La silenciosa revolución las mujeres sirias refugiadas en Líbano

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Las mujeres sirias que llegaron al Líbano huyendo de la guerra en su país están viviendo un cambio radical en sus vidas. No solo por lo evidente -cambiar de país, abandonar a sus familia y amigos, adaptarse a una nueva sociedad-, sino porque muchas están haciendo cosas que hasta ahora se les negaron por el hecho de ser mujeres, como poder andar solas por la calle sin su marido, trabajar, hablar con un desconocido o acudir a matricular a sus hijos a la escuela, según informa Europa Press.

Este cambio de rol no se debe a que su entorno viva una repentina transformación cultural, sino a una cuestión de necesidad: la mayoría de los hombres sirios que viven en Líbano no cuenta con 'papeles', por lo que no salen de casa ante el miedo a ser detenidos por las autoridades libanesas, mientras que las mujeres pueden circular por las calles con seguridad porque en algunos países árabes "no se habla a las mujeres".

Así lo explica a Europa Press la egipcia Imam Abdullah, trabajadora social y directora del Centro de Adultos del Jesuit Refugee Service (JRS) en Beirut, un centro de atención, asesoramiento y formación para refugiados sirios, que cuenta con la financiación de la ONG española Entreculturas. "En Siria las mujeres no podían moverse de una casa a otra sin su marido y, de repente, se les pide que vayan a otro país, que busquen trabajo, que encuentren una asociación, que busquen ayuda, un colegio para los niños, todo".

Es un cambio radical que al principio genera "mucho sufrimiento a las mujeres", porque se enfrentan a cosas que no han hecho nunca. Pasan de no haber podido hacer nada fuera de casa a hacerlo todo.

Pero lo positivo -asegura Iman- es que es un proceso de emancipación de la mujer y de conquista social que no tiene retorno. "Cuando las mujeres vuelvan a Siria cuando termine la guerra, no serán las mujeres de antes, volverán a su país distintas", desempeñando un rol diferente. "Y este cambio también marcará el papel de la mujer en las futuras generaciones", augura Imam Abdullah.

En estado de alerta permanente

Al centro acuden muchas veces mujeres que están destrozadas, que vieron y sufrieron el horror de la guerra. En las conversaciones con ellas se refleja claramente su estado de alerta permanente, su tristeza, estrés, angustia y en algunos casos desesperación. Pero también su espíritu de lucha: "Estoy muy cansada pero dispuesta a seguir cansándome por mis hijos", manifiesta Fatoum Al Ahmud. Esta mujer de 35 años pero que aparenta muchos más explica que "lo peor de la guerra son los bombardeos, el hecho de oír el ataque, da más miedo oír el ataque que verlo, porque no sabes dónde va a caer". "Los niños y yo nos íbamos de una habitación a otro en función del ruido del avión, así una y otra vez. Dormíamos pero no descansábamos", relata.

Sinduz, de 16 años, cuenta -con una dignidad y contención que desarma- cómo la guerra ha roto su vida y la de su familia. "Quería estudiar para ser farmacéutica, pero ahora solo puedo ser peluquera. Mi situación emocional está por debajo de cero. La vida ya no es bonita después de lo que hemos visto, después de lo que hemos pasado. Odio al responsable de la guerra", asevera.

Estas mujeres huyeron de Siria -donde hasta la guerra vivían "tranquilamente"- y ahora en Líbano sienten la presión de tener que encontrar trabajo, poder pagar el alquiler de unas casas en las que a menudo viven varias familias juntas, atender a unos hijos que en muchos casos sufren las secuelas psicológicas de la guerra. Tal es la presión y el sufrimiento, que muchas familias -por macabro que parezca- están pensando en volver a una Siria que se encuentra en plena guerraSiria.

Ayudas para su día a día

Para tratar de hacer su vida en Líbano más fácil, en el centro de los jesuitas estas mujeres reciben clases de matemáticas, informática o incluso de alfabetización de árabe, porque muchas mujeres no saben ni leer ni escribir. "Algunas no pudieron matricular a sus hijos en la escuela porque no sabían leer en el tablón de anuncios del colegio qué día se hacía la matricula", ejemplifica la directora del centro.

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También aprenden un oficio a través de los tallares de maquillaje, manicura o peluquería -este último también hay para hombres-. De este modo pueden realizar pequeños trabajos -de forma ilegal- a familiares o vecinos, lo que supone -además de una fuente de ingresos para la familia- un "considerable aumento de la autoestima de estas mujeres", quienes descubren que tienen unas habilidades y capacidades que nunca habían desarrollado, explica la directora.

El centro también organiza grupos de atención psicosocial en los que las mujeres comparten qué problemas tienen y cómo se sienten, lo que ha supuesto otro de los grandes hitos en su proceso de transformación. "Hasta ahora eran mujeres que nunca habían hablado de sus problemas y de sus sentimientos", sostiene Imán. "Son reuniones muy intensas desde el punto de vista psicológico, en las que les animo a las mujeres a que hablen sobre todo lo que estén sufriendo, lo que les pasa, lo que sienten...Al principio fue muy duro hacer que las mujeres sirias hablasen sobre su familia o sus sentimientos pero ahora hemos alcanzado un buen escenario. Saben que aquí se puede hablar de todo, sienten que éste es un lugar seguro".

En el grupo se comparten momentos de gran sufrimiento. "Llegan mujeres al grupo y cuentan llorando que un familiar suyo que vive en Alepo ha muerto. Sufren mucho por sus familiares que están en Siria y por las horribles imágenes que ven. Es una situación muy dura", afirma. "Yo sé que están sufriendo pero no puedo pararme y decir 'vale, vamos a llorar'. No podemos cambiar las cosas. Gracias a Dios estamos vivas, nuestros hijos están aquí y estamos en un lugar seguro y tenemos que pensar de manera positiva", señala.

Las mujeres sirias que llegaron al Líbano huyendo de la guerra en su país están viviendo un cambio radical en sus vidas. No solo por lo evidente -cambiar de país, abandonar a sus familia y amigos, adaptarse a una nueva sociedad-, sino porque muchas están haciendo cosas que hasta ahora se les negaron por el hecho de ser mujeres, como poder andar solas por la calle sin su marido, trabajar, hablar con un desconocido o acudir a matricular a sus hijos a la escuela, según informa Europa Press.

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