La élite económica asume en Davos que la crisis climática es el principal riesgo para la humanidad... y para sus negocios

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El Foro de Davos, cuyo nombre oficial es la asamblea anual del Foro Económico Mundial, se reúne cada enero en la ciudad suiza que le da nombre para, según su lema, "mejorar el estado del mundo". Punto de encuentro de los principales líderes empresariales y políticos del mundo, ha sido acusado históricamente de una cosa y de la contraria. Para algunos, es una reunión elitista de ricos y poderosos que actuarán conforme a sus intereses, contrarios a los de la mayoría. Y para otros, se trata de "una combinación de pompa y lugares comunes": una definición de 2006 del periodista Andrew Gowers en el Times que se hizo popular para criticar a la conferencia por abordar temas sociales y políticos en vez de centrarse en el debate "económico" real. No sabemos qué pensará Gowers –retirado del oficio– de la edición de 2020, concluida este viernes, que por primera vez se ha centrado en el cambio climático y los daños al medioambiente en general como principal amenaza global. Ya no es cuestión de ecologistas, ni de la izquierda.

La asamblea suele utilizar como referencia el Global Risk Report, un informe elaborado por el Foro Económico Mundial que entrevista a más de 750 expertos y responsables de la toma de decisiones a nivel mundial para averiguar cuáles son los principales riesgos a los que se enfrenta el mundo. La edición de 2020 fue publicada hace unos días y, por primera vez, el top 5 de riesgos en cuanto a probabilidad es copado por asuntos medioambientales, muchos derivados del cambio climático. En este orden, los expertos y dirigentes consultados señalan a los eventos meteorológicos extremos, el fracaso de la acción climática, los desastres naturales, la pérdida de biodiversidad y las catástrofes medioambientales causadas por la acción humana.

En cuanto al ranking de riesgos en cuanto a impacto potencial, el primero es el fracaso de la acción climática. Se cuela en el puesto número dos el peligro de las armas de destrucción masiva, como las nucleares que tienen a su alcance tanto Estados Unidos como Irán, en plena escalada de tensiones. El número cinco es una crisis de abastecimiento del agua, riesgo calificado por el Global Risk Report como "social" y no "medioambiental", aunque el calentamiento global descenderá los niveles de recursos hídricos disponibles en todo el planeta y en algunas partes del globo, como en Sudáfrica, ya se están enfrentando a ello. Los riesgos medioambientales son, además, los calificados como más probables, con amplia distancia sobre el resto –geopolíticos o económicos, por ejemplo– .

Es la primera vez que conceptos relativos o cercanos al medioambiente forman parte del eslogan de una asamblea del Foro de Davos. El de este año es "Grupos de interés para un mundo coherente y sostenible". Aunque los temas verdes están presentes desde que en 1991 se decidiera abrir el foco y abandonar lo estrictamente económico, nunca habían tenido protagonismo. En 2015 el informe de riesgos señalaba asuntos como el conflicto entre Estados, el colapso de los Gobiernos o el desempleo como los más preocupantes, aunque el cambio climático y los eventos extremos ya se colaban en el top 5.

A los menos familiarizados con el debate medioambiental puede sorprenderles la inclusión de la pérdida de biodiversidad –la extinción masiva de cientos de miles de especies por el cambio climático y el desmantelamiento de sus ecosistemas– como uno de los principales problemas que afronta la humanidad. Insistimos: no se trata de un informe de Greenpeace, sino de uno hecho por y para la élite global. Así lo explica su comité ejecutivo: "Tiene implicaciones críticas para la humanidad, desde el colapso del sistema de salud y de alimentos hasta la ruptura de cadenas de suministro enteras". No solo se trata de perder para siempre especies de animales y plantas, se trata de que nuestro modo de vivir en sociedad depende, directa o indirectamente, de esas especies, como explicó perfectamente un informe de científicos vinculados a la Unesco y publicado en mayo del pasado año: "Estamos erosionando los cimientos de nuestras economías".

De esa manera, el cambio climático y el medioambiente han estado muy presentes en Davos, encendiendo los ánimos de cierta prensa española. Aunque no se esperaban grandes decisiones ni pronunciamientos que cambiaran el rumbo de la acción climática global: ni siquiera una declaración poco vinculante que llame a más esfuerzos, como en la COP25. Estuvo allí la joven líder climática, Greta Thunberg: dentro de su nuevo estilo, más técnico y menos pasional, encontró un hueco para el reproche a la élite económica y política. "Teníamos algunas demandas. Obviamente fueron ignoradas por completo. Pero lo esperábamos", aseguró. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, le contestó criticando a los "profetas de la fatalidad" y se adhirió a una propuesta para plantar millones de árboles para que absorban el CO2. La medida es la preferida de los líderes que se niegan a cambiar sustancialmente el sistema para abordar el problema, y los expertos ya han advertido de que es un parche solo eficaz acompañado de una reducción drástica de las emisiones.

El debate climático en Davos

Además del rifirrafe entre Thunberg y el negacionista más poderoso del mundo, Davos ha dejado varias declaraciones a tener en cuenta en el debate climático. La intervención del secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, fue contundente, en su línea: "La humanidad será destruida por el cambio climático, no el planeta. Tendría que ser para nosotros una clara indicación de lo que necesitamos hacer para virar el rumbo". La intervención del príncipe Carlos de Reino Unido siguió por derroteros similares y añadió la exculpación por su activismo: "No quiero ser acusado por mis hijos y nietos de no hacer nada excepto evadir y negar el problema". La Comisión Europea, representada por su vicepresidente, Frans Timmermans, defendió su recientemente estrenado Green Deal.

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También ha habido espacio para los científicos, destacando una conferencia sobre el deshielo del Ártico y sus consecuencias del profesor de la Universidad de Lancaster Gail Whiteman; y, por supuesto, para las empresas. El papel de las grandes compañías en la acción climática siempre es controvertido. Los activistas las suelen acusar de greenwashing, es decir, de utilizar los temas medioambientales para mejorar en reputación mientras no mueven un dedo por reducir su impacto. Davos demuestra que es algo más complejo: la crisis climática es tan evidente que las compañías, sobre todo las relacionadas directamente o indirectamente con la energía, tienen que virar el rumbo si no quieren perder dinero. Y los inversores saben que el cambio climático (y la adaptación y mitigación ante el fenómeno) hace algunos negocios rentables de cara al futuro y otros directamente inasumibles.

"Si miras lo que está sucediendo en las finanzas, tienes el núcleo del sistema financiero, todos los inversores, que quieren información sobre la transición, lejos de los combustibles fósiles", dijo el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney. Incluso empresas especialmente bien posicionadas, como Iberdrola, lamentan que los esfuerzos políticos sean lentos y complejos, ya que les beneficiaría una burocracia ágil y una apuesta gubernamental decidida para llenar España –y otros países– de renovables, una tecnología ahora barata, y llevarse su parte del pastel. En esas regulaciones tiene un papel importante el precio del CO2, que múltiples voces de este poder económico reclaman fijar para asegurar la "estabilidad" de sus inversiones. Otras, que no tienen tanto que ganar, se esfuerzan en reducir su huella de carbono ante la presión de los stakeholders (los actores interesados en la actividad de una corporación, desde los accionistas hasta los clientes), que saben que es fundamental en su estrategia de Responsabilidad Social Corporativa.

El 94% de las empresas en España se enfrentan a riesgos de transición (como nuevas normativas y retos legales) derivados del cambio climático, según un informe de la organización internacional CDP. El 98% de los encuestados aseguraron que el cambio climático está integrado en su estrategia de negocio y que la gestión de ese ámbito está supervisada por el Consejo o por un alto directivo. La intención, sincera o no, suficiente o no, está ahí. Sin embargo, dos cosas están claras: la primera es que el Foro de Davos, a pesar de contar con tantas y tan buenas declaraciones, no ha servido al menos directamente para arrancar más ambición de los que tienen que ser más ambiciosos. Y lo segundo es que al profundizar, la duda sigue intacta: ¿Estará de acuerdo la élite política y económica en seguir actuando contra la crisis cuando las medidas a tomar afecten de verdad a sus privilegios?

El Foro de Davos, cuyo nombre oficial es la asamblea anual del Foro Económico Mundial, se reúne cada enero en la ciudad suiza que le da nombre para, según su lema, "mejorar el estado del mundo". Punto de encuentro de los principales líderes empresariales y políticos del mundo, ha sido acusado históricamente de una cosa y de la contraria. Para algunos, es una reunión elitista de ricos y poderosos que actuarán conforme a sus intereses, contrarios a los de la mayoría. Y para otros, se trata de "una combinación de pompa y lugares comunes": una definición de 2006 del periodista Andrew Gowers en el Times que se hizo popular para criticar a la conferencia por abordar temas sociales y políticos en vez de centrarse en el debate "económico" real. No sabemos qué pensará Gowers –retirado del oficio– de la edición de 2020, concluida este viernes, que por primera vez se ha centrado en el cambio climático y los daños al medioambiente en general como principal amenaza global. Ya no es cuestión de ecologistas, ni de la izquierda.

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