Esta vez, Argel ha reaccionado a la primera. El lunes 1 de abril, cuando un comunicado de la Presidencia anunciaba la dimisión del jefe del Estado “antes del 28 de abril” y la toma de “decisiones importantes”, los argelinos lo tomaban como la enésima artimaña de un poder acorralado. El martes 2 de abril por la tarde, la destitución efectiva, por orden del Ejército, de Abdelaziz Buteflika, de 82 años, ha sido acogida con un clamor alegre.
En pocos minutos, decenas de miles de personas y coches invadían el centro de la ciudad en una fiesta que duró hasta medianoche. Concierto de claxon, gritos, silbidos, fuegos artificiales, cánticos de seguidores del fútbol, manifestaciones improvisadas de miles de personas… Un enorme tumulto victorioso que, una vez más, ha recalentado la ciudad bajo un eslogan emergente: “¡Libertad, libertad!”.
“¡Lo hemos conseguido!”, gritaba un manifestante. “Hemos triunfado, sin un solo muerto, sin enfrentamientos, sin vitrinas rotas. Hemos ganado nuestra libertad”. Familias, niños envueltos en la bandera argelina posando para una foto con policías bonachones…
En la plaza Audin, delante de Correos o en el túnel de las Facultades, gritan, se felicitan, ríen, aumentan la sonorización a fondo y se graban. “Un día histórico, un día de felicidad, el primero desde 1962”, observa un jubilado que dice “admirar a todos esos jóvenes de los que antes desconfiábamos”.
Es la hora de la fiesta, pero también del agradecimiento al Ejército. Porque es el Ejército el que ha decidido este martes, tras una jornada loca, despachar al presidente Buteflika y apuntar públicamente a su clan, su “banda”, en expresión del jefe del Estado Mayor del Ejército, Gaid Salah.
Un poco antes, el general había hecho público un largo comunicado dejando constancia de la ruptura. “Apoyaremos al pueblo hasta que sus reivindicaciones sean entera y plenamente satisfechas, este pueblo cuya paciencia ha durado demasiado y sufrido tantas adversidades”, declaraba.
El Ejército se impone pues como el actor mayor de la crisis argelina y trata de alejarse —por el momento— de ese “¡Sistema, desaparece!” deseado por los argelinos. El viernes pasado, durante las grandes marchas semanales, los manifestantes pedían la salida de Gaid Salah, figura odiada del régimen.
Pero la revolución argelina estos últimos días no se resumía ya en un cara a cara entre el pueblo y el “sistema”. Desde hace una semana se trataba también de una guerra feroz llevada al espacio público entre el Ejército, por una parte, y el clan presidencial encarnado por Said Buteflika, hermano del presidente, por otra. A este hombre, que no tiene más que la imprecisa función oficial de “consejero”, se le describe como el “virrey”. Gaid Salah, jefe del Estado Mayor, ha decidido ahora decapitarle. Eso está casi hecho.
Una salida inmediata
La dimisión forzada de Abdelaziz Buteflika ha ocurrido apenas una hora después de la publicación de un comunicado del Ministerio de Defensa. El general Salah acababa de reunirse de urgencia con los más altos responsables del Ejército Nacional Popular (ANP). El plan presidencial del 1 de abril que organizaba la dimisión en diferido del jefe del Estado era rechazado. La salida de Buteflika debía ser “inmediata”.
“No podemos ya perder más tiempo”, declaraba el jefe del Estado Mayor, denunciando “las tergiversaciones, la terquedad y la hipocresía de algunos individuos”. “Hay que aplicar de inmediato la solución constitucional propuesta”, es decir, la dimisión o la inhabilitación del presidente.
La eventual tregua entre los dos campos no se ha mantenido ni 24 horas. Y es todo este plan, decidido el 1 de abril en Presidencia, primero de preservar los intereses del clan Buteflika, de su hermano y luego de los hombres de negocios de confianza, el que se hunde.
Las últimas semanas, el problema no era ya Buteflika, unánimemente tenido como incapaz de comprender los acontecimientos, de tomar decisiones y ni siquiera de escribir una carta. Se trataba y se trata de la supervivencia o no de ese famoso clan presidencial, al mando entre bambalinas desde al menos 2013, hoy acusado por el Ejército de ser “una fuerza extraconstitucional e ilegal”.
En su comunicado, el general Salah desvela, en términos inauditos para un militar, el funcionamiento del poder. Estas acusaciones han sido sostenidas desde hace mucho tiempo por numerosos responsables de la oposición, pero nunca lo han sido por un hombre que está en el corazón mismo del sistema desde 2004, fecha de su nombramiento por Buteflika como jefe del Estado Mayor.
¿Qué dice Salah, que señala explícitamente al hermano Said y al grupo de oligarcas podridos que han prosperado a su lado? El comunicado del 1 de abril ha sido “atribuido al presidente de la República cuando en realidad procedía de entidades no constitucionales”. Ellos, añade, “son los responsables de las extensas operaciones de saqueo y dilapidación que ha conocido nuestro país”. “Estos últimos días están tratando de sacar los capitales robados y de huir al extranjero”. Señala el general que se han iniciado actuaciones judiciales y que vendrán otras, se ha prohibido a ciertas personalidades salir del territorio —se habla de 400 personas— y han sido prohibidos igualmente los vuelos de aviones privados.
Eso no es todo. Todo indica que el elemento detonante de este golpe de Estado suave para echar a Buteflika ha sido en realidad un proyecto del campo presidencial de deshacerse del jefe del Estado Mayor. Al darse hasta el 28 de abril para provocar la dimisión del presidente, este campo conservaba plenos poderes, en particular, el de hacerse cargo del Ejército y organizar a su manera la era post-Buteflika.
Reunión secreta
“No podía ya callarme —ha insistido este martes el general Salah— sobre los complots y las conspiraciones abyectas fomentadas por una banda que ha hecho del fraude, la malversación y la duplicidad su vocación”. El sábado pasado él ya había denunciado la celebración de una “reunión secreta el 30 de marzo” destinada a “atentar contra la credibilidad del ANP”. Medios próximos al Ejército habían constatado inmediatamente la presencia del antiguo general Mohamed Mediène, llamado de urgencia por Said Buteflika.
El general Mediène, conocido como Toufik, fue durante más de 20 años el todopoderoso jefe del DRS, el servicio de inteligencia, destacando por su violencia y sus jugarretas durante el decenio negro, esa guerra civil de 1990 que causó 150.000 muertos. Este hombre, que fue tan temido, es ahora odiado. Fue destituido y pasado a retiro en 2015 por Gaid Salah y Buteflika, y la DRS ha sido desmantelada en parte.
El lunes, Toufik desmintió cualquier implicación. El martes, el antiguo presidente Liamine Zeroual renegó de él. Zeroual, una personalidad respetada, ha declarado que había recibido a Toufik a petición propia, que decía ser enviado por Said Buteflika, y proponía a Zeroual pilotar la transición y la era post-Buteflika. El expresidente dice que lo rechazó y que “está del lado del movimiento popular que representa las aspiraciones legítimas de los argelinos”.
Desde este lunes, con rumores y desinformaciones de fondo publicadas por medios del campo presidencial y en redes sociales, se ha abierto otro frente. Un comunicado de la Presidencia anunciaba la destitución del jefe del Estado Mayor y su sustitución por un oscuro general retirado. Un comunicado extraño: se publica en redes sociales y no, como es la norma, por la agencia oficial de prensa APS. Peor aún, no estaba firmado.
El martes por la mañana nuevo comunicado de la Presidencia, esta vez firmado. Pero el supuesto firmante lo desmentía inmediatamente y afirmaba: “No es mi firma”. Algunas horas más tarde, el Ejército decidía dar un puñetazo en la mesa y destituir de inmediato a Buteflika.
“Esta vez se acabó, el clan Buteflika y sus redes no se recuperarán de un golpe como este”, asegura un analista argelino. En algunas semanas, el jefe del Estado Mayor, que el 22 de febrero amenazaba con represalias a los manifestantes, se ha colocado públicamente del lado del pueblo del que dice apoyar ahora “las reivindicaciones”. Hasta ahora asimilado al “sistema” que los argelinos desean tumbar, el general trata así de salvarse y de salvar con él la institución militar.
Según la Constitución, el presidente del Consejo de la Nación (Senado) se convierte ahora en presidente interino. No puede modificar el Gobierno y debe organizar elecciones presidenciales en el plazo de tres meses. Albelkader Bensalah, de 76 años, fue nombrado presidente del Senado por Buteflika, del que es muy cercano. Pero está ahora bajo la tutela de hecho del Ejército, tan desintegrado se encuentra el poder político.
¿Será aceptado por los argelinos este esquema de una transición dirigida por una parte del “sistema”, los militares? No hay nada seguro. “Salah tendrá que irse como los demás”, dicen desde hace días muchos manifestantes. “Esto no se detendrá, el pueblo y la oposición pueden obligar al Ejército a retirarse y a construir una verdadera democracia”, estima Said Chekri, director del gran diario opositor Liberté. “El camino es aún largo, las fuerzas retrógradas pueden resurgir y confiscar la revuelta popular”, resume Hamid Guemache, director de la web de información TSA.
Una primera respuesta la tendremos este viernes, para el que están previstas de nuevo inmensas manifestaciones en todo el país. ________________
Traducción de Miguel López
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Esta vez, Argel ha reaccionado a la primera. El lunes 1 de abril, cuando un comunicado de la Presidencia anunciaba la dimisión del jefe del Estado “antes del 28 de abril” y la toma de “decisiones importantes”, los argelinos lo tomaban como la enésima artimaña de un poder acorralado. El martes 2 de abril por la tarde, la destitución efectiva, por orden del Ejército, de Abdelaziz Buteflika, de 82 años, ha sido acogida con un clamor alegre.