En el recordatorio que sigue, cualquier parecido (con las tensiones políticas y las manipulaciones mediáticas hoy exacerbadas en beneficio de la extrema derecha frente a la unión de la izquierda) no es, evidentemente, casual. Las circunstancias son distintas, los contextos no tienen nada que ver, los protagonistas son diferentes, pero las constantes ideológicas son las mismas: el pánico de los poseedores, la fobia a los extranjeros, el odio a la igualdad. Y eso es lo que aquí nos importa.
El 16 de octubre de 1936, trescientos diarios y semanarios de París y provincias publicaron simultáneamente un manifiesto titulado "Cuatro meses de Frente Popular". Denunciaba a "un gobierno socialista prisionero de los comunistas" y "en manos de los poderes ocultos que preparan la sovietización del país", y llamaba "a los franceses de todas las opiniones" a defender "la civilización francesa" luchando contra su "enemigo más pérfido y peligroso: el comunismo".
Dos años más tarde, el 16 de diciembre de 1938, los medios periodísticos que habían lanzado ese primer llamamiento, con el apoyo financiero de los círculos empresariales, lanzaron un segundo manifiesto bajo el título: "Un llamamiento de 430 periódicos franceses". Habían pasado dos meses desde Munich, cuya abdicación pacifista en favor de la Alemania nazi apoyaba el manifiesto, y pedía al Parlamento que disolviera el Partido Comunista porque era "la más poderosa, la más activa y la más peligrosa de las facciones que el extranjero ha instalado en nuestro suelo".
Detrás de esas dos iniciativas estaba la misma persona olvidada y una historia poco conocida, ambas en el corazón de la colaboración mediática con los ocupantes nazis. Se trata de Dominique Sordet, crítico musical maurrasiano transformado en activista reaccionario, que llegó a crear la agencia Inter-France, delegación patronal que se convirtió rápidamente en "la mayor empresa de manipulación de la opinión pública", como tan hábilmente ha reconstruido Gérard Bonet en la obra L'agence Inter-France de Pétain à Hitler.
Esta obra documenta el meteórico ascenso de Inter-France, la agencia de prensa más importante bajo la Ocupación, que nació nacionalista, se hizo petainista, abiertamente colaboracionista, y terminó siendo claramente hitleriana. La obra de Gérard Bonet destapa un aspecto de la decadencia de Francia a mediados del siglo pasado que los historiadores ignoran con demasiada frecuencia: el hundimiento de una profesión, el periodismo, supeditada al empresariado y que defendía sus intereses al abandonar la necesidad de informar en favor del reinado de las opiniones, en este caso las más detestables.
Dominique Sordet, que no fue juzgado al llegar la Liberación porque murió en la clandestinidad en marzo de 1946, nos dejó un libro en forma de testamento que desvela la cruda realidad del resorte ideológico de la extrema derecha, sea cual sea su atuendo. Les Derniers jours de la démocratie (Los últimos días de la democracia), publicado el 10 de junio de 1944 a partir de una conferencia pronunciada ante la flor y nata intelectual de la Colaboración el 25 de marzo anterior, identifica "la igualdad de los hombres" como la ideología que, desde Jean-Jacques Rousseau y la Revolución Francesa, "reina sobre las naciones civilizadas" y crea su "decadencia orgánica".
Sordet, un antisemita feroz –"la igualdad es una pasión judía", escribe en particular contraponiéndola a "la noción esencialmente aria de jerarquía"–, considera en este mediocre ensayo a la "pasión igualitaria" la causa de todos los males y a la democracia su fruto venenoso, que hay que arrancar de raíz porque se basa en la nociva ilusión de que "un hombre vale lo mismo que otro". Sin pelos en la lengua, esta confesión trasnochada –"estamos asistiendo al trágico final de un mito que se disuelve en un crepúsculo sangriento", escribe su autor a modo de conclusión– es interesante porque dice la verdad sobre la extrema derecha.
La igualdad de derechos es un principio de la democracia
¿Qué es la extrema derecha? Sencillamente, el odio a la igualdad. Lo que la diferencia de los partidos, políticos y gobernantes, conservadores o reaccionarios, es la radicalidad de su base ideológica. Si tras su nuevo barniz de respetabilidad a menudo se muestra físicamente violenta en sus acciones militantes, si es explícitamente racista y xenófoba en sus eslóganes con los extranjeros y las personas con doble nacionalidad como principales objetivos, si en sus programas se opone claramente a los derechos de las mujeres y de las minorías LGBTIQA+, es porque le mueve un ancestral deseo de venganza contra lo que está en el principio mismo de una democracia, por imperfecta que sea.
Porque la democracia no consiste en elecciones, que pueden no ser más que una farsa, como es el caso, por ejemplo, de la Rusia neofascista de Vladimir Putin, esa potencia que protege a la extrema derecha francesa (ver aquí y aquí). No, la democracia, tomada en su origen y en su raíz, es una promesa, siempre incumplida, eternamente renovada, constantemente actualizada: la de la igualdad de derechos. Fue la proclamación de esta igualdad por la Declaración francesa de 1789, ampliada por la Declaración Universal de 1948, la que abrió el camino a la emancipación, reclamando sin cesar la abolición de privilegios, la dominación y la opresión, incluso contra los poderes surgidos o que pretendían haber surgido de las luchas emancipadoras.
De ahí derivan todas nuestras conquistas sociales y democráticas, frágiles e incompletas, incluidas las obtenidas contra la buena conciencia colonial o patriarcal de los republicanos que se creían sus herederos y guardianes. El derecho de los pueblos a la autodeterminación, como el derecho de las mujeres a controlar su propio cuerpo, subrayan la vitalidad inagotable de ese horizonte de esperanza. La igualdad de derechos, sin distinción de origen, condición, apariencia, creencia, sexo o género, está en el corazón del movimiento emancipador que rechaza una realidad intangible en la que la humanidad estaría bajo arresto domiciliario, prisionera de su nacimiento, condición, origen o género.
Lo que tienen en común todos los movimientos de extrema derecha es el deseo de derribar la ciudadela de los derechos humanos, la universalidad de su proclamación y la igualdad natural en la que se basan
Por eso nunca ha dejado de arruinar la perversa maquinaria del paria y el advenedizo, en la que quienes han conquistado derechos luego cierran la puerta a quienes también los desean. En el pasado, fue la lucha precursora de la revolución antiesclavista haitiana, contra una clase de terratenientes que podían ser librepensadores al tiempo que negaban la humanidad de los esclavos. Hoy, es la lucha innovadora del #MeToo, que, sacudiendo el viejo feminismo, no se limita a la igualdad en el trabajo, en la familia o en la política, sino que carga contra la larga duración de la dominación masculina en la intimidad, hasta las relaciones sexuales, que atraviesa todos los medios sociales. Es también la lucha prospectiva de la ecología radical, que recuerda al género humano que su inventiva no le da derecho a ser depredador del infinito mundo viviente.
Hacer frente común (y popular) contra la extrema derecha no es sólo una táctica electoral, sino una exigencia políticamente vital. Darle las riendas del poder –en el gobierno mañana, en la presidencia pasado mañana– sería abrir una infernal caja de Pandora. Porque lo que todas estas corrientes tienen en común, en sus diversas variantes intelectuales, activistas y electorales, es el deseo de derribar la ciudadela de los derechos humanos, la universalidad de su proclamación y la igualdad natural en que se basan. El cuerpo doctrinal que les une es que no hay humanidad común ni individuo libre.
Es una afirmación que puede parecer inofensiva, pero sabemos por la historia europea, con sus genocidios y crímenes contra la humanidad, lo sangrientas que fueron sus consecuencias: "Nuestro programa sustituye la noción liberal de individuo y el concepto marxista de humanidad por el de pueblo, un pueblo determinado por su sangre y arraigado en su suelo. Es una frase muy simple y concisa, pero tiene consecuencias titánicas". Esto es del Mein Kampf de Adolf Hitler, escrito en prisión en 1924-1925 y publicado en Alemania a partir de 1925. Desgraciadamente, las izquierdas socialista y comunista de la época, enzarzadas en sus guerras fratricidas, no se tomaron suficientemente en serio el impacto devastador de esa negación del libre albedrío y de la igualdad universal.
Una espiral devastadora para la universalidad de los derechos
No podemos permitirnos el lujo de subestimar el peligro con el pretexto de que, después de todo, la extrema derecha en el poder sería simplemente una continuación de la derecha que ya está ahí. Y eso incluso si esa derecha se empeña en echarles una mano con la esperanza de que ayude a preservar los intereses de la clase dominante, esa "agua helada del cálculo egoísta" pronto comprendida por Karl Marx, cuyas catastróficas consecuencias recordó el novelista Éric Vuillard en L'Ordre du jour. La llegada de la extrema derecha al manejo de la maquinaria gubernamental, y por tanto del Estado, pondría en marcha un círculo vicioso que devastaría la igualdad y la universalidad de los derechos.
Porque la propia naturaleza de la extrema derecha es hundir sus raíces en una larga tradición ideológica de rechazo de los ideales democráticos, de la que la Revolución Francesa sigue siendo el símbolo y el origen. Esos movimientos "anti-ilustración", como documenta el historiador Zeev Sternhell, son franceses, o francófonos, ya que el primero de estos pensadores contrarrevolucionarios, Joseph de Maistre (cuya estatua aún se erige en Chambéry), era un saboyano cuando Saboya aún no se había unido a Francia.
La Declaración de los Derechos del Hombre es el vector de una ideología mortal para las naciones tradicionales, y Joseph de Maistre fue uno de los primeros en advertirnos de ello
El fundador de Action Française, Charles Maurras, bebió de esa fuente –"el primero de nuestros filósofos políticos", dijo de Maistre–, al igual que el jurista nazi Carl Schmitt, hasta el punto de que el filósofo Isaiah Berlin hizo del monárquico saboyano un precursor del fascismo moderno –"nació demasiado pronto, no demasiado tarde", escribió–. La obra de Joseph de Maistre, siempre muy leída y comentada, es el fundamento de la ideología que informa a la extrema derecha actual: la negación de una humanidad común y el rechazo del principio de igualdad.
Para Maistre, el hombre no tiene derecho de ciudadanía, como afirma en un célebre pasaje de sus Consideraciones sobre Francia: "La Constitución de 1795 [la que fundó el Directorio después de Thermidor], como sus predecesoras, fue hecha para el hombre. Pero no hay hombre en el mundo. En mi vida he visto franceses, italianos, rusos, etc., e incluso sé, gracias a Montesquieu, que se puede ser persa; pero en cuanto al hombre, declaro que no lo he conocido en mi vida; que yo sepa, no existe.”
En cambio, sabe lo que es un hombre cuando se trata de hacer inferiores a las mujeres: "El mayor defecto de una mujer es ser hombre. [La mujer sólo puede ser superior como mujer; pero en cuanto quiere emular al hombre, no es más que un mono".
Esta jerarquización de la humanidad va de la mano de una teoría radicalmente antidemocrática del poder: "Si la gente puede creerse igual a los pocos que gobiernan, ya no hay gobierno. El poder debe estar fuera del alcance de los gobernados. La autoridad debe mantenerse constantemente por encima del juicio crítico mediante los instrumentos psicológicos de la religión, el patriotismo, la tradición y los prejuicios". No es casualidad que el célebre magistrado antimafia italiano Roberto Scarpinato cite este pensamiento de Maistre en su Retour du prince (El regreso del príncipe), viendo en él la más lograda teorización de la dominación basada en la ceguera de los súbditos.
Lejos de caer en el olvido, Joseph de Maistre es leído, recomendado y comentado en los círculos intelectuales de extrema derecha. "Joseph de Maistre: le droit des nations contre les droits de l'homme" (Joseph de Maistre: el derecho de las naciones contra los derechos del hombre): bajo este título, en mayo de 2023, la revista de Alain de Benoist, Éléments, dio la palabra a Marc Froidefont, catedrático de filosofía especializado en el pensamiento del reaccionario saboyano. Escribió: "La Declaración de los Derechos del Hombre es el vector de una ideología mortal para las naciones tradicionales, y Joseph de Maistre fue uno de los primeros en advertirnos de ello".
“La crítica de Joseph de Maistre a los derechos humanos está más vigente que nunca", explica. “Las naciones de Europa están hoy amenazadas de muerte en nombre de esa famosa Declaración de 1789. Esa Declaración beneficia al Hombre abstracto; en consecuencia, se han hecho leyes para condenar a cualquiera que se atreva a recordar que una nación pertenece ante todo a los herederos de quienes, a lo largo de cientos de años, la han construido pacientemente con su sudor y su sangre".
Por si quedaba alguna duda de que, bajo el tinte académico de las palabras, el racismo y la xenofobia son invitados a convertirse en hechos, hasta el punto de expulsar de entre nosotros a quienes no son esos "herederos", la misma entrevista recuerda, aprobándola, la islamofobia de Maistre, que elogió a "los papas que han llamado a la guerra contra los musulmanes". “Según Maistre", prosigue el catedrático, ‘es inevitable el conflicto entre el cristianismo y el islam’. Sus palabras son inequívocas: ‘La guerra entre nosotros es natural y la paz forzada. En cuanto el cristiano y el musulmán entran en contacto, uno de los dos debe servir o perecer’".
La igualdad es un peligro mortal para Occidente; es como un veneno que lo está matando
Mientras contemplamos atónitos los horrores difundidos sin freno por los medios de comunicación de masas conquistados por la extrema derecha, olvidamos que no son el resultado del radicalismo extremista, sino el núcleo mismo de su ideología, apoyada y retransmitida por intelectuales cualificados y titulados. Acompañando el viaje de la antigua derecha republicana hacia la extrema derecha, Le Figaro ha promocionado recientemente Les mensonges de l'égalité (Las mentiras de la igualdad), un libro de otro académico, catedrático de derecho, Jean-Louis Harouel, autor hace cuarenta años, aunque no fue muy leído en su momento, de un Essai sur l'inégalité (Ensayo sobre la desigualdad), y que hoy escribe: “La igualdad es un peligro mortal para Occidente. Es como un veneno que lo está matando".
Al atacar "la ideología formada por la simbiosis del wokismo y el derecho del hombrismo, en estrecha asociación con el ecologismo", Harouel no duda en afirmar que "la religión de la igualdad está demostrando ser aún más peligrosa de lo que fue el comunismo": "El comunismo fue una religión laica asesina que en nombre de la igualdad martirizó a los pueblos sometidos, pero sin hacerlos desaparecer, mientras que el delirio de igualdad que inspira la religión de los derechos humanos prepara pura y simplemente la aniquilación de los pueblos de Europa". El siguiente ejemplo que menciona es "la igualdad concreta entre mujeres y hombres", a la que atribuye "el hundimiento demográfico de las naciones europeas".
En una obra anterior, Les droits de l'homme contre le peuple, publicada en 2016, el mismo autor llama a "volver a la prioridad del amor propio" contra "el universalismo demencial de la religión de los derechos humanos, que pretende hacer de la inmigración un nuevo derecho humano".
A partir de ahí, teoriza que "es indispensable discriminar" antes de recomendar "someter al Islam a un estatuto especial" para hacer saber a los musulmanes que "Francia no es en absoluto una tierra del Islam". En conclusión, escribe este profesor emérito de la universidad parisina Panthéon-Assas, "Francia sólo puede esperar sobrevivir repudiando su religión de Estado de los derechos humanos".
Dentro de nuestras diversas sensibilidades, compromisos y posiciones, esa verdad es la que debemos afrontar a la vista de las elecciones legislativas del 30 de junio y el 7 de julio: una victoria de la extrema derecha daría las llaves del poder a los enemigos de los derechos humanos, de la humanidad universal que reclaman y de la igualdad de derechos que proclaman.
Ver másAnte la amenaza de la extrema derecha en Francia, la lucha o el abismo
Traducción de Miguel López
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Edwy Plenel, periodista, cofundador de Mediapart, socio editorial de infoLibre.
En el recordatorio que sigue, cualquier parecido (con las tensiones políticas y las manipulaciones mediáticas hoy exacerbadas en beneficio de la extrema derecha frente a la unión de la izquierda) no es, evidentemente, casual. Las circunstancias son distintas, los contextos no tienen nada que ver, los protagonistas son diferentes, pero las constantes ideológicas son las mismas: el pánico de los poseedores, la fobia a los extranjeros, el odio a la igualdad. Y eso es lo que aquí nos importa.