El anuncio del aumento de la remuneración de Carlos Tavares, presidente del grupo Stellantis (fusión de Chrysler, Fiat y PSA), ha provocado reacciones muy diversas, desde el sindicato francés CGT hasta algunos grupos de accionistas. El ejecutivo podría haber ganado en 2023 la cantidad de 36,5 millones de euros, es decir, un 35,6% más que en 2022 y un 47,9% más que en 2021.
Se trata de un aumento asombroso si se tiene en cuenta que, en el mismo periodo de dos años, el salario medio del sector privado en Francia disminuyó un 2,5% en términos netos. Según la CGT, el salario medio nominal aumentó un 3,7% en el mismo periodo, es decir, menos que la subida de los precios en cualquier país.
Además, desde la creación de Stellantis bajo la dirección de Carlos Tavares, el grupo ha reducido significativamente su plantilla en más de un 8,8%, es decir, más de 26.000 puestos de trabajo. Así pues, los diez millones de euros concedidos al presidente del grupo automovilístico para "transformar la empresa" han tenido su contrapartida en términos de puestos de trabajo.
Todas estas consideraciones no molestan lo más mínimo a Carlos Tavares, que está evidentemente seguro de su derecho, tanto positivo como moral. En un gesto de desdén hacia sus críticos, se limitó a declarar durante una visita a una fábrica en Moselle: "Si piensan que esto no es aceptable, hagan una ley y cambien la ley, y yo la respetaré". Una forma de decir que ese enorme salario es perfectamente legal, así que no hay nada de qué quejarse.
En cuanto al aspecto moral, Carlos Tavares entonó la cantinela habitual del mérito, ya que gran parte de su remuneración depende de los resultados de la empresa; el aumento de su salario refleja la buena salud de la empresa, medida por el crecimiento de sus beneficios. "El 90% de mi sueldo se compone de los resultados de la empresa, así que eso demuestra que los resultados de la empresa aparentemente no son tan malos", concluye el ejecutivo, que parece preguntarse qué se le puede reprochar.
Como en otros casos similares, la única explicación a este ensañamiento es la "envidia". Los que critican su salario serían, lógicamente, los que no tienen ni el talento ni la capacidad para ganárselo. A la indignación responde pues con desprecio. A los políticos les preocupa y prometen legislar. En 2022, el propio Emmanuel Macron calificó la remuneración de Carlos Tavares de "escandalosa y excesiva". El resultado está ahí.
Lógicas de dominación
Para ir más allá de estos episodios recurrentes de indignación, quizá haya que abordar el tema desde un ángulo más amplio y preguntarse qué significan estos sueldos astronómicos en la organización social y económica actual. Y luego hay que partir de la realidad concreta de esta remuneración.
Si el salario de Carlos Tavares en 2023 fuera de 36,5 millones de euros (parte del cual dependerá de la actividad del grupo de aquí a 2025), equivaldría a 100.000 euros diarios. Si prescindimos –sólo por un momento– de la desigualdad social que refleja esta cifra, no podemos sino preguntarnos por el uso real de semejante suma.
Nadie en el mundo podría "necesitar" semejante salario. En términos prácticos, es casi imposible dar a esos 100.000 euros diarios un uso realista, sobre todo cuando, al tratarse de un ejecutivo, gran parte de los gastos corren a cargo de la empresa.
Si esta suma no tiene una función concreta, sí tiene una función simbólica. Por cierto, los únicos gastos en los que se puede incurrir con esas sumas son principalmente adquisiciones simbólicas, que representan gastos de lujo. Pero lo que cuenta aquí es el potencial de adquisición de este salario, mucho más que lo que se gasta realmente. Es el poder adquisitivo que expresa el poder social en una sociedad regulada por la mercancía.
Y éste es el sentido profundo de las desigualdades entre estos asalariados y los demás. El objetivo primordial de los salarios millonarios y de su crecimiento es mostrar a la sociedad quién detenta las palancas del poder. Porque el poder del dinero es ante todo el poder de comprar trabajo y, por tanto, de determinar el uso de la vida de los seres humanos. Y como este poder se deriva a su vez de este trabajo, el círculo se completa: las masas se ven atrapadas en una dominación tanto ascendente como descendente.
Por eso el salario de Carlos Tavares no es el mismo que el de un trabajador estándar. En términos jurídicos, es cierto que es un asalariado, pero su remuneración se aproxima a la de los propietarios del capital. Se trata de un fenómeno que el economista Branko Milanović ha denominado homoplutia (en griego, "riqueza comparable"): las rentas del capital y del trabajo en los puestos más altos están alineadas. Algunos pueden ver esto como una prueba de que la distinción entre capital y trabajo está disminuyendo. Pero no es así.
¿Un asalariado como cualquier otro?
Porque la remuneración de este "trabajo" se basa de hecho en los mismos criterios que la remuneración del capital: se paga mayoritariamente tras la producción de beneficios y se fija en función de esta producción. De hecho, como hemos visto, ésta es una de las líneas de defensa del presidente de Stellantis: su salario refleja la rentabilidad del grupo. En este sentido, es muy diferente de un asalariado ordinario cuya remuneración depende de los beneficios.
Esto pone inmediatamente de relieve la distinción central entre los dos tipos de empleados: uno es un "coste" para el beneficio, mientras que el otro es remunerado en función de la consecución de ese beneficio y, por tanto, de la minimización de ese coste. En otras palabras, el carácter formal de la condición de asalariado de Carlos Tavares no implica que se encuentre en el lado del trabajo. Es de facto un agente del capital y es por eso su remuneración puede asimilarse a la de los accionistas.
El salario de Carlos Tavares no es sólo un escándalo moral; es también, y quizás sobre todo, un recordatorio del profundo mecanismo de dominación social en el que nos encontramos
La homoplutia no hace sino reflejar un cambio en la naturaleza de la propiedad del capital. Con la financiarización de la economía se ha hecho más difusa la propiedad del capital, pero el poder de éste no se ha reducido. Adopta la forma de lo que Michel Aglietta denomina "capitalismo accionarial", que concentra el poder en manos de "asalariados" que pasan a ser tan centrales –y, por tanto, tan bien pagados– como los capitalistas tradicionales propietarios directos de las empresas.
El salario de Carlos Tavares no es pues sólo un escándalo moral, es también, y quizás sobre todo, un recordatorio del profundo mecanismo de dominación social en el que nos encontramos. La fuerza que mueve la sociedad actual es la acumulación de capital, es decir, su reproducción ampliada. Y la tajada que se está llevando Carlos Tavares es simplemente la recompensa por su participación activa en esta dinámica.
Por lo tanto, no hay contradicción entre el aumento de la remuneración de Carlos Tavares y la supresión de puestos de trabajo o la baja remuneración de los empleados de Stellantis, al contrario, son las fuentes mismas de ese aumento. Y eso es precisamente lo que estos directivos entienden por su "mérito": su capacidad de producir beneficios, principio y fin de las empresas contemporáneas.
Lo interesante es que estos directivos compiten entre sí para determinar quién es el más poderoso entre los poderosos. Por eso una de sus defensas, y en este caso la de Carlos Tavares, es pedir que su remuneración se compare no con la de sus empleados o con el salario medio, sino con la de otros directivos del mismo mundo. Al presidente de Stellantis le gusta compararse con un "futbolista" o un "piloto de Fórmula 1" para justificar su remuneración.
Pero este "deporte" es muy especial. Lo que se premia aquí no es simplemente el rendimiento físico o personal, sino la capacidad de producir más beneficios. Al tratar de ir en cabeza en esta carrera un tanto irrisoria por los salarios millonarios, los directivos ponen en práctica la lógica capitalista de la acumulación. Por lo tanto, ellos mismos están bajo el dominio permanente de esta lógica. Su poder está pues condicionado a la aceptación de un poder superior a ellos que les empuja a actuar como lo hacen.
¿Qué méritos?
Está por ver si, incluso en esa lógica, el "mérito" del presidente de Stellantis justifica esos niveles de remuneración. La idea de fondo que permite a Carlos Tavares sentirse muy cómodo con su remuneración es que el aumento de los beneficios de Stellantis es producto de sus acciones y elecciones. Esto también justifica la homoplutia mencionada anteriormente.
Sin embargo, esta visión no está tan clara. La rentabilidad de una empresa depende de factores que en modo alguno son el resultado de la voluntad de un solo directivo. No es Carlos Tavares quien determina el nivel de demanda de automóviles en el mundo, ni el nivel tecnológico que permitirá o no aumentar la productividad. E incluso considerando que sus decisiones influyan en la calidad de la producción y determinen la cuota de mercado ganada o perdida, la aplicación concreta de estas decisiones es un logro social que implica a toda una cadena de trabajadores.
En el caso concreto de Stellantis, Carlos Tavares puede presumir de que en 2023 los beneficios hayan aumentado un 11%, hasta casi 18.600 millones de euros. Pero atribuirle a él todo el mérito de ese aumento sería olvidar las condiciones en las que todas las empresas que formaron Stellantis se han beneficiado de rescates estatales durante la última década; también sería olvidar el masivo apoyo que el sector público ha prestado a la producción desde la crisis sanitaria para salvaguardar la rentabilidad del grupo; y sería olvidar también que, en 2020, los gobiernos apoyaron los ingresos de los hogares para ayudar a mantener el consumo.
El aumento de la remuneración de Carlos Tavares es, pues, excesivo. Es superior al aumento de los beneficios del grupo, aunque el crecimiento de la rentabilidad no pueda atribuirse enteramente a la actuación del presidente
No es casualidad ni resultado de la estrategia de Carlos Tavares que la mayor parte de los beneficios de Stellantis se obtengan en Estados Unidos. Se debe a que la administración americana ha inyectado casi una cuarta parte del PIB en la economía desde 2020, lo que ha permitido que el crecimiento vuelva a su ritmo anterior a la crisis con un consumo sostenido.
Además, si nos fijamos en las cuentas de Stellantis de 2023, vemos que el grupo pagó de impuestos sólo el 16,9% de su beneficio operativo. Esta cifra apenas supera el mínimo del 15% que intenta imponer la OCDE y demuestra que el grupo está aprovechando no sólo todas las oportunidades de optimización que ofrece la legislación actual (recordemos que su sede está en los Países Bajos, aunque no la constituya ningún fabricante holandés), sino también la benevolencia fiscal de los gobiernos con las multinacionales.
El aumento de la remuneración de Carlos Tavares es, pues, excesivo. Es superior al aumento de los beneficios del Grupo, aunque el crecimiento de la rentabilidad no pueda atribuirse enteramente a la actuación del presidente. Es más, sigue basándose en el corto plazo, ignorando las consecuencias que puedan tener a medio y largo plazo las decisiones tomadas para mejorar la rentabilidad inmediata.
Podríamos mencionar la extensión de las cadenas de suministro, cuyos límites vimos durante la crisis sanitaria, y que son la base del modelo de negocio de los grupos automovilísticos mundiales. Pero también sabemos hasta qué punto las multinacionales occidentales del automóvil han perdido el tren del vehículo eléctrico, tanto en términos de desarrollo como por el abandono del segmento de gama baja. Esta elección estratégica se refleja en la avalancha de vehículos eléctricos chinos en el mercado, una avalancha que amenaza hoy a toda la industria automovilística europea.
Un problema sistémico
Por último, la escandalosa remuneración de Carlos Tavares también refleja la desconexión entre el capital y la realidad de la economía. En un momento en que los hogares siguen sufriendo la subida de los precios y la caída de los salarios reales, y en que aumenta la presión sobre los parados y los trabajadores, los que viven de los beneficios consideran que han hecho bien su trabajo y no ven cuál es el problema.
El problema es que el sobrecoste para el capital de Carlos Tavares y sus pares se absorbe en gran medida por el hecho de que esas sumas no se gastan (ni se pueden gastar), sino que se "reinvierten" en su mayor parte en el circuito financiero, lo que a su vez contribuye a mantener el ritmo de acumulación. Así que seamos realistas: estas remuneraciones tienen poco que ver con cualquier tipo de "mérito", sino más bien con una forma de economía de dominación capitalista.
Esta es la razón principal por la que esta remuneración es un problema. Recompensa una lógica que ha llegado a un callejón sin salida, la lógica de pensar que el beneficio es la respuesta a todos los problemas. Pero ahora el beneficio es también el problema, ya se trate de los problemas sociales o de la crisis ecológica. Peor aún, la lógica de dominación que revela el salario de Carlo Tavares es precisamente la que, en gran medida, nos impide pensar en una nueva organización económica y social sostenible. Detrás de esta remuneración y de su importe se esconde un sistema nefasto.
Siempre que hay polémica, no faltan las propuestas políticas para acabar con lo que se presenta como un escándalo. Esta vez, de nuevo, diputados socialistas franceses anuncian el relanzamiento de una propuesta para limitar las diferencias salariales, mientras otros abogan por mayores impuestos a los sueldos más altos.
Esas propuestas son útiles, pero ignoran el carácter nacional de la legislación para ganar el pulso a multinacionales acostumbradas a jugar constantemente entre distintas legislaciones. Sobre todo, pasan por alto el carácter sistémico de la cuestión. Su visión correctora, centrada en las desigualdades, considera que existe un "término medio" para la rentabilidad, mientras que todo el sistema está orientado hacia el crecimiento perpetuo.
Por eso Carlos Tavares puede desafiar a sus detractores: cambien la ley si quieren, pero siempre habrá una ley superior a la del Parlamento, la ley de la acumulación de capital. Cuando empiece a pesar el chantaje sobre el empleo y la inversión, se ajustarán las leyes políticas. Así que el jefe de Stellantis puede estar tranquilo, y no es de extrañar que la indignación de Emmanuel Macron no se extendiera más allá de la campaña electoral de 2022.
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La razón por la que la cuestión de los salarios de los ejecutivos de las multinacionales es importante es porque es sistémica. Y si es sistémica, la respuesta sólo puede ser de la misma naturaleza. Por lo tanto, hay que volver a poner en el centro la naturaleza y el significado de la dominación de Carlos Tavares y sus semejantes.
Traducción de Miguel López
El anuncio del aumento de la remuneración de Carlos Tavares, presidente del grupo Stellantis (fusión de Chrysler, Fiat y PSA), ha provocado reacciones muy diversas, desde el sindicato francés CGT hasta algunos grupos de accionistas. El ejecutivo podría haber ganado en 2023 la cantidad de 36,5 millones de euros, es decir, un 35,6% más que en 2022 y un 47,9% más que en 2021.