El nuevo giro a la derecha de Macron pone en jaque a la democracia francesa

Fabien Escalona (Mediapart)

“Aló, Papa Tango Charly / Responda, le estamos buscando”. En ese estribillo machacón de una canción de Mort Shuman, una torre de control intenta establecer contacto con el piloto de un avión que se dirige directamente hacia “el Triángulo de las Bermudas”. Esa impresión de impotencia ante un accidente que se ve venir, realizado a cámara lenta en una atmósfera algodonosa, se habrá apoderado probablemente de más de uno desde el nombramiento de Michel Barnier y los miembros de su gobierno.

No es sólo este enésimo giro a la derecha del macronismo lo que da vértigo, sino las condiciones institucionales en las que se está produciendo. La situación puede resumirse en dos constataciones: nunca se ha formado un gobierno de esta manera en la V República, y nunca se formaría así en el modelo parlamentario “clásico” hacia el que Francia podría evolucionar.

Desde que el jefe del Estado es elegido por sufragio universal, han prevalecido dos escenarios. El primero ha sido el nombramiento de un primer ministro que está a la vez subordinado al ocupante del Elíseo y tiene garantizada la mayoría absoluta en la Asamblea para gobernar. “Un presidente, un partido, un grupo parlamentario” es, según el profesor emérito Pierre Avril, la “trilogía” que caracterizó al régimen en su apogeo, bajo la convención no escrita de que el primer ministro es responsable no tanto ante los parlamentarios como ante el propio presidente.

El segundo escenario, más raro, ha sido el de la cohabitación. Los primeros ministros recuperaron su autonomía respecto al Elíseo, pero siguieron beneficiándose del control de la Asamblea Nacional a través de su grupo político, sin el riesgo de que se censuraran o vetaran proyectos de ley cruciales. En cada ocasión, gobiernos de derechas e izquierdas superaron esos interludios con la intención de recuperar el ejercicio del poder sin compartirlo. Y a principios de la década de 2000, decidieron pasar a un mandato presidencial de cinco años para reducir al máximo la probabilidad de que esto ocurriera.

Pero desde las elecciones legislativas de 2022 y aún más las de 2024, ese mecanismo se ha gripado, sin que ningún bando haya logrado reunir la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. Ha sido por tanto necesario cambiar el método. Como ha contado Mediapart, en otros países europeos, esto se ve facilitado por reglas o costumbres probadas con el que el sistema francés, que ya tiene 66 años, no cuenta.

Un método que no se parece a ningún otro

Pero nada impedía a los actores políticos estar a la altura de una situación sin precedentes. Emmanuel Macron podría haberse dedicado a desempeñar el papel de árbitro, en lugar de participar en consultas en las que era un actor parcial. Debería haber dado una oportunidad al Nuevo Frente Popular (NFP), en virtud del número de escaños obtenidos y de las retiradas de los candidatos menos votados para la segunda vuelta.

Los propios partidos políticos, al menos los que se comprometieron oficialmente a oponerse a la Agrupación Nacional (RN) y a su línea xenófoba y filorrusa, podrían haber mantenido negociaciones sin esperar a ser convocados por Macron. Podrían haber definido una serie de orientaciones de interés general para al menos el primer año, lo que se ha constatado claramente por encima de sus posibilidades.

En otros regímenes democráticos, incluso los gobiernos minoritarios negocian las condiciones de su supervivencia política con fuerzas que no están en el gobierno. Y las coaliciones de gobierno, cualquiera que sea su base parlamentaria, son generalmente el fruto de acuerdos programáticos muy disputados, a veces validados por los miembros de los partidos participantes. En el caso de Michel Barnier, se ha constituido un gobierno a la vez heterogéneo y muy de derechas en estado de ingravidez, sin ninguna garantía sobre su suerte al entrar en la atmósfera de la representación parlamentaria.

Para decirlo más trivialmente, este método no se parece a ningún otro. “Aunque Barnier no es el hombre del presidente”, resumía el jurista Bruno Daugeron a principios de septiembre, “tampoco lo es, como se ha dicho, el hombre de la mayoría”. De hecho, esa mayoría no se la han dado las urnas, y no ha buscado construirla ampliando el perímetro político en el que se basa, lo que habría supuesto renunciar a la continuidad de ciertas políticas públicas.

Algunos dirán que si RN decide mantener vivo este Gobierno, la situación reflejará fielmente la condición minoritaria de la izquierda en las urnas y en la Asamblea. Pero esto pasa por alto el hecho de que en estas elecciones a dos vueltas, la mayoría del electorado se unió en torno a un “frente republicano” contra la extrema derecha. Si el gobierno cede a su chantaje, o incluso si no entabla ningún combate político contra RN, la aritmética de los escaños no podrá enmascarar la traición moral.

Las emociones generadas por esta situación –incomprensión, asco, sentimientos de traición e impotencia– serán difíciles de politizar en un sentido democrático

Emmanuel Macron y Michel Barnier intentan responder a una crisis de representatividad, que está socavando la V República desde hace al menos tres décadas, con una solución política basada precisamente en la representatividad. Desde el principio del régimen, ha sido difícil encontrar un gobierno con una base popular y parlamentaria tan reducida. Y la situación es aún más sangrante si se la compara con otros países europeos donde los ejecutivos y sus apoyos suelen representar a la mitad o más del electorado.

Lo más preocupante es que las emociones generadas por esta situación incomprensión, asco, sentimientos de traición e impotencia serán difíciles de politizar en un sentido democrático, con la brújula apuntando hacia alternativas que den más cabida a la inteligencia colectiva y al pluralismo.

Siete décadas de modelo plebiscitario han dañado a los organismos intermedios que podrían encargarse de esa politización. En cambio, la RN, alimentada desde hace tiempo por el resentimiento, puede pretender restaurar la gobernanza autoritaria, acabar con los sacrificios y organizar una solidaridad reservada a los nativos y a los "merecedores".

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Macron y Barnier, no contentos con arrastrar la democracia francesa a una tierra de nadie de la legitimidad, lo hacen con cortoplacismo, sin consideración alguna de las fuerzas destituyentes que podrían desencadenar. En la canción de Mort Shuman, el piloto fuera de control termina su última comunicación con estas palabras: “Mi avión está como loco / Ya no me importa nada / Voy a ahogar mi soledad / En el Triángulo de las Bermudas”.

 

Traducción de Miguel López

“Aló, Papa Tango Charly / Responda, le estamos buscando”. En ese estribillo machacón de una canción de Mort Shuman, una torre de control intenta establecer contacto con el piloto de un avión que se dirige directamente hacia “el Triángulo de las Bermudas”. Esa impresión de impotencia ante un accidente que se ve venir, realizado a cámara lenta en una atmósfera algodonosa, se habrá apoderado probablemente de más de uno desde el nombramiento de Michel Barnier y los miembros de su gobierno.

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