“Una gran coalición” o las extrañas alianzas de Scholz para alejar Alemania de la ingobernabilidad
Escalope de ternera y Bratkartoffeln, o sea, “patatas fritas alemanas”. Eso cenaban en la tarde-noche del pasado viernes los asistentes a la reunión que organizaba el socialdemócrata Olaf Scholz en 'su' Cancillería Federal.
Tenía Scholz como invitados a Friedrich Merz, líder del principal partido de la oposición –la Unión Demócrata Cristiana (CDU)–, Boris Rhein, también conservador y flamante presidente reelecto del Land de Hesse, y Stephan Weil, el presidente de Baja Sajonia, el único gran estado federado que está en manos del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD).
Esa cita, aunque muchos observadores internacionales la hayan pasado por alto, constituye en realidad uno de los más recientes síntomas que ha ofrecido la política germana de que Alemania, el país más poblado y la mayor economía de la UE, atraviesa por un extraño momento de gobernabilidad. Y tanto.
Los hay que ven en este encuentro, escalope y patatas mediante, el primer paso de lo que se ha venido a llamar ganz große Koalition, o “gran coalición”, según la expresión que ha utilizado el diario berlinés Der Tagesspiegel. Por esas palabras hay que entender la alianza política de todos los partidos del espectro político menos los situados en los márgenes: la izquierdista Die Linke y la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD).
Para el canciller, esa alianza es una cuestión de extrema necesidad. Hay que saber que Scholz reconocía el mes pasado que su país está “parado”. No arrancan las reformas que prometió tras los 16 años en el poder de Angela Merkel que estuvieron ausentes de medidas para adaptar al país a los tiempos que corren.
Además, el canciller, pese a sus intenciones iniciales, se ha dedicado desde que llegó a la Cancillería Federal en diciembre de 2021 a lidiar con las consecuencias geopolíticas de la ilegal guerra de Rusia contra Ucrania. Entre tanto, ya ha quemado todo el capital político que consiguió en su victoria de las últimas elecciones generales. A finales de septiembre, encuestas recogidas por el portal alemán de estadística Statista daban cuenta de que el 79% de la población está “insatisfecha” o “totalmente insatisfecha” con el Gobierno.
Scholz dirige una coalición de la que forman parte el SPD, Los Verdes y el partido liberal (FDP). En encuestas de intención de voto de esta semana, esos tres partidos no sumaban ni un tercio del reparto de los electores ante unas elecciones generales. Según una sonada encuesta del instituto Forsa para la televisión privada RTL, a SPD y Los Verdes les votaría un 14% de la población. El FDP no lograría ni superar la barrera del 5% necesaria para entrar en el Bundestag. Si mañana hubiera elecciones, según ese sondeo, los liberales perderían sus 92 diputados.
En este contexto, acaban de cumplirse dos años de la celebración de las últimas elecciones generales. Scholz está, por tanto, a mitad de su mandato. Pero, sobre todo, parece estar en una situación políticamente desesperada.
De lo contrario, no habría hecho el llamamiento que hizo en septiembre en el Bundestag a la CDU, a los gobiernos de los Länder y a los municipios para participar en lo que el canciller llama “Pacto Alemania”. Esa iniciativa se supone recoge medidas para salir de la “parálisis”.
Ese “pacto” busca acelerar la puesta en marcha de las iniciativas con las que el Gobierno alemán piensa adaptar al país a la transformación ecológica, a través de, por ejemplo, la lucha contra una excesiva burocracia convertida en un freno para sectores como el de la construcción o el de las energías renovables. Scholz ya ha dado muestras de no poder hacer eso sólo desde el Gobierno. Necesita a las administraciones de los Länder y las que están por debajo de estas.
Ocurre, además, que a Scholz ya se le llama “un canciller sin país” en vista de que su SPD no ha parado de perder relevancia en los estados federados. Desde que Scholz llegó al poder, el SPD ha perdido cinco de las últimas ocho elecciones celebradas en Länder. Son de este mes de octubre las derrotas registradas en Hesse y Baviera, dos bastiones conservadores.
Scholz y los democristianos le han visto las orejas “al lobo”, la ultraderecha
De ahí que Scholz necesite reuniones como la de la cena del otro día con Merz, Rhein y su compañero de partido, Weil. En el SPD, le ven las orejas al lobo en las encuestas. En la CDU, a la que ven ganando unas eventuales elecciones generales todas las encuestas, también. Ese lobo es AfD, un partido convertido ya en la segunda fuerza con más apoyo electoral en los sondeos de intención de voto al calor del enfado y la insatisfacción de la población.
“El centro democrático ha reconocido que puede hacer algo para dejar de enviar a la gente a los brazos de AfD”, ha escrito en un reciente editorial el periodista del Der Tagesspiegel Christopher Ziedler, uno de los promotores de la expresión “muy gran coalición”. Cierto es que, de momento, esa expresión sólo sirve para aludir al buen entendimiento que parece haber encontrado el Gobierno de Scholz con la CDU en lo que respecta a la política de inmigración y asilo. Ese es un área en la que la Alemania de Scholz se está alejando de aquella política de “puertas abiertas” por la que se hizo famosa la gestión de Merkel en la crisis de los refugiados de 2015 y 2016.
Desde que Rusia lanzara su ilegal guerra de agresión contra Ucrania, Alemania ha recibido un buen millón de ciudadanos ucranianos que están huyendo de la invasión. Los ucranianos no tienen que hacer solicitudes de asilo.
Paralelamente, el número de personas originarias de otras partes del mundo como demandantes de asilo no ha parado de crecer. Entre enero y septiembre de este año, el número era de casi 234.000, un 73% más que en el mismo periodo de 2022, según ha recogido el diario Süddeutsche Zeitung. Las entradas de inmigrantes ilegales, el Ministerio del Interior alemán las cifra, entre enero y principios de octubre, en casi 100.000.
Las situación es tanto o más preocupante que, a nivel local, las autoridades llevan meses diciendo estar “superadas”. Un barón ecologista como Winfried Kretschmann, presidente del populoso Land de Baden-Wurtemberg, ha dejado dicho que: “si, en nombre de la humanidad, sobrecargamos masivamente la disposición de la sociedad a aceptar a las personas a largo plazo, perderemos la aceptación de los ciudadanos”. Hasta el presidente alemán, cargo honorífico y algo ornamental poco dado a dar opiniones que ocupa Frank-Walter Steinmeier, ha salido a la palestra para pronunciarse a favor de limitar la llegada de inmigrantes al país.
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Scholz ha prometido “soluciones” para las urgencias migratorias. Las está pactando con la CDU y cuenta con el visto bueno de FDP y de Los Verdes. Esta semana, por ejemplo, Alemania ampliaba a Austria sus recientemente instaurados controles fronterizos con Polonia, República Checa y Suiza. Esos controles se hacen, según Nancy Faeser, la titular de Interior de Scholz, para luchar contra las mafias dedicadas al tráfico de personas. El propio Scholz anunciaba la semana pasada un paquete de medidas que busca, entre otras cosas, aligerar las expulsiones de los demandantes de asilo a los que se les haya rechazado su solicitud.
Según ha informado el diario Bild, el pasado viernes, entre bocados de ternera y de Bratkartoffeln, también se habló de fortalecer las fronteras exteriores de Europa, instaurar en Alemania una obligación de trabajar para los refugiados, además de fijar un pago de 5.000 euros para poder presentar una demanda de asilo, más tener que asumir 1.000 euros por cada mes que dure el procedimiento de la solicitud de asilo.
En la CDU dicen estar a disposición de Scholz para “operar un cambio en la política migratoria” de Alemania. De ocurrir ese cambio, sería el primer gran paso de una “muy gran coalición” a la que no le falta trabajo. De las grandes economías industrializadas, Alemania es la única cuyo PIB caerá en este 2023. Según las últimas previsiones del Gobierno alemán, la economía germana se contraerá un 0,4% este año. ¿Será la política económica otro área de trabajo para la “muy gran coalición”?