Las movilizaciones en todo el mundo que han arrancado este viernes en demanda de una acción climática justa, ambiciosa e inmediata tienen un nombre propio, para bien o para mal: Greta Thunberg. La joven activista sueca, de 16 años y con síndrome de Asperger, surgió prácticamente de la nada y en meses se convirtió en inspiración del movimiento juvenil Fridays for Future. A fuerza de ejemplo e insistencia. La chica decidió, en agosto de 2018, dejar de asistir a la escuela y manifestarse enfrente del Riksdag (el Parlamento sueco) todos los días, exigiendo que su Gobierno tomara medidas contra la crisis climática.
Poco después comenzó una escalada fulgurante de su popularidad: ha intervenido en charlas TED, en el foro de Davos, en el Congreso de los Estados Unidos, en la cumbre del clima de Polonia, se ha reunido con el Papa, con Obama, con Naomi Klein. Meses antes de su aparición, la movilización climática era un desierto. ¿Cómo ha pasado, cómo lo ha hecho? Los expertos señalan, como claves, la claridad, la contundencia y la dureza de su discurso, unido a una llamada a la solidaridad intergeneracional que ha despertado sentimientos identitarios: sin embargo, también hay lagunas y elementos contraproducentes en el fenómeno Greta, empezando por su corta edad.
Todos los expertos consultados coinciden: el movimiento de masas que ha despertado Greta Thunberg es inédito y abrumadoramente positivo en cuanto a la acción climática se trata. Tiene un mérito incuestionable, precisamente porque muchos activistas y científicos llevan décadas diciendo lo mismo y ha sido ella la que ha prendido la llama. "Ha llegado a donde no habíamos llegado nadie. Me puede parecer mejor o peor como llegas…" –habla Andreu Escrivá, ambientólogo especializado en cambio climático– "y puede, a mí, no resultarme atractivo ni en fondo ni en forma, pero sé que funciona, y lo que funciona… lo que a la gente le llegue, bien está". Cree que, en cierta manera, "la gente percibe a los científicos como parte del establishment", una suerte de "casta climática" y Greta es diferente: viene de fuera a "cantarle las cuarenta" a los de siempre. Y aunque diga lo mismo que ellos, "la diferencia es que ella arrastra a la gente", considera.
Se trata de un discurso sencillo, muy contundente, que Greta expone sin rodeos y muy seria, acorde a la emergencia climática en la que nos encontramos. Utiliza referencias a la responsabilidad de la clase dirigente –“lo siento, no estáis haciendo lo suficiente", dijo en el Congreso de los Estados Unidos–, a la gravedad del problema –"nuestra casa está en llamas"–, a su urgencia –"solo tenemos 11 años"– y a la justicia climática, ya que los jóvenes se enfrentan, en los próximos años, a un reto cuyas causas no han provocado ellos: "Estáis robando el futuro a vuestros hijos". "Le importa transmitir de la manera más clara posible. A los científicos nos han echado en cara la incertidumbre. Y ella lo que ofrece es certezas", juzga Escrivá.
Vista aérea de un dibujo de grandes dimensiones de Greta en Verona (Italia).
El "estáis robando el futuro a vuestros hijos", la reivindicación de la juventud como un motor de confrontación, es la clave definitiva para entender cómo jóvenes de todas partes del mundo se han animado a seguir su ejemplo y salir a la calle. "El mensaje de las generaciones futuras se lleva diciendo desde 1987", recuerda Escrivá, pero ahora ha germinado hasta fructificar en un movimiento "global, colectivo e identitario", una suerte de conciencia de generación. "Mueve a los jóvenes, sencillamente, por la voluntad. Es una igual que te invita a salir a la calle. Reparte la sensación de que sí que hay algo que hacer", considera la socióloga de la Universidad Oberta de Catalunya Natàlia Cantó. Los nacidos alrededor de la frontera del cambio de siglo, asegura, tienen menos conciencia de que la movilización es útil como palanca de cambio y produce nuevos escenarios. "Los del 68 tenían eso claro, pero otras generaciones perdieron eso progresivamente, incluida la mía", puntualiza.
Sin embargo, para Andreu Escrivá, poner tanto el foco en términos generacionales "nos hace perder de vista el eje de clase". "Podemos distorsionarlo muchísimo", considera. El ambientólogo cree que no solo se trata de jóvenes contra mayores, sino que parte del concepto de justicia climática se entiende como la reivindicación de que los sectores más vulnerables, con menos responsabilidad ante la crisis, sean los que acaben haciendo los mayores esfuerzos y sacrificios para mitigar el impacto y reducir las emisiones. Entendido en términos internacionales (que los países ricos sean los que carguen con el peso) y en términos nacionales (antes de poner límites al diésel, limitemos los vuelos en jets privados).
El doctor en Antropología Emilio Santiago, coautor de ¿Qué hacer en caso de incendio?, discrepa solo en parte. Entiende el elemento de clase como imprescindible, pero acusa a "cierta extrema izquierda" de establecer una dicotomía falsa entre ambos criterios, utilizando un "materialismo histórico del siglo XX", que establece que la lucha de clases es el único motor de la Historia, que se queda corto en pleno 2019. "Tiene lagunas, pero no podemos esperar que Greta lo diga todo", resume.
Demasiado joven, demasiado escueta
Para Santiago, la principal contra de Greta Thunberg como líder climática radica en su edad. "Es una menor de edad convertida en figura pública y no solo eso, convertida en un fenómeno global. No es un tema menor y tiene implicaciones muy serias", considera. "Es posible que en unos años le pase factura a nivel psicológico", opina, por su parte, Escrivá, que apunta otra principal carencia del personaje: la excesiva simplificación de su discurso. Perfecto, por otra parte, para estos tiempos de redes sociales y viralización de los contenidos. "Si vas a dar un discurso de tres minutos, a la fuerza tienes que simplificar. La referencia a los 11 años que nos quedan es un mensaje muy complejo, y puede suscitar interpretaciones erróneas", asegura el experto: por ejemplo, que se considere que como nos quedan 11 años, si actuamos en el año 10 aún tenemos margen, o que llegue la fecha, el escenario no sea de absoluto caos y surjan voces que digan: "Nos habéis engañado".
Un discurso que, por otra parte, puede pecar de poco empático. "Ella dice las cosas sin importar las reacciones, en el mejor o peor sentido. Es una fortaleza y debilidad a la vez", cree Escrivá. En su libro, por ejemplo, solo menciona el análisis de las causas, no las soluciones: no habla de limitar los vuelos, el transporte privado o el consumo de carne, temas que levantan ampollas. "Aún no le ha dicho a la gente lo que tiene que hacer", y cuando empiece a hacerlo, quizá no levante tantas adhesiones. Aquí radica una de las grandes dificultades de comunicar el cambio climático: su abordaje no solo requiere de la presión a los grandes poderes fácticos, sino del cambio de hábitos de consumo perfectamente asimilados por todas las clases de la sociedad occidental, que el sistema económico ha validado y cuya renuncia no es fácil.
¿Títere?
Una de las críticas que más se suelen formular contra Greta Thunberg es que plantea una enmienda a la totalidad de un sistema con el que colabora. Se reúne y manifiesta simpatías hacia mandatarios que en sus gobiernos han apostado por modelos de crecimiento incompatibles con los límites del planeta; acepta colaboraciones de grandes magnates con negocios francamente contaminantes; y acude a reuniones de una élite reacia a una acción climática radical. En esta aparente contradicción, compleja, está uno de los grandes debates aún candentes entre los actores de la lucha contra el calentamiento global.
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"El sistema lo absorbe todo, como las camisetas de Sex Pistols. Tú no hablas en Davos si Davos no quiere. Les viene bien tenerla dentro, perciben que es positivo tener un elemento mínimo de crítica", apunta Escrivá. Sin embargo, niega que el fenómeno Thunberg sea parte de una mano negra, una conspiración de las élites para hacer de la lucha contra el cambio climático algo inofensivo. También rechaza ese escenario Santiago. "Es el típico fantasma" que utilizan ciertos sectores antisistema, asegura, para descargarse de responsabilidad: digo que Greta está manipulada por el capitalismo y así dejo de escuchar su mensaje, que, aunque no lo diga abiertamente, llama a mi responsabilidad habitual e introduce ciertos elementos con los que no contaba en mi análisis político.
"Greta es un símbolo en disputa", afirma el doctor. "Las élites van a utilizarla para rebajar los contenidos simbólicos. Pero no podemos dar ningún símbolo por perdido". La lucha consiste, considera, en alzar la voz para que la movilización no pierda ni un ápice de transformación real, a pesar de que Thunberg pueda ser utilizada para el greenwashing. En este debate se esconde el verdadero dilema que en ocasiones divide a la acción climática: Green New Deal vs. decrecimiento. Una movilización política que apueste por una fuerte inversión pública y privada para evitar los peores efectos de la crisis climática para luego redefinir el sistema, o una movilización que, desde el principio, llame a cuestionar el dogma de que el bienestar es equivalente a crecimiento. "¿Jugamos con sus normas para luego cambiarlas, o impugnamos sus normas?", lo resume Escrivá.
Por ahora Thunberg parece inclinarse por la primera opción, aunque no ha escatimado en posicionamientos y reproches al modelo económico imperante: "Vosotros solo habláis de crecimiento económico verde porque tenéis demasiado miedo de ser impopulares", le dijo a la práctica totalidad de los líderes mundiales en la COP de Polonia. En todo caso, más allá de las diferencias, Santiago concluye con una frase que podría suscribir la inmensa mayoría de los activistas climáticos de todo el planeta: "Greta ha generado el salto cualitativo que necesitábamos". Podrían haberlo hecho otros, podría haber pasado antes, pero así ha pasado y, al margen de diferencias, estamos con ella.
Las movilizaciones en todo el mundo que han arrancado este viernes en demanda de una acción climática justa, ambiciosa e inmediata tienen un nombre propio, para bien o para mal: Greta Thunberg. La joven activista sueca, de 16 años y con síndrome de Asperger, surgió prácticamente de la nada y en meses se convirtió en inspiración del movimiento juvenil Fridays for Future. A fuerza de ejemplo e insistencia. La chica decidió, en agosto de 2018, dejar de asistir a la escuela y manifestarse enfrente del Riksdag (el Parlamento sueco) todos los días, exigiendo que su Gobierno tomara medidas contra la crisis climática.