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Vance vs Walz, un profesor de instituto y un escritor superventas a la caza del cinturón oxidado de EEUU

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Detroit puede definirse con dos palabras complementarias: el motor y los Pistons. El primero es la seña de identidad de una ciudad que vivió su momento álgido hace unas cuántas décadas, en los albores del pasado siglo, cuando en sus fábricas se producían los coches de medio mundo. La segunda, su equipo de baloncesto, que a finales de los 80 y principios de los 90 desataron el terror en la NBA con una plantilla a la que inmortalizaron con el sobrenombre de los Bad Boys. Ganaron 2 anillos consecutivos en esa época, sustentados sobre el pilar de la defensa, la dureza, el trabajo e incluso la violencia. Sus acciones al límite del reglamento llegaron a doblegar al mismísimo Michael Jordan.

La comunión entre equipo y público fue total. Esos trabajadores fabriles de Detroit se veían reflejados perfectamente en un equipo que tenía el sacrificio y el esfuerzo como valores innegociables. Sin embargo, más de 30 años después tanto la ciudad como el equipo han cambiado mucho. Los motores de Detroit ya no rugen como lo hacían en el siglo pasado y los Pistons, lejos de revivir los días gloriosos de los 90, han acompañado a la ciudad en su decadencia. Detroit ha pasado de ser una de las urbes más potentes económicamente de Estados Unidos a sufrir una fuerte depresión que la llevó, en 2013, a entrar en bancarrota. En este siglo, la ciudad ha perdido el 30% de su población y en su paisaje es habitual ver fábricas abandonadas y máquinas oxidadas por el olvido. Los Pistons, por su parte, llevan más de 20 años sin pisar unas finales de la NBA y esta pasada temporada, el equipo ha batido el récord de más partidos consecutivos perdidos de la historia: 28, es decir, dos meses sin ganar un solo encuentro.

Pese a este declive, el 5 de noviembre, todos los ojos se volverán a poner sobre la ciudad, una de las más importantes del estado de Michigan, una de las regiones claves (swing states) de las próximas elecciones presidenciales de Estados Unidos. Junto con Wisconsin, Pennsylvania, Ohio y otros estados forman el llamado Rust Belt o cinturón oxidado, un término que precisamente aduce al declive de esos lugares fruto de la desindustrialización y de la deslocalización de las empresas de fabricación. Todo apunta a que será en esta región, especialmente en Wisconsin, Michigan y Pennsylvania (Ohio ha virado estos últimos años a ser un estado más republicano), en la que Kamala Harris y Donald Trump se jugarán la Casa Blanca. 

¿Cómo es el votante del Rust Belt?

“Es un votante afectado por la globalización, por la crisis económica, marginado y descontento, que muchas veces no acude ni siquiera a las urnas por el desencanto político que siente. Solía votar demócrata, pero se ha ido volviendo cada vez más conservador, un poco similar a lo que está pasando con el voto latino”, explica José María Peredo, catedrático de Comunicación y Política Internacional en la Universidad Europea. Sobre ese tipo de votante se construyó, en 2016, la victoria de Trump sobre Hillary Clinton, pero ahora, 8 años después y en un contexto diferente, las cosas pueden cambiar. “La pregunta ahora está en ver si esto continúa así y ese votante pasa a ser un fiel trumpista o si, con una mejor situación económica como la actual, vuelve definitivamente a los demócratas”, completa Peredo.

La retórica de Trump en sus pasadas campañas siempre ha interpelado al abandono y al descontento de los “perdedores de la globalización” del Rust Belt. Estos trabajadores (en su mayoría blancos y de nivel de formación medio-bajo) habían sido, según el magnate, olvidados por el sistema. En un momento en el que sus trabajos estaban desapareciendo y su forma de vida tradicional y conservadora estaba en retroceso frente a la modernidad de las ciudades, Trump aducía que la élite de Washington había fallado en darles una respuesta y que él era la solución a sus problemas.

Con este discurso, Trump logró, en 2016, ganar en Pennsylvania, Michigan y Wisconsin, unos estados que, 4 años después, Joe Biden lograría recuperar para los demócratas a la vez que arrebataba a Trump la presidencia. Este 2024, tanto Harris como el propio magnate saben que la Casa Blanca vuelve a pasar por el cinturón oxidado y por ello han elegido a dos candidatos a la vicepresidencia que tienen como clara intención convencer a ese votante.

Un hombre normal 

Tim Walz, gobernador de Minnesota, es la carta que quiere jugar Harris para seducir a los votantes de Wisconsin, Michigan y Pennsylvania. Antiguo profesor de instituto, entrenador de fútbol americano y veterano del ejército, el político de 60 años cumple perfectamente el arquetipo de estadounidense medio. De carácter afable, bromista y cercano, Walz quiere apelar a ese votante del Rust Belt al que le atrae un político con experiencia pero también que se parezca a él. “La idea de Walz es demostrar a las partes interiores y rurales de EEUU que él puede hablar su lenguaje”, comenta Alana Moceri, profesora de Relaciones Internacionales de la IE University.

Pero su valor no está solo su forma de ser, su trayectoria política e ideológica también son enormemente atractivas para el votante del Rust Belt. “Su política es realista, cercana a la gente y es capaz conectar con la clase media rural. Tiene experiencia de gobierno y sabe encontrar acuerdos para construir políticas centradas en las personas LGTBI, la violencia de las armas y los derechos de la mujer”, explica Juan Luis Manfredi, catedrático de Estudios Internacionales en la Universidad de Castilla-La Mancha.

Los analistas encuadran a Walz en la parte más progresista del Partido Demócrata, aunque sin estar ubicado tan a la izquierda como, por ejemplo, Bernie Sanders o Alexandria Ocasio-Cortez. “No me atrevería a decir que es socialista, pero sí tiene una sensibilidad en temas sociales importante”, matiza Peredo. De hecho, Walz fue, durante 12 años, congresista por un distrito que durante mucho tiempo había votado republicano. “Harris ha buscado un perfil progresista pero no radical, porque ella está vista por buena parte de la población como muy de izquierdas. Aquí entra Walz, que ha gobernado Minnesota con políticas progresistas pero basadas en el consenso”, asegura Manfredi. 

“La voz del Rust Belt

El gobernador tendrá que competir en el ticket con un auténtico experto en el terreno. J.D. Vance, un político, ahora senador por Ohio, que ha construido su carrera política sobre Hilbilly Elegy, un libro superventas que en 2016 le valió el calificativo, por parte de The Washington Post, de “la voz del Rust Belt". En esa obra, Vance cuenta su visión de la vida mientras crecía en Ohio, haciendo un retrato para algunos realista, para otros descarnado, de esos perdedores de la globalización a los que Trump logró convencer.

Ahora, 8 años después de su publicación, Vance no solo ha cambiado su ocupación, sino también su ideología. Ha pasado de comparar al candidato republicano con Hitler a idolatrarle y a presentarse prácticamente como su heredero. “Una vez que Donald Trump ha cogido las riendas del Partido Republicano, ha buscado la juventud en la elección del vicepresidente. Los jóvenes que se han presentado a las primarias no han terminado de convencer a los votantes republicanos, y por eso quiere que Vance demuestre que el partido no es solo el de los desencantados sino que también mira a las generaciones del futuro”, explica Peredo.

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Además de su juventud, la historia personal que cuenta en su bestseller parece darle una gran autoridad para apelar al votante tradicional desencantado del Rust Belt. Aunque si profundizamos en su vida, ese personaje creado por la literatura es más una construcción que algo real. “Aunque él quiere representar a ese político que viene a solucionar los problemas de la clase media, en realidad es todo poco sólido. Vivió en Ohio pero rápidamente se marchó a Providence, se graduó en la Ivy League (a la que pertenecen las mejores y más elitistas universidades de EEUU) y está metido en el establishment desde hace mucho. Aquí, Walz le gana la mano”, comenta Manfredi.

A todo ello, se le han sumado varios patinazos y polémicas a lo largo de la campaña. “Ha habido un momento en el que ha llegado a acaparar más titulares que Trump, lo cual no es buena señal. Por ejemplo, tuvo una polémica reciente en la que criticaba a Harris y a otras líderes demócratas como Nancy Pelosi, a las que el llamaba despectivamente 'mujeres sin hijos y con gato', ya que, según él, quienes no tienen hijos tampoco son capaces de tener una visión de futuro para el país", señala Moceri. Además, la profesora añade que Trump ha podido fallar al elegir el perfil de Vance: “Al escoger al vicepresidente se suele buscar un complemento al candidato presidencial, y en este caso Trump ha escogido a alguien que apela a los convencidos. Necesita a alguien que llegue a los independientes, pero al final se ha decantado por una persona que es igual que él”, zanja.

Esa ideología de Vance, ahora tan parecida a la de Trump, y que bebe de la parte más radical y conspiranoica de la derecha estadounidense, puede suponer un nuevo freno para unos votantes más centristas que ya se le escaparon en 2020. “El 56% de los estadounidenses tiene una opinión muy poco favorable de Vance. Le ven representante de una idea autoritaria de sociedad conservadora, religiosa y que relega a la mujer a un papel alejado de la vida pública. Eso genera mucha desafección en los votantes que no comparten esto. Walz, sin embargo, ya ha demostrado que es capaz de atraer a esa parte de la sociedad más moderada”, explica Manfredi. 

Detroit puede definirse con dos palabras complementarias: el motor y los Pistons. El primero es la seña de identidad de una ciudad que vivió su momento álgido hace unas cuántas décadas, en los albores del pasado siglo, cuando en sus fábricas se producían los coches de medio mundo. La segunda, su equipo de baloncesto, que a finales de los 80 y principios de los 90 desataron el terror en la NBA con una plantilla a la que inmortalizaron con el sobrenombre de los Bad Boys. Ganaron 2 anillos consecutivos en esa época, sustentados sobre el pilar de la defensa, la dureza, el trabajo e incluso la violencia. Sus acciones al límite del reglamento llegaron a doblegar al mismísimo Michael Jordan.

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