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En diciembre de 2018, un periodista bloguero ruso relativamente conocido en Facebook publicaba un mensaje en el que afirmaba haber encontrado a quién “debería ser presidente después de Putin”. Y citaba a Ekaterina Schulmann, politóloga especializada en procesos legislativos.
Se trata de una afirmación sorprendente, ya que la aludida no es una política y nunca ha expresado su deseo de serlo. Y, precisamente, el bloguero lo considera positivo: “Ekaterina se negará... pero no necesitamos un presidente que quiera ser presidente”, comenta entonces.
Desde entonces, la idea resurge periódicamente en las redes sociales. Experta reconocida en Ciencias Políticas, Ekaterina Schulmann ha conquistado el corazón de una parte de la juventud rusa. En internet, sus seguidores compiten entre sí para expresar su admiración e incluso su amor por ella. Crean clubes de fans, convierten sus palabras en citas, le hacen avatares...
¿Quién es esta profesora-investigadora moscovita de 42 años, muy apreciada por los medios de comunicación rusos y extranjeros por sus análisis sobre la actualidad y sus pertinentes análisis sobre una gran variedad de temas? ¿Y qué es lo que les atrae tanto?
“Me gusta todo de Ekaterina Schulmann. Es exactamente el tipo de mujer que quiero ver en todas partes, entre los altos cargos, en el Parlamento, en la Duma Estatal, en el trabajo”, reconoce Anastasia, de 21 años, entrevistada durante las manifestaciones pro Navalni en Moscú en enero, cuando menciona espontáneamente su nombre como alternativa al Gobierno actual. “Es una excelente politóloga, nuestra élite estatal debería escucharla”, añade.
Por los valores modernos que representa, Ekaterina Schulmann supone un modelo para muchas jóvenes rusas, pero no sólo. En 2020, se encontraba entre las personas más inspiradoras de Rusia, de entre 40 y 45 años, según un sondeo realizado por el centro independiente Levada.
Con su pelo color rubio ceniza a menudo recogido en un moño, la cabeza alta y la mirada decidida, Ekaterina Schulmann debe gran parte de su popularidad a la famosa emisora de radio Eco de Moscú, donde presenta un programa semanal llamado “Estatus”. Allí, ella y un periodista analizan la actualidad, explica conceptos de ciencia política y responde a las preguntas de los oyentes.
En su canal de YouTube, que cuenta con más de 442.000 suscriptores, esta politóloga y amante del buen comer también publica vídeos grabados en su cocina. Con un estilo amable y relajado, relata un acontecimiento personal o recomienda un libro mientras toma una taza de té o prepara una receta.
“Ekaterina Schulmann tiene varias cualidades que son raras en Rusia. Es a la vez competente, honesta, carismática y está dispuesta a comunicarse con el gran público... Esta combinación la hace única”, opina el economista Sergei Guriev, exiliado en Francia desde 2013.
Este gran conocedor del paisaje público ruso también alaba la libertad de expresión de la politóloga. “Lo que hace requiere valor y por eso también la gente la respeta. Porque es fácil criticar a Putin cuando se está fuera de Rusia, pero dentro es muy peligroso”.
Ekaterina Schulmann defiende la idea de que la transición hacia otro modelo político ya ha comenzado en Rusia. Este discurso optimista llega a los ciudadanos rusos que buscan el cambio. “En contraste con el deprimente mensaje transmitido por Putin: ‘Siempre estaré aquí, nunca viviréis en un país libre’, ella aporta esperanza al decir que Rusia será un país normal”, analiza Sergueï Gouriev.
Una constatación que comparte Anna Colin-Lebedev, profesora de la Universidad de París-Nanterre. “Ekaterina Schulmann no está en el habitual discurso hipertriste y sombrío, tiene un lado muy desdramatizado. Más allá de su innegable capacidad analítica e intelectual, también tiene una franqueza y un sentido del humor natural que gustan mucho”, comenta esta experta en Rusia.
Ekaterina Mikhailovna Zaslavskaya nació el 19 de agosto de 1978 en Tula, una ciudad industrial al sur de Moscú, conocida por sus samovares y su pan de especias. Hija de intelectuales –sus padres son profesores–, aprendió a leer a los cuatro años con su tío y desarrolló una pasión por la literatura a una edad temprana.
De adolescente, vivió la perestroika y la caída de la URSS como una liberación, sin remordimientos ni nostalgia por el periodo soviético.
“Para nosotros fue una alegría sin precedentes. Terminé por darme cuenta de que no era así en todos los estratos sociales, pero en mi entorno nada era mejor que la libertad, el acceso a la información y la posibilidad de decir lo que se piensa”, recuerda en torno a un café, en Moscú. “Debo decir que el poder soviético que recuerdo era de pobreza e ineficiencia total. Vivíamos en una ciudad abandonada, sucia y peligrosa. Había tanta miseria circundante y constantes problemas de abastecimiento”.
Tras terminar la Secundaria en 1995, pasó seis meses en Toronto (Canadá) perfeccionando su inglés. A su regreso, trabajó en la administración municipal de Tula. Esta experiencia le hizo sentir el gusto por la democracia y el concepto de autonomía local. Un modelo para el futuro, dice.
“Fueron años de gran libertad en los que podíamos experimentar con cosas. Hoy no queda mucho de eso, pero sé que inevitablemente volverá. Así es como la democracia, en el sentido más amplio, sobrevivirá a la actual crisis de confianza entre los cargos electos y los votantes: precisamente a través de la autoorganización y la delegación de poder de arriba abajo”, afirma.
En 1999, se trasladó a Moscú para trabajar durante unos meses en una agencia de prensa antes de entrar en la Duma Estatal, donde ocupó varios puestos como analista experta. En 2006, se incorporó a una empresa privada como directora de investigación legislativa.
En su carrera, destaca dos momentos clave: su matrimonio y su doctorado. En 2007, se casó con Mikhail Schulmann, un crítico literario. Juntos tienen tres hijos, en la actualidad de 12, 9 y 5 años.
En 2013, defendió su tesis doctoral titulada Condiciones políticas y factores de transformación del proceso legislativo en la Rusia contemporánea y después se convirtió en profesora del Instituto de Ciencias Sociales de la Academia Rusa de Economía Nacional (Ranepa). “Estos dos hechos me dieron más confianza. Después de eso, tuve el valor de hablar en público”, dice ahora.
Paralelamente a su carrera académica, Ekaterina Schulmann comenzó a dar sus primeros pasos en los medios de comunicación escribiendo una tribuna en el diario económico Vedomosti en 2013. Cuatro años después, Eco de Moscú le ofreció una cita semanal. Feliz con la idea popularizar el fruto de su investigación, acepta.
En diciembre de 2018, fue nombrada miembro del Consejo de Derechos Humanos, bajo la Presidencia de la Federación Rusa, un mandato que se supone que dura seis años. Aprovecha este encargo para prestar asistencia a los presos políticos durante las protestas fuertemente reprimidas del verano de 2019 en Moscú. En otoño, sin motivo oficial, ella y otros cuatro miembros son expulsados del consejo.
Sigue apoyando las protestas pacíficas. En enero pasado, como observadora del Grupo Helsinki de Moscú, una organización rusa de derechos humanos, participó en las protestas por la liberación del opositor Alexei Navalni. Su marido fue detenido durante la manifestación del 31 de enero.
Unas semanas después, organizó una campaña de recaudación de fondos en YouTube para dos organizaciones y un medio de comunicación independiente contra la represión política. La operación fue un éxito: recaudó más de 3 millones de rublos (333.000 euros) en dos horas.
¿Fue un acto cívico o el comienzo de un compromiso político? Ekaterina Schulmann evoca más bien la “ayuda mutua cívica”. Y descarta la idea de aspirar algún día a la Presidencia rusa.
“En su forma actual, la función constituye una concentración de poder peligrosa e inútil, que perjudica al país. Hay que reescribir todo para que haya un verdadero Parlamento, elecciones libres y un verdadero multipartidismo digno de nuestra sociedad. Entonces podremos discutir a quién elegir. Por el momento, no tiene sentido”.
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Traducción: Mariola Moreno
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