Baño de sangre en Jabalia, último bastión de Hamás que albergaba a más de 110.000 refugiados

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Julie Paris (Mediapart)

El Cairo (Egipto) —

"No sé qué será de nosotros. Espero ir al cielo". Al otro lado del teléfono se oye la voz temblorosa de Oum Samer (nombre ficticio). La breve conversación se intercala con ecos de explosiones. Tras semanas de intensos bombardeos y repetidos asaltos, las fuerzas armadas israelíes entraron en el campo de Jabalia el martes 5 de diciembre. "Reza por mí, por nosotros", gime Oum Samer antes de que se corte la comunicación. Su hijo Ashraf, con los ojos enrojecidos y la ansiedad en el estómago, intenta en vano restablecer la comunicación. 

Este joven de 28 años se sumerge en Google Maps para evaluar el avance de los tanques israelíes: "Están a sólo una manzana". Son su madre, su padre, sus dos hermanos, su hermana y su sobrina de dos años. La familia se reunió primero en un edificio a dos pasos del mercado de Jabalia, que era el centro neurálgico del norte de la Franja de Gaza, para después retirarse a un piso al lado del cementerio de la ciudad. "Esto es una carnicería. La muerte está por todas partes. El campamento se está convirtiendo en un cementerio", suspira Ashraf, mostrando un vídeo que circula por las redes sociales. Por falta de espacio, se están cavando las tumbas en plena calle, en medio de los pocos edificios que quedan en pie.

Jabalia, el mayor campo de refugiados de la Franja de Gaza, se construyó en 1948 tras la creación de Israel y la expulsión de cientos de miles de palestinos. Hasta octubre, albergaba a más de 110.000 personas. ¿Cuántos hay ahora? Nadie lo sabe. Aunque decenas de miles de personas originarias del campo se han trasladado al sur del enclave, a menudo han sido sustituidas por habitantes de ciudades vecinas que han encontrado refugio en el entramado de edificios desparejados de este campo, antes considerado inexpugnable. 

Ashraf podría pasear por sus callejuelas con los ojos cerrados. Ahora recorre a buena marcha las calles de El Cairo. Ashraf lleva tres años estudiando en Egipto. Ante esta pesadilla, se siente impotente: "Conseguí enviar unos cientos de dólares a mis padres, pero el dinero no vale para nada, ya no hay nada que comprar. Las estanterías de las tiendas están vacías. Lo único que mi madre pudo encontrar fue salsa de tomate y aceite de girasol.” La ayuda alimentaria que trata de abrirse paso hacia el norte del enclave es totalmente insuficiente.

Desde el comienzo de la ofensiva terrestre el 27 de octubre, la zona ha quedado aislada del mundo y olvidada para los medios de comunicación. Sin embargo, cada día se producen más víctimas, derrumbes de edificios y ataques a escuelas y hospitales. En los alrededores del hospital de Jamal Adwan siguen los combates entre el ejército israelí y los grupos armados palestinos. Según la ONU, unos 10.000 civiles están atrapados en el fuego cruzado en torno a la única instalación médica que funciona en el norte del enclave. 

Asediada por tanques, Jabalia vive bajo un diluvio de bombas y fuego de artillería desde que se reanudaron las hostilidades el 1 de diciembre. La lista de víctimas, anónimas o de renombre, no deja de crecer. Entre los residentes del campamento están circulando en bucle docenas de historias macabras.  

Al día siguiente de romperse la tregua perecieron docenas de personas en el bombardeo de un edificio. Entre ellas estaba Sofyan Taya, presidente de la Universidad Islámica de Gaza. El reputado físico se había refugiado en casa de su familia política después de que su propia casa fuera destruida. 

Unas horas más tarde, fue alcanzado un edificio colindante. Las familias afectadas se tuvieron que dispersar por las estrechas calles del campamento y los vecinos fueron llevando a los heridos al hospital. 

Una de sus hermanas no aparecía. En medio del caos, se arrastró hasta la parte trasera de una tienda vacía. Cuando llegaron sus familiares, ya era demasiado tarde. Yacía sin vida en un charco de sangre. 

Pequeñas historias de esperanza

Aunque estas historias están salpicadas de toques de esperanza. Un niño de 13 años fue encontrado sano y salvo bajo los escombros ocho días después de que su casa fuera bombardeada. Agotada la búsqueda infructuosa entre los escombros, su familia lo había dado por muerto. 

"Nadie sabe cómo ha sido posible. Es una resurrección", dice Ashraf. Espero que todavía haya gente allí que nos mantenga informados".   

¿El objetivo declarado de esta matanza? Desmantelar un cuartel general de Hamás, según el ejército israelí, que afirma haber "eliminado" terroristas e incautado armas y municiones de una clínica y una escuela a costa de intensos combates. 

El "campamento rojo", cuna de la primera Intifada

“Atacan sobre todo Jabalia para consolidar su victoria", afirma Ashraf. Si cae el campamento, caerá toda la Franja de Gaza". Para Jabalia, cuna de la primera Intifada, es un símbolo poderoso. El símbolo de la resistencia civil y armada palestina

El 8 de diciembre de 1987, cuatro trabajadores del campamento murieron en un accidente con un camión israelí en el puesto de control de Erez, al norte del enclave. Los manifestantes invadieron los callejones y lanzaron piedras a los soldados. Fue el comienzo de la larga revuelta que condujo a la firma de los Acuerdos de Oslo en 1993. Desde entonces, Jabalia es una fortaleza con fama de inexpugnable. 

Apodado "el campamento rojo", estuvo dominado por partidos de izquierda antes de caer en manos de Hamás. A principios de los años 2000, el movimiento islamista surgido de los Hermanos Musulmanes llenó las carteras antes de conquistar los corazones. 

"Tras apoderarse de las mezquitas, Hamás regó el campamento, a través de sus asociaciones caritativas, con cestas de la compra o fletando autobuses enteros los días de elecciones. Así se hicieron con el poder en toda la Franja de Gaza", lamenta Farès A., trabajador de un centro cultural que el 7 de octubre estaba de viaje en Europa. Tras un largo periplo, aterrizó en El Cairo donde, como miles de sus compatriotas, está pendiente del teléfono.  

Farès está preocupado. Al amanecer del miércoles se derrumbó un edificio en la calle Faluya, en pleno centro de Jabalia. Estaba a sólo cinco metros de la casa donde viven muchos de sus familiares. Ante el avance de los tanques israelíes, una treintena de sus parientes se han trasladado tres veces en 48 horas, de un bloque de edificios a otro. 

¿Cuánto tiempo sobrevivirán? La esperanza va menguando. Farès se asfixia al hablar: "Pronto Jabalia no será más que arena y polvo, los israelíes quieren borrarnos de la faz de la tierra. Por cada docena de combatientes muertos, ¿cuántos civiles han sido masacrados? Esto no es un charco de sangre, ¡es un mar de sangre!” 

Fue imposible convencer a sus hermanos y hermanas de que se unieran a las filas de los desplazados cuando el ejército israelí ordenó la evacuación de los civiles del sur del enclave. Badr, su hijo mayor, de diez años, es un cabezota. Se niega a dejar su casa y abandonar el campamento donde nació.

 

Prefiero morir en casa que agonizar al borde de la carretera o morir bajo un bombardeo en Jan Younís o Rafah.

"No quiero formar parte de una segunda Nakba" [la "catástrofe" que llevó a cientos de miles de palestinos al exilio cuando se creó el Estado de Israel en 1948 - nota del editor]. “No daré a los israelíes la oportunidad de ganar esta guerra expulsándome a mí mismo", sigue diciendo a Farès. 

Su hermana Fatiha, apodada "La Roca", tampoco da su brazo a torcer. "Marcharse, ¿pero a dónde? Es peligroso. Nos pueden detener o matar en cualquier momento. Prefiero morir en casa a agonizar en la carretera o morir bajo un bombardeo en Jan Younís o Rafah", dice sollozando. Por primera vez en sesenta días de guerra, esta enfermera rompe a llorar. 

A modo de consuelo, Farès pronuncia algunas oraciones y conjuros. Desde su piso de El Cairo, donde ve los canales de noticias durante todo el día, este cuarentón está hecho polvo. El ejército israelí ha rodeado Jan Yunís y está intensificando sus ataques en el sur del enclave. 

Fátima, su madre, Safia, su mujer, y sus tres hijos están confinados en esa llamada ciudad refugio. Desde hace días, Farès lucha por salvarlos. Sus intentos de obtener pases para ellos a través del paso fronterizo de Rafah siguen sin tener éxito. 

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En la pantalla se repiten una y otra vez escenas de horror. Son similares a las de Jabalia. "Antes estaba pendiente de las noticias de mis hermanos y hermanas del norte. Ahora muero de angustia por mi familia del sur. No sé si podré resistir mucho más". Lejos de las bombas, pero lejos de los suyos, Farès se consume poco a poco. 

Traducción de Miguel López

 

"No sé qué será de nosotros. Espero ir al cielo". Al otro lado del teléfono se oye la voz temblorosa de Oum Samer (nombre ficticio). La breve conversación se intercala con ecos de explosiones. Tras semanas de intensos bombardeos y repetidos asaltos, las fuerzas armadas israelíes entraron en el campo de Jabalia el martes 5 de diciembre. "Reza por mí, por nosotros", gime Oum Samer antes de que se corte la comunicación. Su hijo Ashraf, con los ojos enrojecidos y la ansiedad en el estómago, intenta en vano restablecer la comunicación. 

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