El drama del regreso forzoso al hogar de los trabajadores migrantes en los países del Golfo

Sebastian Castelier (Orient XXI)

Otrora centro del comercio mundial de especias, el distrito indio de Malappuram, en el estado de Kerala, rodeado al este por los bosques de los montes Nilgiri y al oeste por la exuberante costa del mar Arábigo, se convirtió en el patio trasero de los Estados árabes del golfo Pérsico. Las divisas enviadas por los trabajadores que partieron al extranjero son una fuente de ingresos para un tercio de los hogares de Malappuram. Pero desde el comienzo de la pandemia de covid-19, el dinero de la migración de India al Golfo, vital para financiar los gastos diarios, la escolaridad, los aparatos electrónicos y los bienes inmobiliarios, se encuentra bajo amenaza.

“Trabajaba en Dubái para una empresa constructora, pero me despidieron”, se lamenta Vipin, uno de los 1.230.000 pravasikal –término que significa “migrante” en la lengua local, el malabar– que desde mayo de 2020 regresaron a Kerala. “Hoy en día vivo de mis ahorros, y dentro de poco ya no me quedará más dinero. Volvió mucha gente del Golfo a nuestro pueblo, pero aquí no hay oportunidades de empleo”, aseguraba Vipin en mayo de 2020. Un año más tarde, sobrevive con su esposa y su hija de dos años gracias a trabajitos precarios, mientras espera poder volver a probar fortuna en ese paraíso que representan las economías del Golfo.

Durante los primeros meses de la crisis sanitaria, la tasa de desempleo en Kerala –que ya antes de la pandemia era superior al promedio nacional– se disparó, pasando del 9% en diciembre de 2019 al 26% en mayo de 2020. “Mi familia está protegida del covid, pero a mi alrededor la situación se degrada”, agrega Vipin. En India se registran centenas de miles de contagios y más de 4.000 fallecimientos diarios debido a una calamitosa segunda ola que desde mediados de abril de 2021 azota al país.

Para los pravasikal de mayor edad, el regreso al país durante la pandemia de covid-19 implica “dejar atrás una vida de trabajo y el beneficio de salarios exentos del impuesto sobre la renta” para volver a “los viejos días sin ninguna red de seguridad social”. En efecto, las economías del Golfo están construidas en base a un modelo de migración que le ofrece a la abundante mano de obra extranjera una existencia temporal a cambio de salarios más elevados que en sus países de origen. Excluidos de los sistemas públicos de jubilación, reservados únicamente para los ciudadanos del Golfo, los trabajadores extranjeros deben ahorrar para su vida posmigratoria o contar con el apoyo económico de la generación siguiente. Algo similar ocurre en sus países de origen, donde ante la ausencia de Estado de bienestar, la subsistencia de las personas de edad avanzada depende de la solidez de la estructura familiar y del tejido social.

Preferencia nacional

El jefe del gobierno de Kerala, Pinarayi Vijayan, indica que el estado “está en deuda” con los pravasikal por su contribución al desarrollo local. Según un estudio del Banco Mundial, un aumento del 10% de la participación en el PIB de las remesas de los trabajadores a sus familias significa “una caída del 1,6% en la proporción de personas viviendo en la pobreza”. Pero algunos acusan a los migrantes de haber propagado el covid-19 tras su regreso al país. Otros se preguntan sobre el carácter efímero de los modelos de migración ofrecidos por los Estados del Golfo a los trabajadores extranjeros. El acceso a la ciudadanía o a un permiso de residencia permanente es un privilegio reservado a un conjunto de individuos extremadamente reducido. En enero de 2021, los Emiratos Árabes Unidos anunciaron que abrirían las puertas de la ciudadanía emiratí a inversores extranjeros, talentos especializados, médicos, ingenieros y artistas designados por funcionarios emiratíes o miembros de la familia real.

Además, los países del Golfo multiplican los programas de nacionalización de la mano de obra para darle prioridad a los nacionales. Si bien la ciudad de Dubái, donde solamente residen 270.000 emiratíes, planea aumentar su población en un 76% en los próximos veinte años y atraer talentos de todo el planeta, el Sultanato de Omán y el Reino Arabia Saudita tienen que lidiar con el flagelo del desempleo. Las migraciones inversas durante la pandemia revelan un fenómeno de más largo plazo caracterizado por el auge de las energías renovables, que desorienta a las economías petroleras y gasísticas del Golfo, en un mundo donde la supremacía del petróleo está en retroceso.

Según el Centro Nacional de Estadísticas e Información de Omán, la cantidad de trabajadores extranjeros en el país cayó un 14% entre el comienzo de la pandemia y enero de 2021. En Arabia Saudita, cerca del 13% de los ciudadanos están desempleados, y uno de los caballos de batalla del príncipe heredero Mohammed bin Salmán es reducir la dependencia de la mano de obra extranjera. En el caso de Kuwait, la reivindicación de la preferencia nacional se traduce por un discurso antimigrantes con un dejo racista que acusa a los extranjeros de todos los males del emirato.

Conscientes de que el futuro del Golfo depende de la capacidad de esos Estados petroleros y gasísticos para readaptar sus modelos económicos y sociales, los países asiáticos y africanos exportadores de mano de obra intentan desarrollar nuevas rutas de migración más calificadas hacia los países occidentales y también reforzar sus tejidos económicos locales. Ese último objetivo requiere un cambio de enfoque radical, ya que la migración llegó a convertirse en el símbolo del éxito, privando a las economías locales de la creatividad y del dinamismo económico de su juventud. “Si migro, se fortalecen los países del Golfo, no la India. Nos iría mejor si pensáramos diferente”, afirma Afeefa Rasheed, una estudiante india de 21 años entrevistada por Orient XXI en 2019. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), los trabajadores indios poco calificados que trabajan en Arabia Saudita y en los Emiratos Árabes Unidos ganan un salario entre 1,5 y 3 veces mayor al que ofrecen los empleadores indios.

“Es como si hubiéramos ganado la guerra”

A diferencia de Vipin, otros trabajadores no fueron despedidos por sus empleadores. Pero como a mediados de marzo de 2020 se encontraban fuera de Arabia Saudita cuando el país decidió cerrar sus fronteras, se quedaron sin la posibilidad de regresar a sus puestos de trabajo. Y varios de esos náufragos de la pandemia perdieron su empleo, ya que se quedaron bloqueados en sus países de origen. Solo los más opulentos estuvieron en condiciones de volver a Arabia Saudita, pues debieron costear un viaje con una escala de 7 a 14 días, a Dubái o a las Maldivas por ejemplo, donde se habían reanudado las conexiones aéreas con el Reino. En Twitter, la cuenta Bring Back Saudi Residents tiene como objetivo llamar la atención de las autoridades saudíes. “Los vuelos entre India y Arabia Saudita todavía no se reanudaron. Ya va más de un año, y para los que siguen bloqueados en India sin empleo y sin salario la situación es terrible”, comenta la persona que creó la cuenta de Twitter, que prefiere mantener el anonimato, ya que vive en Arabia Saudita. “Algunos se rindieron ante los hechos y les pidieron a sus allegados o a sus colegas que rescindieran sus contratos de alquiler y vendieran su automóvil en Arabia Saudita”, agrega esta persona.

Esos regresos forzosos al país de origen colocan ante un dilema a aquellos y aquellas que habían apostado a la migración al Golfo como una forma de ascenso social: volver a empezar de cero un proceso migratorio –y por lo tanto pagar por segunda vez los gastos relacionados con el proceso de contratación– o probar suerte en sus países de origen. Nacido en Itahari, una ciudad de cerca de 140.000 habitantes en el sudeste de Nepal, Praveen, de 27 años, dejó su hogar familiar en enero de 2019 para ir a trabajar a Dubái, con la esperanza de saldar las deudas de su familia. Infringiendo las leyes de la nación himalaya, el agente de migración encargado de organizar su partida le exigió 700 euros en concepto de “gastos de contratación”.

El joven aceptó, y unas semanas después aterrizó en Dubái, donde pasó a supervisar el traslado de los pasajeros en sillas de ruedas en el aeropuerto internacional. Un año después de su llegada, la emergencia sanitaria del covid-19 suspendió los vuelos de la línea aérea Emirates, provocando una paralización temporal del primer punto de conexión aeroportuaria mundial, donde en 2019 se cruzaron 86 millones de pasajeros. “Cuando comenzó la pandemia, la empresa dejó de pagarnos. Junto con 200 colegas nepaleses hicimos una especie de revolución frente a la administración, pero nos dijeron que volviéramos a nuestra habitación para dormir y comer los alimentos que nos distribuían. Era una situación difícil. Con mi empleo, soy el sostén de la familia. Mi padre, de 84 años, y mi madre, de 71, dependen del dinero que les envío”, cuenta Praveen.

Presa de dudas sobre el futuro de su profesión y privado de su salario mensual de 250 euros (lo cual infringe todas las leyes de los Emiratos Árabes Unidos), Praveen renunció y regresó a su país. Luego de 20 meses en Dubái, ahora debe pagar a crédito el trayecto de 360 kilómetros que conecta Katmandú con su ciudad natal. “Cuando por fin llegué, estaba feliz. Era como si hubiéramos ganado la guerra y estuviéramos celebrando la victoria”, confiesa. Decepcionado por su experiencia como migrante, Praveen decidió tomar las riendas de su destino.

Luego de trabajar varios meses en un empleo temporal en Nepal para financiar una modesta ceremonia de casamiento con el amor de su vida, tuve que minimizar los costos lo más posible”, comenta. Hoy intenta recaudar los fondos necesarios para abrir una agencia de recursos humanos. Su futura empresa tendrá como misión ayudar a los habitantes de la región a aprovechar las oportunidades de empleo local antes que elegir la migración como escapatoria. De los 240.000 nepaleses que regresaron al país durante la pandemia, solo 60.000 volvieron a emigrar tras la reapertura de las fronteras del país, en julio de 2020. “Rezo por que mi empresa futura sea próspera”, dice Praveen.

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Traducción de Ignacio Mackinze. Aquí puedes leer la versión en francés.Aquí

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Sebastian Castelier es un periodista independiente.

Otrora centro del comercio mundial de especias, el distrito indio de Malappuram, en el estado de Kerala, rodeado al este por los bosques de los montes Nilgiri y al oeste por la exuberante costa del mar Arábigo, se convirtió en el patio trasero de los Estados árabes del golfo Pérsico. Las divisas enviadas por los trabajadores que partieron al extranjero son una fuente de ingresos para un tercio de los hogares de Malappuram. Pero desde el comienzo de la pandemia de covid-19, el dinero de la migración de India al Golfo, vital para financiar los gastos diarios, la escolaridad, los aparatos electrónicos y los bienes inmobiliarios, se encuentra bajo amenaza.

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