado, no hay duda. Y si miras un poco en profundidad, a la evidencia de lo que se está viendo, el golpe estaba previsto meses antes de las elecciones". Así lo entiende De León, quien se cuestiona si "para llamarle golpe hay que asesinar al presidente". "Si a ti te llama el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y te dice que te vayas, con la Policía reprimiendo en las calles, ¿qué haces?", plantea.
Brieger recuerda que "esto no es una sutileza semántica y va más allá del debate académico: es profundamente político e ideológico". Por lo general, recuerda, "quienes realizan un golpe no lo llaman golpe, hablan por ejemplo de gesta libertadora, porque consideran que liberan al país de una tiranía". De hecho, "si uno revisa los medios chilenos después del golpe contra Salvador Allende va a ver que no se utilizó la palabra golpe. ¿Alguien duda hoy de que hubo un golpe de Estado en Chile en 1973?", se pregunta.
Los golpes, en ese sentido, "difieren entre sí y hay muchas formas de darlos", pero en el caso de Bolivia "los militares sugirieron renunciar al presidente de la nación". Y los militares, remacha, "no son cualquier cosa: tienen poder de fuego. Le están diciendo: si no lo haces, tenemos mecanismos para hacerte renunciar". Si así lo plantean es, a juicio del periodista, porque "tienen la capacidad de aplicar esa fuerza". Evo Morales "entendió el mensaje y decidió renunciar para evitar un baño de sangre". La Constitución de Bolivia, de hecho, señala en sus artículos 245 y 246 que las Fuerzas Armadas no intervienen en política y responden a sus mandos naturales.
Tampoco conviene apartar la vista de los apoyos del nuevo autoproclamado Gobierno para sacar conclusiones: "La avanzadilla de la reversión de los procesos políticos populares latinoamericanos, como Guaidó, Bolsonaro o incluso Macri, con una posición absolutamente tibia", observa De León.
En todo caso, completa Pascual, la dimisión tiene que ser "aceptada por el Congreso y el Senado, algo que no ha pasado formalmente", por lo que "es una dimisión impuesta por las Fuerzas Armadas, que son clave en un golpe de Estado", especialmente "en un clima guerracivilista".
¿Cómo se llegó a ese clima? La violencia en las calles no se fragua ni durante el recuento ni después, sino que estaba ya profundamente enquistada en el país. "La oposición pudo aprovecharse de un momento de fragilidad del Gobierno de Evo Morales, para alentar un amotinamiento policial y profundizar en la división existente", contextualiza Brieger. Si bien es cierto que la violencia se incrementa después del 20 de octubre, "la denuncia de fraude ya estaba prevista por la oposición" y no hay más que examinar "numerosos artículos, publicados en algunos organismos de inteligencia de los EEUU, que claramente ya señalaban que en caso de resultado ajustado iban a denunciar fraude y llevar adelante protestas". La oposición, además, "nunca toleró que Evo Morales llegara al poder y desde un primer momento querían derrocarlo. Lo consiguieron después de trece años. Les llevó tiempo".
Comparte esta tesis De León, quien habla también de una suerte de plan previo. "Hubo una operación organizada y las elecciones fueron el momento oportuno para avanzar hacia un cambio de régimen", afirma. A partir de entonces, el problema en las calles se inicia en Santa Cruz de la Sierra, la zona más rica de oriente, comenta De León, especialmente a través de la acción tejida por el llamado Comité Cívico y su líder Luis Fernando Camacho. "Camacho levanta a diversos grupos, acercándose hacia la zona del llano de Santa Cruz y hasta zonas del altiplano en La Paz", por lo que la revuelta "se organiza desde oriente a occidente", motivados por "esa visión de aprovechar las elecciones y derrocar al Gobierno". Hubo, por tanto "un movimiento social pero inducido por otros grupos tradicionales y oligárquicos".
Entonces "empiezan a quemar las viviendas de los ministros" hasta finalmente "tomar el poder", completa Pascual. En este punto, el candidato "de la derecha moderada", Carlos Mesa, "ya queda apartado de la toma de decisiones". La extrema derecha se hace con el timón y Evo Morales abandona el país rumbo a México.
El antes: crecimiento económico, políticas sociales y litio
Que el inicio de las protestas esté en la zona oriental del país tiene importantes connotaciones. Cuando Evo Morales llega al poder en 2006 –tras haber cosechado el 53,72% del respaldo electoral–, "el apoyo es tan abrumador que las fuerzas opositoras se quedan replegadas" en zonas "fundamentalmente blancas y de clase media-alta", explica Pascual. El área oriental, aclara, está habitada esencialmente por descendientes de inmigrantes europeos, mientras que la occidental la conforman ciudadanos indígenas. Hasta entonces "nunca había gobernado un indígena en Bolivia", lo que genera una "felicidad superlativa por parte de los indígenas, pero también un rechazo" en sus detractores que iba más allá de la disensión política y que se instalaba en una "visión etnicista y supremacista", basada en que "los blancos son los llamados a gobernar porque son los que pueden y saben". Para la élite, la llegada de Morales supone una especie de "maldición divina", no sólo por ser indígena, sino también campesino.
Aquello "anidaba en el sur de La Paz, en el oriente boliviano y en los estamentos superiores de los poderes estatales, como la cúpula del Ejército, la Policía y algunos sectores judiciales", que no se remueven de forma automática con la irrupción de Evo Morales. Ese rencor, explica Pascual, "se acumula y es uno de los factores que calientan la placenta del golpe".
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¿Qué pasó en los trece años de gobierno? Todas las lupas que se han puesto sobre el país concluyen lo mismo: la evolución socioeconómica es una evidencia. "Todo apuntaba a una mejoría brutal en términos de salud, educación, salario mínimo y estabilidad económica", explica Pascual, quien resalta que Bolivia es uno de los países "más estables en términos económicos de América Latina". Evo Morales batalló por "constuir escuelas y hospitales, subió el salario mínimo y fue aplaudido por organizaciones internacionales".
Según el Banco Mundial, el Producto Interior Bruto (PIB) del país no ha hecho más que crecer, con un aumento del 4,22% en 2018. De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), la economía boliviana experimentó un incremento medio del 4,9% anual. Además, las Naciones Unidas han recalcado el enorme descenso en cuanto a la pobreza extrema en el país: Evo Morales se encontró una tasa del 38% y la redujo al 20%. El porcentaje de analfabetismo, además, logró su mínimo histórico en 2018, con un 2,4%. Una bonanza, comenta Pascual, que fue posible a partir del decreto de 2006 por el que el recién escogido presidente nacionaliza el gas y el petróleo.
Pero hay otro elemento importante en el análisis: el litio. "Bolivia tiene las mayores reservas del mundo de litio, componente esencial de todas las baterías", por lo que "geopolíticamente, es un país clave por sus reservas naturales", agrega Pascual. De León continúa explicando que, además, en marzo se descubrió "la reserva de gas probablemente más grande del país". Todo eso, analiza, "genera unas oportunidades de negocio descomunales" que en el último año se han traducido en "importantes inversiones alemanas y chinas". Se trata, al fin y al cabo, de "un sustrato económico que algunos consideran muy atractivo para avanzar en la privatización de los recursos naturales", precisamente la dirección contraria a la seguida por el partido MAS. Se ha cultivado, durante los últimos años, toda una serie de "oportunidades que, para otras miradas desde lo privado, se estaban desaprovechando". Son algunos de los motivos, opina De León, que se esconden en el envés del golpe y que podrían dar vía libre a nuevas políticas neoliberales en el país. "En el ámbito de la alta política habrá guante de seda, pero por debajo va a haber una represión contra los líderes locales para tratar de desmantelar al MAS", augura el profesor.
Mientras España se encontraba contando papeletas, al otro lado del charco se estaba produciendo lo que el partido boliviano Movimiento al Socialismo (MAS) denominó golpe de Estado. Ocurrió el domingo 10 de noviembre. El presidente de Bolivia, Evo Morales (MAS), anunciaba aquella noche su renuncia a la presidencia para evitar enfrentamientos, propiciar la "pacificación" del país y consolidar el retorno de "la paz social". Lo que tomaba apariencia de dimisión era, para el presidente, un "golpe cívico, político y policial" instigado por "grupos oligárquicos que conspiran contra la democracia". "Mi pecado es ser indígena, dirigente sindical, cocalero", denunció Morales tras trece años de mandato. ¿Por qué lo que está sucediendo en Bolivia adquiere tintes de golpe de Estado y qué ha ocurrido hasta llegar a tal punto? Expertos consultados por infoLibre aportan algunas claves para entender la contienda.