Éxitos, derrotas y avances de la cumbre del clima de Glasgow: el Acuerdo de París sigue vivo y también la adicción al carbón

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Hay un hecho innegable para cualquiera que entienda los mínimos fundamentos del cambio climático: el fenómeno está disparado, las emisiones de gases de efecto invernadero no decrecen lo suficientemente rápido y las promesas de los países no son suficientes para limitar el calentamiento a niveles manejables. Tampoco hay garantías de que vayan a cumplir. El margen para quedarnos en 1,5 grados de aumento de temperaturas medias a finales de siglo es, cada día que pasa, más difícil. Pero la pelea sigue. Ninguna cumbre del clima va a solucionar el gigantesco desafío de la noche a la mañana, lo que no es excusa para dejar de exigir más y mejor acción, pero tampoco para negar ciertas mejoras que pueden salvar, ahora y en el futuro, millones de vidas. 

La cumbre del clima de Glasgow ha sido clausurada este sábado por la noche y, como es habitual, ha dejado un sabor agridulce. Hay un fuerte contraste entre algunos apartados de la negociación en los que el acuerdo es, en líneas generales, satisfactorio, entendiendo los límites de lo posible; otros en los que el avance es notable, pero siguen existiendo puntos ciegos; y otros donde la percepción mayoritaria es de fracaso. Los países siguen comprometidos con los 1,5 grados, aunque la ventana sea cada vez más pequeña. Pero se ha puesto negro sobre blanco la dependencia a los combustibles fósiles, que muchos países no quieren abandonar. Y la injusticia climática golpea fuerte. El Norte Global está bloqueando la financiación que necesitan las naciones menos culpables y que más sufren. Y sufrirán. "La falta de compromisos claros de estos países sobre la financiación, así como sobre la transferencia de tecnologías y capacidades entre países, deja en grave riesgo a millones de personas", apuntan desde Ecologistas en Acción.

No es solo cuestión del planeta: la discusión sobre el cambio climático es sobre la vida humana.

Éxito (parcial): un lenguaje claro sobre los compromisos nacionales y los 1,5 grados

El llamado "pacto climático de Glasgow" llama a que los países actualicen durante 2022 sus metas de reducción de emisiones para poner a cada nación en el camino de cumplir el Acuerdo de París. Además, en base a dicho pacto de 2015, los Estados están obligados a revisar estos objetivos cada cinco años a partir de 2025. La vista se fija en 2030: la década actual es vital para la victoria, porque la atmósfera tiene inercia y todo esfuerzo es más asequible con cuanto menos CO2 posible en el aire. Lo ideal sería que todos los países tuvieran compromisos compatibles con lo que pactaron hace seis años, pero no hay espacio para los milagros. Muchos observadores están razonablemente satisfechos con el texto resultante, que había sido discutido por las economías emergentes. Países como China o India consideran que no tienen por qué hacer más esfuerzos a corto plazo y que tienen derecho al progreso, ya que los más ricos son los que tienen que asumir las cargas más pesadas de la transformación.

"Mi valoración es bastante positiva. Partiendo de la base de que es muy difícil llegar políticamente al acuerdo que sería necesario según la ciencia, porque todavía hay muchas tensiones internacionales, creo que este es el acuerdo más ambicioso que podría alcanzarse. Se ha incorporado el sentido de urgencia, al reducir los plazos para la reducción de emisiones", asegura la patrona de Conversaciones de Ecología y Desarrollo (Ecodes) e investigadora sobre gobernanza para la transición ecológica, Cristina Monge. Otras voces internacionales apuntan en el mismo sentido. "París está funcionando. A pesar de la crisis del covid-19, hemos acelerado la acción, la COP ha respondido al llamamiento del IPCC para cerrar la brecha hasta el 1,5", afirma la directora general de la Fundación Europea del Clima, Laurence Tubiana. 

"Es alentador que los países hayan acordado regresar el próximo año para presentar objetivos más sólidos para 2030 y presentar estrategias a largo plazo que apuntan hacia una transición justa a cero neto para mediados de siglo. Si el mundo va a hacer retroceder la crisis climática, nadie puede quedarse al margen", apunta, por su parte, el presidente y CEO del World Resources Institute, Ani Dasgupta. 

Sin embargo, muchos ecologistas, activistas y políticos están cansados de que estas metas no sean vinculantes y que se vuelva a posponer un año más la adopción de medidas que libren al mundo del caos climático. "La falta de vinculación a que esta revisión sea acorde con la ciencia hace muy difícil garantizar se evite la subida de las temperaturas por encima de los 1,5 grados", apunta Ecologistas en Acción. Florent Marcellesi, de Verdes-Equo, aprovecha el debate para pedir más esfuerzos a España en su ley climática, que se fija una reducción del 23% de sus emisiones para 2030 en comparación con 1990: "A la vuelta de esta cumbre climática, el Gobierno de España debe pasar al 55%, como pide la ciencia". Juantxo López de Uralde, de Unidas Podemos, habla de un acuerdo "de mínimos" y de "patada hacia adelante" con las metas. 

Avance (parcial): mercados de carbono sin trampas obscenas y el principio del fin de los combustibles fósiles

Antes de la cumbre del clima, parecía que la discusión sobre un mercado global de carbono, previsto en el artículo 6 del Acuerdo de París y cuya definición ha tardado más de un lustro, iba a ser la central. Otros temas han desplazado a este asunto de la agenda, pero por fin se ha llegado a un acuerdo que, si bien tiene carencias, esquiva los peores augurios. Mediante esta herramienta, un país puede avanzar en el cumplimiento de sus objetivos de reducción de emisiones (NDC's, siglas en inglés) adquiriendo derechos de emisión de otras naciones que hayan avanzado por encima de sus metas, o con empresas transnacionales que implantan iniciativas de mitigación en otras latitudes.

La sombra de la falta de acuerdo planeó constantemente durante las dos semanas de cumbre. Las opciones contenidas en los borradores eran prácticamente infinitas. Pero se ha conseguido. Los defensores de estos mercados consideran que pueden ser un incentivo sobre todo para el capital privado, que de mano de lo público puede emprender iniciativas que sumen en la lucha. Ahora queda juzgar si el consenso alcanzado es lo suficientemente bueno como para que merezca la pena haber cerrado la conversación. La doble contabilidad, es decir, que tanto el país receptor del proyecto como el impulsor se apunten la misma reducción de emisiones, se ha esquivado. Brasil, principal defensora de esta trampa que escandaliza a cualquier activista climático y deja sin sentido el mecanismo, ha cedido.

Sin embargo, se ha permitido que los créditos obtenidos hasta 2013, antes de la firma del Acuerdo de París, entren en el mercado. Esfuerzos de reducción de emisiones ya realizados que servirán como moneda de cambio para que otros países se apunten tantos en la acción climática. Varios observadores han manifestado su incomodidad por esta cesión a países como Japón, que llevan presionando años para que se cuente con las reducciones previas a París, a la vez que su alivio porque, por fin, se haya cerrado este frente.

Países como México, en el plenario final, han lamentado que, finalmente, las menciones a los derechos humanos sean mínimas. Ninguna salvaguarda para evitar que, en nombre del clima, empresas transnacionales instalen grandes complejos de energías renovables –por poner un ejemplo– que entren en conflicto con la tierra y el modo de vida de las comunidades indígenas. Varias naciones sudamericanas han puesto el foco en esto, sin éxito.

Aún quedan por conocer y explicar detalles sobre la reglamentación acordada, que es profundamente compleja, y que hasta los más expertos en política climática necesitan días para analizar. 

En cuanto a los combustibles fósiles, han sido los invitados sorpresa de la cumbre del clima de Glasgow. En las quinielas previas, pocos apostaban por que las energías sucias iban a contar con un papel tan preponderante en la discusión. El acuerdo final incluye una mención al fin de los subsidios a combustibles fósiles, y al fin progresivo del uso de estas tecnologías. Como se explica aquí, la redacción resultante, con un giro de última hora, ha quedado descafeinada, con puertas abiertas a seguir apoyando extracciones y quemas "eficientes" y siempre teniendo en cuenta las circunstancias de cada país.

El debate sobre cómo abandonar al sector más culpable de la crisis climática, a la vez aún vital para la marcha de todas las economías del mundo, ha sido intenso, complejo y muy revelador. Arabia Saudí y Australia, que han peleado hasta el final por quitar estas menciones del texto, son lo más cercano al negacionismo. El primero depende del petróleo como piedra angular de un Estado teocrático y criminal. Y el segundo no solo depende del carbón, sino que no quiere dejar de depender del carbón.

China e India sí que quieren abandonar cuanto antes el combustible fósil más sucio de la historia. O al menos, eso dicen. Pero quieren margen por una cuestión, argumentan, de justicia: Occidente ha basado el crecimiento de los últimos dos siglos en la emisión de gases de efecto invernadero, y ahora les toca a ellos para ponerse al mismo nivel de progreso económico. Por eso han presionado para reducir lo referente a la mitigación, por eso se unen a los países más vulnerables y pobres para reclamar más financiación y donaciones por parte de EEUU y la UE, y por eso defienden los combustibles fósiles con uñas y dientes. 

La mayoría de los activistas –occidentales– reconocen lo histórico de un acuerdo climático que, por primera vez en el siglo XXI, reconoce que hay que desengancharse de estas fuentes de energía, mientras que lamentan la deriva de un documento que ha ido perdiendo ambición conforme avanzaban las revisiones. "La línea sobre la eliminación gradual de las subvenciones al carbón y a los combustibles fósiles es débil y comprometida, pero su mera existencia es, sin embargo, un avance, y el enfoque en una transición justa es esencial", declaró Jennifer Morgan, directora ejecutiva de Greenpeace Internacional.

Y, al otro lado de la mesa, miradas de comprensión hacia India, que ha despertado la ira de muchos representantes políticos en las últimas horas por su maniobra para cambiar un término esencial: de "acabar gradualmente" con el carbón a "reducir gradualmente" su uso. El periodista Sandeep Pai afirmó: "Es un gran esfuerzo para la India aceptar la 'reducción gradual' del carbón. Recordatorio para los críticos: India tiene muy bajas emisiones / uso de energía per cápita, una demanda masiva de energía y una enorme dependencia regional del carbón. A pesar de lo que digan los medios y comentaristas occidentales, esto debería celebrarse". 

Como en el fútbol, un empate sienta como una derrota cuando recibes el gol que pone las tablas en el minuto 93. Objetivamente, es un pequeño avance: pero el progresivo debilitamiento del documento ha dejado mal sabor de boca. 

Fracaso (parcial): dejando morir al Sur Global

Los países ricos "se arrepienten profundamente" (sic) de no haber alcanzado la meta de los 100.000 millones de euros anuales que dijeron que aportarían de 2020 a 2025 para que los países pobres puedan luchar contra el cambio climático, tanto reduciendo sus emisiones como adaptándose al fenómeno. Prometen que llegarán antes del próximo lustro y aseguran que duplicarán la cifra a partir de 2025. Lo acordado en materia de justicia climática es insuficiente y hasta indigno y doloroso para muchas naciones de África, el Caribe y el Pacífico que temen impactos devastadores y que, más que nunca, han presionado para obtener recursos de las naciones más responsables, llegando incluso a amenazar con un bloqueo de las conversaciones que al final no se ha producido. Han cedido por el bien del consenso y ponen sus esperanzas en la COP27, que se celebrará en Egipto. 

Estas palabras de Mohamed Adow, director de la organización Power Shift Africa, son un buen resumen de la indignación que ha generado el texto en este apartado. "Esta cumbre ha sido un triunfo de la diplomacia sobre la sustancia real. El resultado aquí refleja una COP celebrada en el mundo rico y el resultado contiene las prioridades del mundo rico. Los países desarrollados no sólo no han aportado los 100.000 millones de dólares prometidos a los países más pobres, sino que tampoco han reconocido la urgencia de aportar esta ayuda financiera (...) Nos vamos con las manos vacías, pero moralmente más fuertes y con la esperanza de que podamos mantener el impulso en el próximo año para ofrecer un apoyo significativo que permita a los vulnerables hacer frente a los impactos irreversibles del cambio climático creados por el mundo contaminante que no asume su responsabilidad". 

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Por otro lado, el apartado de pérdidas y daños –las ayudas que el Norte Global debe ofrecer a los países que ya sufren desastres naturales intensificados por el cambio climático– ha sido vinculado en el documento final con un total de cero euros. Se ha acordado la creación de un mecanismo para gestionar estas ayudas, pero no hay una cifra concreta como promesa –aunque no se necesita solo dinero–. Si bien ha sido la primera vez en la historia que el concepto pérdidas y daños cobra tanto protagonismo, hasta el punto de desplazar a otros temas que parecían más prioritarios, la decepción es generalizada y tampoco desde occidente los observadores y activistas encuentran una explicación a la cerrazón. 

Shauna Aminath, ministra de Medio Ambiente de Maldivas, se expresaba en estos términos, también bastante reveladores: "Lo que es equilibrado y pragmático para otras partes no ayudará a Maldivas a adaptarse a tiempo. Para algunos, las pérdidas y los daños pueden ser el comienzo de la conversación y el diálogo, pero para nosotros se trata de una cuestión de supervivencia. Así que, aunque reconocemos los fundamentos que proporciona este resultado, no trae esperanza a nuestros corazones, sino que sirve como otra conversación en la que ponemos nuestros hogares en juego, mientras los que tienen otras opciones deciden la rapidez con la que quieren actuar para salvar a los que no las tienen". 

Todos estos asuntos que han marcado la cumbre del clima de Glasgow han estado profundamente relacionados. China estaba dispuesta a aceptar más reducciones de emisiones en el corto plazo si se dejaba en paz a su carbón; la Unión Europea quería seguir vendiéndose como líder climática, pero no estaba dispuesta a ceder un euro de más; las pequeñas islas presionan para mantenerse a salvo del mar, pero sabiendo que a veces hay que ceder para ganar en el largo plazo. Todos querían volver a casa vendiendo una victoria y todos tienen mucho en juego porque hablar de clima es hablar de medioambiente, de economía, de política y de salud. Pero la foto finish da la sensación de que los poderosos, dentro y fuera de los Gobiernos, siguen ganando. foto finish

Hay un hecho innegable para cualquiera que entienda los mínimos fundamentos del cambio climático: el fenómeno está disparado, las emisiones de gases de efecto invernadero no decrecen lo suficientemente rápido y las promesas de los países no son suficientes para limitar el calentamiento a niveles manejables. Tampoco hay garantías de que vayan a cumplir. El margen para quedarnos en 1,5 grados de aumento de temperaturas medias a finales de siglo es, cada día que pasa, más difícil. Pero la pelea sigue. Ninguna cumbre del clima va a solucionar el gigantesco desafío de la noche a la mañana, lo que no es excusa para dejar de exigir más y mejor acción, pero tampoco para negar ciertas mejoras que pueden salvar, ahora y en el futuro, millones de vidas. 

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