Tras unas elecciones europeas en las que Los Republicanos (LR) franceses obtenían el peor resultado de su historia (8,5% de los votos), la formación de Marine Le Pen, Agrupación Nacional, no tardaba en invitar a cargos electos y militantes de LR a unirse a su formación, que se impuso ampliamente en las urnas el pasado 26 de mayo.
De cara a las elecciones municipales francesas, el partido ultraderechista espera conseguir la adhesión de una serie de cargos electos, conscientes éstos de que la etiqueta LR no es necesariamente la más popular entre los votantes. “Hago una llamada enérgica desde La Rochelle a todos aquellos de LR que no quieren ser reclutados por el ejército de Emmanuel Macron, ni participar en una política laxa e injusta: ¡hablemos y trabajemos juntos en el ámbito local!”, decía Marine Le Pen el domingo 16 de junio, al término del consejo nacional de su partido.
El martes por la noche, Marion Maréchal, oficialmente retirada de la escena política, cenaba con una quincena de representantes electos de LR. Había llegado la hora derribar el dique de contención entre su antiguo partido y LR, en un importante movimiento de recomposición política. El presidente interino de LR, Jean Leonetti, condenaba a los integrantes de su familia política que habían respondido a la invitación de la nieta de Jean-Marie Le Pen por considerar que la pertenencia a LR “implica una oposición frontal a cualquier alianza con la extrema derecha”.
La mano tendida del partido de ultraderecha a la derecha no supone una novedad y hasta la fecha siempre había sido rechazada. La doctrina oficial, expuesta abiertamente por Jacques Chirac a finales de los años 90, es la de no aceptar ninguna alianza con el FN, ni en el plano nacional ni en el local. Y cualquier acuerdo electoral implica la expulsión. En 1998, Charles Millon, Jacques Blanc y Jean-Pierre Soisson, resultaban elegidos para dirigir sus respectivas regiones gracias a los votos del FN. Y automáticamente fueron apartados de la derecha.
El surgimiento y el ascenso imparable del partido de extrema derecha desde la década de 1980 ha obligado, hace mucho tiempo, al ala derecha a realizar contorsiones incómodas. Y no fue fácil negarse a cerrar coaliciones en las elecciones locales, especialmente cuando la derecha se encontraba en una posición de debilidad.
En las municipales de 1989, en las listas de la derecha concurrían candidatos del FN en una treintena de ciudades. Seis años antes, la lista RPR/UDF ya había incluido a Jean-Marie Stirbois, secretario general del FN, para imponerse en la ciudad de Dreux [al oeste de París].
Sin embargo, a día de hoy, la Agrupación Nacional sabe muy bien que, mientras que a nivel nacional, el cordón sanitario no vaya a saltar –y así lo ha dicho muchas veces Laurent Wauquiez, pese a haber adoptado una línea ultraderechista–, en el ámbito municipal existe una gran tentación entre algunos políticos, que corren el riesgo de alcanzar pactos.
El contexto europeo, confían los líderes del partido, juega a su favor. Porque en las elecciones europeas se consolidó la extrema derecha en varios países. En algunos Estados miembro ya ha llegado al Gobierno (Italia, Bulgaria, Estonia y, hasta el escándalo de la financiación rusa que estalló el pasado mes de mayo, Austria). En otros, se encuentra en condiciones de debilitar el cordón sanitario que hasta ahora le ha impedido llegar a tocar poder.
En todo el continente, la voluntad de bloquear a los extremistas de extrema derecha se erosiona cada vez más. En Bélgica, la cuestión entró en el debate público antes de las elecciones europeas (que coincidieron con las elecciones federales). El avance histórico del Vlaams Belang (multiplica por tres su presencia en el Parlamento Federal, con un 18,5% de los votos, y ocupa el segundo lugar en Europa), acompañado del altísimo resultado del partido independentista N-VA (Alianza Neoflamenca) en la región flamenca, ha situado a la derecha dura en el corazón del panorama político belga.
En Bélgica, sin embargo, el cordón sanitario es un concepto antiguo. Desde las municipales de 1988 estructuraba el panorama político, cuando el Vlaams Block (denominación del actual Vlaams Belang) hizo su primer avance electoral. El resto de partidos políticos fueron unánimes a la hora de asegurar que era imposible cualquier coalición con la formación. Tres años después, el Vlaams Block daba el salto a la Cámara de Representantes con un 6,6% de los votos. El domingo negro. Y los principales partidos políticos del país acuerdan negarse a gobernar con la extrema derecha.
Desde entonces, los resultados electorales del partido no han dejado de mejorar. Mientras tanto, en 2001 nacía la formación N-VA, y este partido no conoce la regla del cordón sanitario. En octubre pasado, se mostraba abierta, en la localidad de Ninove, a la idea de alcanzar una coalición con una lista próxima al Vlaams Belang –para retractarse acto seguido ante las reacciones airadas en las redes sociales–. Una señal de que las barreras son movibles: a pesar de su posicionamiento dudoso en política migratoria, al N-VA no la excluyen las otras formaciones políticas. Incluso formó parte del gobierno federal entre 2014 y 2018.
“El N-VA ha llevado a cabo una estrategia de puertas abiertas de cara a las elecciones europeas con el fin de captar parte del electorado del Vlaams Belang”, explica el politólogo belga Benjamin Biard. Dentro del partido, algunos como el diputado Theo Franken, están abiertamente a favor de colaborar con el Vlaams Belang.
En las filas del Vlaams Belang también hay diferentes estrategias; el diputado Philip Dewinter reivindica un papel de oposición, mientras que otros, como el joven presidente del partido, Thom Van Grieken, están más en consonancia con una estrategia de normalización, como la de la ultraderecha francesa o el FPÖ austriaco.
Paso a paso
“Ésta es también la estrategia que sigue el movimiento Jobbik húngaro desde 2014”, añade el investigador del CRISP, el Centro de Investigación e Información Sociopolítica. “El partido de extrema derecha está intentando de la misma manera ganar aceptación y romper un techo de cristal”. El Jobbik ha iniciado incluso un proceso de transformación de cara a las elecciones municipales del próximo otoño: ahora se presenta como un grupo más moderado que el Fidesz de Viktor Orbán, que, partiendo de un posicionamiento de la derecha clásica, no ha dejado de radicalizarse en los últimos diez años.
Por el momento, esta estrategia está perdiendo terreno en las elecciones, pero la transformación ha permitido al Jobbik establecer puntos de contacto con los demás partidos de la oposición (liberales, socialdemócratas, ecologistas). Ante el desafío de arrebatarle el ayuntamiento de Budapest a la Fidesz, cabe la posibilidad de formar un frente electoral con esta extrema derecha transformada.
El Jobbik, partido de raíces racistas y antisemitas, demuestra ser muy útil a Viktor Orbán: el primer ministro húngaro reclamó una forma de cordón sanitario y rechazó cualquier negociación con su adversario, lo que le permitió presentarse como una derecha “moderada”.
Otro país donde las líneas se están moviendo es España. En este país, la cuestión del cordón sanitario no apareció hasta hace poco, porque la extrema derecha, como en otros países del sur de Europa que vivieron una dictadura después de la guerra, era casi inexistente. Pero desde la irrupción de Vox, la situación ha cambiado. El pasado mes de diciembre, el PP y Ciudadanos asumieron el poder en Andalucía con el apoyo de Vox. “Ante la aparición de este pequeño partido de extrema derecha, no existe una estrategia de cordón sanitario”, opina Benjamin Biard.
De hecho, en el Ayuntamiento de Madrid, la suma de Más Madrid con los socialistas del PSOE no fue suficiente para hacer frente al bloque de derechas del PP-Ciudadanos-Vox. El candidato del PP, José Luis Martínez-Almeida, resultaba elegido el 15 de junio como alcalde de la capital gracias a un pacto con la extrema derecha. También se podrían alcanzar acuerdos similares en la Asamblea de la Comunidad de Madrid, así como en Murcia.
“La tendencia general de la ultraderecha europea, desde finales de los años 90, es que modera sus declaraciones para acceder al poder”, continúa el investigador belga. “Pero al mismo tiempo, las formaciones tradicionales también están evolucionando. Así lo ha conseguido el Partido Popular danés; este pequeño partido de extrema derecha se ha convertido en un apoyo esencial del último Gobierno porque las formaciones más centristas o de izquierdas, los socialdemócratas en particular, se han ocupado de las cuestiones de la migración con la mano derecha”.
En dos países todavía hay fuertes barreras de contención de la extrema derecha. En primer lugar, Alemania, por razones históricas y por la intervención de los tribunales. El Tribunal Constitucional alemán intervino en 1952 para prohibir el Partido Socialista del Reich, creado entonces por los antiguos nazis. Y volvió a intervenir en la década de 2000 para prohibir el NDP (Nuevo Partido de Alemania, neonazi).
Es cierto que cuando esto sucede se reconstituye una extrema derecha –hoy es la AfD (Alternativa para Alemania)–, pero esto ha ayudado a evitar que surja cualquier idea de alianza. Toda la clase política sigue unida, como lo demostró una vez más el domingo las municipales de Görlitz, una pequeña ciudad de Sajonia (antigua Alemania del Este, donde la AfD tiene los mejores resultados): en la segunda vuelta, el representante de la CDU (conservadores) recibió el apoyo de todos los demás partidos para bloquear al candidato de la AfD que había sido el primero en la primera vuelta y amenazó con ganarla. Este último finalmente obtuvo el 45% de los votos, frente al 55% del candidato conservador.
En Suecia, donde la extrema derecha nunca ha llegado a alcanzar el poder ejecutivo, la estrategia de contención a punto ha estado de venirse abajo en los últimos meses. Tras las elecciones parlamentarias del pasado mes de septiembre, en las que los resultados de los Demócratas Suecos (extrema derecha) aumentó notablemente, ninguna coalición gubernamental se impuso con evidencia. El Partido Demócrata Cristiano, con su presidente Ebba Busch Thor, estaba entonces abierto a la posibilidad de alcanzar una alianza con ellos, al igual que el Partido Moderado, que ya en 2017 había levantado el tabú del cordón sanitario. Una situación inédita en Suecia.
Pero la líder del partido centrista, Annie Löööf, a quien en un momento dado se le confió la formación del nuevo gobierno, rechazó inmediatamente cualquier negociación con la extrema derecha. La coalición que había gobernado el país durante los cuatro años anteriores (Demócrata-Cristianos, Partido Moderado, Partido del Centro y Liberales) saltó por los aires debido a ello y, finalmente, se formó un gobierno socialdemócrata y verde.
Si bien el cordón sanitario en Austria es historia desde los años 2000, con la entrada en el gobierno del FPÖ liderado entonces por Jörg Haider, al igual que en la Italia de Berlusconi, cuyo partido Forza Italia gobernó durante mucho tiempo con los dos partidos de extrema derecha Fratelli d'Italia y la antigua Liga Norte, en otros lugares es posible que los diques de contención salten a trompicones y en el plano local.
Así es como la experta en derechas Florence Haegel, profesora de Ciencias Políticas, analiza las cosas para el caso francés. Según ella, la “unión de las derechas” reclamada por la exdiputada del FN Marion Maréchal no se logrará en un día: “Podemos ser testigos de la fragmentación, pero no se producirá de una vez. Nos gusta más 'ir poco a poco'”. Aunque la investigadora no cree en los acuerdos nacionales, reconoce que los municipales servirán de prueba. “Será interesante de estudiar, porque veremos la capacidad de LR para controlar a sus tropas”.
Una capacidad que a día de hoy es, cuando menos, limitada. Desde la renuncia de Laurent Wauquiez, el partido sigue sin líder y continúa buscando un rumbo contra Macron. Como repite hasta la saciedad Édouard Philippe, “la derecha sigue trabajando en ello”... ____________
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Traducción: Mariola Moreno
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Tras unas elecciones europeas en las que Los Republicanos (LR) franceses obtenían el peor resultado de su historia (8,5% de los votos), la formación de Marine Le Pen, Agrupación Nacional, no tardaba en invitar a cargos electos y militantes de LR a unirse a su formación, que se impuso ampliamente en las urnas el pasado 26 de mayo.