A este lado del Atlántico, el asunto ha pasado casi desapercibido. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, utilizó el 20 de marzo el primer veto de su presidencia. Este derecho permite al Jefe de Estado impedir la promulgación de una ley aprobada por el Congreso, que sólo puede anular esta oposición por dos tercios de los votos.
Lo interesante es la finalidad de esta ley bloqueada por el presidente. Se trataba de anular la decisión de Joe Biden de permitir a los gestores de fondos de pensiones integrar en sus inversiones las prioridades "sociales, medioambientales y de gobernanza", conocidas en inglés como "ESG". Esta medida opcional, sujeta a condiciones de rentabilidad, se había convertido en una obsesión del partido republicano y en el símbolo de lo que denomina capitalismo woke.
Detrás de este debate hay un conflicto político entre el presidente demócrata y su oposición republicana. Pero hay algo más. Porque la derecha americana parece haber hecho de la lucha contra este capitalismo woke el corazón de su programa y se apoya en poderosos agentes del mundo de los negocios en Estados Unidos. Detrás del aspecto un tanto grotesco de esta lucha sobre las inversiones ESG, se perfila un conflicto interno en el seno del capital, más grave de lo que podría pensarse.
La ley censurada por Joe Biden pretendía suprimir un reglamento de 2021 que autorizaba a los gestores de fondos de pensiones a invertir con criterios ESG, "en la medida en que dichas inversiones redunden en el interés financiero" de los inversores. Este reglamento en sí era una reacción a un proyecto de reglamento del último secretario de Trabajo de Donald Trump, Eugene Scalia, que en 2020 prohibía a los gestores tener en cuenta "aspectos no pecuniarios" en sus inversiones, lo que apuntaba directamente a la lógica ESG.
Hay, pues, cierta revancha política en este juego legislativo entre demócratas y republicanos, pero no sólo eso. No es casualidad que esta lucha haya cristalizado en torno a los criterios ESG, que se han convertido en una obsesión para los conservadores americanos, pues los consideran una desviación "política" del capitalismo y, por tanto, una forma de "socialismo". La lógica que subyace a estos criterios es la de un capitalismo sometido a una "agenda izquierdista". Algunos republicanos hablan incluso de "la mayor amenaza para la civilización occidental".
Capitalismo de partícipes
Esta idea se desarrolló a finales de la década de 2010 en respuesta a la aparición de una tendencia en las empresas multinacionales, conocida como "capitalismo de partícipes" (stakeholders capitalism). El objetivo era responder a las acusaciones contra el capitalismo contemporáneo por su destrucción medioambiental, su represión social y su discriminación racial. Este movimiento era, como veremos, en gran medida una operación de comunicación, pero pretendía someter las decisiones de los directivos a ciertos imperativos "externos". Se oponía entonces, en apariencia, a la lógica del capitalismo accionarial (shareholder capitalism), donde la única prioridad era aumentar el valor de la empresa.
La finalidad de una empresa es implicar a todos sus partícipes en una creación de valor compartida y sostenible
Este "capitalismo de partícipes" se ha convertido en una verdadera doxa en las empresas, especialmente para las multinacionales preocupadas por parecer "verdes" e "inclusivas", otro término que ha florecido en este movimiento. Basta con echar un vistazo al estado actual de la comunicación corporativa y la publicidad dominante para darse cuenta de ello. Con tantas empresas "comprometidas", uno se pregunta por qué el medio ambiente sigue deteriorándose y por qué las tensiones sociales no amainan.
El punto culminante del triunfo de esta idea fue el "manifiesto" del Foro de Davos de finales de 2019, que convirtió a las "empresas comprometidas" en el motor de la "cuarta revolución industrial". El texto afirma desde el principio que "el propósito de una empresa es comprometer a todos sus partícipes en la creación de valor compartido y sostenible". A continuación enuncian grandes declaraciones como que la empresa debe respetar la diversidad, los trabajadores, el medio ambiente, los proveedores y la naturaleza.
Políticamente, algunos ven en ello una forma de reforzar el apoyo activo al capitalismo como solución a la crisis actual. En Francia, por ejemplo, Bruno Le Maire va a modificar el Código Civil en 2019 para introducir el término "partícipe", asegurando que no habrá ningún riesgo jurídico. Además, este cambio se produce en el contexto de una ley (la ley del "pacto") que refuerza los planes de pensiones, liberaliza aún más la economía y privatiza La Française des Jeux (Lotería Nacional, del Estado francés en un 72% , ndt).
La larga construcción política del concepto
Hasta la crisis sanitaria y el manifiesto de Davos, los que gritaban "capitalismo woke" eran todavía bastante pocos. Algunos círculos republicanos también se dedicaban a criticar a las multinacionales, aunque desde un ángulo diferente, pero que hacía hincapié en la función política de estas empresas. En 2019, por ejemplo, el Comité de Pequeñas y Medianas Empresas del Senado americano, dominado entonces por los republicanos, reprochaba abiertamente a los líderes empresariales su "cortoplacismo" y su obsesión por el beneficio inmediato, mientras descuidaban ciertos intereses políticos extraeconómicos como la situación de los trabajadores o la posición del país frente a China. Una forma de crítica desde la lógica de los "partícipes".
Las multinacionales están arrojando con pasión tonterías tóxicas 'woke' a nuestra cultura
Pero con el manifiesto de Davos y la crisis sanitaria, cambió la naturaleza de la crítica. Las multinacionales, al optar por el "capitalismo de partícipes", han adoptado una agenda política "de izquierdas" y "antiamericana". Por tanto, es necesario luchar contra ella para restaurar los valores tradicionales.
El senador por Florida Mario Rubio se expresa en este sentido en un artículo de opinión publicado en el popular diario conservador New York Post el 25 de abril de 2021. Para él, se ha roto el vínculo histórico entre las grandes empresas americanas y los valores tradicionales que sustentan el "American Way of Life". Las multinacionales, en aras del beneficio, se han deslocalizado y han perdido su arraigo nacional. Se han convertido en entidades sin patria, enzarzadas en una guerra contra quienes defienden los intereses de Estados Unidos. "Las multinacionales han adquirido la costumbre de mostrar su poder para humillar a los políticos que se atreven a defender los valores tradicionales", argumenta Marco Rubio.
Para él, este desapego de la nación ha llevado a la "América corporativa" a abrazar "valores de izquierdas" y a querer imponérselos al pueblo. "Están lanzando con pasión tonterías tóxicas woke a nuestra cultura", proclama el senador. Así se completa el círculo.
Los republicanos incorporan a esta crítica el discurso de Trump de 2016: el capitalismo woke es el que ha externalizado empleos americanos a China (dado que este capitalismo es de izquierdas, su pasión por el régimen de Pekín tiene sentido, argumenta Marco Rubio) y ahora intenta imponer una agenda "progresista" a la vieja América.
En los meses siguientes, el término "capitalismo woke" se convertiría en central para los republicanos. El 5 de abril de 2021, el líder de la minoría en el Senado, Mitch McConnell, afirmó que "algunos de los líderes empresariales están presionando para que haya un gobierno paralelo" destinado a imponer cosas de "extrema izquierda". La idea hizo que los republicanos se centraran en los criterios ESG percibidos como una forma de imponer a la población opciones políticas de izquierdas. Será uno de los temas principales de la campaña electoral de medio mandato de 2022.
Una bendición para la derecha
En este debate, los criterios ESG cobrarán importancia tras la decisión de uno de los índices de Wall Street, el S&P 500 ESG, de excluir a Tesla, la empresa de coches eléctricos de Elon Musk, por su falta de "estrategia de bajas emisiones de carbono". El 9 de julio de 2022, el ex vicepresidente Mike Pence pidió "poner fin al sesgo político del ESG" en un artículo de opinión publicado en el Wall Street Journal. Para él, el caso Tesla es la prueba de que "los financieros de Wall Street promueven una agenda política de izquierdas que ignora los intereses de las empresas y sus empleados".
Comparado con el texto de Marco Rubio, el cambio es notable: ya no es el afán de lucro lo que lleva a la politización de las multinacionales, sino, al contrario, es la politización de las finanzas y de ciertos directivos lo que pone en peligro el crecimiento y los beneficios.
Esta evolución es importante porque explica por qué los criterios ESG pasarán a estar en el centro de la retórica de la derecha americana, pero también porque con este discurso, los republicanos vuelven a defender la independencia de la economía con respecto a la política, es decir, la esencia libertaria que les es propia desde Ronald Reagan, en detrimento de una lógica de partícipes. Ya no se trata tanto, como en el caso de Rubio, de oponer un capitalismo centrado en los intereses de las minorías y del extranjero (aunque, a veces, Pence juegue con este punto) a un capitalismo "nacional", sino de oponer un capitalismo "politizado" a un auténtico capitalismo que favorezca la búsqueda del beneficio.
Nos aseguraremos de que los criterios ESG no infecten las decisiones a nivel estatal y municipal
Esta evolución había sido preparada por varios textos, en particular el del Adam Smith Institute, un think tank libertario, en enero de 2022, que se refería al "capitalismo de partícipes" como un capitalismo de Estado hiperregulado, queriendo que se "acepte la idea de menores beneficios para contribuir a objetivos sociales y medioambientales". Así, el wokismo encarnado en los criterios ESG se convertiría en enemigo del funcionamiento "normal" del capitalismo al ser una injerencia estatal más. Por esta razón, otra fundación conservadora, la Free Enterprise Foundation, denunció recientemente los "fundamentos marxistas" de las empresas woke.
En torno a esta versión se desarrollará la campaña republicana de 2022, en particular por parte de otro cargo electo de Florida, el gobernador Ron DeSantis. Desde su reelección, no ha dejado de escenificar su oposición al "capitalismo woke" y ha anunciado que el Estado dejará de contratar con agencias de calificación que utilicen criterios ESG. "Vamos a asegurarnos de que los criterios ESG no infecten las decisiones a nivel estatal y municipal", dijo. DeSantis ya había anunciado en diciembre que quería retirar los 2.000 millones de dólares que Florida pone en manos de BlackRock, la gestora de fondos a la que acusa de encabezar el ESG. También está habitualmente en conflicto con Disney, la empresa histórica del Estado, por cuestiones de género.
Para los republicanos, esta retórica es perfecta. Les permite conciliar el discurso sobre la defensa de los trabajadores y la traición de las multinacionales con la defensa de un capitalismo capaz de hacer el bien, siempre que se libre de la injerencia del Estado y de las finanzas buitre. En apariencia, Donald Trump y Ronald Reagan se reconcilian.
Pero lo sorprendente es que, en pocos meses, este discurso ha calado bien allí, más allá de ciertas figuras caricaturescas como Ron DeSantis. En el Senado, la ley contra los criterios ESG fue aprobada por 50 votos a favor y 46 en contra, a pesar de que los demócratas tienen mayoría. Votaron a favor todos los senadores republicanos y dos senadores demócratas muy moderados, Jon Tester, de Montana, y el inevitable Joe Manchin, de Virginia Occidental (que ya había bloqueado los planes del presidente durante dos años). Una prueba de que la lucha contra el "capitalismo woke" se ha convertido en un elemento central y unificador de la derecha en Estados Unidos.
El movimiento se ha extendido a la comunidad empresarial. Pensemos en Elon Musk, que se ha presentado como una especie de víctima del wokismo en el asunto Tesla. Desde que compró Twitter, ha adoptado cada vez más una postura conservadora en este asunto del "capitalismo woke". Pero en un artículo de mayo de 2022, el Financial Times nos recordaba que el movimiento es más amplio. El riesgo para las multinacionales es el del "contragolpe", el del “tiro por la culata”: que su comunicación basada en los criterios ESG se vuelva odiosa para el público, por la influencia de los conservadores. En este caso, sería cuestionado el efecto positivo y las empresas podrían abandonar rápidamente sus buenas intenciones.
La división del neoliberalismo
¿Cómo entender esta emergencia de la idea de "capitalismo woke" y el debate que está generando en Estados Unidos? La situación parece ser un síntoma de la crisis actual del consenso neoliberal. Durante varias décadas, demócratas y republicanos coincidieron en políticas que correspondían a un consenso ortodoxo. Bill Clinton (1993-2001) continuó las políticas de Ronald Reagan (1981-1989) y George Bush padre (1989-1993): entre otras cosas, redujo el acceso a la seguridad social en 1996 y puso fin a la separación de los bancos de depósito y de inversión, la llamada Ley Glass-Steagall, en 1999.
Durante mucho tiempo, las "reformas" de unos fueron ampliamente mantenidas por otros. Los impuestos que bajaron no subieron y las liberalizaciones que se llevaron a cabo no se suprimieron. Pero este marco neoliberal se resquebrajó después de 2008, y se hizo patente su incapacidad para garantizar el bienestar de la población. En ese contexto de crisis estructural, el consenso se hace añicos lógicamente. El neoliberalismo no ha muerto, pero se fractura en la búsqueda de una salida a la crisis. Sobre todo porque esta crisis es considerable: es económica, pero también social y medioambiental.
El capitalismo woke es sólo capitalismo y es bueno para los negocios.
Algunos pretenden, lógicamente, proteger al capitalismo haciendo creer que es capaz de superar la crisis por sí mismo, siempre que se le "ayude" con las regulaciones adecuadas. Es en este contexto en el que nace el "capitalismo de partícipes", cuya función no es ir en contra de la rentabilidad, sino garantizar la continuación de la capacidad de acumulación del capital asegurando la aceptabilidad del proceso.
Por esta razón, la defensa contra las acusaciones conservadoras suele consistir en afirmar el carácter genuinamente capitalista de este enfoque: se trata de crear el marco necesario para la continuación del capitalismo adaptándose a la demanda y a las externalidades. En el periódico parlamentario The Hill, Randell Leach, un banquero "social", escribió el 2 de marzo que "el capitalismo woke es sólo capitalismo y es bueno para los negocios".
Esta versión "socialdemócrata" del neoliberalismo no cuestiona en absoluto la acumulación de capital, la necesidad de producir más barato, de reducir salarios o de cuestionar el Estado social. Defiende un discurso de "reorientación" del capitalismo hacia "buenas actividades" que deberán ser rentables. Hay que recordar que la medida ESG de Joe Biden estaba condicionada a la rentabilidad.
Del otro lado, una parte del viejo consenso neoliberal intenta recuperar sus raíces libertarias. El beneficio es lo único que cuenta porque es el único elemento capaz de determinar lo que corresponde a las necesidades de cada uno. Aquí aparece la idea de Friedrich Hayek de la catalaxia, ese famoso orden espontáneo que los mercados libres serían capaces de producir y en el que nadie saldría perjudicado. Es propio de la época es que esta visión libertaria se acompañe y se mezcle con una visión nacional y moral.
El capitalismo "liberado" de las ataduras del wokismo y del Estado sería pues el garante de las tradiciones e intereses nacionales. Esta corriente mezcla la inspiración de Hayek con el rechazo de un establishment globalizado y "de izquierdas". Los libertarios se convierten en antielitistas y nacionalistas. Esta síntesis se logra precisamente en la crítica del capitalismo woke. La solución a la crisis consistiría en dejar que las empresas obtengan beneficios a su antojo, pero garantizando que se inscriban en un marco nacional.
Esta lucha no es sólo retórica. Refleja una lucha interna capitalista entre diferentes sectores que, debido a la crisis actual, tienen intereses a veces contradictorios. Desde ese punto de vista, las finanzas y la industria no están hoy en el mismo bando. Pero el verdadero peligro es que este debate se convierta en lo principal.
¿Debate verdadero o falso?
Ya lo estamos viendo surgir en Francia, donde una periodista de Le Figaro, Anne de Guigné, publicó en 2022 un libro en el que denunciaba el capitalismo woke (Le Capitalisme woke, edit. Presses de la Cité). Durante la campaña electoral del año pasado, Éric Zemmour intentó retomar este tema y lograr una síntesis entre posiciones libertarias y nacionalistas. Por su parte, Emmanuel Macron intenta ser el representante del capitalismo "inclusivo", con poco éxito, por cierto.
Pero ambas posiciones son callejones sin salida. La corriente de los "partícipes" no aporta en realidad ninguna solución a la crisis capitalista. Se trata sobre todo de medidas de comunicación que ocultan un statu quo que explica en gran medida el deterioro de la situación medioambiental y social. Su lema podría ser el de Lampedusa: todo debe cambiar para que nada cambie. El dominio de los criterios ESG, que hoy representan 100.000 billones de dólares de activos, no ha conducido a nada concreto.
Se trata, pues, en gran medida de una forma de extender el greenwashing (marketing verde que pretende demostrar una responsabilidad ecológica ilusoria, ndt) a otros ámbitos de tensión. Además, hoy en día, incluso sus actores dudan de la pertinencia de este enfoque. Una de las principales figuras de este movimiento en el Reino Unido, Lady Lynn Forester de Rothschild, citada por The Financial Times el año pasado, llegó a decir que estaba "realmente preocupada de que todo sea demasiada palabrería" y de que "ESG se haya convertido en una simple casilla que marcar para la gestión de activos".
En el otro campo, los adversarios del capitalismo woke defienden un doble callejón sin salida: el de un capitalismo puro, ciego al entorno en el que se desarrolla, y el de un capitalismo nacional que no es en absoluto garantía de mejores condiciones de vida para la mano de obra, en el marco de un capitalismo de baja productividad. Sus discursos parecen, además, bastante contradictorios. La libertad económica que defienden frente al wokismo choca con las limitaciones del capitalismo nacional.
Todo parece suceder como si este debate fuera ante todo un falso debate, destinado a desviar la atención y los esfuerzos de cualquier cuestionamiento del capitalismo. Esta ofensiva del pensamiento conservador en torno a la noción de woke se parece más que nunca a lo que Guy Debord en La sociedad del espectáculo llama una "falsa lucha espectacular", una lucha por el control de un sistema que garantiza su perpetuación. "La división que se muestra es unitaria y la unidad que se muestra está dividida", decía Debord.
Esto es exactamente lo que estamos presenciando en este falso debate. Ninguna de las partes parece querer cuestionar lo esencial, es decir, el origen de la crisis, en otras palabras, el sistema de acumulación de capital. Bien al contrario, en ambos casos se trata de preservarlo.
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Lógicamente, los dos campos acaban uniéndose en una deriva autoritaria destinada a ocultar el impass de sus posiciones, que no tienen otra función que asegurar el orden social existente. Porque si los intereses en juego son divergentes, no es posible que acepten un desafío a un sistema socioeconómico que está fracasando. Porque woke o no, el problema es el capitalismo.
Traducción de Miguel López