“Todos sabíamos cuál sería el veredicto, nadie lo ignoraba”. El pasado 22 de noviembre, el tono del presidente serbio pretendía ser solemne, tras hacerse pública la sentencia que condenaba a cadena perpetua al antiguo jefe militar de los serbios de Bosnia Herzegovina, Ratko Mladić. Con su énfasis habitual, Aleksandar Vučić instaba al pueblo serbio “a mirar, desde ese momento, al futuro, con el fin de preservar la paz y la estabilidad en la región”, mientras fijaba un programa en apariencia bastante poco relacionado con la actualidad judicial candente: “Abrir más fabricas” gracias “al sudor del trabajo”.
El 29 de mayo de 2011, 10.000 personas se manifestaron por las calles de la capital serbia para denunciar el arresto del general Mladić, tras permanecer fugado 16 años. El miércoles, el veredicto fue retransmitido en directo por televisión, pero la condena apenas movilizó a 200 irreductibles por las calles de Belgrado.
Algo más de 20 años después del fin de la guerra de Bosnia Herzegovina, la Serbia de Aleksandar Vučić ¿está dispuesta a hacer tabla rasa del pasado? El nuevo hombre fuerte de Belgrado tiene razones para felicitarse por el cierre del Tribunal Penal Internacional para la exYugoslavia (TPIY), que se hará efectivo el 31 de diciembre. Los crímenes cometidos durante la trágica década de desintegración de la antigua Yugoslavia pasarán a ser entonces “caso cerrado” y no habrá marcha atrás.
Hace una década, el mismo Aleksandar Vučić pegaba carteles para mayor gloria de “Ratko Mladić, héroe serbio” y reclamaba calles con el nombre del exgeneral. Entonces, todavía dirigía, junto con Tomislav Nikolić, el Partido Radical de Serbia (SRS), una formación de ultraderecha que le llevó a convertirse diputado a los 23 años, en 1993. Durante la guerra de Bosnia-Herzegovina, el joven y temperamental nacionalista explicaba que “por cada serbio muerto”, había que matar a cien musulmanes.
Han pasado los años y el nuevo hombre fuerte de Serbia ahora dice que aquellas palabras no fueron sino un “exceso del lenguaje”. Después de la condena de Ratko Mladić, el grupo de Mujeres de Negro de Belgrado, militantes feministas antifascitas, denunciaban la responsabilidad de los actuales dirigentes de Serbia en las guerras de los 1990, toda vez que recordaban que “algunos compartieron las políticas que condujeron al genocidio”.
La víspera de conocerse el veredicto, los medios de comunicación serbios no dedicaban ni una sola línea a los hechos por los que Ratko Mladić había sido juzgado. Se limitaban a hablar de la mala salud del antiguo militar, ese “pobre viejo”, así como de las “injusticias” de las que serían víctimas los serbios. “Mladić va a morir en tres meses”, “el doctor Mengele de la Haya mata a Mladić”, “el tribunal de La Haya, el mayor campo de concentración de los serbios”, escribían los tabloides, “perros guardianes del régimen”, según palabras del periodista freelance Vukašin Obradović. Todos ellos hacían suyas las peores teorías del complot y la retórica de victimización tan apreciada por los nacionalistas, en lugar de referirse a los delitos encausados: genocidio, crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra.
Pese a todo, por lo menos el juicio contra Ratko Mladić habrá conseguido la proeza de reunir una documentación considerable, que hará la delicias de los historiadores. En cinco años, han comparecido más de 300 testigos y se han presentado más 100.000 elementos de prueba. El antiguo general ha sido hallado culpable, por su aplastante responsabilidad de mando, cuando sus tropas entraron en el enclave bosnio de Srebrenica, el 11 de julio de 1995 y asesinaron en unos días a más de 8.000 hombres y adolescentes.
“Sin su acción, esta actividad criminal no se habría llevado a cabo de la misma manera”, dijo el juez. Como ocurrió en el juicio contra Radovan Karadžić, exjefe político de los serbios de Bosnia Herzegovina, sólo se ha confirmado la acusación de genocidio en el caso de Srebrenica; el resto de acciones se han calificado de crímenes de guerra o crímenes contra la humanidad.
La sentencia, “la pena máxima” que reclamaban las víctimas, fue recibida entre lágrimas y gritos de alegría por los supervivientes de Srebrenica, quienes, como muchos en Bosnia Herzegovina, seguían en directo la retransmisión de la audiencia. Los representantes de las familias de víctimas y los miembros de la asociación de Madres de Srebrenica, presentes en La Haya, mostraron su satisfacción por la “importancia simbólica” del juicio, aunque lamentaron que no se reconociera el carácter genocida de las masacres cometidas en Bosnia Herzegovina desde 1992. No obstante, el primer ministro de Bosnia Herzegovina, Denis Zvizdić, recordó que la “pena impuesta no va a devolver la vida a las miles de víctimas, de civiles inocentes ni permitirá que las familias encuentre la paz”.
El nacionalismo en Croacia y Serbia sigue intacto
A la hora de hacer balance, ¿se puede decir que el TPIY ha cumplido con sus objetivos? El Tribunal –creado en 1993 mediante resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, cuando todavía no habían cesado los combates en Bosnia Herzegovina– debía juzgar a los dirigentes y a los instigadores de los crímenes de guerra principales, “los peces gordos” y no a los simples ejecutores. Al establecer los hechos, dictando sentencia e individualizando las responsabilidades en los crímenes cometidos, debía contribuir a la “reconciliación regional”, permitiendo que las diferentes sociedades de la región hagan frente a su pasado reciente y se disocien de las violencias perpetradas “en su nombre”.
En realidad, el largo proceso de búsqueda de los inculpados a menudo ha ido parejo a una interminable negociación. Mientras que la UE exigía la “cooperación plena y completa” de los países de la región con la TPIY, Croacia y Serbia aceptaban la entrega de sus ciudadanos a cambio de avances en el proceso de integración europeo, haciendo creer que la Justicia no era un fin por sí misma, sino un “mero precio que pagar”.
Los Gobiernos de los dos países han financiado la defensa de los acusados, incluidos Ratko Mladić, en el caso de Serbia, mientras que los liberados –exculpados o una vez cumplida condena– han regresado, entre vítores, a sus respectivos países. De este modo, después de haber defendido a su pueblo durante la guerra, los acusados han pasado a convertirse en “víctimas voluntarias”, que aceptan con “valentía” las pruebas del juicio y la prisión.
Milorad Dodik, presidente de la República de Srpska, la entidad serbia de una Bosnia Herzegovina que sigue dividida, explicó tras darse a conocer el veredicto que el general Mladić era un “héroe”, que sería juzgado por la historia en vez de por los tribunales, mientras que Mladen Ivanić, miembro serbio de la presidencia tripartita del país, denunciaba la supuesta “parcialidad” del TPIY.
Este tipo de argumentos es el que repiten hasta la saciedad los nacionalistas desde que se hicieron públicos los primeros veredictos del Tribunal –por los nacionalistas serbios, pero también por los croatas cuando el condenado es uno de los suyos–. Claro que son los mismos hombres, o las mismas estructuras política,s que llevaron a Bosnia-Herzegovina a la guerra quienes ahora dirigen el destino del país. En un país de economía maltrecha, sólo la lógica de la división, refrendada por los acuerdos de paz de Dayton, mantiene en el poder a dirigentes nacionalistas totalmente irresponsables y muy corruptos.
En 2010, numerosas ONG de todos los países de los Balcanes pusieron en marcha una iniciativa para la creación de una “comisión Verdad y Reconciliación Regional” (REKOM), con el fin de tratar de contribuir a que emergiese una narración común de las guerras de los 90. Pese a contar con el apoyo de decenas de miles de firmas de responsables políticos o asociativos y de ciudadanos corrientes de todas las repúblicas surgidas tras la desmembración yugoslava, esta iniciativa no termina de ver la luz. Sobre todo porque los Gobiernos de la región prefieren contentarse con el cierre del TPIY para pasar página o, incluso, de nuevo para guardar bajo siete llaves las exigencias de Justicia.
Como destacaba el periodista serbio Dejan Ilić, las llamadas del presidente Vučić para mirar al futuro ocultan una realidad bastante más preocupante. No se ha establecido ninguna verdad común, compartida, sobre los crímenes cometidos durante las guerras. Su realidad sigue estando presente, sujeta a interpretaciones relativas y contradictorias. Y, por tanto, pueden volver a repetirse. _____________
Ver másEl Tribunal de la ONU sentencia que Serbia y Croacia no cometieron genocidio
Traducción: Mariola Moreno
Leer el texto en francés:
“Todos sabíamos cuál sería el veredicto, nadie lo ignoraba”. El pasado 22 de noviembre, el tono del presidente serbio pretendía ser solemne, tras hacerse pública la sentencia que condenaba a cadena perpetua al antiguo jefe militar de los serbios de Bosnia Herzegovina, Ratko Mladić. Con su énfasis habitual, Aleksandar Vučić instaba al pueblo serbio “a mirar, desde ese momento, al futuro, con el fin de preservar la paz y la estabilidad en la región”, mientras fijaba un programa en apariencia bastante poco relacionado con la actualidad judicial candente: “Abrir más fabricas” gracias “al sudor del trabajo”.