Qué son los "contaminantes eternos" que tienen en pie de guerra a los japoneses y qué efectos tienen

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Johan Fleuri (Mediapart)

Zensaku Yoshida, con sus brazos enrojecidos, sumerge la masa de caciocavallo una y otra vez en el agua hirviendo y sin guantes. Mira con complicidad a su hijo Genya, de 40 años, que trabaja a su lado. Esta mañana, después de elaborar este queso italiano, harán ricotta y camembert con la leche de sus ochenta vacas pardas suizas. En Japón, la granja Yoshida es toda una institución: esta pequeña empresa familiar reserva su producción para las mejores mesas del país. 

Desde Italia a Bután, pasando por Marruecos y Turquía, Zensaku Yoshida, de 69 años, ha recorrido medio mundo para aprender los métodos tradicionales: comparte su excepcional saber hacer no sólo en el plato, sino también en sus libros. 

En Kibichūō, en la prefectura de Okayama, donde vive desde hace cuarenta años con su esposa Chifumi, pero también con sus hijos y nietos, Zensaku ha construido una casa de campo, a pocos kilómetros de su granja, alimentada por energía fotovoltaica: en el jardín adyacente, té, unas cuantas vides y un enorme horno de pan que importó de Europa. Curioso e insaciable de conocimientos, “le encantaría aprender a hacer pan a la antigua usanza”, dice con una sonrisa picarona.

Pero en octubre de 2023, Zensaku Yoshida habló por razones distintas a su trabajo como artesano. Una noche de octubre, su familia, al igual que el millar de habitantes de la localidad de Kibichūō (12.000 habitantes), le dijeron que dejara de beber agua del grifo. “Recibimos una llamada telefónica, y no entendíamos nada”, explica Zensaku. Se distribuyó agua embotellada a toda prisa y, en una reunión de crisis celebrada al día siguiente, los vecinos se enteraron de que los análisis mostraban la presencia de PFAS en el agua de la traída, una familia de sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas, también conocidas como “contaminantes eternos” por su naturaleza indestructible, en niveles de 1.400 nanogramos por litro (ng/l). 

A modo de comparación, una directiva europea de 2020 fija los niveles máximos que deben respetarse en el agua potable en 0,50 microgramos por litro (μg/l) para el total de PFAS, es decir, 500 nanogramos; ó 0,10 μg/l, es decir, 100 nanogramos, para la suma de los veinte PFAS considerados más preocupantes. 

Cerca de la presa vecina se realizaron en noviembre de 2023 otras mediciones, llegando hasta 14.000 ng/l. El origen de la contaminación no es ningún misterio: se debe al almacenamiento por parte de una empresa local de seiscientas bolsas que con carbón activado en las inmediaciones de la depuradora que suministra agua a la población. Los asombrados vecinos se enteraron de que las bolsas llevaban allí desde 2008.

Enojados, quieren saber desde cuándo está contaminada el agua, por qué no se les avisó antes y cuáles son las consecuencias para su salud y sus explotaciones agrícolas. Se enteran de que, entre 2020 y 2022, se observaron niveles regulares de PFAS, de 800 a 1.000 ng/l, en los análisis del agua de la localidad, sin que se tomara ninguna medida. 

Por razones que siguen sin estar claras, el departamento de aguas de la ciudad no había medido los niveles de PFAS durante tres años. En 2020, los datos incluso se notificaron incorrectamente, indicando un nivel de 1 ng/l de agua en lugar de 1.200 ng/l. En una rueda de prensa celebrada en marzo, el alcalde de Kibichūō, Masanori Yamamoto, reconoció que se había tomado una decisión «inadecuada», afirmando que «el personal no tenía la experiencia ni los conocimientos» para responder con prontitud al problema de esos contaminantes eternos. 

La situación se aceleró a finales del año pasado porque Japón emprendió un inventario de PFAS en treinta y ocho de sus cuarenta y siete prefecturas. Un estudio puso de relieve las regiones donde se han superado los 50 ng/litro de agua (sulfonatos de perfluorooctano o PFOS y ácidos perfluooctanoico o PFOA), el umbral de tolerancia recomendado por el ministerio de Sanidad desde 2020. Kibichūō ostenta el triste récord de contaminación de todo el archipiélago. 

PFAS procedentes de las bases militares americanas

Para Zensaku Yoshida, que siempre ha apostado por una gestión ecorresponsable, este asunto le ha supuesto un mazazo: “He pasado una mala racha, he pensado en dejar mi negocio.” Junto con otros veintisiete residentes, se hizo un análisis de sangre, y los resultados le asustaron. «Mi nivel de PFAS (principalmente PFOA) era de 250 ng/ml. El de mi mujer era de 380 ng/ml. Ahora el sistema de distribución de agua del pueblo ya ha sido modificado, pero Zensaku no se da por vencido. Han pasado seis meses desde que se hicieron los análisis y “todavía no tienen seguimiento médico: las autoridades dicen que hay que esperar entre tres y cinco años para que los PFAS se eliminen por sí solos del organismo”. 

Pero expertos como el profesor Koji Harada, de la Universidad de Kioto, confirman que estas sustancias, ingeridas durante un largo periodo, pueden aumentar el riesgo de cáncer, cardiopatías y abortos. El tormento de Zensaku llegó a la obsesión: ¿y si los PFAS hubieran llegado a los quesos que vende en todo el país? “He hecho analizar a mis ochenta vacas. Están bien, pero ¡qué susto!”

 En Japón, la contaminación por PFAS no es nada nuevo: desde los años 80 está presente en las inmediaciones de las bases militares, principalmente americanas, “donde se detectan miles de ng/litro desde hace décadas”, afirma Takeshi Miyamoto, diputado del Partido Comunista que ha llevado el problema a la Dieta. Desde esas bases, “las sustancias se esparcen a través de los extintores, en forma de espuma”, explicó el periodista Takenori Ueda en una conferencia celebrada a finales de febrero. 

Japón prohibió en 2018 la fabricación e importación de sustancias PFOS, comúnmente utilizadas en extintores de espuma, seguidas de PFOA en 2021: en 2023 se añadió a la lista de sustancias prohibidas el ácido perfluorohexano sulfónico, PFHxS. Pero cerca de las bases americanas de Okinawa y Tachikawa, al oeste de Tokio, las redes de agua potable registran niveles de PFAS dos veces superiores al umbral tolerado. “En Tachikawa, los ciudadanos tienen una media de 120 ng/ml en sangre, menos que en Kibichūō (171 ng/ml) pero sigue siendo muy alto”, observa Takenori Ueda. 

Las bases militares también preocupan a industriales como el fabricante de aire acondicionado Daikin, con sede en Osaka, donde las mediciones de PFOA en un pozo de la localidad de Settsu llegaron a 440 veces la cantidad tolerada, informa el periódico del Partido Comunista Japonés, que hace referencia a un estudio reciente realizado por la prefectura de Osaka. 

"En Japón han aumentado las cantidades de PFAS desde hace unos quince años", afirma Takeshi Miyamoto. “Ahora se encuentra en los ríos, en las montañas, en pueblos como Kibichūō, muy lejos de las bases militares y los polígonos industriales." En un momento en que Europa está pensando en prohibir los PFAS, en Japón no se plantea la cuestión. "Toca el delicado tema de las consecuencias de la presencia de bases americanas en el territorio, según me explica un amigo mío, jubilado del ministerio de Sanidad", dice Zansaku. "Por eso puede que se tarde algún tiempo en prohibirlas por completo."

Esa es la mentalidad en el campo japonés. Las generaciones más jóvenes piensan de otro modo, pero las mayores creen que no hay que quejarse.

 Cuando Junko Abe, de 42 años, se mudó a Kibichūō con su marido y su hijo, se sintió atraída por el apacible estilo de vida de la región, "los campos de arroz, la oportunidad de cultivar verduras, el entorno para su hijo", entonces recién nacido. La pareja es diseñadora de moda y su marca Emiowasu confecciona ropa con el mismo enfoque ecológico que los Yoshida. El traslado a Kibichūō también estuvo motivado por el deseo de ampliar la familia. "Tenía 30 años cuando llegamos a Kibichūō, queríamos una familia numerosa". 

Pero Junko tuvo dos abortos espontáneos en los años siguientes a su llegada a Kibichūō. Después no se quedaba embarazada. Desde octubre, no ha podido dejar de pensar que "existe la posibilidad de que sea el agua". Sus amigas también han intentado quedarse embarazadas sin conseguirlo". También se ha dado cuenta de que los animales de la casa han dejado de tener crías. "Acogimos a una cabra: tuvo crías y luego, ya con 3 años, nada. ¿Por qué?". En su jardín hay un arroyo del que su perra bebe todos los días. "Sus cachorros murieron poco después de nacer."

Junko leyó en Internet todo lo que pudo sobre los PFAS y compró filtros para sus grifos. Se hizo un análisis de sangre y descubrió con pavor que su sangre contenía 130 ng/ml. "y 100 ng/ml mi hijo, que ahora tiene 12 años". Estaba preocupada y quería llamar la atención sobre la situación, pero a nivel local, el grupo de vecinos que quería actuar se topó con otro tipo de resistencia: la de quienes temían que su pueblo fuera etiquetado como "pueblo PFAS". 

"Esa es la mentalidad que hay en el campo japonés", explica. "Las generaciones más jóvenes piensan de otro modo, pero las mayores creen que no deben quejarse." Otro temor, sin duda, es el de la discriminación. En Japón, todo el mundo sabe lo que ocurrió con las víctimas de las bomba atómicas o de la contaminación industrial, y con las personas evacuadas tras el accidente nuclear de Fukushima. Tratadas a veces como contagiosas, sus vidas dieron un vuelco. 

"Estoy muy enfadado", dice Hiroshi Ogura, otro de los vecinos de Zensaku y Junko. "El pasado octubre fue la primera vez que oía esa palabra: PFAS." Este agricultor de 71 años cultiva arroz y verduras: vive bajo el mismo techo con su mujer, su hijo, su nuera y sus dos nietos. Tras un análisis de sangre, su nivel resultó ser de 256 ng/ml. "Me quedé de piedra, sobre todo por los pequeños", que tenían niveles superiores a 100 ng/ml, dice el hombre en voz baja. 

Lo que perturba a este nativo de Kibichūō es saber que las bolsas estuvieron almacenadas durante tanto tiempo antes de que se descubriera la contaminación. "La empresas e industrias tienen que reconocer sus responsabilidades". Añade que, a nivel nacional, "no deben tolerar más de 50 ng/l, y pedir una prohibición total". Los residentes de Kibichūō, asesorados por expertos, van a presentar una denuncia contra Man-ei Kogyo, la empresa responsable de las bolsas. "También vamos a exigir un seguimiento médico completo: los análisis de sangre no son suficientes y no vamos a quedarnos esperando", explica Zensaku. El artesano se pone serio: "Comienza una larga batalla". 

En Okinawa, la contaminación por PFAS, enésimo problema vinculado a la presencia de bases militares

Hasta 2016 no se hizo oficial en Okinawa la relación entre las bases militares y la contaminación por PFAS. Un informe de ese año de la base militar americana de Futenma confirmó registros de PFAS de hasta 28.000 ng/l en zonas de entrenamiento contra incendios. Al igual que en Kibichūō, "los residentes de Ginowan que bebían agua del grifo fueron los más afectados", explica Isao Tobaru, un concejal de la localidad próxima a Futenma. "Fue la planta depuradora de Chatan, que da servicio a siete municipios, la que acabó contaminada", añade. Ginowan y Chatan se encuentran entre dos bases americanas: Futenma y Kadena

En 2019, análisis de sangre realizados a 400 residentes revelaron un nivel de PFOS en sangre cuatro veces superior a la media nacional (13,9 ng/ml en Ginowan frente a 3,5), así como un nivel de PFHxS de 16,3 ng/ml (la media nacional es de 0,3 ng/ml).

En abril, Masami Kawamura, investigadora y responsable de la web The Informed-Public Project, dio a conocer un mapa de puntos de contaminación por PFAS en la isla principal de Okinawa. Lo que tienen en común es que todos proceden de bases militares americanas y japonesas, y ninguna se ha librado. Según la investigadora, Okinawa tiene otro problema: "Nuestros recursos hídricos son limitados: ¿qué vamos a hacer si todos nuestros ríos están contaminados?" Y añade: "Si el gobierno americano decide prohibir los PFAS en su territorio, ¿no tiene también la responsabilidad de hacerlo en sus bases en el extranjero?".

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 Traducción de Miguel López

 

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