Un Erdogan en apuros se 'vende' como salvador de Turquía en la recta final de la campaña presidencial

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Zafer Sivrikaya (Mediapart)

Estambul, Turquía —

Miles de personas decidieron el domingo 23 de abril dedicar ese soleado día a hacer una cola que se extiende hasta donde alcanza la vista. Hay peores lugares para esperar que el promontorio de Sarayburnu, a la entrada del Bósforo, que separa el Cuerno de Oro del Mar de Mármara en Estambul. La mirada puede vagar de un lado al mar y la inmensidad de la ciudad, en sus orillas europea y asiática, y del otro a la majestuosidad del palacio Topkapi que lo domina. 

Pero la multitud mira al frente. Miles de ojos clavados en un objetivo: el TCG Anadolu, nuevo buque insignia de la flota turca. Recién inaugurado por el Presidente Erdogan, lleva unos días atracado y abierto a las visitas con motivo del largo fin de semana de celebración del Eid el-Fitr, la fiesta musulmana que marca la ruptura del ayuno del Ramadán. 

El barco, de 232 metros de eslora y 32 de manga, se eleva hasta una impresionante altura de 58 metros. Tuncay, de 48 años, trabaja en publicidad. Ha venido con sus hijos desde un barrio a más de dos horas de recorrido. Sentado en la hierba, espera a que la cola se reduzca antes de ocupar su sitio. "Si hace falta, vuelvo mañana", insiste. 

No es cuestión de perderse la oportunidad de admirar esa obra maestra: "Es un producto puramente turco, 100% local y nacional", dice entusiasmado Tuncay, como muchos aquí, haciéndose eco del eslogan del presidente turco Recep Tayyip Erdogan, claramente ignorante de que el buque fue diseñado en colaboración con la marina española, siguiendo el modelo del Juan Carlos I. Pero no importa, el buque es un "motivo de orgullo, un símbolo del lugar central que ocupa Turquía en la escena internacional", considera, agradeciendo al presidente la sabia elección de "priorizar el desarrollo de la industria de defensa y las nuevas tecnologías y hacer de nuestro país un precursor en este campo".

Porque es, en efecto, una primicia. El TCG Anadolu es un portaaviones capaz de transportar helicópteros, pero sobre todo es el primer portadrones del mundo. Los drones armados han hecho famosa a Turquía en los últimos años. Utilizados por primera vez dentro de las fronteras nacionales contra la guerrilla kurda del PKK, han permitido numerosos éxitos militares y han sido acusados de haber causado la muerte de numerosos civiles kurdos, confundidos con combatientes. Después fueron desplegados con éxito en el extranjero. Turquía los ha utilizado ampliamente en los conflictos en los que ha participado en los últimos años, desde Siria a Libia, pasando por Nagorno-Karabaj. 

El éxito de los drones turcos y sus ventas en el extranjero han hecho feliz y rico a su productor, Selçuk Bayraktar, jefe de la empresa Baykar y yerno del presidente de la República. Sus drones TB2 son utilizados actualmente por el ejército marroquí en su lucha contra los independentistas saharauis, por Etiopía en su guerra contra los rebeldes de Tigray y por Ucrania, que los ha desplegado contra los blindados rusos para frenar su fracasada ofensiva sobre Kiev. 

La oposición turca, si gana, ha prometido nacionalizar el sector, considerado demasiado estratégico para dejarlo en manos de lo privado. Un nuevo modelo de dron, el TB3, presentado por primera vez a bombo y platillo el 27 de abril en los cielos de Estambul, con el tiempo acabará desplegándose en la nave, seguido del primer dron propulsado a reacción, el Kizilelma (cuyos motores se espera que sean diseñados por empresas ucranianas), bautizado con el nombre de un mito muy querido por la extrema derecha turca, aliada indispensable del presidente Erdogan. 

Sanciones del Congreso americano

En un principio, el TCG Anadolu iba a servir como portaaviones, diseñado específicamente para el F-35B, un avión de combate de nueva generación capaz de despegar en pistas cortas y aterrizar verticalmente. Pero el acercamiento y la cooperación entre Ankara y Moscú, que culminó con la compra de sistemas rusos de misiles antiaéreos S-400, llevó al Congreso de Estados Unidos a prohibir a Turquía participar en el programa de diseño y adquisición del F-35 en el que participaba como miembro de la OTAN. 

"Jugador de ajedrez de talla mundial", como lo había calificado el presidente Trump, o hábil charlatán, el presidente Erdogan logró convertir ese fracaso estratégico en una victoria simbólica, al inaugurar el primer portadrones del mundo pocas semanas antes de las elecciones presidenciales del 14 de mayo. Una inauguración que llevó a cabo en compañía de sus dos aliados de extrema derecha (el MHP y el BBP), pero también de los recién llegados a su coalición, los líderes de dos partidos islamistas, el Yeniden Refah Partisi (YRP), y el Hüda-Par. 

El Yeniden Refah Partisi, unido en el último momento a Erdogan, no oculta su deseo de utilizar la alianza para obtener la abolición de la "Ley 6284", aprobada en 2012 y que protege a las mujeres contra la violencia machista, y para prohibir las asociaciones de defensa de los derechos LGTBI. 

El Hüda-Par, por su parte, es un partido islamista kurdo, influyente en ciertas ciudades del sureste del país, y heredero político del muy sangriento y misterioso Hezbolá, movimiento islamista turco armado de los años 90, apoyado por los servicios secretos para luchar contra la guerrilla del PKK, pero también acusado de ejecutar, a veces durante sesiones de tortura filmadas, a numerosos periodistas, abogados o incluso a la activista feminista islámica Konca Kuriş

"Los enemigos están en todas partes"

"Turquía es una gran potencia en crecimiento, eso nos causa muchos enemigos y celos, necesitamos este barco para defendernos", argumenta Doğukan Bekaroğlu, un trabajador de 38 años, que lleva algo más de cuatro horas esperando para ver de cerca el barco. "Turquía se ha convertido en el líder del mundo musulmán, debe ser capaz de intervenir en aguas internacionales allí donde sea necesario, como ya está haciendo en Siria o Libia", añade su vecino de cola, Reşat Kalkan, de 58 años, trabajador de la automoción. 

El 14 de mayo votará a Erdoğan. Por supuesto, la vida es dura con sus pequeños sueldos, pero hay cosas más importantes: "Es la independencia y la supervivencia de nuestro país lo que está en juego, los enemigos están por todas partes, ¡no vamos a vender nuestro país por un puñado de cebollas o patatas!", exclama uno de ellos. 

La cebolla, cuyo precio prácticamente se ha duplicado en las últimas semanas, se ha convertido en un símbolo utilizado por la oposición para criticar la política económica del presidente Erdogan. Como es su costumbre, el candidato de la oposición Kemal Kiliçdaroğlu publicó a mediados de abril un vídeo en redes sociales, realizado en su modesta cocina y, con una cebolla en la mano, advertía: "Mi elección significará el regreso de la democracia, la subida de la moneda nacional, la vuelta de la inversión extranjera y del poder adquisitivo, pero si él (Erdogan) sigue en el cargo, el precio de esta cebolla se triplicará." 

La política monetaria del país la decide directamente Erdogan desde su palacio presidencial, que ha despedido a ministros de Economía y directores del banco central y los ha sustituido por elementos comprometidos con su poco ortodoxa visión económica. Desde entonces, el país se ha sumido en una hiperinflación, del 67% durante 2022 según cifras oficiales muy cuestionadas. 

El ENAG, un grupo de economistas independientes, estima el aumento global de los precios en más del 137%. "Está manteniendo conversaciones con el FMI y los prestamistas de Londres", dijo el presidente turco sobre su adversario. El Reis (el jefe, como le apodan sus seguidores, ndt) acostumbra a denunciar a un misterioso "lobby de los tipos de interés" como culpable de todos los males, y acusa regularmente a la oposición de querer vender la nación a intereses extranjeros. 

Kemal Kiliçdaroğlu, ex alto funcionario de 74 años, tiene fama de honesto e incluso de luchador contra la corrupción en un país plagado de tráfico de influencias, comisiones ilegales, blanqueo de dinero y tráficos de todo tipo. Es poco carismático pero tiene perfil de unificador, como demuestra la heterogénea alianza de seis partidos de la oposición que fundó y consiguió mantener unida en un país fracturado y polarizado hasta el extremo. 

Frente a este personaje tranquilizador, simpático pero algo apagado, Erdogan podía contar con la ostentación y grandilocuencia que caracterizan sus intervenciones. Pero últimamente, el Reis se muestra dubitativo, lee con dificultad los teleprompters, se larga en medio de una entrevista televisiva preparada para ensalzarle, cancela reuniones por motivos de salud, insulta con facilidad y está más motivado por la sorna hacia una oposición compuesta por "traidores", "LGTBI", "terroristas" e incluso "zorras" que por la grandeza de su cargo.

Cada vez tengo menos clientes y los que siguen viniendo compran menos.

Consciente del riesgo que la situación económica supone para su reelección, y luchando en las encuestas, el presidente Erdogan no se contenta con encender contrafuegos complaciendo el orgullo nacionalista y acariciando sueños de poder neo-otomano y de imperio recuperado. 

A principios de año, anunció un aumento del 50% del salario mínimo y un plan de jubilación anticipada para 2,2 millones de personas. Pero las pensiones, al igual que los salarios, se esfumaron rápidamente ante una inflación todavía voraz. A finales de abril, el presidente declaró esta vez, con motivo de la explotación de una reserva de gas natural en el Mar Negro, que las facturas de gas de los hogares turcos serían gratuitas durante un mes, insinuando que la medida podría ampliarse a un año, y presentar a Turquía como un futuro gigante energético, autosuficiente e incluso exportador. 

No está claro, sin embargo, si estas declaraciones bastarán para convencer a los votantes. A pocas manzanas del TCG Anadolu, en el distrito comercial de Eminönü, se concentra una densa multitud. Los numerosos turistas están encantados de cambiar sus divisas por una lira turca que perdió un 35% de su valor frente al dólar en 2022 y sigue bajando. Pero pocos transeúntes turcos se detienen ante los coloridos puestos del bazar egipcio. 

"Cada vez tengo menos clientes y los que siguen viniendo compran en menor cantidad, pero mis costes se disparan, no sé cuánto aguantaré", dice un vendedor de quesos. Sin embargo, Eid-ul-Fitr es una época tradicional de consumo, una oportunidad para comprar ropa nueva, o al menos dulces para celebrar el acontecimiento. 

"¿Qué clase de chocolate quieres que compre si ya me cuesta pagar el alquiler?", dice Gülay, de 43 años, profesora de inglés y madre de familia. "No sé qué hacer, tomo antidepresivos, eso me ayuda pero no resuelve mis problemas económicos", dice, desesperada. Según cálculos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el número de cajas de antidepresivos consumidas en el país ha aumentado un 76% en 12 años, entre 2008 y 2020. Y de 54 millones de cajas al año en 2021, ha pasado a 59 millones el año pasado, según una encuesta del principal partido de la oposición, el CHP. 

Gülay no piensa votar al Presidente Erdogan, al que considera responsable de la situación. La crisis económica y la catástrofe sísmica del 6 de febrero, que mostraron las profundas carencias de un Estado que, sin embargo, se presenta como una superpotencia en ciernes, ¿provocarán la caída de Erdogan tras 21 años en el poder? ¿Bastarán los sueños de grandeza imperial y las sirenas islamo-nacionalistas para mantenerlo en el poder, aunque ello signifique enviar al país al abismo?

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Traducción de Miguel López

 

Miles de personas decidieron el domingo 23 de abril dedicar ese soleado día a hacer una cola que se extiende hasta donde alcanza la vista. Hay peores lugares para esperar que el promontorio de Sarayburnu, a la entrada del Bósforo, que separa el Cuerno de Oro del Mar de Mármara en Estambul. La mirada puede vagar de un lado al mar y la inmensidad de la ciudad, en sus orillas europea y asiática, y del otro a la majestuosidad del palacio Topkapi que lo domina. 

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