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La cumbre del clima de Nueva York deja un puñado de compromisos parciales y ninguna gran noticia para el planeta

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La cumbre del clima de Nueva York, previa a la Asamblea General de Naciones Unidas, ha dejado un reguero de buenas noticias, pero ningún gran anuncio que adelante, o al menos simbolice, un esfuerzo realmente transformador para paliar la brecha entre los compromisos de los países firmantes del Acuerdo de París y los 2 grados de calentamiento global máximo marcados como objetivo en el pacto. Las miradas estaban puestas en China, que pese a que sus emisiones en relación a su inmensa población no son las mayores, en términos totales es uno de los grandes emisores: sus promesas no han estado a la altura de la cita. Tampoco se esperan, según fuentes de la Comisión Europea, grandes anuncios de la UE, en plena renovación institucional y con un Green New Deal adelantado, pero solo a grandes rasgos. Aunque al cierre de la edición la cumbre aún no ha terminado, las intervenciones más esperadas ya han tenido lugar. Donald Trump, por cierto, ha asistido a la reunión: solo por unos breves minutos, antes de levantarse y marcharse hacia otra conferencia paralela. 

Esta cumbre del clima fue anunciada por el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, como una cita para que los países presentaran planes concretos. Nada de promesas vagas. Y así ha sido, precisamente por el celo de la propia ONU, que ha vetado las intervenciones de los Estados que no llevaran en su discurso acciones para aumentar su compromiso contra la crisis climática. Alemania, una de las protagonistas anunciadas de la cumbre, ha anunciado, en boca de su canciller, Angela Merkel, un paquete de inversiones de 54.000 millones de euros para lograr reducir en un 45% las emisiones de gases de efecto invernadero para el año 2030.

La primera parte de la reunión, además, dejó los compromisos de países como la propia Alemania, Islandia o Portugal de alcanzar la neutralidad climática (que todas las emisiones sean compensadas) a mediados de siglo. Otros se quedaron a medio camino: Países Bajos solo prometió el 90%. La Unión Europea, en su conjunto, no ha logrado adoptar este objetivo como común por el momento. También llamó la atención la meta de Colombia, cuyo presidente anunció que buscarán un 70% de implantación de renovables en su mix energético en 2030 pese a que la presencia de estas tecnologías en su generación actual es residual. Y Rusia, a su ritmo, declaró antes de la cumbre que por fin ratificarían el Acuerdo de París de 2015.

Francia, por su parte, tras unas semanas de conflicto diplomático con Brasil, anunció un pacto con varios países de Latinoamérica para frenar la deforestación en el Amazonas. Por supuesto, sin la firma de Bolsonaro. Está por ver, sin embargo, cuál es la postura final de los galos frente a Mercosur: el tratado de libre comercio que, aseguran los activistas, fomenta el expolio del pulmón del planeta.

Más buenas noticias: varios países, como de nuevo Alemania, Bélgica, España, Islandia o Noruega, anunciaron un aumento importante de sus contribuciones al Fondo Verde por el Clima, un mecanismo ideado para que los países ricos, más culpables de la crisis climática, financien en parte la mitigación y la adaptación al calentamiento global de los más pobres, con menos responsabilidad pero más expuestos a las inclemencias del fenómeno. Las promesas han alcanzado los 7.000 millones de dólares, según el recuento de la Europe Climate Foundation. Precisamente esta justicia climática ha sido la causante de que China no haya puesto sobre la mesa un aumento de la ambición significativo, pese a que había esperanzas de que así lo hiciera.

El gigante asiático, que no ha enviado a la cumbre a su máximo mandatario, Xi Jinping, sino a su representante, Wang Yi, aseguró que cumpliría el Acuerdo de París, pero no explicó cómo. Recordó que los países desarrollados deben "tomar la iniciativa" en la reducción de emisiones y cumplir con su compromiso de dar 100.000 millones de dólares en financiamiento climático a los países pobres para 2020, y antes del encuentro dejó claro que el país debía tener acceso a esos fondos. Yi puso el foco en que sus emisiones en relación a su población estaban cumpliendo los objetivos marcados. Anunció un esfuerzo en soluciones basadas en la naturaleza, al igual que otros muchos países: es decir, plantar más árboles para que absorban el CO2, una solución inservible sin recorte de polución. Y ahí se quedó.

La justicia climática, como suele pasar en este tipo de cumbres, planeó durante toda la mañana en Nueva York. Los países más pobres, sin desviar su responsabilidad, recordaron que existe una brecha enorme entre lo expuestos que se encuentran ante el cambio climático y su porcentaje de responsabilidad en las emisiones de gases de efecto invernadero. Los pequeños países insulares, que protagonizaron su propio panel, recordaron que el aumento del nivel del mar se los traga, la incidencia de fenómenos extremos los mata y, literalmente, no tienen a donde huir. "Si a los pequeños países insulares nos tocara resolver la crisis climática, lo habríamos resuelto hace tres decenios. Pero representamos el 1% de las emisiones de GEI", recordó la representante de Barbados. En ese sentido, Qatar se comprometió a aportar 100 millones de dólares para financiar la acción y la capacidad de adaptación al cambio climático en los pequeños Estados insulares y los países en vías de desarrollo.

La joven activista sueca Greta Thunberg abrió la cumbre con un discurso mucho más contundente de lo habitual. Ya de por sí directa, la líder climática incomodó a algunos mandatarios con alusiones directas a la responsabilidad de la clase política a la hora de abordar la emergencia. "Ustedes han robado mis sueños, mi infancia, con mis palabras vacías, y aun así yo soy una de las afortunadas", exclamó, al borde del llanto, en referencia a que países como Suecia serán de los menos afectados por el impacto del fenómeno. Otros no tendrán tanta suerte, y ya están notando las consecuencias: "La gente está sufriendo, la gente se está muriendo".

 

Thunberg recordó a muchos de sus detractores a la izquierda, que la acusan de connivencia con determinadas élites poco dispuestas a una acción radical, que ella no apuesta por un modelo conformista a la hora de abordar el cambio climático. "Ustedes solo hablan de dinero y de cuentos de hadas de crecimiento económico. ¿Cómo se atreven?", preguntó, visiblemente emocionada. "Ustedes nos están fallando, pero los jóvenes hemos comenzado a entender su traición (…) Si eligen abandonarnos, nunca los vamos a perdonar", prometió, entre aplausos de muchos de los directamente interpelados por sus palabras.

El papel de España

El gran titular que se pudo sacar del discurso del presidente en funciones, Pedro Sánchez, es el de su intención de aumentar la contribución de España al Fondo Verde por el Clima en 150 millones de euros en los próximos cuatro años, a pesar de que la convocatoria electoral lo deja todo en el aire. También pretende aportar otros dos millones de euros al Fondo de Adaptación, que permite financiar medidas para evitar inundaciones o para introducir nuevos métodos de agricultura más resistentes a fenómenos climáticos extremos como sequías, tormentas o trombas de agua. No hubo grandes anuncios más allá, toda vez que la apuesta de su Gobierno por la acción climática ya fue desvelada en febrero en su Plan de Energía y Clima. Compuesto de la Ley de Cambio Climático, la Estrategia de Transición Justa y el Plan Integrado de Energía y Clima que debe remitir a Bruselas, el Ejecutivo prevé alcanzar la neutralidad climática en 2050, al hilo de las exigencias de Naciones Unidas, pasando por un objetivo de 2030 por encima de lo requerido por la Unión Europea. Por ahora, nada de ello se puede llevar del todo a la realidad: la ley no puede aprobarse sin un Congreso en pleno funcionamiento y las principales medidas son irrealizables con los Presupuestos prorrogados de Montoro.

 

Sin embargo, el papel del país en este tipo de encuentros internacionales ha cambiado radicalmente con la entrada en el Gobierno del PSOE. Con Rajoy, el Ejecutivo contaba con un protagonismo cercano a la irrelevancia. Sin embargo, la ministra para la Transición Ecológica en funciones, Teresa Ribera, no ha parado. Ha presentado, junto a Perú, los resultados de la iniciativa para una transición justa en el empleo que lidera; y ha logrado un compromiso escrito de más de 45 países para incorporar la perspectiva de género en la acción climática. Sin embargo, no ha podido anunciar una mejora de la ambición de España, un Estado institucionalmente bloqueado.

No se preveía un gran anuncio de España como tampoco se preveían, y así se ha cumplido, anuncios de los países que verdaderamente pusieran en un brete a las industrias contaminantes, modificaran de cabo a rabo su modelo de consumo, acotaran el uso intensivo del transporte privado o explicaran al detalle cómo van a lograr la tan ansiada neutralidad de carbono para 2050. Para eso, parece, habrá que esperar a una nueva cumbre. Como es habitual.

La cumbre del clima de Nueva York, previa a la Asamblea General de Naciones Unidas, ha dejado un reguero de buenas noticias, pero ningún gran anuncio que adelante, o al menos simbolice, un esfuerzo realmente transformador para paliar la brecha entre los compromisos de los países firmantes del Acuerdo de París y los 2 grados de calentamiento global máximo marcados como objetivo en el pacto. Las miradas estaban puestas en China, que pese a que sus emisiones en relación a su inmensa población no son las mayores, en términos totales es uno de los grandes emisores: sus promesas no han estado a la altura de la cita. Tampoco se esperan, según fuentes de la Comisión Europea, grandes anuncios de la UE, en plena renovación institucional y con un Green New Deal adelantado, pero solo a grandes rasgos. Aunque al cierre de la edición la cumbre aún no ha terminado, las intervenciones más esperadas ya han tenido lugar. Donald Trump, por cierto, ha asistido a la reunión: solo por unos breves minutos, antes de levantarse y marcharse hacia otra conferencia paralela. 

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