Así se ha disparado la extrema derecha alemana a pesar de su discurso cada vez más radical

La colíder del partido Alternativa para Alemania (AfD) y candidata a canciller, Alice Weidel, sale del estudio de televisión tras el debate electoral.

Fabien Escalona (Mediapart)

En la historia de la República Federal, nunca un nuevo partido político había crecido de forma tan rápida y masiva en las urnas. Mediapart, socio editorial de infoLibre, ha rastreado las condiciones del avance de Alternativa para Alemania (AfD) entre 2013 y 2015, que obtuvo resultados de dos dígitos en varios estados federados al año siguiente a su creación. Repitió resultados en su segunda participación en unas elecciones federales, obteniendo el 12,6 % de los votos y más de 90 escaños en el Bundestag en 2017.

A principios de la década de 2020, la dinámica electoral de AfD se estancó un tiempo. La formación retrocedió en varias elecciones regionales, así como en las elecciones legislativas de 2021, a raíz de la pandemia de covid. Pero su núcleo electoral, lejos de haberse derrumbado, demostró ser sólido.

Y desde 2023, AfD ha alcanzado nuevos récords en todos los niveles. Después de rozar el 16 % en las elecciones europeas del verano pasado y superar el listón del 30 % en dos estados federados del este, tiene la intención de llegar en segunda posición en las elecciones federales del 23 de febrero, lo que sería un acontecimiento histórico.

Pero lo más inquietante de esta dinámica no reside en sus resultados electorales. La extrema derecha ya ha obtenido buenos resultados en otros lugares, ya sea en Suecia, Austria o Francia. Y lo que es más raro, su avance electoral va acompañado de una radicalización ideológica.

Para las formaciones situadas en los márgenes del espectro político, la entrada en las instituciones y el deseo de establecerse en ellas tiende más bien a reforzar a los líderes más preocupados por dar muestras de respetabilidad, en lugar de a aquellos apegados a la pureza del mensaje original.

Como se ha dicho en relación con la Agrupación Nacional (RN) en Francia, la estrategia de normalización no implica el descarte de los fundamentos programáticos. Sin embargo, pasa por esfuerzos retóricos de cara a la galería, exclusiones internas o distanciamientos simbólicos con las personalidades más extremistas de su bando, o incluso la oportuna modificación de posiciones que puedan resultar demasiado duras para la opinión pública. AfD muestra bien su pretensión de ser un partido respetable, pero no va acompañada de ninguna moderación de su perfil político.

Una radicalización “hasta el extremo”

“Desde 2015”, resume la profesora e investigadora Valérie Dubslaff, “AfD ha estado atravesada por tensiones entre la radicalización y la desradicalización. Ahora, todos los ‘moderados’ han abandonado masivamente el partido. Antes, se podía hablar de una división entre federaciones etno-nacionalistas, incluso neonazis, concentradas en el Este, y federaciones moderadas en el Oeste. Ahora, todas las federaciones y el partido central han pasado al primer modelo”.

La hostilidad hacia la inmigración y el racismo descarado forman parte más que nunca del ADN del partido. En enero de 2016, la eurodiputada Beatrix von Storch ya había mencionado tranquilamente la posibilidad de utilizar armas de fuego contra las personas que cruzan ilegalmente la frontera. En el verano de 2018, Alexander Gauland, copresidente de la AfD, se permitió calificar de “legítima defensa” los disturbios racistas que sacudieron la ciudad de Chemnitz tras el asesinato de un hombre a manos de dos refugiados procedentes de Oriente Próximo.

Hoy en día, la copresidenta Alice Weidel no duda en asumir un objetivo de "reemigración". Eso había hecho que cientos de miles de alemanes salieran a la calle tras la revelación de una reunión secreta dedicada a un plan de deportación masiva de personas consideradas extranjeras, en la que habían participado cuadros de AfD.

Durante un diálogo con Elon Musk en su plataforma X, Alice Weidel se atrevió a afirmar que ‘Hitler era comunista’

El revisionismo también ha ganado terreno. Björn Höcke, líder regional de AfD en Turingia y animador de la corriente identitaria Der Flügel (“El Ala”), lo ha convertido en su marca de fábrica. En enero de 2017, se refería al famoso Memorial a los Judíos Asesinados de Europa, en Berlín, como un “monumento de la vergüenza”, y estuvo a punto de ser excluido por parte de la dirección. Este año, a pesar de su condena por la justicia por retomar un eslogan nazi, Höcke no solo no ha sido amonestado, sino que el partido ha tomado prestado el mismo eslogan, distorsionándolo de manera transparente.

Durante las últimas elecciones europeas, el cabeza de lista de AfD declaró a la prensa europea que “un SS no es automáticamente un criminal”. Fue suspendido de la campaña. Pero recientemente, durante un diálogo online con Elon Musk en su plataforma X, Alice Weidel se atrevió a afirmar que “Hitler era comunista”. El objetivo era presentar a los “libertarios conservadores” de AfD como víctimas de una narrativa engañosa sobre el período nazi, que los habría envuelto en las peores amalgamas para salvar a la izquierda.

En otras palabras, la cúpula de la propia formación lleva la agenda maximalista que animaba solo a sus miembros más derechistas en sus inicios, y ya no sanciona las salidas de tono. Además, “se mantienen vínculos con organizaciones extremistas ajenas al partido, como el movimiento identitario”, añade el politólogo Kai Arzheimer, profesor de la Universidad de Maguncia.

“Inmersión ideológica”

Por esas razones, la Oficina Federal de Protección de la Constitución clasifica ahora a AfD como “grupo sospechoso de extrema derecha”, lo que abre la posibilidad de recurrir legalmente a medios de inteligencia para vigilarla. En los primeros años, solo miembros, secciones o ramas de AfD fueron objeto de tal procedimiento. Luego, de “casos en evaluación” en 2019, toda el partido se convirtió en un "caso sospechoso" en 2021, una decisión que AfD llevó a los tribunales y que perdió en apelación el pasado mes de mayo.

Si la extrema derecha ha llegado a este punto es debido a una mecánica implacable, según la cual cuadros “pragmáticos” se han aliado con las corrientes más fundamentalistas para ganar poder interno, antes de ser devorados ellos mismos por el creciente influjo de sus socios.

La historia de AfD es una sucesión de crisis de liderazgo, que se ha ido desplazando cada vez más hacia la extrema derecha

Martin Baloge, investigador

El drama se ha desarrollado en tres actos. En la primavera de 2015, la facción nativista de Björn Höcke, Der Flügel, publicó una “resolución de Erfurt” en la que se desafiaba a la dirección y la comparaba con el odiado establishment. Dos semanas antes del congreso de julio, la codirectora Frauke Petry abandonó al fundador Bernd Lucke y dio la razón a Björn Höcke. Entonces dirigía el partido con Jörg Meuthen. Si bien se basaba en una línea xenófoba e islamófoba, terminó cansándose de las provocaciones revisionistas de Höcke.

Se abrió entonces una segunda crisis interna en 2017, cuando Frauke Petry presentó una moción para excluir al líder de Turingia y otra para adoptar una estrategia más “realista” de conquista del poder. En el congreso del partido, los delegados se negaron a examinarlas. Es más, Jörg Meuthen retomó los argumentos de la facción Der Flügel para atacar violentamente a Frauke Petry. Ésta, desautorizada, rompió con AfD una vez pasadas las elecciones, y Alice Weidel, entonces líder del grupo parlamentario, rápidamente le mostró la salida.

Según una fascinante repetición de la historia, la tercera crisis se produce en detrimento de Jörg Meuthen. Un poco molesto por la clasificación de Der Flügel como de extrema derecha por parte de los servicios de protección de la Constitución, intenta apaciguarlos con una serie de medidas, entre ellas la exclusión de una de las figuras de esta facción, Andreas Kalbitz. A su vez, se convierte en blanco de una revuelta que lo lleva a abandonar el partido en enero de 2022.

En el congreso siguiente, el ciclo llega a su fin. “Por primera vez, Der Flügel ha conseguido una mayoría formal en la ejecutiva del partido”, señalan Bartek Pytlas y Jan Biehler en un artículo académico. Estos politólogos recuerdan que esa facción extremista tenía, sin embargo, poco poder formal al principio, y que el contexto alemán era rico en incentivos a la moderación. Pero los partidarios de Björn Höcke han construido un formidable “soft power ideológico” al erigirse como guardianes del verdadero espíritu de AfD, mientras que las élites del partido han legitimado y materializado ese poder creyendo instrumentalizarlo para sus luchas internas.

“La historia de AfD puede leerse como una sucesión de crisis de liderazgo, que se ha desplazado cada vez más hacia la extrema derecha”, resume Martin Baloge, politólogo y autor de La Politique en Allemagne (edit. La Découverte, 2024).

Una habilidad para navegar sobre las crisis

¿Por qué no se ha castigado en las urnas una línea cada vez más subversiva? Los especialistas consultados comparten su consternación al respecto. “Me deja perplejo”, dice Kai Arzheimer. “Es un asunto que me obsesiona”, confiesa Martin Baloge. “En Alemania se ha construido todo un edificio jurídico y político con la voluntad de impedir formas de gobierno autocráticas. Esto no ha sido suficiente para impedir el avance de una fuerza como AfD. Está claro que está cambiando la relación con la extrema derecha y con lo que se puede decir en público”.

No obstante, se pueden citar varios factores. Ya existía en la opinión pública una masa de actitudes xenófobas, racistas y autoritarias sin salida política directa. AfD, tras superar las barreras que hasta ahora habían impedido el avance de la extrema derecha a nivel federal, tuvo tiempo de asentarse en el panorama para que se tradujera en el plano electoral.

En 2020, la AfD se subió rápidamente al carro de las protestas contra los confinamientos y la política de vacunación

Entre finales de los años 2010 y principios de 2020, el contexto resultó ser favorable. En primer lugar, debido a la evolución del sistema de partidos. Tanto en Alemania como en otros lugares, la huella de los dos grandes partidos, la CDU (conservadora) y el SPD (socialdemócrata), en la sociedad se ha reducido considerablemente. “Cada uno de ellos llegó a contar con hasta un millón de afiliados en el pasado”, recuerda Martin Baloge. “Hoy en día, sus respectivos niveles se sitúan por debajo de la barrera de los 400.000 miembros, cada vez más viejos y cada vez menos representativos de la diversidad social”.

El investigador añade que, si bien las coaliciones gubernamentales son necesarias en un país que practica el escrutinio proporcional, no ha gustado mucho que la CDU y el SPD hayan gobernado juntos durante tanto tiempo en los últimos años. “Las grandes coaliciones se sucedieron durante los años de Merkel (doce de dieciséis)”, escribe en su libro, “y lo que debía seguir siendo una forma excepcional de gobierno se convirtió en una práctica política habitual”, hasta el punto de que los dos partidos se han vuelto “difíciles de distinguir”.

Pero, al mismo tiempo, el país ha atravesado varias crisis que podrían alimentar las tensiones identitarias, antieuropeas y antisistema. Si bien la denuncia de la solidaridad con los países del sur de la zona euro fue el primer motor, la negativa a acoger a los exiliados fue otro, más poderoso y reactivado con cada acontecimiento traumático que involucraba a personas migrantes (violencia sexual en Colonia en 2016, recurrentes atentados yihadistas y, más recientemente, un ataque con cuchillo cometido por un afgano, a priori sin motivación terrorista).

Con la irrupción de la pandemia del covid, el tema migratorio retrocedió en el debate público, y AfD se vio afectada por ello en las elecciones federales de 2021. En la revista German Politics, los politólogos Michael Hansen y Jonathan Olsen han estimado que, no obstante, la formación política demostró ese año su capacidad para explotar un nuevo tema para captar el resentimiento hacia el poder y las élites.

De hecho, en 2020, AfD se opuso rápidamente a los confinamientos y a la política de vacunación. Su denuncia de “la histeria del virus” y su eslogan “Alemania. Pero normal” tuvieron un efecto movilizador real. “Sin duda era inevitable que AfD tuviera dificultades para mantener o aumentar su porcentaje de votos”, analizan los dos investigadores, pero el partido “fue capaz de retener un núcleo significativo de votantes y de realizar avances profundos entre ex votantes de la CDU”.

Desde entonces, el partido ha cultivado su singularidad oponiéndose ferozmente al Zeitenwende, ese horizonte de rearme y de más contribución a la defensa de Europa, promovido por el canciller saliente, Olaf Scholz, tras la invasión de Ucrania, y aplaudido por todos los partidos del gobierno. Con la amenaza del declive económico de nuevo a las puertas, a AfD no le cuesta nada alardear de acercamiento tanto a China como a Rusia, ni articularlo con sus obsesiones antimigratorias y su denuncia de los burócratas de Bruselas.

Anclaje en el Este

Más allá de la ductilidad táctica de AfD, el mensaje conforma una sociología que ahora está bien identificada. “La mayoría de los votantes del partido son hombres, de clase trabajadora o de la pequeña clase media, y con un nivel de educación inferior o igual al bachillerato”, resume Kai Arzheimer. “Lo que alimenta ese voto no es tanto la pobreza real como el miedo al futuro”.

Esta sociología no solo está sobrerrepresentada en el Este, sino que, una vez tenidos en cuenta todos los factores, se observa que el mero hecho de residir allí tiene un efecto positivo en el voto a favor de AfD, precisa el politólogo. Lógicamente, los resultados más espectaculares de la extrema derecha en las elecciones regionales se han producido en el Este. Y cuando se observa el mapa de resultados por Estado federado en las elecciones federales de 2021, el contraste entre las dos Alemanias unificadas en 1990 es sorprendente.

Comparar regiones enteras puede ser engañoso: tanto en el Oeste como en el Este, AfD tiene dificultades en las áreas metropolitanas dinámicas y en los territorios más prósperos, y está de celebración en las zonas rurales aisladas y en las ciudades más pequeñas de las regiones económicamente rezagadas.

Sin embargo, el impacto de la unificación —industrial, social y demográfico— ha dejado cicatrices dolorosas en los nuevos Estados federados. Los resultados de AfD dicen mucho sobre el rechazo que suscitan allí los partidos de la coalición de gobierno, pero también la izquierda radical, que durante un tiempo encarnó una identidad oriental herida por la superioridad de las élites occidentales.

Si la extrema derecha se ha arraigado tan fácilmente en el Este, especialmente entre los jóvenes, es porque “los habitantes no se adhieren a ninguna gran narrativa”, escribe el geógrafo Boris Grésillon en Le Monde diplomatique: “ni a la de la ‘memoria histórica’ que permitió a los alemanes occidentales comprender el alcance excepcional del crimen nazi, ni la de la construcción europea, que los ignoró en gran medida”.

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Debido a que las dificultades alemanas se concentran allí y porque la historia de la región tiene efectos propios, la antigua Alemania del Este es a la vez una zona de fuerza, un laboratorio y una vanguardia de la extrema derecha radical e impenitente que hoy encarna AfD. Las elecciones del 23 de febrero pueden permitir verificarlo.

 

Traducción de Miguel López

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