China inicia una nueva era con la consolidación de Xi Jinping como dirigente absoluto

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Con la decisión de la Asamblea Nacional Popular de China de eliminar los límites de mandato presidenciales, el actual dirigente del país, Xi Jinping, se ha convertido en el político más poderoso de la historia del gigante asiático desde el gobierno de Deng Xiaoping durante los años 80, informa Europa Press.

Xi Jinping podrá ahora continuar en el poder más allá de 2023, fecha en la que debería haber abandonado el cargo de no ser por la enmienda constitucional presentada por el Partido Comunista el mes pasado y aprobada hoy por aplastante mayoría en un Parlamento completamente leal a los preceptos del partido.

Esta acumulación de poder –Xi es presidente, jefe de las Fuerzas Armadas y secretario general del Partido Comunista– inicia una nueva era de centralización en China. Para algunos expertos, una etapa de continuidad más personalizada con asesores capacitados; para otros una amenaza de estancamiento en un mundo volátil y una puerta abierta a luchas internas de poder dentro de un descomunal sistema burocrático que ya no cuenta con la limitación de mandatos como mecanismo de frenada.

Personalización e ideología

Tres cosas cambian a partir de hoy en la Constitución china tras la que ha sido la modificación más importante en 14 años: el fin de la limitación de mandatos, la creación de comisiones de supervisión en la lucha contra la corrupción (de la que el mandatario es enemigo declarado) y la incorporación de una "cláusula ideológica", "El Pensamiento de Xi Jinping sobre el Socialismo con Características Chinas para una Nueva Era", pasa a formar parte íntegra de la Carta Magna.

"Los chinos de todas las nacionalidades seguirán adheridos a la dictadura de una democracia popular y al camino socialista", reflejó Xi en su texto "Perspectiva científica sobre el Desarrollo".

"Y el pueblo chino", culmina el presidente, "promoverá el desarrollo coordinado político, cultural, ético y social, para convertir a China en un gran país socialista moderno que sea próspero, fuerte, democrático, culturalmente avanzado, armonioso y bello".

Esta cláusula parece poco más que una declaración de intenciones sobre el futuro de una China moderna bajo el control del presidente, pero en realidad esconde una importante carga simbólica: hasta ahora, únicamente Mao y Deng Xiaoping tenían sus nombres asociados a sus ideologías en la Constitución. En el caso de Deng, la enmienda fue aprobada tras su muerte en 1997.

El fin de la transición silenciosa

"Tal y como yo lo entiendo, los límites a los mandatos de la Constitución del 82 eran la más extraordinaria y eficaz medida legal que podría impedir la emergencia de una dictadura personal", estimó el mes pasado Li Datong, redactor jefe retirado del reputado suplemento Freezing Point.

"Es más: se trató de un punto culminante en el progreso de la civilización política de China y uno de los mayores legados políticos de Deng Xiaoping. Si eliminas estas medidas, vamos a hacer el ridículo, a retroceder en el tiempo y a plantar de nuevo la semilla del caos, y el daño puede ser incalculable".

La última vez que se tuvo constancia de luchas internas en el Gobierno chino fue en 1989. Los estudiantes de Tiananmen aprovecharon esta tensión para lanzar una revolución aplastada de manera fulminante por unas autoridades incapaces de reaccionar con calma a tantos frentes abiertos. Desde entonces, todos los procedimientos de sucesión se han llevado a cabo sin mucho ruido. Eso podría cambiar cuando la edad o la presión obliguen a Xi a dejar el cargo.

Con lo ocurrido hoy, apunta el analista Jeffrey Bader para el grupo de estudios Brookings, "se está enviando el mensaje a los líderes potenciales del partido de que las reglas no importan". Además, Bader pronostica un periodo de extrema rigidez en la gobernanza. "Los responsables locales, que de por sí son gente cauta, tendrán ahora mucho más miedo de sacar la cabeza y proponer ideas. En lugar de dar su opinión, pedirán consejo, y de nuevo la lealtad desmedida será la moneda más valorada", apunta.

De la misma opinión es Elizabeth Economy, autora de un libro de próxima publicación sobre el presidente chino (La Tercera Revolución) y directora para Asia del instituto de estudios Council of Foreign Relations.

"Lo peor que le puede pasar (a Xi) es que se convierta en un pararrayos. Si la economía sigue ralentizándose, si al país le ocurre una catástrofe, toda la culpa va a ser suya", apunta al diario británico The Guardian, donde además menciona que la enérgica campaña anticorrupción que ha liderado "ha generado un importante descontento entre varias figuras poderosas del partido".

Xi y las nuevas generaciones

"El presidente de China ha cambiado el contrato social", lamenta el investigador del Atlantic Council Robert A. Manning. "Ha endurecido el control sobre la información, la cultura, el arte, Internet y lo que puedes decir o escribir; una especie de '1984' digital", ha añadido en referencia a la novela distópica de George Orwell. "Y creo que esto no va a sentar nada bien ni a la nueva generación ni a la clase media del país", afirma.

Esta postura contrasta con la intención del presidente chino de liderar lo que el mandatario ha descrito como el "gran rejuvenecimiento de la nación china". Manning reconoce que "con todo el poder acumulado es capaz de impulsar por sí mismo un programa de reformas". "Pero no es que esté precisamente aguantando la respiración hasta que eso suceda", ha apostillado el investigador.

"El gobierno de un solo hombre es una idea", añade el también investigador del Atlantic Council Jamie Metzl, "que funcionó en su día con (el fundador de la Singapur moderna) Lee Yuan Kew pero no comparemos: China es una estructura mucho más compleja". Y, sin embargo, el investigador reconoce que "en un momento en el que tanto Estados Unidos como la Unión Europea se enfrentan a la desestabilización, el hecho de redoblar la apuesta por la continuidad" podría arrojar frutos.

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Aunque el instituto Brookings describe como "un golpe de Estado blando"blando lo sucedido este domingo, existen dos figuras primordiales que, de funcionar a pleno rendimiento, aportarían al presidente cierta y necesaria flexibilidad: sus futuros máximos asesores, si todo va como se espera.

Se trata de Wang Qishan y de Liu He. El primero es un serio candidato a la Vicepresidencia del país y, probablemente, futuro responsable directo de las relaciones con Estados Unidos. Wang, de 69 años, demostró su valía en las conversaciones con sus homólogos estadounidenses durante la crisis financiera de 2008 y 2009, y su capacidad para resolver problemas a gran escala no tiene parangón en el Partido Comunista, donde es el principal defensor de la economía de mercado.

Liu, por otro lado, es el asesor económico más querido por el presidente chino, y posiblemente y a juicio de Brookings "el funcionario más capacitado" para acometer las reformas en un país necesitado de un crecimiento económico sostenible y de cierto margen de adaptación para unos próximos años caracterizados por el dominio total y absoluto de su presidente.

Con la decisión de la Asamblea Nacional Popular de China de eliminar los límites de mandato presidenciales, el actual dirigente del país, Xi Jinping, se ha convertido en el político más poderoso de la historia del gigante asiático desde el gobierno de Deng Xiaoping durante los años 80, informa Europa Press.

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