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El calentamiento global provoca ya guerras por el agua en Asia central

Restos de enfrentamientos en el lado kirguís en el distrito de Leilek el 5 de mayo de 2021.

Clara Marchaud (Mediapart)

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“¿Y ahora, qué vamos a hacer?”. Desde que se entregaron las armas a principios de mayo, la misma pregunta resuena a un lado y otro de la frontera entre Kirguistán y Tayikistán. En esta zona montañosa, en el corazón de Asia Central, casi 60.000 personas han sido evacuadas tras los sangrientos enfrentamientos.

La disputa entre lugareños comenzó el 28 de abril por un punto de agua compartido, antes de convertirse, al día siguiente, en enfrentamientos abiertos entre las fuerzas armadas de ambos países. En cuatro días, fueron asesinadas medio centenar de personas, la mayoría civiles. Aunque el 1 de mayo se alcanzó un acuerdo entre Bishkek y Dushanbe, el clima de tensión en la región no baja. “Hay escaramuzas de forma muy habitual, pero nunca se había llegado a tal nivel de violencia”, afirma Parviz Moullojonov, investigador tayiko de la Escuela Superior de Ciencias Sociales.

En Asia Central, las fronteras las trazaron los soviéticos sin tener en cuenta los diferentes grupos étnicos. Actualmente, sólo dos tercios de la tortuosa frontera de 971 kilómetros entre Tayikistán y Kirguistán están delimitados. “La propiedad de las infraestructuras y la tierra se distribuyó arbitrariamente durante la URSS, pero no había mucha diferencia porque no había fronteras”, recuerda Moullojonov. Con el hundimiento de la URSS y el aumento de la población, los recursos se convirtieron en una fuente de conflicto y, en 2014, se pasó de las pedradas entre lugareños al fuego real, con la participación de los guardias fronterizos.

Antes de extenderse por toda la frontera, los combates empezaron en torno a un punto de agua compartido por las dos comunidades cerca del enclave tayiko, en el territorio kirguís de Vorukh. Las dos partes tienen un acuerdo: los tayikos utilizan el agua para el riego en verano y los kirguises, en invierno.

“El calentamiento global probablemente ha influido. Este año hay menos agua porque el embalse que utilizan los kirguises está seco y han empezado a coger más agua”, dice Moullojonov. La zona es montañosa y árida y se riega con el agua de los glaciares amenazados por el calentamiento global. Los conflictos suelen surgir a principios de la primavera, cuando se reanuda el riego de los cultivos. La región es una de las más pobres de ambos países y la mayoría de las familias viven de las remesas que envían los trabajadores emigrados, sobre todo a Rusia. Por lo tanto, los recursos naturales tienen una importancia capital para quienes permanecen y viven de ellos.

“En cierto sentido, el conflicto tiene que ver casi más con la importancia simbólica del agua y las infraestructuras que con la escasez en sí misma”, afirma Madeleine Reeves, investigadora de antropología de la Universidad de Manchester que lleva trabajando en el enclave desde la década de 2000. En los primeros días, los llamamientos a desplazarse a la frontera se multiplicaron en las redes sociales e, incluso, hubo una manifestación de varios miles de jóvenes pidiendo armas el 1 de mayo en Bishkek, la capital kirguisa.

La construcción de nuevas infraestructuras ayudaría a aliviar las tensiones, “pero no hay ni dinero ni voluntad política en ninguna de las partes”, lamenta Moullojonov. Porque la estrategia de las autoridades para resolver los conflictos fronterizos en los últimos años ha sido la militarización de la región, alejada de las capitales. “Existe la idea de que, como Estado independiente, hay que tener fronteras fuertes, es decir, con presencia militar”, observa Madeleine Reeves.

A medida que los evacuados comienzan a regresar a sus casas –cuando pueden–, se cuestiona el alcance de los medios militares utilizados por ambos bandos. Las autoridades kirguisas lamentan 36 muertos y 183 heridos, la mayoría civiles, y más de 44.500 personas evacuadas, la mitad de ellas niños. Cientos de edificios quedaron destruidos por el fuego de mortero, incluyendo escuelas, casas y tiendas. Tayikistán, Estado autoritario que carece de una prensa libre, esperó una semana para publicar su primer balance de víctimas: 19 muertos y 87 heridos.

Los combates entre las fuerzas armadas se concentraron inicialmente en torno a los puestos fronterizos, a veces a 70 kilómetros del enclave de Vorukh, pero muy pronto afectaron a la población civil.

“El Ejército se implicó a un lado y otro de la frontera, pero por el número de víctimas, parece que los militares del lado tayiko causaron más daños”, apunta Syinat Sultanalieva, investigadora de Human Rights Watch, especializada en ambos países.

La organización internacional de derechos humanos pide a Bishkek y Dushanbe que investiguen los ataques a los civiles y a sus propiedades, aunque Sultanalieva reconoce que será “complicado, por no decir imposible, determinar” responsabilidades sin voluntad política. El creciente nacionalismo de ambos bandos, unido al autoritarismo de los regímenes y a la importancia estratégica y simbólica de la región, puede obstaculizar los esfuerzos de la justicia, así como los de los periodistas que han tenido dificultades para llegar al lugar de los hechos.

Tras una tregua inicial infructuosa el 29 de abril, el presidente tayiko Emomali Rahmon y su homólogo kirguís, Sadyr Japarov, negociaron un acuerdo de principio sobre un protocolo de delimitación. Este último, que llegó al poder en octubre pasado, hizo de la resolución de los conflictos fronterizos una promesa electoral.

Antes de los combates, uno de sus familiares había propuesto en marzo el intercambio del enclave de Vorukh por tierras en la región, una declaración “abrupta e ingenua”, según los observadores, que provocó la ira de Dushanbe. El ejército kirguís también ha realizado maniobras de intimidación militar en la región.

En una acción poco habitual, Emomali Rahmon acudió al enclave en persona para reafirmar el apego de Tayikistán a este pequeño territorio de 100 km². Para Aksana Ismailbekova, investigadora del Leibniz-Zentrum-Moderner Orient (ZMO), la nueva administración kirguisa “quería resolver el conflicto rápidamente. Pero jugar con los sentimientos nacionalistas con declaraciones populistas imprudentes puede derivar en violencia, como ha ocurrido en este caso”.

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Traducción: Mariola Moreno

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