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Dos años de la toma de Kabul: Khadija y Adela rehacen sus vidas en España lejos del terror talibán

Han pasado dos años desde que 5,7 millones de afganos abandonaran desesperadamente su país para salvar, en muchos casos, su vida. Adela Omid, una de las refugiadas que huyó de la barbarie y se instaló en España, cuenta que los empujones con los que una avalancha humana intentaba subirse a un avión en el aeropuerto de Kabul le fracturaron un hueso. Ella, como Khadija Amin–que ya habló con infoLibre hace un año– han continuado sus estudios aquí pero piensan en las niñas afganas que están reuniéndose en clases clandestinas para seguir estudiando. “Estamos dando clases de Corán”, dicen las alumnas cuando los talibanes interrumpen sus lecciones. Cuando Khadija tenía seis años también se tuvo que ocultar para formarse y ahora se vuelve a repetir. “Las niñas han perdido su sueño”, cuenta Salem Wahdat, y cuando cumplen 10 años ya no pueden ir al colegio. Los curriculum también han cambiado, relata, ya no hay matemáticas, ni física ni inglés. Ni siquiera quedan televisiones en las casas. Los talibanes las están destruyendo porque son “una ventana del diablo que lleva al pueblo al infierno”, denuncia Salem. 

Adela trabaja en una escuela de Madrid donde también puede formarse y le pagan el 75% del salario mínimo. Khadija ahora escribe para el diario 20 Minutos, y también trabaja en Telefónica. En estos días está esperando a que lleguen documentos desde Afganistán para poder cursar un máster. “Tengo mucho apoyo de mujeres españolas”, cuenta Khadija, que sigue en contacto con grupos de mujeres afganas. Salem llegó desde Turquía el 23 de septiembre de 2021, ciudad a la que tuvo que emigrar tras la caída de Kabul, donde trabajaba como consejero de seguridad. 

“Alquilar un piso es dificilísimo”, coinciden Adela, Khadija y Salem, que relatan las dificultades que tienen para encontrar un lugar en el que vivir en España. “Me dijeron que no querían emigrantes”, cuenta Adela sobre su experiencia buscando piso. La casera de Khadija le dejó sus maletas en la calle: “Mi ordenador se estropeó y mi ropa estaba mojada”, narra sobre un problema que, a pesar de haber denunciado en la policía, aún no ha podido resolver. Su única opción es recurrir al mercado negro del alquiler y ni aún así encuentra un piso en el que vivir. Salem describe el momento en el que concretó una cita para visitar un piso y cuando llegó le negaron el contrato, y así varias veces: “Cuando iba y me veían me decían que ya estaba alquilada”. Sus amigos, también afganos, han tenido incluso que dejar su puesto de trabajo porque no encuentran donde dormir. Ahora se han marchado a Galicia pero necesitan un nuevo empleo. 

El 15 de agosto de 2019 Adela estaba de viaje en su ciudad natal, Herāt, al oeste del país afgano. “Mi hermano trabajaba con los americanos y con los españoles y mi padre también era militar”, relata recordando que para huir tuvo que viajar a escondidas por la noche en la moto de sus familiares. A su llegada al abarrotado aeropuerto de la capital, las personas que criminalizaban a las mujeres por fugarse de la barbarie le reprendieron con: “¿Te vas de tu país?”, “¿Te quieres quitar el velo?”. Adela pudo escapar porque la gente que había trabajado con su hermano le mandó un correo para ayudar a sus familiares: “Su jefa nos llamó para ayudarnos”, narra. A las 12 de la noche recibió el email y a las 5 de la mañana ya estaba camino a Kabul. 

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Salem miraba al cielo el día que los talibanes entraron en la capital. Los helicópteros entraban y salían del Palacio presidencial mientras pensaba: “Los estadounidenses han entregado Afganistán”. Dos años después recuerda con tristeza y resignación: “Yo sé que en dos años los talibanes han llevado al país dos siglos atrás y si mañana caen, van a hacer falta 50 años para recuperarlo”. Es la tercera vez que Salem tiene que rehacer su vida y tras perder el derecho a la jubilación por sus 17 años trabajados en Afganistán hace un esfuerzo día a día para no caer en depresión. La primera vez que los talibanes tomaron el poder mataron a su padre y 20 años después ha tenido que marcharse de nuevo del país. “No tengo confianza en nada. No hay futuro. No hay plan”, relata. 

Su madre y su hermana siguen allí, en una ciudad que no puede revelar por seguridad y a la que llegaron tras abandonar la casa en la que habían vivido 40 años en Kabul. Los talibanes han ido casa por casa obligando a cada vecino a redactar un informe sobre su vida, su trabajo, sus hijos, y son los propios vecinos los que se delatan unos a otros. Los hermanos Adela se esconden en Irán tras los siete meses que permanecieron en Afganistán en los que los talibanes le torturaron. ”La embajada de Afganistán en Irán está a mano de los talibanes. No hay manera de ayudarles”, confirma Adela, que ya pidió ayuda al gobierno español pero fue rechazada por estar casados. Sus amigos y antiguos compañeros también siguen en el país, “dicen que prefieren morir a vivir así”, afirma. 

Los familiares de Khadija corrieron mejor suerte y pudieron abandonar el país, solo una de sus hermanas sigue en Afganistán. Ahora están en Holanda y en Estados Unidos. Los hijos de Salem también esperan a su padre en Canadá, en la ciudad de Vancouver pero no es sencillo salir de España como refugiado. Según el acuerdo de Dublín que rige en Europa, los países no podrán dejar salir a los ciudadanos que hayan acogido y si consiguen llegar hasta otro país europeo, el país tendrá la obligación de devolverlo, cuenta Salem. “Si te quieres ir te tienes que quedar 6 meses escondido en el país y después ir a la policía. Después de este tiempo no pueden aplicar el acuerdo de Dublín”, revela Salem. 

Han pasado dos años desde que 5,7 millones de afganos abandonaran desesperadamente su país para salvar, en muchos casos, su vida. Adela Omid, una de las refugiadas que huyó de la barbarie y se instaló en España, cuenta que los empujones con los que una avalancha humana intentaba subirse a un avión en el aeropuerto de Kabul le fracturaron un hueso. Ella, como Khadija Amin–que ya habló con infoLibre hace un año– han continuado sus estudios aquí pero piensan en las niñas afganas que están reuniéndose en clases clandestinas para seguir estudiando. “Estamos dando clases de Corán”, dicen las alumnas cuando los talibanes interrumpen sus lecciones. Cuando Khadija tenía seis años también se tuvo que ocultar para formarse y ahora se vuelve a repetir. “Las niñas han perdido su sueño”, cuenta Salem Wahdat, y cuando cumplen 10 años ya no pueden ir al colegio. Los curriculum también han cambiado, relata, ya no hay matemáticas, ni física ni inglés. Ni siquiera quedan televisiones en las casas. Los talibanes las están destruyendo porque son “una ventana del diablo que lleva al pueblo al infierno”, denuncia Salem. 

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