Bernie, el insumiso

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En el Partido Demócrata, están al borde de un ataque de nervios. Los que apoyan a Hillary Clinton acusan a los partidarios de Sanders de favorecer a Donald Trump por contribuir a dar una imagen de partido dividido y desunido; en las redes sociales, los que apoyan a Bernie Sanders declaran su odio a Hillary Clinton y amenazan con no votarla en noviembre, en caso de que sea finalmente elegida candidata [este mismo lunes, se confirmó que Clinton ya suma suficientes delegados como para proclamarse candidata oficialmente]; se denuncia la parcialidad de los principales medios de comunicación de la costa Este por dar su apoyo a la exsecretaria de Estado... Unos y otros parecen tener muchos problemas para admitir la profunda división ideológica que los separa, para continuar respetándose y para reflexionar sobre una eventual coalición. Hay miedo y con razón: el Partido Demócrata sigue sin tener claro un nombre en el peor momento cuando, enfrente, tiene a Donald Trump.

Todo empezó con el sorprendente avance de Bernie Sanders, senador del pequeño Estado de Vermont, orgulloso de ser “socialista” y, normalmente, muy solo en los pasillos del Senado. En verano de 2015, el simple hecho de mencionar su nombre suscitaba una sonrisa pícara y, con frecuencia, desinterés. Un año más tarde, el supuesto outsider le pisa los talones a la que candidata demócrata favorita. El final de las primarias se acerca y el voto popular se inclina ligeramente a favor de Hillary Clinton...

A ese panorama hay que sumarle el apoyo masivo de los superdelegados, cargos electos que tienen voto en el partido Demócrata, que no están obligados a seguir el voto popular y que pueden cambiar de opinión hasta la celebración de la convención (la semana del 26 de julio, cuando el candidato demócrata sea oficialmente investido). 515 de ellos ya han declarado su intención de respaldar a Clinton, sólo 39 apoyarán a Sanders. Ahí está el problema. En esa diferencia estriba el conflicto que enfrenta a Bernie Sanders al establishment demócrata (es decir, a los superdelegados). El senador parte de la base de que su apoyo incondicional a Hillary, desde el inicio de su campaña, es insensato a día de hoy: no refleja el voto popular, mucho más dividido, ni las dudas del electorado frente a Hillary Clinton, cuyas debilidades son muchas como para ignorarlas.

Además, Sanders también puede tirar de sus propios sondeos (una obsesión a este lado del Atlántico): una treintena de estudios de opinión, sobre intención de voto en las generales, realizados desde enero revelan que ante un eventual Sanders-Trump, el primero sacaría diez puntos al segundo. Esta brecha se reduce considerablemente en el hipotético duelo Trump-Clinton.

Partiendo de la base de ese éxito, Bernie Sanders prosigue con la campaña, ignorando sin disimular las llamadas a situarse en segundo plano, “por el bien del partido”, incluso del país, ante la “amenaza Trump”, se escucha decir. Su equipo de estrategas, tan originales como experimentados, así se lo recomiendan. Es el caso de Tad Devine, veterano de las presidenciales demócratas, que ha trabajado con Michael Dukakis, John Kerry, Al Gore y también en Bolivia. De hecho, tuvo un importante papel en la campaña del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, en 2002 (se cuenta en este documental donde se ve a Devine y a sus colegas norteamericanos aplicando sus métodos de marketing político en un contexto boliviano).

Sanders se ha rodeado de la sociedad de servicios digitales Revolution messaging, que concentra sus esfuerzos en las redes sociales. La start-up fue fundado por dos jóvenes que trabajaron en la campaña de Obama (pionero en el uso de las nuevas tecnologías). Como significativa es la entrevista a Arum Chaudhary, el fotógrafo oficial de Sanders, en Time Magazine, donde cuenta cómo efectúa voluntariamente trabajos imperfectos, como si fuesen de un aficionado, para encajar mejor en una época en la que se cuestiona la autoridad y los mensajes oficiales.

La apuesta ha sido un rotundo éxito, la voz de Sanders ha llegado mucho más lejos. Claro que, ¿dónde va ahora esta campaña y cuáles son sus objetivos? La respuesta se puede resumir en dos palabras, California y convención.

Primarias en California

Este martes 7 de junio, todas las miradas estarán puestas en California, donde están en juego los votos de 546 delegados y lo que puede tener de simbólica una victoria en un Estado tradicionalmente demócrata. Bernie Sanders tiene posibilidades. Hace semanas que se recorre el Estado de cabo a rabo. Sólo en el mes de mayo celebró 24 actos electorales y las adhesiones de nuevos votantes y de electores independientes han aumentado notablemente. Estos últimos contribuyen al éxito de Sanders, que hasta la fecha se ha impuesto en las primarias consideradas “abiertas” (es decir aquéllas en las que se permite votar a los electores que no están inscritos en el Partido Demócrata).

Una una victoria en California enviaría una nueva señal negativa importante a Hillary Clinton: le resultaría difícil continuar en campaña sin tenderle una mano a Sanders. Vencer en California contribuiría a que se tomase en serio, de una vez por todas, al ala centrista del partido, lo que supondría llegar a la convención demócrata con las capacidades de negociación intactas. Al menos, ésa es la apuesta que hace su equipo.

“Lo que cuenta es que lo que suceda de ahora al 14 de junio [fecha en que se celebran las últimas primarias]”, explicaba a mediados de mayo Tad Devine, en rueda de prensa. “Nos hemos puesto anteojeras y nos concentramos sobre la mejor estrategia para vencer en cada uno de los Estados restantes. Si llegamos allí, podemos estar en posición de fuerza para que se escuchen nuestros argumentos antes de la convención. Si no llegamos, todo el mundo lo sabrá antes de mediados de junio y tendremos que evaluar seriamente la situación”.

Máximo poder

“En mi opinión, la victoria es convertirse en presidente de Estados Unidos y prestar juramente en enero. Eso es la victoria. Ahora venza o no, lo que quiero ver es una transformación del Partido Demócrata desde las bases”, señalaba Bernie Sanders en una larga entrevista publicada en Time Magazine, a finales de mayo y añadía: “Lo que le pido al partido son buenas políticas públicas, dicho de otro modo buenas políticas simple y llanamente: abrid las puertas, dejad de preocuparos por vuestro millonarios y por el apoyo de Wall Street, cread un partido político dinámico que represente a la clase obrera y a los jóvenes de este país”.

Visto lo visto, Berni tiene la ambición de sacudir al partido de dos maneras durante la convención. Aspira a provocar una revisión de las normas que regulan las primarias y dar más peso a las ideas que defiende el ala izquierda del partido- Puede incluso capaz de llegar a la convención con el número suficiente de votos de delegados como para sembrar la duda entre los (muchos) superdelegados que apoyan a Hillary Clinton. Por último, trata de obtener el apoyo de éstos en un número suficiente como para que la convención esté muy reñida y, eventualmente, para imponerse.

¿Tiene posibilidades?

Es difícil de saber en qué quedará la batalla que ha iniciado contra el establishement del partido. Sea como fuere, Bernie Sanders habrá puesto el dedo en los pequeños apaños entre amigos, que han derivado en reglas tácitas en el seno del partido, no muy democráticas pero a las que todo el mundo recurre. Acusa sobre todo a la presidenta del Partido Demócrata, Debbie Wasserman Schultz, de hacerle el juego continuamente a Hillary Clinton (tratando por ejemplo de programar los debates televisivos entre los dos candidatos a horas de baja audiencia para evitar exponerla demasiado a su rival). Estas críticas culminaron en una declaración de guerra cuando Sanders decidió apoyar a Tim Canova, el oponente de Wasserman Schultz en Florida (es representante en la Cámara y está en campaña para su reelección). Anunciado a finales de mayo, dicho apoyo se traducido de inmediato en un aluvión de pequeñas donaciones al joven candidato progresista, con lo que su campaña se ha disparado.

Al optar por esta vía, Bernie Sanders se expone a críticas virulentas, muchos representantes consideran que es demasiado agresivo, peligroso para el partido, o estiman que habría debido hacer campaña como independiente (una hipótesis que descartó desde el primer momento para no provocar elecciones triangulares que habrían favorecido a los republicanos). El clima es poco favorable a la discusión, a la negociación, no obstante necesarias si Sanders quiere dejar su impronta en el programa del partido (un documento negociado y redactado durante la convención). Y es que, lo dice y lo repite, quisiera incluir ideas claves como fijar el salario mínimo en 15 dólares a la hora, introducir la gratuidad de las universidades públicas o subir los impuestos a las grandes fortunas.

En ese contexto, ¿es posible que cientos de superdelegados cambien de opinión, le apoyen y le permiten convertirse en el candidato demócrata? Si logra nuevas victorias, sobre todo en California, se sigue contando con el favor popular, si los sondeos siguen dándole como gran favorito ante Donald Trump, su argumentario será bastante sólido como para obligar, en teoría, a los superdelegados a repensar sus planes. En la práctica, es más complicado. “Lo que hace cambiar la elección de un superdelegado es el miedo a perder su escaño [en el Congreso] y no otra cosa”, decía Charlie Mahtesian, periodista político de Politico. Recuerda que en las primarias de 2008, hubo superdelegados que empezaron a apoyar a Barack Obama cuando fueron conscientes del entusiasmo que despertaba entre sus electorales y del riesgo que suponía no respaldarle. Aspecto éste que aún no es visible en el caso de Sanders, dado que su base electoral incluye a muchos jóvenes, electores que acuden a votar por primera vez o independientes que apoyan al Partido Demócrata sólo poe Sanders.

Todavía no estamos en ese punto. De momento, Bernie Sanders se muestra determinado e intransigente. Una postura que despierta dudas incluso entre aquellos que lo apoyan. ¿Estas estrategia extremista es la buena en un país dividido? ¿ES posible hacerlo de otro modo sin perder de vista el objetivo de reformar el Partido Demócrata, de mover las líneas? Algunos militantes consideran que debería retirarse, ayudar a Clinton frente a Trump y construir en paralela su propia organización progresista (éste es el documento que le han hecho llegar un grupo de militantes, dado a conocer por Politico). Por contra, otros amenazan con manifestar su descontento durante la convención si Hillary Clinton se impone y dicen que incluirán el nombre de Berni Sanders en la papeleta en noviembre, lo que hará que el voto sea nulo. Escuchándolos, al observar a los demócratas en su conjunto, es inevitable preguntarse si es posible la reconciliación, a muy corto plazo, en caso de que la fractura no exista ya, en el peor momento.

Bernie Sanders impulsa a la izquierda en Estados Unidos

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Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

En el Partido Demócrata, están al borde de un ataque de nervios. Los que apoyan a Hillary Clinton acusan a los partidarios de Sanders de favorecer a Donald Trump por contribuir a dar una imagen de partido dividido y desunido; en las redes sociales, los que apoyan a Bernie Sanders declaran su odio a Hillary Clinton y amenazan con no votarla en noviembre, en caso de que sea finalmente elegida candidata [este mismo lunes, se confirmó que Clinton ya suma suficientes delegados como para proclamarse candidata oficialmente]; se denuncia la parcialidad de los principales medios de comunicación de la costa Este por dar su apoyo a la exsecretaria de Estado... Unos y otros parecen tener muchos problemas para admitir la profunda división ideológica que los separa, para continuar respetándose y para reflexionar sobre una eventual coalición. Hay miedo y con razón: el Partido Demócrata sigue sin tener claro un nombre en el peor momento cuando, enfrente, tiene a Donald Trump.

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