Es el único capaz de reunir en un mismo lugar a miles de militares orgullosos de sus galones, grupos de escolares de uniforme y a laobaixin, gente del pueblo. Todos han acudido al Beijing Exhibition Hall con un mismo objetivo: admirar los resultados del primer quinquenio de Xi Jinping, el presidente chino, una suerte de superhéroe (sin capa) que, según la versión oficial, hace avanzar a China a toda velocidad. La exposición lleva por título Cinco años de progreso.
Decenas de autobuses vierten mareas de visitantes en los alrededores del edificio, rodeado de un sólido perímetro de seguridad. Tras pasar un control de identidad y de mochilas, los visitantes ven un gran parterre de flores, sobre el que se puede leer, escrito en letras amarillas, sobre fondo rojo: “Unámonos al partido central dirigido por el camarada Xi Jinping para hacer avanzar el gran trabajo del socialismo con particularidades chinas”. A la entrada del edificio, decenas de militares se dejan fotografiar, bien alineados. A continuación, llega la inmersión en el mundo de Xi Jinping.
A través de diferentes salas dedicadas a temáticas diversas como el Ejército, el medio ambiente, Hong Kong y Macao o el progreso de China en términos de investigación y de tecnología, el visitante descubre todo aquello que ha emprendido el Gobierno en los últimos cinco años. Destacan los proyectos por los que siente más apego el presidente, como las nuevas rutas de la seda, la central nuclear en Reino Unido, los trenes de alta velocidad o la construcción de un avión regular que es casi en su totalidad made in China. Motivos por los que estar orgullosos de su país... y sobre todo de su presidente. “Xi Jinping ha realizado importantes reformas y si se analizan los resultados, en cinco años, se han conseguido muchas más cosas que en el pasado”, se felicita Li Haipeng, consultor de 32 años que ha decidido visitar esta exposición tras el bombardeo de publicidad en informativos de televisión y en internet.
Una pequeña vacuna de recuerdo con motivo del XIX Congreso del Partido Comunista Chino, que arrancó el 18 de octubre y que se ha celebrado a puerta cerrada durante toda la semana. Al acceder ese día al Gran Salón del Pueblo de la Plaza de Tiananmen, flanqueado por los expresidentes Jiang Zemin y Hu Jintao, que pertenecen a corrientes diferentes, Xi Jinping quiso enviar una señal de fortaleza: todo el partido se encuentra detrás de él.
Una vez entonado el himno del partido, el presidente de la República y a la vez secretario general del partido pulverizaba todos los récords en cuanto a duración de un discurso se refiere... tres horas y 22 minutos, exactamente. Como siempre, el sexagenario permaneció estoico y leyó su texto sin efectuar el menor gesto. Un resultado que convierte al mito Xi en todavía más grande, aunque el presidente perdiese protagonista a costa de de Jiang Zemin..., bostezando o mirando el reloj una vez pasados los 45 primeros minutos de discurso.
Más allá del folclore comunista, el congreso es el momento de renovar a los miembros más eminentes del partido: en teoría, cinco de los siete miembros del Comité permanente han de ser reemplazados, porque han alcanzado la edad legal autorizada. 25 miembros del Politburó resultarán elegidos por el Comité Central. El juego de sillas se celebra cada cinco años y, a menudo, permite saber quién es el elegido por el presidente en el cargo para sucederle. Pero este año, los pronósticos se anuncian difíciles. Desde Mao Zedong, nunca se ha visto un secretario general del partido tan influyente como Xi Jinping. Incluso puede aspirar a un tercer mandato. Sin embargo, como siempre, el Partido Comunista es tan opaco que es prácticamente imposible anticipar los cambios.
En cambio, hay una cosa clara: la ciudad entera se ha visto alterada. Hace semanas que se ha reforzado la seguridad en Pekín y alrededores y en todas partes hay banderolas rojas y amarillas que invitan a “acoger el XIX congreso del partido”. También se han tomado medidas de mayor alcance: ciertas universidades, por ejemplo, han anulado la conexión a internet, por “razones de mantenimiento” y numerosos mercados y bares o restaurantes se ven obligados a cerrar. La web de Airbnb en China incluso ha anunciado que los alojamientos de algunos barrios de Pekín no podían alquilarse y que todas las reservas existentes quedaban anuladas por “motivos ajenos” hasta el 31 de octubre. Incluso en la isla de Hainán, a 3.000 km de Pekín, se anulaba un festival.
Si bien estas medias de seguridad son habituales coincidiendo con el congreso, el culto a la personalidad en torno al presidente es algo nuevo. El día de la apertura del congreso, por ejemplo, se lanzaba una aplicación Clap for Xi Jinping (Aplausos para Xi Jinping). El objetivo es sencillo: pulsar al mayor número de veces sobre la pantalla para generar aplausos. A las 21:00, la aplicación había sido empleada más de 400 millones de veces.
Culto 2.0
Este culto 2.0 es característico de la Presidencia de Xi Jinping. Su predecesor, Hu Jintao, no gozaba de semejante popularidad. Según François Bougon, autor del libro Dans la tête de Xi Jinping [En la cabeza de Xi Jinping] y periodista de Le Monde, el presidente mezcla los estilos chino y occidental: “Xi encarna el rostro de la nueva China, que quiere realizar su sueño chino y donde el partido se convierte en un actor muy importante. Él mismo procede de la máquina del partido, pero al mismo tiempo posee su propia personalidad”. Los medios estatales le han machacado desde principios de año: el presidente y su familia también han sido perseguidos durante la Revolución Cultural.
Como millones de jóvenes en la época, también fue enviado al campo para trabajar duro. Xi, que salió de la Liga de los Jóvenes Comunistas, cuna de los futuros miembros eminentes del partido, enseguida subió uno a uno todos los peldaños, hasta alcanzar la cumbre. Hoy representa un modelo tranquilizador para los chinos en un mondo en que las democracias occidentales están en crisis.
Mientras las generaciones de líderes precedentes preconizaban “un modelo chino”, la era de Xi Jinping propone “una solución china” que apaciguaría y resolvería los males de los países que atraviesan dificultades. “Es el representante de una China que se siente más fuerte con relación a Occidente”, dice Bourgon.
Esta voluntad de una China nueva se anunció en la apertura del congreso, el discurso oficial habla de la “nueva era” china. Esta China tiene como objetivo mejorar el día a día de los chinos, millones de los cuales se encuentran en una situación de pobreza extrema, y quiere abrirse más al mundo.
El Emperador rojo, como algunos lo conocen, goza, pese a los atentados contra los derechos humanos, de una imagen más bien positiva en el extranjero y aparece como un sabio comparado con otros, sobre todo Donald Trump. Pero lo que cuenta más hoy no es lo que piensa Occidente. Xi Jinping se concentra en su país y pretende dejar huella en la historia. Una de las últimas señales de esta búsqueda por pasar a la posteridad puede materializarse ahora, en el congreso.
Igual que Mao Zedong o Deng Xiaoping, Xi podría ver su nombre —y por ende, su “pensamiento”— incluidos en la Constitución china. Algo inédito desde hace décadas y una prueba más de que el líder chino se encuentra en su mejor momento. Esta sed de poder se viene haciendo patente desde hace varios años en la lucha contra la corrupción, medida principal en las políticas de Xi Jinping. Según las cifras oficiales, desde 2012, más de 1,3 millones de cargos del partido han sido acusados de corrupción, permitiendo que Xi reafirme un poco más su autoridad, desbancando con ello a sus enemigos políticos.
La purga goza de una opinión más que favorable en el seno de la población china. Shi coincide con la opinión general. “¡Hemos arrestado a muchos oficiales corruptos! Es algo bueno y espero que la campaña anticorrupción prosiga”, dice esta quincuagenaria de la provincia de Sichuán. Si bien el Ministerio de Propaganda no ha dedicado más que un pequeño rincón de la sala a los caídos durante el reinado de Xi, todos seguramente estén encantados de saber que el Gobierno ha afirmado su intención de seguir en esa línea.
Pero todos esos inconvenientes parece bastante alejados de los pasillos de “cinco años de progreso”. Acaba el descanso de la hora de comer y los visitantes que no acuden en grupo se confunden con la marea de grupos escolares y de militares guiados por jóvenes vestidas de rojo, que hablan a medida que caminan, a paso ligero. Es hora de dejar el mundo perfecto de Xi Jinping y de enfrentarse a la realidad, la de una China cada vez más moderna y desarrollada, pero donde las viejas tradiciones autoritarias permanecen bien ancladas. ________________
Ver másChina inicia una nueva era con la consolidación de Xi Jinping como dirigente absoluto
Traducción: Mariola Moreno
Leer el texto en francés:
Es el único capaz de reunir en un mismo lugar a miles de militares orgullosos de sus galones, grupos de escolares de uniforme y a laobaixin, gente del pueblo. Todos han acudido al Beijing Exhibition Hall con un mismo objetivo: admirar los resultados del primer quinquenio de Xi Jinping, el presidente chino, una suerte de superhéroe (sin capa) que, según la versión oficial, hace avanzar a China a toda velocidad. La exposición lleva por título Cinco años de progreso.