Bienvenidos a Idlib, el protoestado creado por los nuevos dirigentes de Siria
Apenas han abierto las tiendas cuando ya empieza a llegar mucha gente. Ibrahim ha conducido cuatro horas desde Damasco. Cruza los pasillos hablando por teléfono con su mujer. “Es increíble, cariño, es una Siria diferente. Si vieras los precios, te desmayarías, es tan barato”.
Está como un niño en una tienda de chuches, mirando los productos relucientes de la vecina Turquía, queriendo comprarlo todo: un 4x4, paneles solares, una batería de litio, un frigorífico, un lavavajillas, leña para pasar el invierno.
“Bienvenidos a Idlib”, anuncian los orgullosos los tenderos. La ciudad del extremo noroeste de Siria, bastión del grupo armado islamista Hayat Tahrir al-Cham (HTC), que derrocó al régimen de Bashar al-Assad el 8 de diciembre, aparece próspera cuando el resto del país agoniza, devastado por años de guerra civil y depredación.
Ibrahim llevaba trece años sin ir a Idlib, donde ha desaparecido la moneda siria acuñada bajo la tiranía de Assad. La mayoría de los pagos se realizan en liras turcas y dólares. “Si tuviera el dinero, me iría en un coche nuevo con el maletero lleno”, sueña este padre de familia, que tiene varios trabajos: conductor, repartidor y contrabandista de gasolina.
Conducía con el corazón en un puño al descubrir la extensión de las ruinas, las ciudades fantasma arrasadas por cohetes y obuses, donde las casas que aún quedaban en pie habían sido despojadas de todo lo que tenía el más mínimo valor por los saqueadores de Assad: ventanas, puertas, tejados, retretes. Cuando llegó al enclave rebelde administrado desde 2017 por el HTC (ex Frente Al Nusra), la tristeza dio paso a la alegría.
Mientras Alepo, Homs y Damasco están varias horas al día a oscuras, dependientes de costosos generadores, aquí no se teme por la escasez de electricidad. La empresa Green Energy abastece a la región en colaboración con Turquía, que está realizando grandes inversiones en la región para, entre otras cosas, protegerse de una nueva afluencia de sirios en su territorio.
Tampoco temen los cortes de agua, ni a quedarse aislados del mundo gracias a un acceso a Internet de muy alta velocidad, lo que constituye una excepción en una Siria exangüe, donde el Estado ha fracasado y la economía está destrozada: agricultura, comercio, industria, producción de gas y petróleo, etc.
Un gobierno de salvación
“Tenemos unos servicios públicos excelentes”, dice todo ufano Mohamad Abdelkader Kharkiv, director de la Facultad de Medicina, en su despacho entre el humo de su cigarrillo. Bloquea la puerta con una silla para no ser molestado, arremete contra el clan Assad por “destruir la educación” y cuenta cómo un médico de Alepo se marchó impactado tras ver la calidad de sus instalaciones universitarias. “Me dijo que en Alepo sus equipos tenían treinta años. Un profesor cobra quince veces más en Idlib que en las zonas del antiguo régimen”.
El director elogia el “altísimo nivel” de su centro, que cuenta con 1.800 alumnos, la mayoría chicas que asisten a clase separadas de los chicos. Es una región rural muy conservadora y predominantemente suní.
Atribuye el mérito al “gobierno sirio de salvación”, el autoproclamado ejecutivo de los islamistas del HTC, la parte civil de esta antigua rama siria de Al Qaeda. Oficialmente apartado de la yihad global, preside el destino de cuatro millones de habitantes aislados de las infraestructuras estatales, más de la mitad de los cuales son refugiados internos.
Dividido en ocho ministerios –interior, justicia, asuntos religiosos, sanidad, educación, administración y servicios locales, economía, desarrollo y asuntos sociales– y dotado de un cuerpo de policía y tribunales religiosos, el gobierno de salvación ha estado presidido por varias personalidades, la más reciente de las cuales, Mohammad Al Bashir, ha sido nombrado primer ministro del gobierno de transición.
Es uno de los logros más llamativos del hombre que sigue siendo el amo de la región y del movimiento, Ahmed Al Charaa. El líder de HTC, que se considera a sí mismo un estadista, ha hecho de Idlib –bajo control rebelde desde 2015– su trampolín político y un laboratorio para la reconquista de Siria, dejando su impronta y su ideología radical.
A partir de 2017, con el HTC –rebautizado tras la ruptura con Al Qaeda en 2016 y la integración de varios grupos armados–, Al Charaa atacó a las facciones rebeldes que se le oponían, como Hourras Al Din, y creó el gobierno de salvación para administrar las zonas bajo su control. Se estableció así un proto-Estado.
A principios de 2019, el HTC dominaba la mayor parte de la provincia de Idlib. La emergencia era humanitaria, sanitaria y económica. Habían huido millones de civiles de sus ciudades asediadas, uniéndose a la última isla de resistencia al régimen baasista y a sus aliados iraníes y rusos.
Aquí vivimos bien gracias a Golani. Ha restablecido el orden. Es una buena señal para Siria
Este rincón de Siria también alberga un submundo con docenas de yihadistas extranjeros, entre ellos un centenar de ciudadanos franceses, así como “mujeres que han escapado de los campamentos o se han refugiado allí tras el hundimiento del Estado Islámico”, según la Fiscalía Nacional Antiterrorista francesa.
El HTC lo controla todo, directa o indirectamente: la economía, la educación, la sanidad, etc. Cobra impuestos sobre la entrada y salida de mercancías, vehículos, empresas y agricultores. Coloca a su gente de confianza en las instituciones, nombra a los jueces, supervisa las universidades, posee oficinas de cambio y transferencia de dinero, ejerce un dominio absoluto sobre el comercio de carburantes y mantiene la vida política bajo control... Es un reinado no compartido y que no repara en detenciones, secuestros, represión y violaciones de los derechos humanos.
Ahmed Al Charaa ha sido aclamado como héroe del pueblo, salvador de una región y ahora liberador de toda una nación de un régimen sanguinario. No ya con su nombre de nacimiento sino con su nombre de guerra Abu Mohammed Al Golani, de cuando era una figura del Estado Islámico en Irak y luego de Al Qaeda en Siria.
Abu Al Golani significa “del Golán”, la meseta del suroeste del país de donde su familia, relativamente acomodada, fue expulsada en 1967 por Israel, que ocupa parte de ella desde entonces.
“Vivimos bien aquí gracias a Golani. Ha restablecido el orden. Es una buena señal para Siria”, dice un policía que gestiona el tráfico en torno a una rotonda donde se ve un mural de la revolución, con la que lugareños y visitantes se hacen fotos agitando banderas.
El policía amonesta a un niño desgreñado de 10 años en chanclas que fuma un cigarrillo y pide limosna: “No queremos eso aquí, estás dando mala imagen a la ciudad”. Luego lo hace a una de esas abundantes motos chinas en las que se montan hasta cinco personas, como el hombre que circula con dos niños entre él y el manillar, y su mujer y su bebé en brazos detrás.
Se está gestando la ira
“Golani pensó en el pueblo y no en él. Nos trajo estabilidad y seguridad”, coincide un comerciante de la siguiente calle, citando la historia de un viejo joyero al que robaron y luego asesinaron cuando salía de su tienda, poco después del terremoto que asoló la región y Turquía en febrero de 2023, otra tragedia.
Gracias a las numerosas cámaras de vídeo-vigilancia, pillaron a los autores, que ahora se pudren en la cárcel”, dice satisfecho el dependiente. Frente a su tienda pasa un hombre con sudadera negra y pantalones anchos, con una ametralladora en la mano.
“Golani es el líder que Siria estaba esperando. Ha limpiado las milicias que nos ponían en peligro. Nos ha librado de Daech [Estado Islámico] y de la corrupción”, celebra una dirigente de una ONG que dice “sentirse libre como mujer con el HTC”.
Lleva un sencillo velo oscuro, no el niqab, la prenda islámica que llevan gran parte de las mujeres en lugares públicos y que sólo deja ver los ojos a través de una hendidura, cuando no el velo integral, que no deja ver nada en absoluto.
Pero tras la aparente unanimidad, algunos tienen sus dudas. “Si el modelo de Idlib es el que se va a aplicar a Siria, no habremos visto aún el último derramamiento de sangre”, dice preocupado un residente que habla desde el anonimato. “Los sirios no lo permitirán. Les encanta cantar, bailar y tocar música, y producen el mejor arak de Oriente Próximo”. Denuncia “un gobierno islámico autoritario”, compara a Al Charaa-Golani con Assad y se ha manifestado varias veces para pedir que se vaya.
“Si quieres encontrar opositores, vete a Binnish, Killi y Qurqania”, aconseja. Esas ciudades han sido bastiones de las protestas contra el HTC en los últimos meses, cuando estallaron manifestaciones en las que participaron miles de personas. No fueron las primeras. En 2023, la ira ya se estaba incubando.
Esta vez, fue la tortura y muerte de un combatiente rebelde en las cárceles de HTC en febrero de 2024 lo que encendió la mecha. Los manifestantes denunciaron el clima de purga en las filas de las facciones rivales, así como en las del HTC, detenciones bajo sospecha de traición y espionaje para el régimen de Assad, sus aliados o incluso la coalición internacional contra el Estado Islámico.
Todos los viernes después de la oración principal, desde hace varios meses, se manifiestan familiares de detenidos, esposas de combatientes de Daech, activistas de derechos humanos y residentes locales. Hay también otras reivindicaciones, políticas y sociales, contra los impuestos impuestos, por ejemplo.
“Bueno, no es una democracia, pero tampoco es un régimen totalitario. Hemos podido manifestarnos sin miedo a ser detenidos. Con Assad, eso habría sido impensable”, dice Mohamed Rassem Kontar, un opositor que ha estado en el punto de mira del régimen sirio, del Estado Islámico y del Frente Al Nusra.
Quítense las gafas occidentales y miren sus antecedentes. Al Charaa procede de una familia socialista. Una parte de él es socialista
Mohamed Rassem Kontar procede de una familia comunista, mezcla de drusos y suníes, y se metió en política en 2012, el mismo año en que desapareció uno de sus hermanos activistas, secuestrado por los torturadores de Assad: “Todavía no tenemos noticias de él, esperábamos dar con su paradero cuando se abrieran las cárceles, pero no le hemos encontrado”.
En dos encuentros acompañados de cafés bien fuertes, asegura que “Golani puede triunfar” mientras aboga por separar política e Islam: “Le creo cuando dice que el yihadismo queda atrás. Quítense las gafas occidentales y miren sus antecedentes. Procede de una familia socialista. Una parte de él es socialista. En Idlib mostró una preocupación tardía pero sincera por unir y respetar a las minorías. Al principio, estaba demasiado centrado en llegar al poder. Con HTC, maltrató a los cristianos y a los drusos. Hoy tiene más gestos hacia ellos.”
En su pueblo de Djebel Al Sumak, en lo alto de una colina, a la vuelta de una curva y de peligrosos baches por las lluvias torrenciales y la espesa niebla, el jeque druso Abu Atta Yussef relata los ataques y robos de tierras, casas y negocios por parte de diversas milicias, entre ellas HTC.
“Muchos miembros de la comunidad huyeron por miedo”, dice este sexagenario frente a una estufa de leña y una ensalada de fruta fresca, rodeado de sus nietos y bajo un retrato de sus antepasados. “Luego Golani cambió. Empezaron a respetar nuestros derechos, pero algunos de su red siguen negándose a devolvernos nuestras propiedades. Se creen intocables. Tengo que hablar con él de esto. Hablarlo directamente es lo único que funciona.” Admite que la vida diaria ha mejorado con HTC: “Tenemos electricidad 24 horas al día. Pedimos un centro de salud y lo conseguimos en tres días. Pero fue destruido por los iraníes en 2023.”
Uno de los principales problemas sigue siendo el acceso al agua corriente, se queja el jeque. En Idlib, la opulencia de algunos hace olvidar la extrema pobreza en la que viven cientos de miles de civiles. La región concentra el mayor número de desplazados del país, más de dos millones.
Moaz Abass teme que la situación temporal se eternice para sus padres y hermanos en Mashhad Roheen, un campamento improvisado superpoblado con un vasto complejo de tiendas de campaña y edificios de obra que se extienden hasta donde alcanza la vista sobre un fondo de piedras y hierba seca.
Volver a casa
Abu Yussef, periodista desde la revolución, cuenta cada poco el calvario de los refugiados que reciben una ayuda humanitaria insuficiente, tanto del desbordado HTC como de las ONG que, debido a las sanciones y las crisis en otras partes del mundo, disponen de recursos limitados. Entre ellos hay muchos heridos de guerra, como su cuñado, que recibió un disparo en la mandíbula, amputados, viudas y muchos niños.
Moaz Abass vive de alquiler en las afueras de Idlib con su mujer y sus dos hijos pequeños, pero no olvida visitar a su familia siempre que puede. Esta mañana de diciembre, lleva algo de dinero a su madre Mariam y a su padre Awad, que tienen la “suerte” de sobrevivir en un cuadrado de hormigón con dos habitaciones diminutas y oscuras, mientras la mayoría vive bajo lonas en la intemperie.
“Ya no aguantamos vivir aquí, son cinco años, es demasiado duro”, dice Mariam, apoyada en una muleta frente a su cabaña construida por una ONG. “Estoy enferma y no puedo ser bien atendida. Faltan varios servicios.”
“Aquí no hay nada que hacer, no hay trabajo. Esto no es vida para nuestros hijos. Las pocas escuelas que hay están a reventar. Muchos alumnos han abandonado los estudios”, añade Awad. “Queremos reconstruir nuestras casas, nuestro pueblo destruido, y cultivar nuestras tierras. Hace años que no se cultivan, cuando somos el corazón agrícola de Siria. HTC nos lo prometió.” Su hijo se había manifestado hace unos meses para pedir al grupo armado que reconquistara las aldeas situadas más al sur y permitiera a los refugiados regresar a sus casas.
“Es el sueño de todos”, dice Moaz Abass. “Con el derrocamiento del régimen, vuelve a ser posible”. En los últimos días, se ha despedido de varias familias que han regresado a Alepo, Hama, Homs, Ghouta... Muchas de ellas se están instalando entre los escombros de las casas destrozadas.
“La alegría de volver a casa es más fuerte que cualquier otra cosa”, dice un combatiente del HTC, que quiere permanecer en el anonimato y pide que le llamen Abu Ahmed. En la autopista sur-norte, cuando regresaba a su hogar en Idlib, se cruzó con varias furgonetas en sentido contrario, sobrecargadas de ollas, colchones, alfombras y rollos de chapa, de regreso a las ciudades mártires liberadas del yugo de Assad. Se reunió con su mujer y sus hijos durante su permiso de cinco días.
Este treintañero, soldado del HTC desde 2020, “la mejor decisión de su vida”, , con el rostro camuflado en un pasamontañas militar, está destinado a una veintena de kilómetros de Damasco, vigilando un chalet de lujo con piscina transformada en laboratorio de captagon (droga psicotrópica, ndt) por el hermano menor del “Carnicero de Damasco”, Maher Al Assad, también huido a Rusia (y contra el que Francia emitió una orden de detención en noviembre de 2023 por complicidad en crímenes contra la humanidad).
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Como jefe de la 4ª división del ejército, conocida por su barbarie contra los opositores, Maher Al Assad supervisó la producción y el tráfico de esta poderosa droga, que está causando estragos en Oriente Próximo y convirtiendo Siria en un auténtico narcoestado.
Se descubrieron millones de pastillas en el edificio, que ya ha sido desmantelado. Durante nuestra visita a las instalaciones, entre los humos aún tóxicos, Abu Ahmed, que quiere unirse al futuro ejército cuando se disuelva el HTC, no paraba de repetir: “Los terroristas no somos nosotros, sino la familia Assad. Golani triunfará al frente de Siria como lo hizo en Idlib.”
Traducción de Miguel López